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lunes, 28 de diciembre de 2015

Me acuerdo de...

- cuando compramos el R5 amarillo lo primero que hicimos fue bajar al PRYCA de Lugones que probablemente no se llamaba así;
- mi abuelo Ludivino, de su boina y su chaleco de pana, seguramente cosido por las manos de mi abuela Rosario, de su taller donde hacía madreñas y de la luz que entraba por un ventanuco que daba al pasillo, de un lápiz de carpintero casi consumido que siempre llevaba en el bolsillo, tajado con una navaja y de como mi madre le decía a mi hermano "eres igual que tu abuelo" porque siempre llevaba llenos los bolsillos de cosas pequeñas y aparentemente inservibles;
- del sonido de los pasos de mi madre subiendo las escaleras del portal;
- el primer día de Lola, me la entregaron en el hotel que hay al lado de la estación de autobuses de Oviedo, venía de Segovia y había vomitado durante el viaje. Me enamoré de ella nada más mirarla, a ella le costó un poco más. Fuimos a tomar un vino para que los antiguos papás me conocieran un poco más, cuando nos separamos no quería caminar. Tuve que bajarla en cuello hasta mi casa desde Manuel Pedregal, menos mal que pesaba poquito. Cuando llegamos al Palacio de Deportes nos estaban esperando para conocerla, desde el minuto cero supo que llegaba a una buena tierra. El primer día que fuimos a Quirós y se metió en el barro, se hizo la coja, menudo susto que llevamos pensando que se había hecho daño. Al final nos dimos cuenta de que era una cuentista;
- del sabor de las patatas fritas que hacía mi tía Alicia, la hermana pequeña de mi abuela Elena;
el día que medía las cortinas de mi casa. Hacía apenas unos meses que me habían entregado el piso. Recuerdo la emoción casi infantil del día que puse mi nombre en el buzón. Recuerdo como durante los meses que duró la construcción, que por cierto se adelantó, iba cada viernes a ver como avanzaban las obras y llamaba desde allí a mi madre "Hoy han puesto las paredes del cuarto" "Ya han colocado las ventanas"... Era como la construcción de un castillo, el mío. Recuerdo el día que fuimos a firmar la hipoteca en aquel despacho barroco cuya mesa presidía una foto del notario con un leopardo muerto a su lado cobrado durante una cacería en África. Pero lo que más recuerdo fue el día de las cortinas. Había quedado con el instalador a medio día para que pasará por casa, yo tenía 31 años y estaba a punto de dar el salto y mudarme. Medimos y ya. Hacía sol, era el día después del puente de San José (para los que lo habían tenido) No me acuerdo si comí, ni dónde lo hice. Cuando llegué al trabajo me llamó mi madre para decirme que el accidente que había ocurrido en Valladolid por la mañana se había llevado para siempre la vida de Rafa. Rafa con su diente mellado, sus vaqueros y su jersey Privata azul marino y verde con botones. Rafa que cruzaba la calle indolente con las manos en los bolsillos. Rafa que empezaba la vida. Pensé "Ya no cumplirá los 31" En Valladolid la niebla había borrado para siempre el futuro. Lo que vino después fue enfrentar la tragedia y aprender a vivir desde cero.
- del día que Javi empezó a andar entre las dos camas de la habitación;
- del día que murió mi abuelo Arturo. Íbamos cada jueves a tomar café. Se había convertido en una costumbre. Allí mis amigas y yo, algunas siempre, otras a veces, nos poníamos al día de la semana, de las historias amorosas reales o inventadas, de los planes inmediatos y futuros. Me acuerdo que un día llegó Conchi con los planos de su piso. Todo era una novedad porque lo nuevo era la vida adulta que estábamos comenzando. Después del café normalmente María José nos llevaba a casa en aquel Renault 5 negro tan cuco (hasta entonces habíamos triunfado con un Seat Ibiza rojo matricula de Coruña de Conchi) Aquel día, yo creo que bajando a Katia a casa, la luz del portal de mis abuelos estaba encendida a deshora. La casa de mis abuelos tenía un portal precioso, con una escalera que subía al piso, un pasamanos gastado del uso y una bola que enroscábamos y desenroscábamos para hacer de rabiar a mi abuela, los tres primeros peldaños eran de piedra y los siguientes de madera, un ventanal enorme. Al ver la luz supe que mi abuelo había muerto.
- de cómo mi abuela fregaba la cocina de carbón con arena y de sus manos que mudaron en manos de señorita cuando enfermó;
- de Adelah, la hija de Katja. Conocí a Katja en un Tandem de alemán un setiembre. Ella se quedó todo el año en Oviedo. Nos hicimos muy amigas. A lo largo de los años nos volvimos a ver allí o aquí. Cuando iba a nacer su segunda hija estuve con ellos un verano, quince días de agosto. Adelah, la niña mayor, tenía un año y pico, había nacido en marzo, diecisiete meses para ser exactos. Era una niña precioso de sonrisa permanente y rizos oscuros. Tenía una caja de arena en el patio donde jugaba con un cubo y aquel verano aprendió a deslizarse por el tobogán. El caso es que se cayó y se rompió el labio. La madre originó un auténtico drama y fuimos al pediatra que era un hombre guapísimo, altísimo y de piel oscurísima. Le dijo que no era nada y que no se preocupará que no necesitaba puntos. Como Katja insistía él le dijo "Bueno, a no ser que quiera que su hija sea modelo o algo, pero aún así esa herida no estropeará su carrera". Adelah no fue actriz, ni modelo. Adelah fue estrella en el cielo antes de cumplir los diez años. No he vuelto a saber de su madre, ni de sus hermanos.
Sin embargo, no me acuerdo nada de que hubo un tiempo en que estaba decidida a cambiarme el nombre, menos mal, que siempre hay alguien que se acuerda por ti.


