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martes, 11 de agosto de 2020

Veranos sin fin

He cambiado la orientación de la cama y ahora cada mañana serán mil los rayos de sol entrando por la ventana y asomando por Pena Podre los que me despierten (qué cosas!). No pedirá permiso el astro Rey. Se colará atrevido y entrará sin picar por entre las cortinas para llenar de luz mi cara somnolienta y acariciar mi rostro tras una noche en la que el sueño se habrá poblado de mil príncipes que, por suerte, nunca son azules y siempre concluyen en ti, el menos azul de todos y el único real. Estaré mil mañanas tras el cristal intentando adivinar entre las copas de los árboles medidas por la niebla el perfil calizo y firme de la Peña de Alba y contando las hojas de los frutales que la esconden y esa puede ser la mejor forma de pasar el verano, sin duda, lo es. Sí, contaré hasta mil y volveré a empezar. Buscaré tu mirada limpia y sana entre los mil verdes que anticipan los mil dorados que, para nuestra suerte, están a la vuelta de la esquina, promesa del otoño más hermoso, el nuestro, el quirosano, el asturiano,... Puedo también jugar a contar abejas, gordas a pesar del trajín de trabajo que se traen yendo y viniendo cumpliendo su labor: mantener en pie el planeta, hasta llegar a mil, a buscar hormigueros que alberguen mil hormigas y pueblen el laberinto de ciudad que les ha diseñado la neña de la casa o a echar carreras de caracoles que corran los mil metros (menudo lío de trazado de carreras en una aldea tan pequeña) o concluir que son mil las golondrinas que se preparan para irse al Sur buscando los mismos nidos que abandonaron hace meses. Por la noche, mil estrellas sostendrán mi sueño y mil luciérnagas marcarán el camino que te lleva hasta mi y viceversa. Y una luna llena más guapa que nunca lucirá sobre nosotros prometiendo noches largas y cortas madrugadas. Serán más de mil pasos, pero estaré esperando mil veladas eternas que conservaré siempre pues son más de mil las veces que pienso en ti a lo largo del día, en los mil besos que te daría, en los mil mordisquinos con que te comería las orejas y los pies  y en las mil sonrisas que me regalarías porque, efectivamente, solo importan las risas cuando son de verdad y los amigos cuando son para siempre. Y sí, tu corazón y el mío ya son viejos amigos y aunque separados sigo soñando cada día que estás cerca de mí y que si te llamo acudirás para escuchar las Mil y una historias que inventaré para llamar al sueño cada madrugada después de una noche insomne.

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