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martes, 18 de julio de 2023

Tiempo entre costuras



El pasado sábado, 15 de julio, fue inaugurada la exposición “No dio puntada sin hilo”. La muestra es un homenaje a la modista Ana María García Fernández (1929 Casares-Oviedo 2022) que desarrolló su oficio principalmente en Oviedo durante décadas del siglo XX al tiempo que ejerció su magisterio en el arte de coser entre cientos de alumnas que pasaron por su academia.

El montaje que podemos ver en las instalaciones del MEQ ha sido obra de su sobrina Menchu que junto a sus hermanos Rosi y Juanjo, con la colaboración de Alva Rodríguez directora del Museo, manifestaron a este medio su satisfacción por el resultado obtenido. “La idea surge cuando a la muerte de nuestra tía nos ponemos a recoger la casa, encontramos tantas cosas tan interesantes que pensamos que sería un buen homenaje hacer algo con ello. Esto es una parte muy pequeña de lo que Anita tenía. Seguro que desde dónde esté estará feliz”.

Anita García Fernández nació en Casares (Quirós), da sus primeros pasos como modista en Bárzana para después trasladarse a Gijón y a Oviedo. En 1950 obtiene el título de Corte y Confección ligándose a la empresa Martí de Barcelona. Tras un tiempo de práctica realiza estudios de Diseño en la Escuela de Moda Felicidad Duce (Feli) también en la ciudad condal. En 1969 instala su taller en la calle Fray Ceferino de Oviedo y abre una Academia de Corte y Confección. En 1970 su hermana Amalia se incorpora a su equipo. Entre los años 1980-1995 se trasladan a la calle Campoamor dónde continua su actividad hasta su jubilación. Mujer inteligente e inquieta desarrolló su trabajo siempre innovando y buscando inspiración participando en diferentes jornadas profesionales del diseño y la moda.

La muestra en la que se ha representado parte del taller, la mesa de cortar y los patrones, los maniquíes con los modelos listos para entregar a las clientas y el pequeño espacio en el que Anita repasaba fechas de entrega, facturas e ideaba futuros modelos, quiere ser un reconocimiento a todas aquellas mujeres, muchas de ellas sin salir de sus aldeas, que aprendieron a coser como una tarea más de su condición de ama de casa. Mujeres, que llevando la economía familiar, realizando labores de huerta y trabajando con los animales, además, tenían tiempo para remendar un calcetín o darle la vuelta al cuello de una camisa gastado por el uso. Muchas de esas mujeres, auténticas artesanas, hacían su aportación económica a la familia confeccionando piezas de vestir para las niñas y jóvenes de la aldea. Vestidos que estrenaban coquetas los domingos o el día de fiesta grande. Zulima de Rano que llenaba su casa de aprendices que bajaban de los pueblos del concejo o Fortunato, el sastre, son algunos de los nombres a los que también se homenajea con este trocito de historia. Maestras y aprendices, modistas y sastres, patronistas y pantaloneras, todos ellos escriben en sus talleres cientos de historias personales, cientos de sueños de novias, de jóvenes, de niñas de Primera Comunión entre hilvanes y entretelas, ojales y dobladillos, composturas que convertían las prendas en especiales, acompañados por el familiar sonido de la máquina de coser que, normalmente de noche y al calor de la cocina de carbón daba forma a los sueños de ir a la moda y ser única entre todas.