viernes, 18 de diciembre de 2015

Que mis actos sean el reflejo de mis palabras.

Pues nada, en apenas unas horas comienza la jornada de reflexión. Yo la pasaré en Quirós con mi padre, leyendo un título que me han recomendado "El reflejo de las palabras" de Kader Abdolah un autor iraní, cuyo título por cierto viene muy a tiempo.
No voy a pedir el voto para nadie, solo pedir que la gente vaya a votar y que lo haga en conciencia y a la luz de los acontecimientos vividos,  porque cada voto cuenta y todos los votos suman, porque para quejarse hay que estar en política activa y pasivamente, porque todo es política, porque cuanta más información tenemos más responsablemente votamos y porque cada uno de nosotros tiene una concepción individual de cómo tienen que ser las cosas y del ensamblaje de todas esas concepciones tiene que salir la mejor para la sociedad, para el pueblo, para los ciudadanos... Y en eso debemos trabajar por encima de egos individuales y partidistas.
El reflejo de las palabras, de las promesas, de los disparates o no que se han vertido estos días en campaña debería de ser el reflejo de los actos de nuestros representantes electos a partir del lunes en el Parlamento. Sus actos los delatarán, nos mostrarán quienes tienen verdadera vocación de servicio, quienes llegan a trabajar, quienes a enriquecerse. 
Somos afortunados por poder participar en esta llamada segunda transición. No dejéis de ser protagonistas de la misma.
Un deseo personal y un guiño a Asturias: que la poesía en forma de juventud llegué a Madrid. Me encantaría. Suerte a todos electores y candidatos. Que el domingo gane, una vez más la Democracia en unas elecciones que son, desde hace tiempo, un ejercicio de madurez. Cambiemos el curso de la historia, escribamos un nuevo capítulo.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Lo que el fuego dejó.


Uno empieza a saber quién es cuando comienza a conocer a dónde pertenece, a reconocer los lugares, comunes o no, compartidos o no, que identifica como propios, como suyos. Donde la besaron por primera vez, donde creyó que no había felicidad más grande, donde le hicieron la declaración de amor más sincera para luego decirle definitivamente adiós con un portazo, pero también la fuente en la que bebió el agua más fresca, la cocina donde tomó el café más caliente, el árbol que le ofreció la mejor sombra aquel verano ... tantos sitios, tantos recuerdos.
Uno empieza a envejecer cuando le faltan las personas, pero también cuando le roban los lugares y las cosas que allí habitaban.
A mi la casa de mi tía, que digo de mi tía y no la mía que también ardió, me la arrebató el fuego, un viernes de agosto en el que, afortunadamente, no se movía ni una brizna de hierba porque si no el daño hubiera sido colectivo y no sólo familiar. Ahí empecé a morir un poco, sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que se puede empezar a morir mucho antes cuando aún eres una niña, pero esa es otra historia.


