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domingo, 12 de julio de 2020

Entre la niebla de este tiempo raro.


Yasmina Alvarez “Los versos que nunca os dije” BajAmar

Debería de ponerme a escribir o a leer. Este tiempo extraño me tiene atada de pies y manos. Me siento incapaz de hacer nada de lo que tanto quisé. No hay oportunidad para mí en esta crisis personal, interna, propia. Entonces camino. Camino y cuento pasos. Camino acompañada de los de siempre y de algunos nuevos miembros que se han unido siguiendo las señales que llevaban a la casa de chocolate (qué de trampas y qué crueles son los cuentos de hadas). Y así paso el tiempo, contando pasos y midiendo paredes para conseguir meter mi guardarropa (madre mía) en apenas treinta metros cuadrados. Camino, cuento pasos y despierto recuerdos de otros veranos, no sé si más felices, pero sí diferentes. Mecida por los sonidos de esta aldea y por las risas de los niños que hoy ven la vida pasar ajenos al caos en el que estamos sumidos, pienso en mi infancia, sin piscinas azules ni máquinas del diablo que nos abducen, con bicicletas con las que recorríamos caminos en los que lo difícil era no caerse y cómics, muchos cómics, los mismos que hoy lee Hugo. Y soy consciente de qué todo lo que necesito para ser feliz, lo tengo (como también lo tuve en aquellos años que niña fui querida sobre todas las cosas): una alfombra mágica (de la que ya escribí hace tiempo) y la compañía de estos entrañables bichos (de cuatro patas y de dos con alas, de cualquier tipo, lástima de ratones estigmatizados desde siempre) que apenas buscan mi abrigo y un poco de ternura. Ternura. Es lo único que puedo ofrecerles y que, a cambio, recibo a toneladas. Esta relación sí es bidireccional. No como otras relaciones o son otros los que no saben el significado de bidireccionalidad. A pesar de todo soy una suertuda, subida en un carrusel de emociones este último año. El accidente que frenó durante cinco minutos mi vida, la vulnerabilidad de mi madre, perder la confianza en la gente que quieres (y aquí ya no hablo de nadie del pasado que ya dice el refrán que “agua pasada no mueve molino) y la puta pandemia. Se une todo en un nudo difícil de deshacer. Imposible deshacerlo. Lo metimos junto en la cazuela y a cocer. Camino, camino, cuento pasos, despierto recuerdos y descubro lugares, lugares que me conducen a ti aunque no sepa quién eres, ni dónde estás, ni sepa siquiera si voy a encontrarte o si seguiremos jugando al escondite. Leo un poema de Yasmina Alvarez (una de las poetas asturianas que mejor dice los versos y que escribe precioso) leo una definición de mi vida, tal cual, siempre tarde y es que qué a destiempo llegamos siempre a las personas, que desacompasados los quereres y los deseos de la piel del otro. Y adónde van los besos y los abrazos cuando no los dimos, y ahora que no podemos darlos, los perdemos para siempre? se convierten en piedras? Aquí estoy entonces, llena de piedras y de pena, de abrazos y besos convertidos en lágrimas, lágrimas por derramar que voy dejando por las esquinas y que no parece que se vayan a agotar. Soy un pozo lleno de piedras y lágrimas sin fondo. Y lloro, lloro mucho, me emociono por todo. Lloro por mi, por los míos, por el futuro, por este país, por lo que vendrá, por lo que hemos dejado atrás, por los muertos, por los que no han estado a la altura, por los que no saben estarlo, por los que seguimos en la brecha aunque la pena pese tanto como la losa que ha sepultado para siempre mis deseos... Sé que llorar no es la solución pero sana (o al menos eso creo) y combino el llanto con la risa a veces sincera y otras falsa, que me ayuda a disimular la borrachera de dolor que llevo dentro. A veces pienso que es cansancio otras simplemente hartazgo. Y camino, sigo caminado, contando pasos bajo el sol de un verano inexistente, de un julio engañoso, bajo la lluvia o atrapada entre la niebla de esta aldea diminuta que esconde mil historias que contar esperando ser contadas, lástima que este tiempo haya agotado mis ganas.