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lunes, 30 de diciembre de 2013

Hugo, feliz año 2014

Querido Hugo:
te escribo estas letras como felicitación del año que empieza, el 2014. Felicitación que haremos extensiva a toda la gente buena que nos rodea (también a los ruines, mezquinos y pobres de corazón aunque estos no se vayan a aplicar nuestros buenos deseos, se lo deseamos igual ¿te parece?)
Llegaste a nuestras vidas en enero, como llegan los años nuevos, aunque ya te esperábamos primero, de hecho llevábamos cuatro semanas ansiosos por tenerte en nuestros brazos. Llegaste y pusiste nuestras vidas patas arriba. Las llenaste de esperanza, de ilusión y de futuro. Llegaste y ya te queríamos antes de nacer. Nunca pensé que se podía querer tanto a alguien y eso yo, que sólo soy tía, imagínate lo que te quieren tus padres y tus abuelos. Es por eso, por ese amor tan grande que quiero centrarme en ti para escribir mis deseos para el 2014.
Te deseo felicidad.
Deseo que seas muy feliz. Tú como persona y tú junto a los tuyos. Los niños vienen a este mundo para ser felices. No debería haber ningún niño que no lo fuera. Así que te deseo felicidad y que seas capaz de hacer feliz a los que te rodean, que tu vida sea ejemplo de niño feliz, que llenes la vida de música, espontaneidad y frescura. Que juegues mucho, que te rías más, que disfrutes de tu infancia. Que nadie perturbe tu inocencia. Que no haya Herodes en tu vida ni reales, ni ficticios. Te deseo abrazos, besos, caricias y risas. Te deseo un saco de sonrisas para que las regales en el 2014. Que te encuentres gente amable en el camino que saqué lo mejor de ti.
Te deseo educación.
Este año 2014 empezarás al colegio. Empezarás la primera gran aventura de tu vida. Vendrán otras que serán también interesantes, pero ninguna tan importante como empezar a la escuela. Te deseo maestros vocacionales, compañeros que te quieran y te acepten, empatía para que tu aceptes al  diferente. Capacidad para ponerte en los zapatos del otro y sentido de justicia. En el colegio vivirás tus primeras situaciones de injusticia, no te quedes con los brazos cruzados, si crees que lo que ocurre no es justo, pero siempre desde el respeto a tus mayores y a tus iguales.
Te deseo que ames los libros como nos ves a nosotros amarlos. Que aprendas mucho, que te enseñen bien, que te encuentres con maestros que quieran depositar en ti su saber, que te motiven, que te abran los ojos a la vida, que respeten tu forma de ser y de pensar. Que tus maestros quieran y sepan enseñar. Te deseo que gustes de todas las formas de arte, pero que tengas criterio para decidir lo que te gusta y lo que no. Que no te dejes arrastrar por las modas, hay muchas cosas que se llaman arte, pero la belleza no está en todas.
No debería haber ningún niño sin escuela. Los niños nacen para aprender, para formarse como personas. La educación nos hace libres, porque nos permite ser críticos, tener opinión, manifestarla, expresarla, levantar la mano y hablar en voz alta.
Te deseo que conozcas el verdadero valor de lo material. No es más rico quien más tiene sino el que menos necesita. No se es más feliz por tener o acumular más cosas. Deseo que descubras el verdadero valor de las cosas inmateriales, las que no tiene precio, ni se pueden comprar: el amor a la tierra y a la montaña; la fruta que los árboles regalan generosamente; las puestas de sol y los amaneceres, la luna llena y las estrellas, el agua del río que corre y el que mana de la fuente para calmar nuestra sed; el arrullo de las olas cuando rompen en la orilla; el valor de la sombra de un árbol y del pájaro que viene a tu ventana a cuidar tu sueño; el aire frío que enrojece tus mejillas cuando caminas; las hojas de los árboles y el ruido que haces cuando caminas sobre ellas en otoño; el ruido de la nieve cuando cae y los colores de la naturaleza en las distintas estaciones. Te deseo sepas valorarlas todas y cada una de ellas y también aquellas otras que se te ocurran y que en tu corazón y a tus ojos tengan una valor incalculable.
Te deseo conozcas el valor de la humildad y de la austeridad, pero no el de la miseria.
Y por último, aunque mi lista de buenos deseos sería interminable. Te deseo estés rodeado de adultos que luchen por la paz y por construir un mundo mejor. No estoy orgullosa de este mundo que te dejamos en herencia. Es un mundo feo, lleno de gentes desplazadas, que tienen que huir de sus casas, pueblos, países buscando oportunidades y jugándose la vida. Un mundo lleno de Lampedusas y campos de refugiados, muros de la vergüenza y concertinas, guerras y atentados. Un mundo donde la muerte del otro se convierte en anécdota, sin más. Un mundo donde no nos importa la deforestación, la destrucción de la Naturaleza, la contaminación,... Son tantas las cosas que de la mano del hombre se destruyen.
Te deseo un mundo lleno de personas que quieran trabajar por la justicia. Tú por mi parte tienes mi compromiso para hacerlo.
Sin más, espero tengas un feliz año en compañía de los tuyos con mucha salud.
Te quiere tu tía
Bea

domingo, 22 de diciembre de 2013

Por mi libertad de decidir

En 1985 yo tenía 15 años y era igual de cristiana y de practicante que soy ahora. De hecho las crisis, que las hubo, vinieron más tarde, obedeciendo siempre a factores externos. El crecer y hacerse adulto que es muy malo (o muy bueno, según se mire). Esa es otra historia. Lo que quiero decir es que tenía quince años y estaba en el instituto. Venía de un colegio de monjas dónde hice infantil, que entonces no se llamaba así y la EGB y del que no tengo nada malo que decir, más bien sólo cosas buenas. Si, es verdad, íbamos a clase de Religión, yo seguí yendo a Religión en el instituto, pero nunca sentí que aquellas monjas tan jóvenes, tan entusiastas, tan vocacionales en su labor como maestras, cercenarán mi libertad. Ni mi libertad de expresión, ni mi libertad de ser, ni mi libertad de actuar. Quizás por eso soy tan poco dada al proselitismo. Veo las cosas que hacemos mal como Iglesia (que son muchas), pero también veo la labor callada de los miles de cristianos en sus familias y en la sociedad. Y lucho desde dentro, haciendo oír mi voz para cambiar cosas, para mejorarlas. Para poder conseguir esa revolución que haga a la Iglesia bajar a la tierra, hay que estar dentro y hacer ruido.
Por eso, en 1985, con mis quince años y preparándome para la Confirmación, no me cuestione en ningún momento que la ley del aborto que se publicó entonces (era una ley de supuestos) fuera algo malo, como tampoco me lo hubiera planteado de ser judía, musulmana, evangélica o atea. Todos celebramos la consecución de un derecho, uno más, de un derecho para las mujeres, para los hombres (que también tienen algo que decir en esto) Aquella ley era el devenir normal de un momento que estábamos viviendo. Una sociedad que salía de las cavernas e iba hacia la modernidad. Una sociedad que maduraba y crecía a la luz de su recién estrenada Democracia. Antes había sido la ley del divorcio. La ley del aborto sólo era un pasito más, abrir una puerta. No pensaba nadie que hoy, veintiocho años después, se iría hacia atrás y a golpe de mayoría absoluta.

Quiero decir con todo esto que nadie puede poner en duda que, desde mi condición de cristiana sea yo una activa defensora del derecho al aborto. Tampoco, lo afirmaría nadie de los que me conoce. Todos saben que en este momento de mi vida, en el que el reloj biológico de la maternidad comienza a apagarse del todo y, en cualquier otro momento anterior, los niños son lo que más me gusta del mundo (valeeee, después de los libros y de los bombones de chocolate) Nadie puede afirmar que yo esté defendiendo el derecho al aborto, que podría hacerlo por supuesto, porque no es eso. Yo lo que defiendo, y lo he hecho toda la vida aunque quizás nunca tan públicamente como esta vez, es el derecho de la mujer de decidir, de decidir que hacer con su vida. 

Partiendo siempre de dos premisas que no se han de olvidar nunca: la necesidad de una educación sexual que te permita afrontar tus relaciones sexuales de una forma emocionalmente sana y del hecho, innegable de que el aborto no es un método más de anticoncepción. Así ser madre es la decisión más importante de la vida porque te compromete para siempre (ser padre también por supuesto) por eso no se debería obligar a nadie a serlo, pero tampoco estigmatizar y convertir en delincuente a ninguna mujer que, por lo que sea, tenga que tomar la decisión, en conciencia, de no serlo. No seré yo quién juzgué a nadie. La maternidad tiene que ser una opción desde la libertad y el deseo íntimo y personal de serlo. Nadie puede obligar a una mujer a ser madre porque aunque suene extraño hay mujeres que no quieren, porque no tienen ese instinto, porque no es el momento, porque no han encontrado al hombre adecuado para meterse en una empresa que te liga para siempre, porque no quieren serlo solas, porque su profesión no se lo permite o simplemente por elección. No quieren y punto.  Además, la maternidad en realidad no es de color rosa como se nos vende, así lo recoge Laura Freíxas en su artículo "Odio al intruso" compartido generosamente hoy por Ovidio Parades en su muro de Facebook. Nunca olvidaré el testimonio de la hermana de una amiga, madre estupenda de dos niñas, encantada de serlo, que un día hablando de esto decía la siguiente: "Nos venden la maternidad como lo más maravilloso del mundo y, sin duda lo es, pero nadie te cuenta de que tus pies y piernas van a estar hinchados, del dolor de espalda, del ardor de estómago, de las ganas permanentes de hacer pis, o de que te has montado en una montaña rusa de la que ya no vas a poder bajar. Si, ser madre es estupendo, pero físicamente no tanto y esto contando que tengas la suerte de tener un buen embarazo, un buen parto, un buen jefe y de que puedas hacer tu vida normal."

Así que ayer con la aprobación de la nueva ley del aborto, la más restrictiva y a salvo de lo que pase en el Parlamento, que no será nada porque es lo que tiene el juego de las mayorías, me duele que se culpe a la Iglesia. La culpa es del Gobierno, del oscurantismo y de las tinieblas, de la derecha más extrema. De un ministro, vestido con piel de cordero, que se postulaba moderado y que ahora va a convertir a las mujeres en delincuentes. Siento mucho lo que está pasando en mi país, pero hay muchas voces alzándose, sólo espero que se alce el pueblo en las urnas cuando le toque y que mientras tanto conservemos la serenidad, haya paz en nuestros corazones y coraje para luchar por nuestros derechos.