"No volverá a ser, ni volveré a estar. El fuego arrasó todo. Todo menos los recuerdos. Recuerdos de otro tiempo. Otro tiempo que permanece para siempre. Las llamas no arrancaron de mi memoria aquel espacio en el que, por un momento, fuí una niña feliz. Sólo la muerte podrá definitivamente destruirlo".
                                                                                                                                           Bea la de Lola

La casa ocupaba un lugar de privilegio en el centro de la aldea. Orientada al Sur, algunos días sentarse al sol allí se hacia insoportable incluso bajo la sombrilla. Tenía una vista envidiable, a un puñado de km en línea recta, se erigía y se erige, testigo eterno e inmutable, Peña Rueda. Tenía todo para ser la mejor casa. Un corredor azul grande, muy grande, que unía dos viviendas que habían estado separadas y que ahora eran una porque pertenecían al mismo propietario y al que yo subía a buscarla a sabiendas de que nunca estaba allí sólo por el placer de mirar el horizonte.
Delante una pequeña antojana, aunque mis ojos de niña la recuerden mucho más grande de lo que realmente era. Allí, en aquella misma antojana durante un tiempo, había estado el corripu del gochu, cuando al gochu se le trataba como al miembro de la familia más valioso porque prometía el sustento del invierno para luego ajusticiarle a traición y cobrarse así la promesa hecha. También había estado el gallinero, pero de eso hacia tanto tiempo que apenas lo recuerdo.
Con el tiempo aquellos animales habían sido exiliados y sustituidos por plantas. Geranios y rosales principalmente, que crecían asilvestrados en tiestos que nunca fueron pensados para serlo: una pota vieja y un hervidor que pegaba la leche, un caldero sin asa y una jarra con un agujero. Todos aquellos cacharros inservibles habían encontrado un nuevo destino: albergar vida. Vida salvaje a la que nunca vi regar a pesar de la presencia de un regadera de color azul.
Dentro de aquel espacio y enfrente de la puerta principal de cuarterón también azul, había un banco bajo desde el que ella cumplía cada día idéntica liturgia, dejaba a su izquierda la bolsa de lona gruesa y verde con una foicina en su interior que siempre llevaba de bandolera fuera a donde fuese, se quitaba el pañuelo que dejaba al descubierto aquel pelo fino apenas teñido de hebras blancas incluso al final cercanos los noventa y se sentaba a quitarse los chanclos. Así, sentada de espaldas al mundo, y al volver de la tierra, suspiraba profundo desde lo más hondo y se despojaba de la mujer campesina que era para centrarse en lo que verdaderamente era importante: los suyos, su hogar, su vida.
Enfrente del banco, para acceder a la casa, había un único peldaño. Una trampa apenas perceptible con la que tropezar si era la primera vez que traspasabas aquel umbral, pero lo suficientemente alto para que a una adolescente, amiga de sentarme en cualquier sitio, se me durmiera por primera vez en brazos un bebé rubio de ojos azules. Después de aquel en mis brazos se durmieron otros muchos niños, pero ninguno mío y ninguno como aquella primera vez.
La puerta, que mientras en el pueblo hubo vecinos cerraba de resbalón y podía ser abierta por cualquiera que pasara por allí simplemente tirando de un cordel, tapaba sólo a medias una masera enorme en la que guardaba exquisitos manjares: un pan de escanda y un trozo de tortilla, la carne que había sobrado del cocido y unas lonchas de jamón, un poco de longaniza y siempre algo dulce. Siempre tenía algo dulce hecho por ella. Nos peleábamos por el bizcocho, la tarta de avellana o aquelles casadielles. Aunque éstas ascendieron de categoría cuando se decidió a meterlas en un bote grande que parecía de cristal labrado, pero era de plástico y que alternativamente era ocupado también con galletas de nata o magdalenas, de forma irregular y cada una irrepetibles. No aspiraba a un montón de galletas idénticas, las buenas eran todas diferentes.
