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martes, 17 de septiembre de 2013

Una historia que contar: "Dejar las cosas en sus días" de Laura Castañón.

Estoy leyendo la primera novela de una autora asturiana, Laura Castañon, siguiendo una recomendación de Ovidio Parades al que podría definir como mi personal trainer en esto de la cultura, sin quitarme mérito a mi misma, pues reconozco que soy un poco autodidacta. Ovidio tiene la facilidad de hacer atractivo todo lo que toca, yo por lo menos tengo esa percepción. Su labor como divulgador no tiene desperdicio, pero este tema tendrá que dar para otra entrada. Lo prometo. Él se lo merece, ya que el momento que vivimos no le da el reconocimiento que se merece en forma de trabajo, que seamos sus lectores los que lo hagamos. Ojalá estuviera en mi mano auparle a ese puesto que tanto espera.
La novela de Laura se titula "Dejar las cosas en sus días" y está publicada en Alfaguara por si a alguno le interesa.
Domitila, año 2010
Con independencia de la historia principal que narra y de los lugares comunes que retrata, el caso es que ayer mismo leí la historia del ama de cría, Camino, a la que se muere el hombre en la mina, dejándola con un bebé de pecho y tuve que dejarlo pues se despertaron en mi miles de emociones.
Por eso, hoy, me gustaría escribir acerca de una de mis tías, la mayor, a la que la mina dejo viuda con 33 años embarazada del segundo guaje y con otro de 8 y cuyo primer acto de rebeldía fue quitarse el pañuelo el día que con su padre, mi abuelo, bajo a hacerse el carnet de identidad tras la pérdida del marido (éste seguramente sería el trámite previo para poder cobrar su pensión de viudedad). Ella me inspira tanta ternura en forma de recuerdos, recuerdos que fui acumulando en los últimos años de su vida gracias al tiempo que pasamos juntas, recuerdos que atesoro, aunque algunos sean dolorosos, recuerdos que guardo en mi corazón, sabedora de su valor. Sólo lamento no haberla escuchado más y no haber tomado notas, no haber tenido más tiempo, pero quién me iba a decir a mi que a ella, que parecía hecha de un material sobrehumano, la iba a perder tan rápido.
Por ella supe que mi tía Maruja se llamaba María Beatriz porque a mi abuela le llego la hora del parto en casa de un sastre de Pola Lena, cuando habían ido a comprar el traje de novia de su hermana Isabel. La niña nació en casa del sastre y las hijas de éste eligieron el nombre: “María y Beatriz, pero para que la llamen Marujina” que de aquella era muy moderno.
Ella me contó también que mi padre podía haber sido maestro porque el maestro le dijo un día a mi abuelo “Si me das esas dos vacas, te sacó al guaje maestro” y mi abuelo le contestó que no podía ser porque tenía otros seis hijos a los que alimentar; que mi tía Hortensia era la que más aprendía en la escuela; que mi tío Amador era tan guapo y con unos ojos tan azules que todos pensaban que era una nena y que mi tío Armando fue el guaje más mocoso que ella hubiera visto nunca.
Que Elsita la de Silvestre era la más lista de la escuela; que algunos vecinos para ayudarla le segaban los praos y cuando ella llegaba ya estaba la mitad del trabajo hecho; que se enteró que había empezado la guerra subiendo a la mortera con Damina y que parecía que lo que empezaba tenía más de fiesta que del drama que vino después.
Con ella aprendí a hacer casadielles y tarta de avellanas como las hacen en Quirós; que siempre hay que tener algo hecho de casa por si viene alguién de visita; que a les pites se les puede dar media aspirina si están malinas y si el huevo está atascado se le da un sorbín de aceite para que lo eche.
En esta vida no hay lugar para la pena, ni para la resignación. La mina le robó al marido y también su corazón, al que enterró con el su José; nunca más volvió a apasionarse más allá de su lucha diaria por sacar adelante a los suyos a los que se entregó totalmente y, en esa entrega, está la justificación, sin duda, de algunos errores que cometió.
Nunca dejó de amar a aquel hombre y más de cincuenta años después no era raro escucharla que fulano había trabajado con José o que mengano y José eran quintos.
Yo no sé, ni sé si quiero saberlo como fue la escena que vivió, tengo entendido que fue al ver la cara de mi abuelo cuando adivino la magnitud de la tragedia y lo que se le venía encima. Una semana antes se había casado mi tía Hortensia y el mismo traje de vistió José aquel día festivo fue su mortaja. A ella hacía poco que se le notaba que iba a ser madre otra vez y ese hijo no nacido, que lo haría apenas tres meses después, y el hijo mayor fueron, a partir de aquel momento, el único motor de su vida.
Tuvo dos hijos, pero hubiera tenido más, buscando la hija que la mina le robó; porque la mina roba las vidas, pero también roba la esperanza, los sueños, el futuro... Puedo imaginarme el duelo, su duelo y el dolor infinito de los suyos. Aquellos ojos azules, tan vivos, secos ya para siempre de lágrimas.
Al final de la vida, en los últimos años que compartimos juntas, había relajado su gesto serio y adusto con el que yo cuando era pequeña la recordaba y se reía mucho, nos reíamos juntas por tonterías o por cosas importantes. Al final, siempre creí y hoy lo mantengo, que había calmado su vigilia pensando que ya quedaba menos para encontrarse de nuevo con José y vaya si le quedaba poco, pero esa es otra historia.
Yo mantengo una teoría desde hace mucho tiempo y es que cada uno de nosotros tenemos una novela que contar, nuestras vidas son un argumento mismo y desde ayer sé que alguien escribirá algún día la novela de mi tía, que por cierto se llamaba Domitila.

P.D.: He acabado la novela, con una pena infinita por separarme de sus personajes. Hoy mismo se los presento a mi padre que será el siguiente de muchos otros lectores que tendrá, porque voy a poner a mis amigos en fila a leerla, a unos se la prestaré y a otros se la regalaré. Porque por encima de las ventas (que comercialmente es lo que importa) está el número de lectores a los que llegue. Le he escrito a Laura y me ha dicho cuando la presente, a ver si puedo acercarme. Desde luego, yo me he enamorado de sus personajes y he llorado mucho, muchísimo y el domingo también lloré, lloré por el final de la novela, lloré por tantos que siguen buscando a los suyos, lloré por que no sé si "dejar las cosas en sus días" es lo bueno o no, pero es que hay cosas que es mejor no menearlas...
Gracias Ovidio una vez más por presentarme a Laura y gracias Laura por Efrén, Aida, Camino, Migio, ... y todos los demás.