Enviado desde mi iPad

martes, 17 de diciembre de 2013

"Una familia de Tokio" de Yôji Yamada

El domingo fui al cine. Fui al cine sola, después de un finde de amigas donde hubo tiempo para todo: para perderse por las carreteras asturianas, para una cena mexicana en un espectacular hotel rural, para descansar, para compartir uno de esos desayunos que te ayudan a recomponer tu cuerpo después de los excesos de una noche un poco loca.
El caso es que ya había decidido ir a ver la película de "Una familia de Tokio" Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid y, tras intentar, sin conseguirlo, arrastrar a alguna de mis amigas, me fui sola. Quiero decir que fue la mejor decisión porque así pude llorar a mis anchas, sin pudor y casi de forma infantil. Como cuando abres un grifo y no eres capaz de cerrarlo, así salieron mis lágrimas. El caso es que al día siguiente, si me paso la noche llorando (que alguna vez lo he hecho, para que negarlo) mis ojos están hinchados y se me nota mucho.
En mi opinión y a priori, la película tiene un metraje excesivamente largo: 144 minutos y eso me echaba un poco para atrás. Y ¿si resulta que es un rollo y me tengo que quedar hasta el final? Soy de esas personas a las que salir de un sitio antes de haber acabado la exposición, la presentación, la conferencia o, en este caso, la película... me cuesta un poco, más que nada por respeto hacia quien está haciendo su trabajo.
Así que allá fui, tras pagar 8,60 € y cruzando los dedos para que todo saliera como yo quería y esperaba y no arrepentirme del excesivo precio. Hay dinero que merece la pena pagar y el domingo fue uno de esos días en los que estuvo bien empleado.
Cuando salí, después de la perreta del año, pensé en escribir sobre tres cosas, tres reflexiones que se me ocurrieron a la luz del argumento:
1.- la importancia del papel de la actriz principal que hace de madre;
2.- lo asquerosamente egoístas, hasta el ridículo infinito, que somos los hijos;
3.- lo tremendamente generosos que, por lo general, son los padres.
La historia que cuenta es muy sencilla. Un matrimonio mayor viaja a Tokio para visitar a sus hijos, nada raro. Una vez allí se producen los típicos desencuentros entre padres e hijos, falta de entendimiento que no de amor. En principio el viaje es para unos pocos días, una vez hayan visto la situación de los chicos y acudido a dar un pésame, volverán a su pueblo donde les espera su perro en una isla pequeña. El tema es que parece que la madre viaja con otra intención. Tomiko que incluso ha enviado su kimono por correo tiene una misión.
Toda la acción gira en torno a la actriz protagonista a pesar de que es una película coral. Los papeles del yerno, que se sale y de las nueras, la casada y la novia del hijo pequeño, de los vecinos, la niña que se encarga del perro mientras ellos están fuera, incluso el perro son muy importantes a la hora de que se vayan dibujando las relaciones dentro de la familia. Pero toda la acción gira entorno a ella y a su papel como madre. Ella es la voz de su esposo en su relación con los hijos. Ella es la que siempre media. La que siempre intenta ver el lado positivo de las cosas, incluso cuando están en el hotel admirando una noria y las luces de la ciudad por el enorme ventanal. Su cara de delicadeza infinita llena la pantalla. Ella es la que disculpa, perdona, enmienda. Ella es la sonrisa, frente al gesto de su esposo. Ella es la elegancia con su kimono por las calles de Tokio. Ella es el silencio detrás de él. Ella es la que se preocupa de saber cuál es el futuro de su hijo pequeño. Ella es la que una vez que sabe que su pequeño está a salvo puede descansar. Toda la peli pivota entorno a ella. Su relación con su esposo, con sus hijos, con la pequeña Suki (o Suri) (vaya con los nombres orientales)
Luego los planos tan bien traídos, cuando los actores desaparecen de la escena y sólo quedan los objetos, cuando se hace el silencio, las habitaciones, la noria, el mar... Pero la vida no se para y Tomiko sigue empeñada en solucionar lo que la ha llevado a Tokio.
La película reivindica el concepto tradicional de la familia y la tranquilidad, frente al agobio y las prisas de Tokio. Temas absolutamente universales y permanentemente actuales: el conflicto padres e hijos, la falta de comunicación, la aceptación y el respeto al otro, la reconciliación, la soledad después de una pérdida, el duelo.
El padre, el profesor, también está espléndido. En un momento confiesa a su amigo que no tiene ningún motivo para sentirse orgulloso porque no ha sido capaz de sembrar en sus hijos el amor por su pueblo y todos ellos se han ido y su pueblo se muere o cuando al final se planta y les dice que no se hable más, imponiendo su criterio y autoridad de padre. Pero lo mejor es cuando habla con su futura nuera, Noriko,  y la niña tan contenida hasta ese momento, se derrumba. Al final el hombre le confiesa haber reconocido en su hijo a su esposa (buff, ya estoy llorando otra vez) y resulta que lo que él creía que hacía débil al hijo, le hace grande. Ve en el chaval el reflejo de su madre y sabe que no lo han hecho tan mal. La madre habla por boca del profesor.
Entonces la película se acaba. Cuando todos ellos se han quitado la careta y la vida vuelve a su cauce, si es posible que vuelva.
Hace unos años, frente a la enfermedad de una persona joven y cercana, me plantee cosas. Si me dijeran hoy que me quedaba un año de vida, una de las cosas que haría inaplazables sería viajar a Japón (en aquella lista había algún que otro destino más, alguna llamada de reconciliación o de intento de ella y alguna otra cosa que tengo pendiente) Desde el domingo sé, que con un año de vida o media vida por delante, entre las cosas que tengo que hacer, sí o sí, es viajar a Japón e intentar comprender esa cultura tan distinta a la nuestra, tan misteriosa, tan bonita.
Os recomiendo que veáis la película.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Flores, lluvia, vida



Flor del avellano.
¿Has visto las flores de los avellanos? Nunca me había fijado en ellas. Siempre han estado ahí, pues ésta es tierra de avellanos y en mi pueblo hay muchos. Durante el mes de setiembre podemos recogerlas desperdigadas por los caminos. Arrojadas por las ramas generosas que probablemente hartas de tanto equipaje se deciden a soltarlo. En mi pueblo hay mucho de todo, menos riqueza. Las aldeas asturianas, en general, las de montaña en particular, son pobres de solemnidad porque las tierras son muy cuestas y porque si nos descuidamos no hay un paisano o paisana que tenga más de 50 metros cuadrados de finca sin tener un problema de lindes con los vecinos, vecinos que casi siempre son parientes. Me refiero a que aquí predomina el minifundio en su expresión más estricta, pero avellanos hay muchos, muchísimos, son pequeñajos y la mayor parte de las veces son monteses. Las avellanas no son redondas, sino con forma de aceituna, sólo que diminutas. Pero son muy sabrosas, saben a avellana de verdad. Así que el otro día, mirando, echando tiempo en mirar, descubrí que las flores de los avellanos tienen "la flor menos flor" tan poca flor que pasa desapercibida y me encanto. Las flores de los manzanos, sin embargo, son bonitas. Tampoco son flores rotundas, ni olorosas, ni de un color exagerado. Son flores delicadas en forma, olor y color. También son flores muy asturianas. Ay, que sería de nosotros sin la sidra, sin los llagares, sin las manzanas. No conozco nada que una más que unos culinos de sidra, casi siempre entre amigos, para celebrar algo, lo que sea. El caso es siempre tener algo que celebrar, aunque sea que un día más sale el sol.
Aquí ha dejado de llover cinco minutos para volver a empezar. Hace muchísimo frío y es extraño porque tenemos 7 grados, lo que pasa es que como hay tantísima humedad tenemos el frío metido en el cuerpo. Ahora llueve con rabia. Cada vez son más frecuentes las tormentas. Esa lluvia que cae insolente haciendo daño a la tierra.  Antes llovía con placidez, orbayaba. Esa lluvia fina que no hiere la tierra, pero la empapa y la llena de vida. Esa lluvia que te deja salir sin paraguas, pero que te  convierte en una sopa, porque es como la gota que acaba haciendo un agujero en la roca, persistente, constante. 
Recuerdo todas las tardes grises del colegio, mirando por la ventana, pensando en las musarañas, orbayando, orbayando, todas las tardes, todos los días, tantos años. Entonces no teníamos prisa por dilatar el tiempo, porque el tiempo nunca pasaba y nosotros  no crecíamos. Ahora es otra cosa. Estudié la EGB en un colegio de monjas (porque SI, yo fui a la EGB). En un edificio gris que es el recuerdo que tengo de mi primer día de cole. Allí recibí la mayor parte de la información que necesite para la vida. Siempre he sido muy Fiona y muy poco Barbie y, ya sabes, las niñas en el cole suelen ser muy crueles. Pero tuve la suerte de beberme todo lo que me dieron las monjas que fue mucho, lo que me dieron mis padres que fue más y la suerte de no ser de las más tontas del colegio lo que me permitió sufrir lo justo y tener fantásticas amigas de aquella época. Desarrollé un poco de talento y mucho de amor propio y sólo me afectaba lo justo lo que decían de mi. Hoy siempre le digo a mi madre que ojalá la gente sólo me pueda criticar por mi peso. Sólo espero que digan que soy buena persona.
Luego hice el BUP y el COU en un instituto de barrio, barrio. El mismo barrio dónde vivo ahora, sólo que ahora no es lo que era ni su sombra. Todos los yonquis que nos aterrorizaban en los 80 se han muerto. Se perdió mucha juventud en esos años fantásticos de la transición, nunca lo había visto así, pero es cierto. Fue la época de la libertad para todos menos para ellos. Fue una lacra.
Te podía pasar de todo yendo a aquel instituto, pero una vez dentro, reinaba una atmósfera de estudio y de compañerismo. Tuve profesores fantásticos. La mayor parte de ellos eran un poco hippies, algunos todavía hoy en una sesentena estupenda visten chaqueta de pana. Claro eran los 80. Fumaban como carreteros, pasar por delante de la sala de profesores podía suponer una intoxicación. Eran otros tiempos. Nos dejaban expresarnos con libertad y fomentaban que fuéramos nosotros mismos. Me tocaron las huelgas de estudiantes del 88, mientras me preparaba para ir a la Universidad, siendo representante de los alumnos. Ya ves, no es lo mío pasar desapercibida. Seguí bebiendo de las fuentes del saber y nada, yo en mi historia. También tengo amigos muy buenos de esa época, los mejores sin duda.
Y entonces llego la Facultad. Me equivoqué de carrera, habría podido estudiar lo que quisiera, la verdad... Los niños del baby boom, o sea, mi generación, ocuparon las aulas de la Facultad de Derecho como buitres. Había más de 600 alumnos en aquel curso de Derecho. Tuve un profesor de Griego fantástico que se llamaba, bueno se llama porque es muy joven, Antonio, siempre dijo que lo mío era la Filología. De hecho, el soñaba con que hiciera Clásicas y yo soñaba con dedicarme a la enseñanza, pero de aquella no me pareció práctico. PRACTICO, si no sé lo que significa esa palabra, ni nunca lo he sabido. Yo que no soy práctica ni a la hora de comprarme ropa, ni de ir al super. Cero de pragmatismo en mi vida... bueno lo dicho me equivoqué de carrera, pero no me arrepiento, no suelo arrepentirme de lo que hago, a veces, si de lo que dejo de hacer, porque "la fortuna es de los audaces" y la audacia no es una de mis virtudes, pero bueno...
Ya ves cuántas ganas de hablar. ¡Qué fácil es contar y que te escuchen! Es difícil aburrirse conmigo, soy como un manantial de agua, fuente, que corre y corre. Una vez que me pongo en marcha ya no puedo parar y así en todo lo que toco, capaz de volverme loca y volver locos a los míos cuando entro en bucle,
De todas maneras, te diré que hace tiempo enterré en un baúl parte de la sinceridad que predique durante años, cuando vi que este mundo no es de los sinceros, sino de los falsos y que se consiguen más cosas con la diplomacia, que con la verdad pura y dura. Y disfracé parte de mi, parte que estoy descubriendo ahora con la serenidad, con la paz, con la tranquilidad que da la edad. No es bueno ser sensible en este mundo que vivimos o, por lo menos, no es bueno que se note.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