Debajo de la masera, a la que ella había tapado las patas con una cortina sujeta con chinchetas, junto a algunas otras cosas más o menos útiles, se escondía uno de los tesoros más preciados de la casa: su cesta de costura. Allí en un pequeño costurero de mimbre, que cuando había que coser podías encontrarlo al lado de la ventana de la cocina, había mil y una cosas interesantes para la curiosidad de un niño con las que crear los más bonitos trajes: hilos de colores los justos y agujas de culo largo que le había descubierto mi madre cuando enhebrar se convirtió en una tarea complicada, una aguja de lana y unas gafas de pasta con la patilla pegada con cinta aislante, una cinta métrica amarilla, alfileres e imperdibles, botones y cremalleras, cerrapolleras y corchetes, dedales y algodón de hilvanar, un huevo de madera para repasar y unas tijeras mágicas. Ella tenía dos pares de tijeras, unas viejas que sólo cortaban lo que ella mandaba y unas nuevas de los 3 Claveles que conservaba sin tocar en su funda de plástico y que nunca supe porque las conservaba sin usar. Siempre comparé con asombro las diferencias entre el costurero de mi madre, modista de ciudad, y el de ella que cosía en el pueblo. Aún hoy, aparcada la costura desde el siglo pasado, pídele a mi madre cualquier color, el que sea, y entre la montaña de tubitos de colores intensos y brillantes te apuesto a que lo encuentras. Ella no, ella se movía únicamente con los colores básicos, fruto de un tiempo de escasez y austeridad y porque hacia tiempo que en casa Práxedes que había tenido tienda ya no se vendía ni un colín. La costura la ayudó a esquivar la miseria cuando la mina le robó al marido y le permitió coser, primero para todas las niñas de la zona y, más tarde, para las mozas en las que se habían convertido aquellas niñas. Doy fe que muchas de aquellas mujeres, hoy madres e incluso abuelas, todavía la recuerdan con cariño.
En el mismo hueco de la entrada salía una escalera de madera, ancha y bonita, fácil de subir hasta el punto que no tenía pasamanos y que llevaba al piso para desembocar en el desván. Allí sentada la vi por primera vez "mazar manteca en una bota" A pesar de no ser ni mi casa ni mi escalera conocí a la perfección cada peldaño de la misma, cuál crujía al pisarlo, cuál se hundía levemente con el peso, cuál tenía un listón un poco flojo, desde donde podías saltar sin temor a mancarte. En el descansillo en una especie de hornacina que hacia la pared descansaba todo el año en perpetua Navidad un Niño Jesús en su cunina, junto a una madreña pintada con colores chillones que alguien le trajo de recuerdo de algún sitio ¿quién puede regalar una madreña de mentira a un campesino que las usa habitualmente? una muñeca con un vestido amarillo hecho a ganchillo que nunca supe de dónde había salido y que me rechinaba especialmente en una casa en la que jamás vi juguetes, ni siquiera los de sus nietas y un armario que guardaba como pequeñas alhajas las piezas de porcelana que le habían tocado de la herencia de su madre.
Sólo recuerdo olores agradables. Manzanas y castañas asadas, tarta de avellanas y casadielles frites, pan recién hecho en aquel horno cuya panza sobrevivió milagrosamente al fuego y el cocido hecho despacio y sin prisa en la cocina de carbón mientras en la pequeña caldera hervía el agua. La ropa limpia recién planchada o la recogida del tendal recién doblada, el olor a leche hervida o recién ordeñada, los requemaos para el catarro y los floritos. Imágenes que pasan ante mi como fotogramas de una película en color que recuerdo en blanco y negro. Un interruptor de pera, la luz del amanecer colándose por las cortinas de las puertas de la sala que se abría al corredor, el nido que unas osadas golondrinas construyeron en medio de la sala sobre la mesa del comedor y que nadie se atrevió a quitar, el ruido de los ratones en el desván jugando al escondite entre las patatas cosechadas ese año, el viento entrando por el cristal roto de la ventana de la habitación, las partículas de polvo en suspensión pilladas in fragantis con la claridad de la mañana. Sensaciones que evocan emociones. Emociones que despiertan sentimientos. Era una casa hermosa llena de luz, la que aportaba la increíble mujer superviviente que la habitaba.
Mirando atrás, borrando las cosas que no gustaban tanto, sólo puedo afirmar lo corta que es la memoria de los niños y lo selectiva que es la de los adultos.





























