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martes, 29 de octubre de 2013

Mi abuela Elena


Mis abuelos Elena y Arturo, más conocido por Pepe el Vasco.
Mi abuela Elena mantuvo un romance con Manolo Escobar, pero a la luz de las muestras de cariño que el artista ha recibido a su muerte, pienso, o mejor, estoy en condiciones de afirmar que Manolo Escobar fue medio novio de todas nuestras abuelas, aquellas a las que tanto les gustaban los pasodobles, la tortilla de patatas y las verbenas de barrio en el verano. El suyo fue un romance conocido por toda la familia, incluso por mi abuelo. Fue una historia que yo, en cierta medida, alente pues, en una de nuestras aventuras, nos plantamos ella y yo en un concierto que dio en el Campoamor en los años ochenta. Yo sé que aquella tarde, a pesar de que también actuaron otros artistas, era una especie de gala, mi abuela fue feliz viendo la estrella de su artista favorito brillar bajo la luz de la majestuosa lámpara del teatro. Lámpara, que por otro lado, le encantaba y que siempre destacaba como uno de los tesoros del vetusto teatro ovetense. Ayyyy el su Oviedín, rancio y con olor a alcanfor, qué pensaría hoy de esta ciudad asolada por la crisis.
Mi abuela Elena también admiraba como a un nieto a Raúl González. No se perdía ni uno de sus partidos, cuando el fútbol sólo lo ponían los sábados por la noche en la 2. Si jugaba Raúl, allí estaba ella como la mayor futbolera. Era igual que jugará con el Real Madrid que con la Selección Española. A mi abuela no le tocó ver la salida de Raúl de la liga española, ni los triunfos de la Roja porque entonces el olvido ya se la había llevado, pero se lo contamos. Le contábamos esos triunfos y todo lo que pasaba alrededor. Mi madre le narraba los acontecimientos o noticias que iban sucediendo, estableciendo un canal de comunicación entre esta vida y la muerte. Ella instalada en un paso intermedio entre este mundo y el otro, sin ánimo de abandonar, ni de rendirse, agotando las fuerzas y los recursos, los suyos y los nuestros.
Durante el tiempo que duró su enfermedad murieron la Jurado y la Dúrcal, cambiamos de Papa, la selección española ganó una Eurocopa y un Mundial y ETA, por fin, anunció que dejaba de matar. Esta noticia la hubiera hecho inmensamente dichosa, porque mi abuela estuvo casada con un vasco, el padre de sus hijos, mi abuelo y conocía de primera mano el carácter noble de ese pueblo, que no se merecía esa lacra, ni que una gran mayoría de los españoles les apuntaran con el dedo acusador, declarándoles a todos ellos culpables de la existencia de la banda asesina.
Pasaron más cosas en nuestras vidas. Casi siete años dan tiempo para mucho. Fallecimientos, bodas y nacimientos dentro y fuera de la familia. Algunas noticias, como el matrimonio de mi hermano o el nacimiento de Hugo, la hubieran llenado de alegría; otras noticias la hubieran sumido en la más infinita tristeza. Puedo imaginarme como ella, arrebatada en sentimientos y exagerada en las formas (mis amigas dicen que en eso yo soy su viva imagen) hubiera puesto el grito en el cielo al saber la pérdida de sus primas Carmen o Mari-Luz. Hoy, mi madre, mucho más comedida, mucho más vasca, usa expresiones idénticas a las que usaba ella y yo, que físicamente soy más quirosana, soy igual de emotiva, expansiva e histriónica que ella. Por eso, qué cosa son los genes…
Sufría mucho, era innato a su carácter, sufría como esposa, como madre, como abuela y como hermana. Yo creo que sufría un poco por tradición o por costumbre, pero también disfrutaba enormemente de la vida. Ella acostumbrada a estrecheces, que no a hambre porque en su casa nunca falto de nada, que para eso mi abuelo se reinventaba en mil y uno oficios, disfrutaba como una enana del vino con gaseosa, de un pastel de Camilo de Blas, un lápiz de labios nuevo, un par de zapatos para estrenar, pasar una tarde con los suyos o ir con su nieta a merendar al Rialto. A mi me enseño que para ser feliz hacen falta pocas cosas materiales, sólo amar y ser amada, querer y sentirse querida.
Su casa siempre estuvo abierta a mis amigos y en su mesa siempre hubo un sitio para un invitado imprevisto.
Han tenido que pasar casi dos años, un año y casi once meses para ser más exactos, para que yo sea capaz de abrir el baúl de los recuerdos y poder pensar en ella sin llorar y poder ir hacia atrás en el tiempo y recordar las cosas que hicimos juntas. Las excursiones cuando yo iba al cole con las monjas; las meriendas en el Rialto mientras estudiaba la carrera en el caserón de San Francisco; las veces que fuimos juntas al teatro, al cine o a la zarzuela; el café negro, hecho siempre de pota, que a mi me gustaba beber en aquel juego de café diminuto y tan mono, como de muñecas, que hoy forma parte de mi herencia.
Ha tenido que pasar ese tiempo y morirse Manolo Escobar, para que yo haya sido capaz de escribir esto y para devolverle el papel protagonista en la historia de mi vida. Mi abuela que se merecía todo, se merecía algo así. Un recuerdo bonito y cariñoso que sé que mis amigas celebrarán, porque sé que ellas también la quisieron. Mi abuela se merecía esto y no todo lo que paso. Lo que pasamos, en especial mi madre. Alguién tenía que dibujar a la Elena verdadera. La Elena que era capaz de ir al fin del mundo por los suyos. La Elena auténtica, amante de su familia, cocinera incansable, actriz universal. La Elena que cantaba mientras tendía. La Elena que fregaba la cocina de carbón con arena y estropajo. La Elena que yo conocí, la que conocimos todos. La que queríamos, la que queremos conservar…Al final de la historia, gracias a Dios, el tiempo te hace ver que las cosas no son ni tan malas como parecen, ni tan buenas como creemos y las piezas como en un puzzle encajan por fin en su sitio.