"Vivir en los cafés" de Ovidio Parades

Hay muchas cosas en la vida que producen placer: una taza de café, una buena conversación, encontrarte en el camino con alguien inteligente que se presta a caminar un rato junto a ti, el abrazo de la persona amada y también, leer El Extraño Viaje. Leer a Ovidio Parades en su blog es un regalo. Leer a Ovidio es un regalo que, a veces, recibimos a diario por la mañana, casi siempre muy temprano, y otras veces se produce en forma de libro, casi siempre en octubre. Así, con el libro en la mano, uno se puede regalar incluso más de una vez en el día. Puedes abrir el libro y recrearte en sus textos una y otra vez. Leer su historia que es la mía, que es la nuestra. Puedes abrir el libro y leer uno de sus textos, cualquiera, elegido al azar, y leerlo sentada en un café; sentada en un banco del Campo San Francisco, nuestro parque; leerlo en un aula de cualquiera de las facultades de nuestra Universidad o leerlo viajando, en avión o en tren, a cualquiera de los destinos que, en un momento dado y por boca del autor, se nos proponen, se nos presentan como apetecibles, deseables.
Llevo días, meses ya, pensando que escribir de "Vivir en los cafés", su último libro. Cualquier cosa que escriba será pobre, porque yo no soy escritora. Soy lectora, pero precisamente mi cualidad de lectora le da un plus a mi opinión: la del lector (valga la redundancia), la del que espera la publicación de la obra como agua de mayo, la que desea tener en sus manos ese producto que me llenará de magia y que dejará de ser producto para convertirse en objeto amado. Mi opinión probablemente no sabrá expresar toda la intensidad que en la lectura de este autor experimentamos sus lectores. Para mi Ovidio es adictivo, en el sentido positivo de la palabra, si es que lo hubiera. A mi Ovidio me emociona y rara vez me deja sin palabras, despierta algo, sobre todo, despierta las ganas de compartir cosas, vivencias. Pero, como yo, existe una legión de lectores que le leen y comentan sus textos en las distintas redes sociales. Muchos nos encontramos todos los días, ya nos conocemos. Ha creado un grupo de opinión en el que treinta o cuarenta personas (son muchas más sin duda) de distinta procedencia y nivel socio cultural nos damos cita en torno a su palabra, en torno a su persona. Yo creo que no deja a nadie indiferente, incluso a aquellos que no suscriben a pie juntillas sus escritos o sus opiniones. Tiene la capacidad de remover conciencias, de movilizar sentimientos, de sublevar afectos...
Volvamos a "Vivir en los Cafés" que es de lo que se trata. Si tuviera que recomendarlo  podría decir que es un libro que habla de amor, pero no es una novela de amor. O decir que es un libro que habla de ciudades, pero no es un libro de viajes. Si digo que los temas principales son el teatro, el cine, la literatura, la cultura en general tampoco mentiría. Las referencias a actrices y actores, películas y obras de teatro, novelas y autores, canciones y cantantes, música en general son incontables. Destacar a la familia como otro de los grandes pilares sobre los que se sustenta el libro, también.
De todo este mosaico cuyas teselas principales son  amor, familia, ciudades, cultura, ninguno de los temas prevalece por encima del otro. Si acaso ocupa un lugar principal el amor. El amor con mayúsculas: el amor por su pareja, el amor por su madre, el amor por su hermana, el amor por todas esas actrices a las que admira, el amor por las mujeres en general en las que encuentra tanta complicidad, el amor por la cultura en todas sus formas de expresión.
Yo tuve un profesor que decía que el Latín era importante porque todo lo que nos rodeaba era Latín, que ROMA es AMOR al revés y que, como recordaba Carmen el otro día, paraba sus clases  para que disfrutaramos el amanecer. Grande Fortunato, que enseñará Latín a las estrellas.  En "Vivir el los cafés" todo es amor, amor y cultura. Porque, en realidad, todo los que nos rodea es AMOR y CULTURA, y hay que reinvindicarlos a ambos. Y en este momento de crisis emocional, existencial y económica, lo más importante es reivindicar la cultura como una forma más de amor, en este caso la del artista que entrega amorosamente su obra a sus lectores.
Ovidio es un excelente contador de historias, las reales, las que conoce, las que ha vivido. Es un mago de la palabra, tejedor de sueños y creador de vidas imaginarias o inventadas, de vidas de película.
Es también cronista de una época, la que vivimos, la actual, inmersa en este trance, túnel oscuro, en el que tanto tiempo llevamos esperando que vuelva la la luz (la luz volverá como el verano, porque el verano siempre vuelve). Es portavoz de una generación, la mía, la de mis amigos, la de mi hermano, la de los que como yo fuimos niños en los setenta, que jugamos en la calle, o no; que tuvimos una Nancy, o no; que visitábamos a los abuelos en el pueblo, o no; que veraneábamos en el Mediterráneo, o no. Todos nosotros creíamos  que la vida podía ser maravillosa y que nuestras vidas serían más fáciles que las de generaciones precedentes. A veces, sus textos se llenan de melancolía y de un halo de amargura, en esos momentos se viene arriba. Pero ojo, sus textos llegan a todo el mundo, no sólo a sus contemporáneos. Son momentos universales por los que todos hemos pasado o vamos a hacerlo. Amor, desamor, traiciones, la emoción del primer beso, las primeras veces de tantas cosas, el encuentro con la persona definitiva con la que compartir tu vida, la enfermedad. Ovidio le da excelencia a lo cotidiano.
Creo que Ovidio guarda en su pluma muchos éxitos por venir, muchos descubrimientos de personajes fantásticos, muchos premios. Ovidio, tenemos que seguir esperando  pero, de momento, vamos a disfrutar de ésta tu última obra y del resto de tu producción.
Así que, si no sabéis que regalar esta Navidad, o si sois de los que como yo gustáis de regalar momentos de placer en forma de lectura, animaros a comprar algo de Ovidio Parades,  no os arrepentiréis.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Recolección: 1. f. Acción y efecto de recolectar.

recolectar.
(Del lat. recollectum, supino de recolligĕre, recoger).
1. tr. Juntar personas o cosas dispersas.
2. tr. Recoger la cosecha.

2. tr. Recoger la cosecha.
He conocido a un niño. Su padre es recolector. Son peruanos, aunque el niño, que tiene seis años se empeña en decir que es español. Vale, técnicamente es español. Nació en España, pero es peruano. Todavía no sabe lo importante que va a ser en su vida su origen, el origen de sus padres. El principio de su historia como persona.
El niño es uno de esos pequeños tesoros que la vida (y sus padres) depositan en mis manos para echarles una mano (pequeñita) en este principio del camino. Cuando les explico a los niños que la vida es un camino, no soy consciente de lo complicado de esta metáfora para ellos. Pero sí, la vida es un camino. Y en el camino de mi vida, casi todos los setiembres aparece un niño o una niña, que se hace un hueco para siempre en mi corazón. Sólo espero que ellos recuerden algún día con cariño el tiempo que pasamos juntos. Y así, he visto como Claudia aprendía a leer; Alba dejaba de llorar superando una timidez casi enfermiza, que a mi llego a preocuparme, cada vez que Marisa o yo le dirigíamos la palabra. Y así, un setiembre tras otro y ya son siete. He visto también la crueldad infinita de los niños y eso no me ha gustado nada. Nos queda tanto por hacer a los adultos para evitarles a los niños esos comportamientos torticeros, hirientes, injustos, tan propios de mayores. He visto a niños hacer daño con palabras de adulto, sólo por el placer de herir al otro. He escuchado palabras en su boca que escupían sus mayores. Si lo pienso fríamente, cosas terribles. Eso no me gusta nada, pero también forma parte del escenario que me ha tocado vivir.
Bueno, volviendo a Adrián que así se llama mi tesoro peruano. El padre es recolector. Recoge la cosecha. Una de las profesiones más humildes y hermosas del mundo, sin reconocimiento, sin apenas ruido, sólo él y, en este caso, las plantas de arándanos que crecen en Bueida y que se comercializan en el extranjero. "Recolector" me dijo "re-co-lec-tor" haciendo hincapié en las sílabas, cuando yo le dije "será agricultor" Pues no, es recolector. 
Me encanta como usan las palabras esta gente venida del otro lado del mundo, como las acarician, como usan el español, el idioma que nos une, el que tenemos en común, como recuperan palabras que lo enriquecen.
Un par de semanas más tarde, le pregunté a Adrián si tenía novia y me dijo muy serio que le gustaba una niña que era su amiga (yo ya había adivinado quién era la niña) y le dije "¿Rubia y con los ojos azules?" "Si", me respondió "pero, no quiero que lo sepa, porque me avergonzaría toda mi vida"
¿No es un amor mi pequeño peruano? 
Adrián tiene un punto añadido. Lee genial con apenas seis años. Es increíble como lee. Me ha dicho, gente que conoce a sus padres, que están muy implicados en su formación. Su madre me decía el otro día que leían juntos y que ella hacía mucho enfásis en la lectura y luego el niño la imitaba. Me decía que leían juntos y que luego le decía al niño que le contará lo que había leido. Quizás está intentando que su hijo no tenga más que trabajar con las manos, en la tierra, cuidando la finca de otro, mimando los frutales que no son suyos. Quizás sueña con un futuro mejor para él, aquí en España tan lejos de su país. Si, seguro que ese es su sueño.
Aún así tengo un reto con él, y es que me mire a los ojos cuando le hablo. Estoy segura de que llegará el día en que podamos mirarnos a los ojos. Bueno es un niño. Habrá que darle tiempo.

