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jueves, 20 de agosto de 2020

El Hayedo de Lindes, el lugar donde viven los gnomos.


Y ahora descansada, toca hacer la valoración de la dificultad de la ruta, aunque ya os digo por adelantado que merece mucho la pena de cualquiera de las formas, pero NO es para todos los públicos y una de dos, hay que tener mucho amor propio (o sea yo) o estar muy en forma (o sea Javi). Hace unos años Claudia Alvarez Alvarez, Judi y yo bajamos hasta el río. Aquel día habíamos subido a L.lindes y Vidal nos dijo que tuviéramos cuidado con los osos. (Ainssss Vidal, qué humor tiene y qué paciencia con todos los que llegan hasta allí). En aquella ocasión, cómo os cuento, bajamos hasta el río, cruzamos un puentecito y llegamos hasta el claro desde donde se comienza propiamente a atravesar el hayedo. Aquel día que creo que era otoño porque lo recuerdo todo mucho menos intenso y del que tenemos unas fotos muy chulas que andan por aquí (como no podía ser menos), no nos aventuramos más, bajamos y subimos por el mismo camino, yo calculo unos veinte minutos o así. Ayer cuando llegamos a L.lindes hacia las 11.00 el aparcamiento estaba lleno, LLENO, ejemplo de que mucha gente ha seguido este agosto la máxima de “vamos hacia el Norte”, me parece genial, pero ojo, la montaña es mala compañera si no la respetas. Muy mala. No puede ser que cada día haya que rescatar a gente que se aventura por desconocimiento y/o imprudencia. Mucho respeto a la montaña, por favor. Seguimos con la ruta, hasta el río era terreno conocido pues, aunque ya os digo que lo recordaba mucho menos salvaje. Una vez abajo comienza el ascenso por el interior del hayedo, que tampoco tiene mucha pérdida aunque no haya camino. Hacia arriba, siempre hacia arriba, pero ligeramente hacia la derecha, sin mirar atrás porque el suelo es resbaladizo y está lleno de hojas, hay infinidad de árboles que se cruzan y que se pueden sortear sin mucha dificultad o con mucha, pero se puede hacer. Ya os digo, agachando el llombu o levantando la patuca o sorteando las raíces arrancadas de cuajo del suelo. Estábamos casi coronando cuando nos encontramos con dos parejas que daban la vuelta. Nos dijeron que literalmente era imposible pasar por una zona de monte bajo que ya habíamos leído que era impracticable. Así y todo subimos hasta coronar porque estábamos muy cerca y porque a mi me daba un poco de miedo volver por donde habíamos bajado. 

Coronamos y desde allí vimos perfectamente la orografía de la zona que describían los papeles que llevábamos. La zona de monte por la que no íbamos a poder pasar, el claro en medio de lo abrupto del paisaje como un remanso de serenidad en medio de una noche salvaje y la foz pequeña y la grande. Perfecto, estábamos en el camino correcto solo había que ver cómo pasábamos al otro lado. Y claro, el “camino” como nos habían dicho era imposible. Así que mientras Javi discurría opciones, nos encontramos con otros montañeros que nos dieron la alternativa que finalmente seguimos y que estoy segura que si hubiéramos visto desde el otro lado de la montaña no hubiéramos hecho, pero SÍ, en lugar de seguir el camino que nos llevaba directamente al otro lado y a la misma altura, bajamos al río y subimos hasta el claro. Más largo pero la única forma de pasar al otro lado. Allí tomamos un pequeño refrigerio y seguimos. Hay que decir que casi toda la ruta va en sombra al abrigo de miles y miles de árboles que nos abelugaron del sol que hacía, en un día espectacular para una ruta preciosa. Miles de fayas jóvenes que compiten por ver quién alcanza el cielo, pero también fayas impresionantes de gran circunferencia y otras que se estiran abrazándose y algunas que parece crecer desde dentro de la pared de piedra caliza. Un espectáculo. Me encantan las fayas, tuve un romance con una que me susurraba el pasar de las estaciones. Se murió, no puedo evitar emocionarme cuando pienso en ella. Soy así de tonta o como dijo Javi de “peculiar”. Perdonad el paréntesis sentimental. Una vez que llegas al otro lado, hay que bajar al cauce del río por un camino que encuentras cuando sales del claro, y a partir de ahí cruzando una y otra vez el río para encontrar “senderos” que te lleven hacia arriba hasta encontrar un puente que NO hay que cruzar y desde el puente tomar un camino (camino, camino) que te lleva de vuelta, hacia arriba un buen tramo y hacia abajo, otro tramo bastante largo y para mí lo peor porque es muy pendiente y está lleno de barro y que te conduce directamente y sin perdida al mismo lugar de L.lindes del que salimos. En esta parte sí encuentras señalización porque es un tramo común a la subida a Peña Rueda y a los Puertos de Agüeria. Y allí de nuevo en la aldea que nos dio el pistoletazo de salida, un poco más tarde de lo previsto porque perdimos a una perra y tuvimos que dar la vuelta (y eso que yo pase un momento de crisis total en plan “no puedo Javi porque estoy muerta”) llegamos a la meta y pudimos sentarnos, a nuestro lado una parejina que venían de Valencia y Murcia y que justo habían llegado detrás nuestro por la mañana con la que compartimos cerveza y experiencia. Un lujo de día y de compañía. 