domingo, 6 de diciembre de 2015

La joven se nos hace mayor.

6 de diciembre: cumple de la Constitución que hace 37. La joven se nos hace mayor. 
La campaña de IU-UP plantea la construcción de un Nuevo País, a partir de un Nuevo Proceso Constituyente hecho desde abajo, es decir, contando con el pueblo soberano y así, entre todos, parir una Nueva Constitución.
No es tan difícil de hacer, la propia Constitución recoge los procedimientos para hacerlo. Solo hay un problema: la necesidad de un consenso amplio, muy amplio, incluyente, no excluyente (las mayorías que se exigen son todas reforzadas, es decir, no simples) pero se puede hacer, sólo hay que querer. Y para hacerlo hay que hacerlo bien y no de "estrangis" como en 1995, cuando PP y PSOE, de la mano, se saltaron forma y fondo para, por la puerta de atrás, anteponer a los intereses del pueblo español los de la banca, las multinacionales y los poderosos, porque la reforma del art. 135 fue esto y los resultados fue perder en sanidad, en educación y en derechos sociales y de aquellos barros arrastramos estos lodos
No hay que olvidar que está Constitución que nos ha dado cobertura estos años, aunque imperfecta, ha permitido que creciéramos en valores democráticos, en derechos individuales y en libertades públicas. Gente como los de mi generación, nacidos cuando el franquismo daba los últimos coletazos no hemos conocido otra cosa, afortunadamente.
Sin embargo, aunque en mi humilde opinión no nos ha ido del todo mal no hay que olvidar que fue fruto de una clase política que bebía de las fuentes del antiguo régimen del que procedía y que aquellos, en su mayoría hombres tenían miedo unos de otros. Miedo y dudas acerca de qué iba a pasar y de cómo iba a gestionar una sociedad herida y dividida, una sociedad de hermanos vencidos y vencedores, cómo iba a gestionar aquella nueva era.  Hemos tenido una transición "pacífica" y lo más importante a salvo de algunas heridas graves, gravísimas para las personas que hoy aún las sufren (memoria histórica, resarcimiento de los daños de la reprensión política sufrida  durante el franquismo,...)  hemos llegado hasta aquí, pero NO HAY QUE OLVIDAR LA HISTORIA, sobre todo, para que no se repita.
A pesar de todo quizás sea el momento de plantearse una mejora, entre otras cosas, porque la situación de las autonomías (en concreto el proceso de independentismo catalán que no tiene cabida en este marco constitucional) el cuestionamiento acerca de la forma de Estado hecho a raíz de la abdicación del anterior Jefe del Estado, por qué no ya la III República, alguien apuntaba ayer a la persona incuestionable de Julio Anguita como posible Presidente de la República y por qué no? la innecesaria existencia del Senado, cementerio de elefantes, la laicidad del Estado y un montón de cuestiones más que se me ocurren pero que no vamos a enumerar aquí una a una.
Por qué no se plantea en serio esta reforma constitucional? El tradicional bipartidismo instalado en nuestra democracia es feliz con la alternancia de partidos. "Esta tú, ésta yo, ésta me gusta, me la como yo" y lo peor no hay nadie valiente para afrontar el temido momento de "abrir el melón" y los que lo son no encuentran el apoyo necesario o quizás el pueblo español se ha acomodado a lo que hay y no aspira a nada más por aquello de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
Soy feliz por haber crecido en Democracia, como una mujer libre que puedo expresarme, escribir, manifestarme y con esta Constitución que se ha hecho vieja prematuramente más rápido que nosotros, quizás porque ya lo era cuando nació. Estoy contenta con celebrar uno tras otro los cumples cada 6 de diciembre, pero tampoco estaría mal que una Carta Magna viera la luz para dar respuesta a esta nueva sociedad multicultural y global con nuevos retos y nuevas exigencias, una Nueva Constitución que nos trajerá Un Nuevo País. Mientras tanto disfrutemos de este cumpleaños y de esta campaña electoral que estoy segura va a ser de todo menos aburrida.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Una reflexión a la luz de la prensa de hoy