1. tr. Juntar personas o cosas dispersas.
Y resulta que he conocido a un hombre que es recolector. "Re-co-lec-tor" como diría Adrián.
Se dedica a recolectar cosas.

Recolecta sueños y proyectos, los suyos propios y los de los demás. 
Para darles forma. Para hacerlos reales o por lo menos, intentarlo.
Recolecta horas de sueño, las mías y, me imagino, que las suyas propias.
Recolecta eficacia, discreción y verdades...
Recolecta ideas, pensamientos, conocimiento...
Recolecta todo o casi todo lo que se puede, se deja o merece ser recolectado.
Recolecta momentos, vivencias.
Recolecta excelencia.
Recolecta fotos que luego regala.
Recolecta bosques, rebecos y corzos, castaños, fayas, luces y sombras.
Recolecta nieve y momentos nevados.
Recolecta sentimientos.
Y observa y escucha, pero no juzga.

Y yo a punto mismo de escribir mi carta a los Reyes. Me pido tres cosas:
 - Un saco de sonrisas para compartir,
-  otro saco para recolectar las vuestras,
-  y me pido, tu silencio, tu sosiego, tus pensamientos, tu conversación, tus manos y tus besos.

De ti, me lo pido todo.

P.D. tranquilos, pero no sé si este otoño loco me ha traído inspiración en lugar de la melancolía que yo esperaba. Y ha puesto mi vida del revés. Bueno será cuestión de dejarse llevar, pero tranquilos que sólo es poesía.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Un año ya

Un día de estos hará un año desde mi primera entrada en el blog. Blog que nació de la manera más tonta posible y que, tras crearlo, durmió el sueño de los justos una larga temporada. Sin embargo, un reencuentro, desafortunado por el motivo, pero alegre por lo que supuso, me llevo a escribir el primer texto. Y aquí estoy, hoy, casi un año después y con casi 3000 visitas que para mi es un récord teniendo en cuenta que es un blog de nada (no es ni de recetas, ni de moda, ni de música, ni de literatura, ni de estilo), pero a la vez es un blog de todo, porque es un blog de sentimientos, de alma, de proyectos y de futuro, sobre todo, de futuro. Y como, en el fondo, todo somos un poco voyeur y nos encanta escudriñar las vidas de los otros, igual este desnudo integral que hago de vez en cuando es lo que engancha. A todos nos gusta mirar por las ventanas de cortinas descorridas o directamente sin cortinas, porque hay de todo. Mirar el interior de las casas. Adivinar o jugar a adivinar quién o qué se esconde dentro. Y quizás, si no escribiera sobre mi, sobre los míos, sobre lo que leo, lo que veo, lo que me duele, lo que me hace fuerte, quizás mis amigos no se acercarían a leerme. O mejor, quizás, y esto también lo pienso y lo creo, mis amigos me leen porque me quieren y ese amor y esa energía son los que me hacen seguir día a día. Y es, por eso, por lo que hoy quiero hacer un acto total de egocentrismo y dejando que el mundo sea el que giré a mi alrededor y no girar yo al ritmo de él, reivindicar lo mío.
Y quiero reivindicar lo mío, a mi familia: mis padres que me dieron alas para volar sola y criterios para saber hacerlo. A mi hermano por traer a Laura a nuestras vidas y por tantas otras cosas. A Laurita por querer a mi hermano. A los dos por regalarme a Hugo. A  Hugo por llenar una parte importante de nuestras vidas y hacerlo con sonrisas y esperanza. A mis abuelos y a mis tíos. A mis primos, a los que me conocen y a los que no. A los que no están, porque nos han dejado, pero que cuidan de mi desde dónde estén. Siento su energía y su herencia en muchas ocasiones. A mi tía Domitila. No sabes cuánto se te echa de menos en este otoño que es invierno por momentos, la lumbre de tu cocina y tu conversación, las ganas de vivir que te acompañaron hasta que te rendiste. A mi tía Hortensia que me transmitió, no se sí era consciente, la importancia de ser independiente. A mis abuelos paternos, Ludivino y Rosario, ¿qué pensarían de esta nieta suya anclada por voluntad propia en el puerto de esta minúscula aldea asturiana?
A mi abuelo Arturo. Tan alto y tan fuerte. Con su olor a colonia. Tan vasco, a pesar de los años vividos en Asturias. Vencido por la artrosis desde siempre, o, al menos, desde que yo tengo consciencia. Con sus ojos azul mar, que te transmitían intensidad e inmensidad. Con su gesto adusto cuando no le gustaba algo que habíamos hecho. Repasando con nosotros, mi hermano y yo, ortografía todos los sábados y, más tarde, todos los domingos. Cenando sopa de arroz, sin caldo. Comiendo una tortilla espectacular cocinada por el mismo. Llevándole el desayuno a la cama a mi abuela. Aguantando, estoico, las mil perrerías que le hacía mi primo Alberto que llegó cuando casi los demás éramos adultos. Porque Alberto, que hoy es un hombre hecho y derecho, era un trasto que cada domingo agujereaba con el gancho incandescente de la cocina de carbón el caldero de fregar de mi abuela Elena.
Reivindico mi ciudad: Oviedo. Pequeña, gris, burguesa, sin mar, que te permite ir andando a todas partes. Agotando en medio de la crisis su antiguo esplendor provinciano. ¡Ay! si no fuera por los Premios Príncipe y el Teatro Campoamor.
Reivindico mi pueblo: Salcedo en Quirós. Minúsculo como ya he dicho, con sus montañas, las mías, su bosque de robles, castaños y avellanos. La faya de Selino, que de tanto decirlo ya es un poco mía y que marca el paso inexorable de las estaciones y de los años, observando el ir y venir cadencioso de los vecinos a su alrededor. Mi aldea con sus necesidades y carencias, con sus vecinos, sus traiciones, sus necedades y su mediocridad. "Pueblo pequeño, infierno grande" dicen acertadamente. Me da igual, yo allí soy feliz, soy yo misma, he encontrado mi sitio.
Reivindico a mis amigas: a todas, a pesar de todo. A las de siempre, a las nuevas, a las solteras, a las casadas, a las únicas, a todas. Pero hoy, no sé el porqué quiero reivindicar a Claudia, porque siempre está ahí, en las buenas y en las malas, aunque pasen los años y las circunstancias cambien. A Bea porque me transmite serenidad y es un descubrimiento, por su corazón, por su saber estar, por haber traído a su familia a mi vida, por su niño que es un amor, por su hermana y por su madre. Y a Jacque, porque ella y yo sabemos que lo que hay entre nosotras si es auténtica amistad, que ha ido creciendo con los años, madurando como nosotras, echando raíces firmes. Gracias por todos lo ratos que me acogieron y me acogen, aunque yo ahora sea menos vulnerable (¡Gracias a Dios!) Sus familias, las de las tres, son las mías.
No puedo ponerlas a todas porque esto se haría eterno y seguro que me olvidaría a alguna, aunque bueno con esto de editar siempre se podrían añadir. Dos más: Susana por demostramos lo fuerte que es y luchar como una loba por salir triunfadora. En esta vida para llegar hay que luchar, luchar siempre, sin rendirse. Susana eres única. Y a Maite por volver a mi vida, aunque nunca se fuera del todo.
Todas ellas saben que tiene un trocito de mi corazón y que sin ellas yo no sería la que soy hoy.
Reivindico: lo bueno y lo malo que hay en mi. Mis virtudes, que las tengo, y mis defectos por los que pido perdón desde aquí. Mi mal humor, mis idas y venidas, mi locura, mis miedos, mis temores, mis sueños, mis ilusiones. Mis guerras, mis batallas perdidas de antemano. En definitiva todo lo mio, precisamente por serlo.
Y reivindico a Lola porque me ha hecho más humana, a pesar de su condición. Me ha hecho más humana, más responsable y menos egoísta. Porque cada día, a pesar de su cabeza dura, su necedad, su mala educación, su manía persecutoria por gatos y gallinas, me enseña el significado de la mejor terapia, la del amor,  y actualiza el significado de incondicional. Y porque, sin duda, sin ella este blog no existiría o quizás sí, pero se llamaría de otra forma.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Cementerios