Lo mejor de la ruta: el bosque, los árboles, el olor, la alfombra de musgo, el río, la brisa fuerte que me infundió el espíritu que necesitaba para poder seguir cuando me entraron las dudas que, por cierto, no transmití, la compañía humana y perruna, los sonidos del bosque, el crujir de las ramas que se rompían a nuestro paso, la humedad, los osos que viven en las fayas, ... en definitiva, la vida. 

Lo peor: la falta de señalización, aunque Javi llevaba de todo, gps, track, papeles por si acaso y el estado de algunos no-caminos, aunque esto sea algo difícil de solucionar. 

martes, 11 de agosto de 2020

Veranos sin fin

He cambiado la orientación de la cama y ahora cada mañana serán mil los rayos de sol entrando por la ventana y asomando por Pena Podre los que me despierten (qué cosas!). No pedirá permiso el astro Rey. Se colará atrevido y entrará sin picar por entre las cortinas para llenar de luz mi cara somnolienta y acariciar mi rostro tras una noche en la que el sueño se habrá poblado de mil príncipes que, por suerte, nunca son azules y siempre concluyen en ti, el menos azul de todos y el único real. Estaré mil mañanas tras el cristal intentando adivinar entre las copas de los árboles medidas por la niebla el perfil calizo y firme de la Peña de Alba y contando las hojas de los frutales que la esconden y esa puede ser la mejor forma de pasar el verano, sin duda, lo es. Sí, contaré hasta mil y volveré a empezar. Buscaré tu mirada limpia y sana entre los mil verdes que anticipan los mil dorados que, para nuestra suerte, están a la vuelta de la esquina, promesa del otoño más hermoso, el nuestro, el quirosano, el asturiano,... Puedo también jugar a contar abejas, gordas a pesar del trajín de trabajo que se traen yendo y viniendo cumpliendo su labor: mantener en pie el planeta, hasta llegar a mil, a buscar hormigueros que alberguen mil hormigas y pueblen el laberinto de ciudad que les ha diseñado la neña de la casa o a echar carreras de caracoles que corran los mil metros (menudo lío de trazado de carreras en una aldea tan pequeña) o concluir que son mil las golondrinas que se preparan para irse al Sur buscando los mismos nidos que abandonaron hace meses. Por la noche, mil estrellas sostendrán mi sueño y mil luciérnagas marcarán el camino que te lleva hasta mi y viceversa. Y una luna llena más guapa que nunca lucirá sobre nosotros prometiendo noches largas y cortas madrugadas. Serán más de mil pasos, pero estaré esperando mil veladas eternas que conservaré siempre pues son más de mil las veces que pienso en ti a lo largo del día, en los mil besos que te daría, en los mil mordisquinos con que te comería las orejas y los pies  y en las mil sonrisas que me regalarías porque, efectivamente, solo importan las risas cuando son de verdad y los amigos cuando son para siempre. Y sí, tu corazón y el mío ya son viejos amigos y aunque separados sigo soñando cada día que estás cerca de mí y que si te llamo acudirás para escuchar las Mil y una historias que inventaré para llamar al sueño cada madrugada después de una noche insomne.