Dos noticias en la prensa de hoy: una red de trata de mujeres y prostitución que ofrecía madres lactantes y menores y con las que los clientes podían hacer lo que quisieran y una mujer a la que autorizan a morir al no querer vivir sin belleza. Un tribunal británico autoriza a una mujer no seguir el tratamiento médico y así poner fin a su vida. La primera en Murcia, la segunda en Gran Bretaña.
Al leer el segundo titular (joder con la prensa) dices "no me extraña que tal y como se está poniendo el panorama esta pobre mujer no quiera seguir viviendo a la luz evidente de la ausencia de belleza" pero coño, lees el cuerpo de la noticia y para echar a correr. Resulta que la mujer solo está preocupada (muy respetable) por su belleza y su estilo de vida, por el glamour que ha perdido a raíz de un cáncer de mama y por la falta de calidad de vida a partir de un daño irreversible en los riñones producido por un intento de suicidio. Y yo pensando en el concepto universal de belleza frente al caos en que nos hemos instalado. El caso es que la tía de 50 años no quiere ser ni vieja, ni fea, ni pobre... pues "sin juventud, ni belleza su vida carece de chispa" Vaya con la pava, tampoco querrá morirse, claro.
De verdad que no entiendo nada y, ojo, que sí entiendo que no quiera vivir, que esté deprimida por todo eso, tremendo, por lo que ha pasado, pero mientras las redes de prostitución ofrecen a sus clientes a menores y a MADRES LACTANTES (que realmente ya no sé que me parece más aberrante) está mujer flipa con lo suyo y el sistema judicial británico lo mismo. Manda huevos. Ahhh y si acaso le echáis un vistazo a la portada de Lecturas. No sé qué pasa en el mundo que algunos no quieren envejecer cuando lo más hermoso es hacerlo con dignidad. ¿Quien coño dijo que los viejos no son guapos?
Mientras tanto al menos 14 muertos en un tiroteo al sur de California y hoy se celebra el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud. Sigamos mirando nuestro redondo ombligo y obviemos observar que ocurre alrededor.
Por cierto, hoy hace cuatro años que se murió mi abuela Elena. Ella amaba tanto a la vida y a los suyos que no se rindió nunca: ni vieja, ni enferma, ni pobre (que también lo fue) ni nada de nada, ella para adelante siempre, superando obstáculos. Yo me quedo con mi abuela "forever". Te echamos de menos güelita!

martes, 1 de diciembre de 2015

Bea antes de Lola

"Hello, how are you?
It's so typical of me
To talk about myself, I'm sorry
I hope that you're well
Did you ever make it out of that town
Where nothing ever happened?
It's no secret that the both of us
Are running out of time"