Hace un tiempo una de mis amigas empezó un blog (que abandonó como casi todo el mundo hace, ya me parece a mi que esté mio dura mucho) y en una de sus primeras entradas escribió sobre el día de Todos los Santos. Puede ser un topicazo escribir esos días sobre cementerios, pero un comentario de esta mañana en mi Facebook, me ha dado pie. Dice Cris que delante de la Iglesia de Salcedo descansa un pedazo de su corazón. Se refiere a su madre a la que perdió muy pronto, demasiado pronto y a la que seguramente ha echado muchísimo de menos en tantas ocasiones, también ahora que va a ser abuela, sus consejos y su buen hacer le vendrían bien. Pero yo me preguntó ¿podría cuantificarse el dolor que sentimos por la ausencia de los nuestros? ¿Cuánto echamos de menos a los que no están? Yo creo que no hay medida para hacerlo, ni en litros de lágrimas, ni en noches desvelados por su pérdida, ni en momentos de vacío que quisieras llenar. Cuántas cosas le habría dicho que no le dije, cuántos planes por realizar juntos, cuántos besos y abrazos perdidos, cuántos "te quiero" a medias.
Yo he ido hoy temprano al cementerio, a dejar unas flores, sencillas y guapas, una oración a mis abuelos paternos. Abuelos a los que perdí siendo una neña y de los que conservo muy pocos recuerdos, apenas ninguno. Sin embargo, mis abuelos están en una foto en la sala de mi casina de Salcedo. Una foto que el otro día mi sobrino, de apenas tres años, reconoció también en casa de mis padres en Oviedo y preguntó que quienes eran. ¡Ay los niños! Perfectos observadores de la realidad que les rodea, aún cuando creemos que no se enteran de nada. Ojo con ellos, que oyen, ven y comprenden más cosas que nosotros adultos sordos, ciegos y de cortas entendederas.
Me pierdo, perdón.
Visitar los cementerios forma parte de la tradición, independientemente de las creencias. Y es una tradición que no se pierde, a pesar de las modas, transmitiéndome de padres a hijos, o en este caso, el mío, a nieta. Es una forma de manifestar respeto y recuerdo a los nuestros que no están. Un día para hacerlo públicamente. Alguno pensará "es un día para aparentar" bueno, pues sí, para que negarlo. También es un día de encuentro no sólo con los muertos sino también con los vivos. Personas que sólo se acercan al pueblo por Difuntos. Claudia y yo era el día que nos veíamos despues de pasar el verano juntas. Era una cita obligada.
Yo fui el miércoles en Oviedo: horarios de cierre y prisas, estrés y tráfico, aparcamientos repletos y municipales regulando la circulación... Qué distintas son las cosas en las ciudades. En los pueblos la puerta del cementerio suele estar abierta. En estos días las mujeres, en su mayoría, se afanan en limpiar nichos y sepulturas. Son momentos de intimidad para algunos y de comunidad para otros (recordad a las mujeres manchegas de Almodóvar en la película "Volver" marujeando en el cementerio).
Muchos cementerios hoy son lugares de culto. La gente acude a ellos a presentar su admiración a estrellas de cine, cantantes, políticos, escritores... Así la gente visita en el cementerio de Montparnasse en París a Julio Cortázar o a Simone de Beavoir y Jean Paul Sartre que fueron amantes y hoy descansan juntos. Otros son auténticas atracciones turísticas como el Cementerio Judío de Praga, el cementerio de Eyüp en Estambul situado sobre una colina con vistas al Cuerno de Oro y que da pie a un fantástico y larguísimo paseo entre tumbas, el de Mirojob en Zagreb donde junto a fantásticas construcciones funerarias, mausoleos y esculturas te puedes encontrar turistas de todas las nacionalidades. En Asturias tenemos el de Luarca, pero todos y cada uno de los cementerios de nuestras aldeas son bonitos y  tienen un significado especial para quienes tienen a alguien en ellos.
Los cementerios son sitios seguros, donde se respira paz y tranquilidad, nadie quiere perturbar el descanso de los muertos, en ellos puedes encontrar el silencio tan necesario algunos días, por eso deberíamos de ir más veces de paseo hasta allí. La paz de los muertos y el arte funerario son una buena combinación para pasear.
Hoy es un día especial, todos los 1 de noviembre lo son. Es un día emotivo, triste y alegre a la vez, que da lugar a encuentros familiares.
Los nuestros no están, partieron de este mundo, pero cuidan de nosotros. Como dice Cris se llevaron un trocito de nosotros que descansa junto a ellos. Mi recuerdo hoy para los míos, que obvio mencionar y también para los que se fueron este año, en especial para Goyo, Eva y Carmen, todos de forma anticipada, todos llevándose parte de nosotros.
Hoy en medio de la resaca de Halloween para muchos, me quedo con mi tradición.

martes, 29 de octubre de 2013

Mi abuela Elena


Mis abuelos Elena y Arturo, más conocido por Pepe el Vasco.
Mi abuela Elena mantuvo un romance con Manolo Escobar, pero a la luz de las muestras de cariño que el artista ha recibido a su muerte, pienso, o mejor, estoy en condiciones de afirmar que Manolo Escobar fue medio novio de todas nuestras abuelas, aquellas a las que tanto les gustaban los pasodobles, la tortilla de patatas y las verbenas de barrio en el verano. El suyo fue un romance conocido por toda la familia, incluso por mi abuelo. Fue una historia que yo, en cierta medida, alente pues, en una de nuestras aventuras, nos plantamos ella y yo en un concierto que dio en el Campoamor en los años ochenta. Yo sé que aquella tarde, a pesar de que también actuaron otros artistas, era una especie de gala, mi abuela fue feliz viendo la estrella de su artista favorito brillar bajo la luz de la majestuosa lámpara del teatro. Lámpara, que por otro lado, le encantaba y que siempre destacaba como uno de los tesoros del vetusto teatro ovetense. Ayyyy el su Oviedín, rancio y con olor a alcanfor, qué pensaría hoy de esta ciudad asolada por la crisis.
Mi abuela Elena también admiraba como a un nieto a Raúl González. No se perdía ni uno de sus partidos, cuando el fútbol sólo lo ponían los sábados por la noche en la 2. Si jugaba Raúl, allí estaba ella como la mayor futbolera. Era igual que jugará con el Real Madrid que con la Selección Española. A mi abuela no le tocó ver la salida de Raúl de la liga española, ni los triunfos de la Roja porque entonces el olvido ya se la había llevado, pero se lo contamos. Le contábamos esos triunfos y todo lo que pasaba alrededor. Mi madre le narraba los acontecimientos o noticias que iban sucediendo, estableciendo un canal de comunicación entre esta vida y la muerte. Ella instalada en un paso intermedio entre este mundo y el otro, sin ánimo de abandonar, ni de rendirse, agotando las fuerzas y los recursos, los suyos y los nuestros.
Durante el tiempo que duró su enfermedad murieron la Jurado y la Dúrcal, cambiamos de Papa, la selección española ganó una Eurocopa y un Mundial y ETA, por fin, anunció que dejaba de matar. Esta noticia la hubiera hecho inmensamente dichosa, porque mi abuela estuvo casada con un vasco, el padre de sus hijos, mi abuelo y conocía de primera mano el carácter noble de ese pueblo, que no se merecía esa lacra, ni que una gran mayoría de los españoles les apuntaran con el dedo acusador, declarándoles a todos ellos culpables de la existencia de la banda asesina.
Pasaron más cosas en nuestras vidas. Casi siete años dan tiempo para mucho. Fallecimientos, bodas y nacimientos dentro y fuera de la familia. Algunas noticias, como el matrimonio de mi hermano o el nacimiento de Hugo, la hubieran llenado de alegría; otras noticias la hubieran sumido en la más infinita tristeza. Puedo imaginarme como ella, arrebatada en sentimientos y exagerada en las formas (mis amigas dicen que en eso yo soy su viva imagen) hubiera puesto el grito en el cielo al saber la pérdida de sus primas Carmen o Mari-Luz. Hoy, mi madre, mucho más comedida, mucho más vasca, usa expresiones idénticas a las que usaba ella y yo, que físicamente soy más quirosana, soy igual de emotiva, expansiva e histriónica que ella. Por eso, qué cosa son los genes…
Sufría mucho, era innato a su carácter, sufría como esposa, como madre, como abuela y como hermana. Yo creo que sufría un poco por tradición o por costumbre, pero también disfrutaba enormemente de la vida. Ella acostumbrada a estrecheces, que no a hambre porque en su casa nunca falto de nada, que para eso mi abuelo se reinventaba en mil y uno oficios, disfrutaba como una enana del vino con gaseosa, de un pastel de Camilo de Blas, un lápiz de labios nuevo, un par de zapatos para estrenar, pasar una tarde con los suyos o ir con su nieta a merendar al Rialto. A mi me enseño que para ser feliz hacen falta pocas cosas materiales, sólo amar y ser amada, querer y sentirse querida.
Su casa siempre estuvo abierta a mis amigos y en su mesa siempre hubo un sitio para un invitado imprevisto.
Han tenido que pasar casi dos años, un año y casi once meses para ser más exactos, para que yo sea capaz de abrir el baúl de los recuerdos y poder pensar en ella sin llorar y poder ir hacia atrás en el tiempo y recordar las cosas que hicimos juntas. Las excursiones cuando yo iba al cole con las monjas; las meriendas en el Rialto mientras estudiaba la carrera en el caserón de San Francisco; las veces que fuimos juntas al teatro, al cine o a la zarzuela; el café negro, hecho siempre de pota, que a mi me gustaba beber en aquel juego de café diminuto y tan mono, como de muñecas, que hoy forma parte de mi herencia.
Ha tenido que pasar ese tiempo y morirse Manolo Escobar, para que yo haya sido capaz de escribir esto y para devolverle el papel protagonista en la historia de mi vida. Mi abuela que se merecía todo, se merecía algo así. Un recuerdo bonito y cariñoso que sé que mis amigas celebrarán, porque sé que ellas también la quisieron. Mi abuela se merecía esto y no todo lo que paso. Lo que pasamos, en especial mi madre. Alguién tenía que dibujar a la Elena verdadera. La Elena que era capaz de ir al fin del mundo por los suyos. La Elena auténtica, amante de su familia, cocinera incansable, actriz universal. La Elena que cantaba mientras tendía. La Elena que fregaba la cocina de carbón con arena y estropajo. La Elena que yo conocí, la que conocimos todos. La que queríamos, la que queremos conservar…Al final de la historia, gracias a Dios, el tiempo te hace ver que las cosas no son ni tan malas como parecen, ni tan buenas como creemos y las piezas como en un puzzle encajan por fin en su sitio.

martes, 17 de septiembre de 2013

Una historia que contar: "Dejar las cosas en sus días" de Laura Castañón.

Estoy leyendo la primera novela de una autora asturiana, Laura Castañon, siguiendo una recomendación de Ovidio Parades al que podría definir como mi personal trainer en esto de la cultura, sin quitarme mérito a mi misma, pues reconozco que soy un poco autodidacta. Ovidio tiene la facilidad de hacer atractivo todo lo que toca, yo por lo menos tengo esa percepción. Su labor como divulgador no tiene desperdicio, pero este tema tendrá que dar para otra entrada. Lo prometo. Él se lo merece, ya que el momento que vivimos no le da el reconocimiento que se merece en forma de trabajo, que seamos sus lectores los que lo hagamos. Ojalá estuviera en mi mano auparle a ese puesto que tanto espera.
La novela de Laura se titula "Dejar las cosas en sus días" y está publicada en Alfaguara por si a alguno le interesa.
Domitila, año 2010
Con independencia de la historia principal que narra y de los lugares comunes que retrata, el caso es que ayer mismo leí la historia del ama de cría, Camino, a la que se muere el hombre en la mina, dejándola con un bebé de pecho y tuve que dejarlo pues se despertaron en mi miles de emociones.
Por eso, hoy, me gustaría escribir acerca de una de mis tías, la mayor, a la que la mina dejo viuda con 33 años embarazada del segundo guaje y con otro de 8 y cuyo primer acto de rebeldía fue quitarse el pañuelo el día que con su padre, mi abuelo, bajo a hacerse el carnet de identidad tras la pérdida del marido (éste seguramente sería el trámite previo para poder cobrar su pensión de viudedad). Ella me inspira tanta ternura en forma de recuerdos, recuerdos que fui acumulando en los últimos años de su vida gracias al tiempo que pasamos juntas, recuerdos que atesoro, aunque algunos sean dolorosos, recuerdos que guardo en mi corazón, sabedora de su valor. Sólo lamento no haberla escuchado más y no haber tomado notas, no haber tenido más tiempo, pero quién me iba a decir a mi que a ella, que parecía hecha de un material sobrehumano, la iba a perder tan rápido.
Por ella supe que mi tía Maruja se llamaba María Beatriz porque a mi abuela le llego la hora del parto en casa de un sastre de Pola Lena, cuando habían ido a comprar el traje de novia de su hermana Isabel. La niña nació en casa del sastre y las hijas de éste eligieron el nombre: “María y Beatriz, pero para que la llamen Marujina” que de aquella era muy moderno.
Ella me contó también que mi padre podía haber sido maestro porque el maestro le dijo un día a mi abuelo “Si me das esas dos vacas, te sacó al guaje maestro” y mi abuelo le contestó que no podía ser porque tenía otros seis hijos a los que alimentar; que mi tía Hortensia era la que más aprendía en la escuela; que mi tío Amador era tan guapo y con unos ojos tan azules que todos pensaban que era una nena y que mi tío Armando fue el guaje más mocoso que ella hubiera visto nunca.
Que Elsita la de Silvestre era la más lista de la escuela; que algunos vecinos para ayudarla le segaban los praos y cuando ella llegaba ya estaba la mitad del trabajo hecho; que se enteró que había empezado la guerra subiendo a la mortera con Damina y que parecía que lo que empezaba tenía más de fiesta que del drama que vino después.
Con ella aprendí a hacer casadielles y tarta de avellanas como las hacen en Quirós; que siempre hay que tener algo hecho de casa por si viene alguién de visita; que a les pites se les puede dar media aspirina si están malinas y si el huevo está atascado se le da un sorbín de aceite para que lo eche.
En esta vida no hay lugar para la pena, ni para la resignación. La mina le robó al marido y también su corazón, al que enterró con el su José; nunca más volvió a apasionarse más allá de su lucha diaria por sacar adelante a los suyos a los que se entregó totalmente y, en esa entrega, está la justificación, sin duda, de algunos errores que cometió.
Nunca dejó de amar a aquel hombre y más de cincuenta años después no era raro escucharla que fulano había trabajado con José o que mengano y José eran quintos.
Yo no sé, ni sé si quiero saberlo como fue la escena que vivió, tengo entendido que fue al ver la cara de mi abuelo cuando adivino la magnitud de la tragedia y lo que se le venía encima. Una semana antes se había casado mi tía Hortensia y el mismo traje de vistió José aquel día festivo fue su mortaja. A ella hacía poco que se le notaba que iba a ser madre otra vez y ese hijo no nacido, que lo haría apenas tres meses después, y el hijo mayor fueron, a partir de aquel momento, el único motor de su vida.
Tuvo dos hijos, pero hubiera tenido más, buscando la hija que la mina le robó; porque la mina roba las vidas, pero también roba la esperanza, los sueños, el futuro... Puedo imaginarme el duelo, su duelo y el dolor infinito de los suyos. Aquellos ojos azules, tan vivos, secos ya para siempre de lágrimas.
Al final de la vida, en los últimos años que compartimos juntas, había relajado su gesto serio y adusto con el que yo cuando era pequeña la recordaba y se reía mucho, nos reíamos juntas por tonterías o por cosas importantes. Al final, siempre creí y hoy lo mantengo, que había calmado su vigilia pensando que ya quedaba menos para encontrarse de nuevo con José y vaya si le quedaba poco, pero esa es otra historia.
Yo mantengo una teoría desde hace mucho tiempo y es que cada uno de nosotros tenemos una novela que contar, nuestras vidas son un argumento mismo y desde ayer sé que alguien escribirá algún día la novela de mi tía, que por cierto se llamaba Domitila.

P.D.: He acabado la novela, con una pena infinita por separarme de sus personajes. Hoy mismo se los presento a mi padre que será el siguiente de muchos otros lectores que tendrá, porque voy a poner a mis amigos en fila a leerla, a unos se la prestaré y a otros se la regalaré. Porque por encima de las ventas (que comercialmente es lo que importa) está el número de lectores a los que llegue. Le he escrito a Laura y me ha dicho cuando la presente, a ver si puedo acercarme. Desde luego, yo me he enamorado de sus personajes y he llorado mucho, muchísimo y el domingo también lloré, lloré por el final de la novela, lloré por tantos que siguen buscando a los suyos, lloré por que no sé si "dejar las cosas en sus días" es lo bueno o no, pero es que hay cosas que es mejor no menearlas...
Gracias Ovidio una vez más por presentarme a Laura y gracias Laura por Efrén, Aida, Camino, Migio, ... y todos los demás.

domingo, 28 de julio de 2013

Un mar de lágrimas


Había sido una tarde fabulosa, una pequeña fiesta familiar en torno a una pequeña tarta de cumpleaños. Habíamos pasado la tarde celebrando la vida. Una tarde feliz en un día de verano, de esos en los que la luz vespertina se cuela entre las cortinas del salón creando una atmósfera especial. Velas de cumpleaños,  risas y canciones la víspera del día de Santiago. Las familias escriben su historia con esos días especiales. Pero hacía mucho calor, demasiado, yo estaba agotada.

Me acosté temprano, apenas un momento en el telediario para escuchar la noticia: un tren había descarrilado en Santiago, ya hablaban de víctimas mortales. Me dormí rápido sobre la cama, con la radio encendida. Me despejé sobresaltada al escuchar en medio del sueño que ya había al menos treinta y cinco muertos.

Por la mañana, la cifra había ascendido a más de 70 y mi primer pensamiento fue que estas cosas sólo pasan en India. No, ha sido aquí, a pocos kilómetros de Santiago, ciudad abierta y acogedora que abre sus brazos amorosos a visitantes, turistas y peregrinos. Ha sido aquí la víspera de una de las fiestas más importantes y queridas de nuestro país, la víspera del día Nacional de Galicia, al lado nuestro, en la hermana Galicia. Y, sí, ha sido en un tren moderno y rápido, en un país con infraestructuras más o menos decentes, en el primer mundo. En el tren, medio de transporte cómodo y seguro, que te permite moverte de forma tranquila y relajada. El tren se convirtió en verdugo y segó la vida, al menos, de setenta y nueve personas.

Hay cosas en la vida que damos por supuestas, los pasajeros del Alvia esperaban llegar en hora a su destino, sus familiares aguardaban también en hora en la estación, deseando reencontrarse, abrazarse, contarse las novedades de sus vidas, celebrar las fiestas. Pero otra vez el azar, la mala suerte, la vida misma que hizo que cogieran ese tren y no otro, que llegaran a tiempo a la salida, apenas un instante y la muerte, la parca cruzó implacable el pasillo del tren decidiendo, en un instante, a quienes quería como trofeos de este viaje en el que unos cuántos sólo tenían billete de ida.

La noticia nos llenó de dolor, un dolor que superó fronteras dado el carácter universal de la ciudad de Santiago. Eran profesores y estudiantes, amigos y Erasmus, sacerdotes y novios, abuelos y padres, madres e hijos… Viajaban a encontrarse con los suyos a un bautizo, a una boda, al entierro de una hermana, a ver a su novio… Iban a continuar escribiendo las historias de sus vidas, las historias de sus familias.

Cuántos sueños rotos, frustrados, finalizados de forma abrupta, violentados, violados. Un dolor que llegó a todos los rincones de España. España entera se tiñó de luto.

Y luego la obscenidad de la información, la inmediatez más absoluta, el exceso elevado a la enésima potencia ¿Es necesario esto? El dolor de las familias retransmitido en directo ¿con qué derecho les robamos su intimidad para vivir su duelo?

y, por encima de todo, la solidaridad absoluta del pueblo: sanitarios, bomberos, conductores de ambulancias, miembros de Cruz Roja, de protección civil, del 112 y el pueblo. El PUEBLO, los vecinos y voluntarios que tras el impacto inicial se fueron a la vía a sacar con sus propias manos a los heridos, a los muertos. Ellos también son víctimas, víctimas del espectáculo dantesco que tuvieron que vivir. Las imágenes me llevaban de forma recurrente a la estación de Atocha. Las colas de gente para donar su sangre. La gente por la vía, ayudándose unos a otros, lamentado la magnitud de la tragedia, pero sin dejar de trabajar en el auxilio del otro. La solidaridad en sentido estricto no entiende de credos, ni de razas, ni de nacionalidades, ni de filiación.

La verdadera DEMOCRACIA es esta: el PUEBLO AYUDANDO A LOS SUYOS, sacándolos de entre los hierros, destripando el tren para encontrar vida entre el horror.

Y ¿los políticos? ¿para qué los queremos? No los necesitamos, sólo contaminan.


miércoles, 3 de julio de 2013

Infortunium

infortunio.
(Del lat. infortunĭum).
1. m. Suerte desdichada o fortuna adversa.
2. m. Estado desgraciado en que se encuentra alguien.
3. m. Hecho o acaecimiento desgraciado.
 