 
"Hello", Adele


Oviedo, 26 de noviembre de 2015

Hola Bea,

Hace mucho tiempo que no hablamos, tanto que no recuerdo cuánto. En realidad no sé cuándo te perdí de vista, en qué momento dejaste de ser yo para vivir definitivamente en mi pasado. Si me preguntara en qué instante decidí crecer y empezar a construir el futuro, no sabría decir un único momento. Fue el tiempo de soltar amarras y encaminarme a un proyecto único, el mío propio, sola conmigo misma. Y de dejar atrás tantas cosas llevándome lo importante. Cerré la puerta y me fui. No fue difícil, porque no hubo portazos. Puse fin a un capítulo de mi vida. "Se trata de crecer" me decía. Ya te tocará vivirla. Te lo prometo y te pasará como a mi. Será un juego y será divertido.
Pero hoy, buscando entre las fotos viejas, he encontrado aquella que os tomaron en Quirós en el final del verano del 86. Maite, Claudia, Flor y tú. Las cuatro, tan guapas, tan niñas, despertando a la vida y he pensado en escribirte estas letras, para saber de ti y para contarte de mi. Te extrañarás que lo haga de esta forma "a la antigua" ¿Cuánto papel de cartas de colores usasteis aquel verano? Ya no lo recuerdo y eso que vosotras no fuisteis especialmente ñoñas, pero cartas os mandasteis miles en un tiempo en el que la comunicación no era lo que ahora, pero y ¿la emoción de abrir el buzón y ver tu dirección escrita con la letra de Claudia? Fíjate si hubieran existido los móviles o internet entonces.
Fue en el 85 cuando vuestros destinos se cruzaron ¿te acuerdas? Menudo aburrimiento prometía aquel verano, pero una amiga, una amiga abría un abanico inmenso de posibilidades a aquellas tardes que transcurrían indolentes y en las que todo se ralentizaba. Y eso que al final aquel agosto tuviste una gripe horrible que estuvo a punto de echar al traste todos los planes, sin embargo allí estuvo Claudia, paciente y sin desanimarse, esperando a su nueva y flamante recién estrenada amiga que deliraba en la cama a causa de la fiebre. Creo que como aquella gripe no has tenido nunca más otra, ¿no? Y, desde entonces, hasta hoy. Claudia y tú no os habéis separado nunca y mira que vuestras vidas han sido distintas. Distintas sí, pero paralelas. Claudia siempre estaba ahí. Primero fue novia de Manuel, luego recién casada y madre sin dejar de ser niña y tu, mientras tanto, junto a ella, creciendo al mismo ritmo, en diferentes ramas del árbol, pero con el mismo tronco común. Viene mi memoria hoy también las siluetas de dos chiquillos en la estación de tren de la Pola, con la nieve que caía, dos niños cobijados bajo el paraguas y despidiéndote.
Volviendo a la foto, Claudia te coge del brazo. Se apoya en ti y tú en ella. Te protege y tú a ella. Estáis unidas con un hilo rojo. Te diría que no dejes de lado a las amigas, van a ser tu pilar en muchos casos aunque algunas se bajarán en distintas estaciones, pero tranquila, aprenderás a vivir sin ellas y madurarás. Dice mi madre que tengo mucha facilidad para ir dejando a la gente bajarse de mi vida, pero ¿qué voy a hacer? No puedo aferrarme a quienes no quieren estar a mi lado. La vida te enseñará a hacerlo, aunque te aseguro que te costará muchas lágrimas.
En la foto sonríes y no hacia ni un año que habías sufrido tu primera gran pérdida. ¿Recuerdas que pensabais que ninguno iba a ser capaz de seguir sin ella, de que moríais con ella, de que perdíais al timonel de vuestra familia? y sin embargo, el mundo continuo girando y vosotros con él, avanzando. Y ella no estaba más, aunque muchas veces la sientas junto a ti. Nunca te abandono Bea, aquello si que no tuvo nada de traición. Muchas cosas pasaron aquel verano del 85. Sólo me vas a permitir que te avise de una cosa Beina, la primera pérdida duele, pero la última siempre es la peor, te lo digo yo que de pena por los míos sé un rato. Sólo que hay que reinventarse y volver a vivir. Lo harás así, siguiendo al pie de la letra los pasos del duelo, lo pasarás mal pero saldrás victoriosa.
Quería preguntarte por tus padres. Los míos están bien, gracias. Soy afortunada por tenerlos. Por ahora nos respeta la salud. Ya sabes que complicadas se ponen las cosas a partir de ciertas edades. Mi padre dando guerra, discurriendo mil proyectos nuevos y poniéndose metas, queriendo beberse la vida a sorbos, dándonos lecciones de todo y de nada, callado como es él, disfrutando de su nieto, el regalo más grande que le ha dado la vida, haciendo amigos, gestionando el tiempo de la manera más provechosa, leyendo mucho y tirando de diccionario, preguntando o mejor observando. A lo que no se anima el tío es a lo de Internet. Chica, mira a ver si tu tienes más suerte. Es un grande, ojalá hubiera más como él en el mundo. Mi madre cambió es lo que tiene pasarse siete años sin avanzar ni un paso. Cuidar de mi abuela fue... no sabría muy bien decir cómo fue. Sigue esforzándose por hacernos la vida más fácil, pero no tiene interés por la suya. Me da mucha pena, pero he decidido que cada uno vive como quiere (o como puede o como sabe, pero esa es otra historia)  y que yo no puedo decidir como tiene que vivirla. Es duro, pero una vez que lo aceptas es como una especie de liberación.  Es duro aceptar que tus padres se hacen viejos, durísimo, sobre todo, cuando tanto tú como yo hemos vivido rodeadas de viejos entrañables. Sin que te des cuenta los más viejos son tus padres y eso cuesta, vaya si cuesta. Vete preparándote porque muchas veces te sentirás frustrada y sin poder hacer nada. Aceptar esa realidad que nos tocará a todos, será tu triunfo.
Tengo que ir despidiéndome porque se hace tarde, si salgo ahora hasta el buzón con suerte recibirás mis noticias esta semana. Querría contarte más cosas de mi, de lo que hago, de como me va la vida, pero no creo que sea bueno desvelarte el futuro. Lo mejor del futuro sin duda es descubrirlo por una misma. Sólo te voy a decir tres cosas, la primera es que la vida no te da lo que sueñas cuando eres pequeña, pero hay otros sueños que puedes conseguir por tu misma, sólo hay que creer en ellos; la segunda es, que a pesar de las decepciones, vas a querer mucho y te aseguro que merece la pena hacerlo y la tercera, es que he llegado a un punto en el que soy aceptablemente feliz y sólo por eso el esfuerzo ya ha tenido su recompensa.
Bueno Bea, espero que me escribas pronto y me cuentes esos planes de Universidad que tienes para después del verano y que me digas qué fue de aquel moreno que te tenía preso el corazón.
Un beso