 "Suerte desdichada o fortuna adversa"
En los dos últimos meses he perdido a dos personas cercanas. Cercanas y queridas ambas, aunque de distinta forma (claro que a todas las queremos de diferente forma) De Carmen me negué en su momento a escribir su panegírico, pues cualquier cosa que yo escribiera iba a quedar años luz de lo que ella se merecía y le escribiría su esposo Paco. De Goyo me siento obligada a escribir algo, no sé porqué, quizás porque las últimas veces que lo había visto habíamos estado de fiesta y seguramente él me tenía por una persona más seria de la media, por eso bromeaba menos conmigo (en realidad soy un poco borde) quizás por el tótum revolútum que me ha originado esta muerte, quizás porque necesito hacerlo sin más. Hace dos años en la fiesta del instituto, viendo el interés que yo ponía en sacar las fotos al resto de los compañeros, se empeño en fotografiarme a mi, me hizo una batería de primeros planos (al final, ninguno valía para nada) él puso mucho interés, la modelo no. El año anterior habíamos hecho una sesión completa en la terraza del Club de Golf de Las Caldas, había niebla, humedad, estaba frío, pero allí estuvimos echándonos unas risas María, Miguel, Manolo, él y yo detrás del objetivo.
Carmen y Goyo han tenido mala suerte, ambos estaban en el momento equivocado en el lugar equivocado. Probablemente el guión de sus vidas estaba escrito con este final desde el principio, pero ni ellos, ni nosotros lo sabíamos y por eso, hoy lo lamentamos.
 
"Hecho o acaecimiento desgraciado"
Tanto Carmen como Goyo se han ido como consecuencia de un acontecimiento desgraciado. Los accidentes, los malditos accidentes, el eventual suceso que acaece para producir la desgracia y arrancarnos de cuajo al ser querido. Ya escribí en otra entrada que cuando un joven se muere normalmente es de accidente o de enfermedad. El accidente que implica la muerte repentina, es tremendo. Es como si, de repente, te arrancarán un miembro y te animarán a vivir sin él.  Te ponen en la calle, sin postoperatorio, a vivir de nuevo. Ahora te falta una parte pero, búscate la vida que va a ser así para siempre. A Carmen se le cayó un pedazo de fachada, un momento antes o un momento después hubiera salvado su vida, si hubiera habido un pájaro que la distrajera, un cartel que anunciará una exposición de arte o un concierto al aire libre, una persona a quién saludar, un semáforo en rojo, un paraguas olvidado en casa que la hubiera hecho regresar. A Goyo ha sido el mar, la mar, un fallo de su corazón, las bombonas de oxígeno ... qué más da... si ya no van a estar más.
La fatalidad, la relación causa-efecto, algo involuntario, algo imprevisto, algo fuera de su control o del nuestro... vamos una mierda. Paco, el marido de Carmen, intenta reconstruir su vida dando tumbos; a las hijas de Goyo, Claudia y Andrea y a su mujer, les pasará lo mismo.
Goyo era un tipo grande, su grandeza física, sin embargo, dejaba entrever su nobleza. Era un hombre atento, enamorado de mis amigas Katia y María José a las que cada vez que veía les demostraba su cariño y admiración, un adulador profesional. Echaré de menos como las llamaba. No creo que la vida le haya tratado mal, se había separado, pero deduzco que mantenía una buena relación con su esposa y su familia política. Era en su trabajo todo lo serio que no había sido en el instituto. Recuerdo una vez que lo vi trabajando, me hizo mucha gracia verle allí en su salsa, tan formal. Era un tío legal y era un hombre de afectos. Cuando hicimos 1º de BUP siempre estaba con José Angel, bajaban juntos al instituto desde Pumarín. Luego con los años formaba parte de aquella pandilla de chicos guapos que tantos corazones rompieron: Valentín, Manolo o Miguel. Goyo ejercía en ocasiones de Celestina, pero también fue el hombro que consoló a sus amigos y amigas de tantos desengaños y de tantos desamores, cuando todo lo que nos pasaba era un drama y hoy sabemos que los dramas son otros.
Carmen era una mujer delicada, delicada y simpática, vehemente en la manifestación de sus pensamientos y opiniones. Querida dónde quiera que fuese, querida por su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus alumnos. Tenía alma de artista y era la vara que sostenía a su familia, en la que se apoyaban los suyos. Siempre alegre y dispuesta a hacer cosas. Carmen era un amor.
 
"Estado desgraciado en que se encuentra alguien" que es como nos sentimos todos hoy y nos sentimos hace dos meses. La desgracia se los llevo a ellos, pero nos deja huérfanos a nosotros, a todos nosotros, huérfanos de hermana, de hijos y de padre, de marido y de esposa, huérfanos de amiga y de compañero de instituto, solos para afrontar lo que venga en este verano sin sol, en este verano sin ellos.
Ayer mi reloj se quedo sin pila, ojalá todo fuera tan fácil como cambiarle la pila a un reloj y seguir avanzando.
Descansen en paz Carmen y Goyo.

viernes, 7 de junio de 2013

Deserción emocional

En el tiempo desde la última entrada, han pasado muchas cosas. De la lectura de todas ellas, muy poco bueno. He perdido a una amiga en un penoso accidente y el dolor por su muerte se multiplica por el cariño tan grande que tengo por su familia. Ellos lo está pasando mal, pero saldréis de esto. Seguro.
Me he declarado en "huelga de sentimientos", huelga en la que sigo y además, he pensado que también estoy en "deserción emocional". No sé si es más lo primero que lo segundo, creo que es peor la deserción y en eso ando. Y esto porque estoy cansada. Estoy cansada de que todo me afecte: lo que le pasa a mis amigos, lo que le pasa a mi familia, lo que le pasa a mi empresa, lo que le pasa a mi aldea y a mis vecinos, lo que le pasa a mi país. Estoy cansada y estoy harta de intentar remediar lo irremediable, de sufrir por lo que no tiene solución y de enfadarme cuando mi enfado no conduce a nada. Estoy hastiada, aburrida, enfadada y desencantada. Hastiada de esperar cosas que nunca ocurren porque el guión de mi vida no lo puedo escribir yo y porque en contra el destino no puedo hacer nada. Aburrida de gentes que sólo hablan de si mismos y de que los demás no valen nada. Aburrida de gente preocupada porque el día de San Mateo es sábado y vamos a perder una fiesta local, cómo si esto fuera culpa nuestra y cambiar el calendario estuviera en nuestras manos. Aburrida de quién se cree el ombligo del mundo y que todo gira a su alrededor. Enfadada de marcar el teléfono y obtener un no por respuesta, de negativas, de negaciones, de contrariedades, de adversidades. Desencantada de gente nociva, de gente dañina, de quién no te aporta energía positiva, de quién no ve luz al final del túnel. Yo también creo que nos merecemos que salga el sol de un vez, que ya está bien de lluvia, pero creo que hay que ir un poco más allá y no quedarse sólo en que este año no vamos a tener primavera. 
Sin embargo, como son más las voces que se preocupan por mi que las que están calladas,  el otro día Nacho me dijo que se me echaba de menos en el blog y el último día que estuve con  Carmen ella me animó a seguir escribiendo, me he decidido a hacerlo, aunque para transmitir tristeza vale más no escribir. Por eso quiero traer aquí dos cosas buenas que me han pasado, seguro que me han pasado más, pero bueno estas dos están bien y merece la pena compartirlas.
Me he encontrado un bosque en una ventana. He cambiado el trayecto por el que paseo con Lola por las mañanas. He hecho el recorrido un poco más largo, nos viene bien a las dos, a ella porque se está haciendo mayor y hay que cuidarle esa columna y a mi también ¿no? Y he encontrado un bosque en una ventana, bueno en dos ventanas porque los bonsáis están repartidos. Cada mañana cuando paso por allí, no puedo evitar mirar hacia arriba e imaginarme el trabajo de su dueño cuidando su pequeño bosque. Me llena de emoción (si me emociono cuando lo veo, que voy a hacerle, soy así de floja). Parece ser que en este arte, el árbol representa un puente entre lo divino y lo humano, entre el cielo y la tierra. Así la persona que era capaz de conservar un árbol en una maceta era merecedor de la eternidad. Pues este señor, en un barrio humilde de Oviedo, este señor quién sea, tiene un bosque en su ventana y me apasiona la idea, me encanta. Ya sé que nunca será como el robledal de mi padre, pero algo es algo. Es su aportación a la belleza del lugar inhóspito que es la ciudad. Su aportación a la belleza y a la libertad, porque aunque algunos dirán que los árboles estarían mejor en el monte, seguro que este hombre cuando los mire y los admire sentirá que es afortunado y que parte de su felicidad se la da su pequeño bosque. Y seguro que estoy presumiendo que es feliz y, a lo mejor, lo está pasando fatal, pero bueno prefiero creer eso y cada vez que paso por su calle y miro su ventana, me embarga la emoción y no puedo dejar de sentir un pinchazo de envidia.
Y me he re-encontrado con un chico al que no veía desde hacía años y esto que puede parecer tan banal, también me ha encantado y me ha encantado porque a este chico le conocí en un curso de Informática del que sólo recuerdo que la profesora, que era malísima, llevaba calcetines blancos. Y me lo he encontrado entre libros (que es a lo que él se dedica ahora profesionalmente) y aunque estoy segura de que no me reconoció de mano, recordaba perfectamente que yo tenía una cabaña en los montes de Quirós (bueno Cristian, tengo que confesar que en realidad la cabaña es de mi padre) y ama la montaña y ayer me regalo las fotos de su Facebook, fotos preciosas, colgadas allí para compartirlas, para darlas...Y ha escrito que en el bosque nunca se está sólo. Resulta que alguien con el que apenas has compartido nada más que unas clases de Informática de repente pone un poco de luz en una tarde de jueves. Y parece una tontería, pero no lo es.
Y ahora sé que el hombre del bosque en la ventana tampoco está sólo; por muy sólo que esté tiene su bosque.

viernes, 12 de abril de 2013

Los hijos de ellas

Si me muriera hoy, llamarían a mi herencia (dejo sólo deudas, por cierto) a mis padres, a mi hermano y a mi sobrino en este orden. Sólo tengo un sobrino de sangre, mi pequeño, querido y espectacular Hugo que es la estrella de nuestras vidas, pero no quiero hablar de él ahora.
Si me muriera hoy y se abriera mi testamento sentimental, llamarían a mi herencia junto a los anteriores, a mis sobrinos postizos, en especial a tres, seguro que a éstos fijo: Dani, Martín y Yaiza. Hay otros, pero con éstos convivo más. Así que por proximidad, roce, afinidad o querencia a éstos tres los llamarían fijo.
Escribir sobre cualquiera de los tres es fácil pues cada uno está en una edad fantástica, están viviendo su momento, creciendo, aceptando los cambios en su cuerpo... la mierda de la adolescencia por la que todos hemos pasado y, lo siento, pero hay que pasarla y punto. Dani y Yaiza están haciéndose mayores y Martín empezando a descubrir la vida.
Daniel es un chaval fantástico. Tiene un mundo interior apasionante y 14 años. Habla poco, pero últimamente está cuestionándose todo. La escala de valores en la que se está educando choca con lo que vive en el día a día. Se parece mucho a su madre y va a sufrir, pero de ese sufrimiento va a salir un Dani más fuerte y  mejor. Espero estar ahí para ver su evolución. Cuando te diriges a él para preguntarle o decirle algo, siempre abre los ojos como platos y, a menudo, se encoje de hombros. No hay que molestarle cuando se levanta por las mañanas y hay que dejar que vaya, poco a poco, despertando (lo dicho es igual que su madre) Es muy voluntarioso para trabajar y para echar una mano en lo que sea, buen deportista y un poco distraído estudiando, pero "estamos en ello".
Yaiza es una chica especial. Ha crecido rápido y bien. Es muy inteligente y muy madura. Yo creo que no se parece ni a su madre, ni a su padre y esto es una ventaja porque es ella misma. Yaiza es como la Caja de Pandora con la diferencia esencial de que si se abriera, no saldrían cosas negativas sino fuerza, personalidad y belleza. Es una niña que está pendiente de todo. Sabia, muy sabia presta especial atención y tiene los cinco sentidos puestos en lo que puede aprender de las mujeres que la rodean. Yo creo que es para no cometer errores en el futuro. Le gusta estar rodeada de gente, sabe divertirse, tiene muchos amigos y en mi opinión, igual es demasiado responsable.
Y Martín, que voy a decir yo de Martín con la de veces que siendo un bebé fue  mi paño de lágrimas. Martín es listo, simpático, estudioso... lo tiene todo. Siempre tiene un momento para un chiste y tiene un gesto característico, tiene una forma especial de apretar los labios para mostrar disgusto, pero sus ojos siempre sonríen. Yo creo que nunca le he visto enfadado. Martín es un amor.
No digo yo que sea malo tener sobrinos postizos, sólo tienen un inconveniente y es que me arruinan. Me arruinan económicamente, porque no hay mes que no tenga un cumpleaños. Y me arruinan emocionalmente, y eso que como todavía son muy pequeños no ha llegado el momento de preocuparnos por sus amores, sus proyectos profesionales y en definitiva, por su futuro. Como todavía son muy pequeños, sólo tenemos que preocuparnos por su marcha en el colegio o en los deportes (a poder ser porque acaben las pruebas del triatlón) y (lo peor, lo peor) por su formación como personas.
A mi que no he tenido hijos y que ya lo más fácil es que no los tenga, lo único que me preocupa es que los hijos de ellas sean buenas personas. Lo malo, lo malo es, que aunque tienen buena gente a su alrededor y han tenido buenos padres, ser buena  persona hoy no está de moda, es más, está totalmente en desuso. Y, en eso andamos, en ayudarles a crecer como personas y que sean buena gente, aunque nosotros mismos a veces, no seamos su mejor ejemplo.
Y es por todo esto por lo que hoy les escribo este post y porque algunas veces, hay que recordar a los padres y a las madres, a ellas, a mis amigas, los hijos fantásticos que han tenido, lo bien que han hecho apostando por la familia y lo fácil que es desde fuera juzgaros y criticar vuestras decisiones. Que sepáis que hagáis lo que hagáis, siempre acertaréis porque en vuestro corazón vuestras decisiones serán lo mejor para ellos.
Así que hoy segundo viernes de abril, cuando parece que por fin la cerezal de mi empresa empieza a florecer, un beso para Néstor, Pelayo, Carmen Daraei, Jaime, Daniel, Daniela I, Yaiza, Jorge, Carmen, David, Tomás, Martín, Lucía, Raúl, Marta, Marina, Daniela II, Olaya, Darío, Angel, Nicolás, Pedro y Darío II de Toledo. Seguro que me falta alguno, pero un beso también para ellos.
Bea la de Lola

miércoles, 27 de marzo de 2013

Mi padre


Un día como hoy, mi abuela paterna, obviando el refranero popular que dice que "a la tercera va la vencida" o el otro de que "no hay quinto malo" se plantó e inspirada por la tradición judeo-cristiana en la que la habían educado,  "al séptimo, descansó". Un día como hoy de hace 75 años a mi padre lo fueron a parir en una aldea de la montaña asturiana e hizo el séptimo y último hijo de una familia tipo del momento, dando los últimos coletazos nuestra Guerra Civil. Mis tíos seguramente pensaron que "ya estaba bien de guajes" y mi abuela que todo se solucionaría echando al pote un poco más de agua y una patata extra, porque carne lo que se dice carne no había mucha en aquellos días.  Un día como hoy, un 28 de  marzo, pero del 1938 nació una de las mejores personas que conozco y sin duda, el mejor padre del mundo, el mío.
Hablar o escribir sobre él no es fácil y no porque no haya nada que decir o porque no sepa hacerlo, sino porque en cada párrafo, me puede la emoción y en cada palabra, en cada frase, son tantos los sentimientos que se agarran a la garganta y cuesta tanto echarlos que no sé si acabaré este post, pero lo voy a intentar.
En el ámbito laboral, de mi padre puedo decir poco, sólo que ha debido hacerlo bien o muy bien porque a su edad sigue trabajando incansable en miles de proyectos, pequeños y grandes; cosechando éxitos y amigos, jóvenes y viejos, que se acercan a él buscando ayuda y encontrando casi siempre silencio porque no es hombre de grandes discursos pero, sobre todo, encontrando las cosas bien hechas o, al menos, la intención y las ganas de hacerlas bien. Podría decirse que es un hombre del Renacimiento. Siempre tiene algo en la cabeza. Sabe hacer de todo y, aunque según mi madre "no todo lo hace bien", él siempre lo intenta, llevando hasta el final la máxima de "prueba-error", fundamental en la vida. Gracias a esta filosofía él puede aprender de sus errores y nosotros echarnos unas risas juntos ante los fracasos que, por otro lado, siempre son pequeños.
Como persona y hombre de familia de mi padre yo diría que es generoso, sereno, prudente y solidario.
Mi padre es un hombre generoso. Abrió las puertas de su casa a mi abuela Elena, la madre de la mía, cuando el tiempo y la demencia se le venían encima, sabedor del terremoto familiar en el que nos íbamos a ver envueltos. Él, su yerno, fue el que le dijo a mi madre "adelante" Mi abuela le quería mucho, a pesar de ser un hombre tan callado, cosa que a ella siempre le dio respeto. Nunca tuvo un reproche, ni una mala cara y no era raro oírle decir que ella, a pesar de la enfermedad, de la atadura y del dolor que llevaba aparejado "era muy buenina y no daba nada de guerra".
Mi padre es un hombre sereno, porque mantiene la cordura y el aplomo cuando todo se pone cuesta arriba. Nunca olvidaré las palabras de la psicóloga del Hospital del Naranco un día que yo llegué a dar de comer a mi tía Domitila, su hermana mayor, que estaba a punto de partir. La psicóloga me pregunto que quién era yo y le dije que una sobrina. No sé porque me relacionó con el hermano pequeño que llegaba a visitarla, le daba de comer, lo poco que comía ya y luego se sentaba esperando con serenidad y paz el desenlace que estaba tan próximo. "Si", le dije, "yo soy su hija, ojalá el tiempo me dé el sosiego de mi padre para aceptar según que cosas" y me eché a llorar.
Mi padre es un hombre prudente, evita la controversia y la confrontación, prefiere retirarse a tiempo a una mala batalla, porque la guerra no se haga con victorias, ni derrotas, sino con diplomacia, saber estar y buen hacer.
Mi padre es un hombre solidario, ante el dolor ajeno y propio, ante la enfermedad. Siempre está ahí al lado de los suyos cuando le necesitan.
Hoy mi padre desempeña a la perfección el papel más bonito que le ha tocado vivir, el de abuelo. Mi sobrino nos ha descubierto una faceta nueva, la de la ternura, la mejor. Las ganas de enseñarle cosas y descubrir el mundo junto a él. Hugo ha venido en buen momento, espero que todavía tengamos mucho tiempo para compartir juntos y también espero que la vida le traiga una nieta, que también se la merece (lo siento Laura, tenía que decirlo).
Cuando miro a mi alrededor no puede evitar pensar lo afortunada que he sido con mis padres, con los dos. Con mi madre tengo una relación de claroscuros, de nubarrones y arco iris, de luces y sombras. Creo que como todas las hijas con sus madres. Sin embargo, en mi padre he encontrado siempre, siempre, bálsamo para las heridas, ungüento para el dolor, apoyo incondicional y respeto a mis decisiones, buenas o malas, normalmente buenas, para que negarlo. Siempre me ha dejado equivocarme por mi misma, sin mediatizar mi camino con sus opiniones, sin imponer su criterio. Mi padre es en esencia un hombre sensato y, como mucho, me ha abierto los ojos en algunas historias que no eran del todo acertadas (aunque yo sigo creyendo que tener un burro SI es posible).
A veces, escuchando a otras personas y comparando historias, pienso que me han educado en libertad desde la responsabilidad. No sé si ellos (los dos) sabían con que mimbres trataban porque hubo un tiempo en que pensé que quizás hubieran debido de meterse más en nuestras vidas, pero su apuesta arriesgada les ha salido bien, para que negarlo. Mi padre no ha sido autoritario, ni ha sido un padre ausente. No ha hecho nada de lo que deba avergonzarme. Siempre ha cumplido con lo que esperaba de él y siempre ha sido, ES, persona de talla. Amigo de sus amigos, querido entre ellos, imprescindible en las reuniones aunque no sea el más locuaz de la parroquia. La gente le quiere y eso se nota. Se nota y me llena de orgullo. Mi madre siempre dice que he puesto el listón en mi padre a la hora de encontrar un compañero de viaje, un listón muy alto. Se equivoca, mi padre es único, sin embargo, lo que sí me gustaría sería encontrar un hombre que se llevará bien con él. Esa es otra historia.
Mi padre gestiona bien su vida y eso me hace feliz: pasea, lee, trabaja, comparte su tiempo en familia y con amigos, ama tremendamente a su tierra lo que nos ha transmitido y  aunque no es un hombre especialmente expresivo en lo que a querencias se refiere, a diferencia de mi madre que está en el otro extremo, yo siempre me he sentido querida por él, por los dos.
Sin duda, hemos tenido mucha suerte mi hermano y yo. No entiendo la vida sin ellos, sin mis padres. Cuando me falte, cuando me falten, mi mundo no será más mi mundo y el mundo, sin duda, será peor.

Dejadme que hoy firme como Bea la de Canor