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jueves, 31 de diciembre de 2020

Bienvenido 2021



Y sí, prometía, allá por enero, el redondo 2020, pero se torció a la primera de cambio y tuvimos que aprender a visualizar con quién nos queríamos encontrar al final del túnel que no era otra cosa que el fin del confinamiento que parecía tan cerca y resultó estar tan lejos. Y sí, nos reencontramos en un día de primavera lluvioso y gris, con dicha y gozo (como dirían mis monjas) lástima que no hubo selfie, quiero pensar que fue la emoción de volver a vernos, sin tocarnos, sin besos, a distancia. Funcionó la visualización, lástima que la magia durara  solo un instante. No he vuelto a visualizarlo el resto de este tiempo. No todo ha sido malo también ha servido para abrir los ojos y volver a enamorarme de mi misma. Y volvimos a rezar cada noche, creyentes y no creyentes, abrazándonos a nosotros mismos pues no podíamos abrazar a nadie más. Y sobrevivimos sin horno (cosa excepcional) mientras el resto del mundo horneaba e inventaba mil y una formas del convertir las tardes eternas en tardes llevaderas. Y sí, mientras los demás cogían peso a ritmo de magdalenas y bizcochos esponjosos, yo bajé 2,7 kilos que parece poco pero que era un mundo encerrada en casa entre el aburrimiento y el desasosiego. Creo que entonces cambié mi forma de relacionarme con la comida o quizás, me refugio en ella cuando el problema sólo es mío?. Y dejé de leer y casi de escribir, y descubrí porqué todo el mundo hablaba de Netflix, de Prime Amazon y de Filmin, acompañada por “Las Chicas Gilmore”, mi serie favorita y que permanecía en su celofán desde que hace años mi hermano me la regalara por Navidad. Lorelai y Rory, mis chicas adoradas, llenas de dudas y de miedos. Cuántas cosas en común las Gilmore y yo, y nosotras, independientes, divertidas, locas, con su envoltorio de belleza y risas, solas al fin pero no al final, mujeres en un mundo de hombres. Fui crítica en este visionario de tirón, aún así las quiero por haberme acompañado tantas horas de aquella primavera robada. Y después filosofé con Merlí, viví los problemas de los chicos de This is Us, vibré con Anatomía de Grey, sin duda, una de mis favoritas, conocí el ambiente de las iglesias negras con Greenleaf, me enamoré de los paisajes de Un lugar para recordar, y soñé con volver a Galicia viendo El desorden que dejas y con caminar por París junto a Emily o con Valeria por Madrid y con la campiña inglesa tras ver la majestuosa Downton Abbey. Cociné cosas ricas que nunca había pensado que cocinaría, mi especialidad calamares en su tinta, y me enamoré del pescadero y de cada persona que intentaba hacernos la vida más fácil en medio de aquella deriva personal y social. Y grabé vídeos y leí poemas para Desmantelados y mientras echaba de menos a mis amigos y a los míos, descubrí a otras personas que tenía cerca. Y me enamoré cada día de los perros y de su amor infinito y desinteresado y de la compañía que nos hacen y de que empatizan mejor que muchos humanos. Y aprendí a estirarme por las mañanas con la satisfacción de quien no tiene nada más importante ni mejor que hacer. Y lloré mucho por lo que estaba pasando y el sinsentido de todo. Y me convencí de que la libertad que perdíamos a cada paso que ganaba el virus, nos iba a hacer mejores como sociedad. Y sumábamos cada día muertos, cientos, miles, en bucle esperando las ruedas de prensa como partes de una guerra que no daba tregua. Me acordé de los atentados de Madrid, cuando sólo quería saber y ver, sólo que aquí no había imágenes y creo que ese fue uno de los grandes errores en la gestión de la crisis, víctimas invisibles de un virus letal que machacó literalmente a nuestros mayores y a nuestro sistema de geriátricos. Tenemos que mirar qué hacemos con nuestros viejos, una sociedad moderna tiene que respetar a sus mayores dándoles dignidad y calidad, calor de hogar aunque estos sean forzosos y forzados. Y la Sanidad hubo de reinventarse y los maestros y los coles y las empresas y todo fue nuevo, pero no mejor, ni tampoco mejores nosotros. Así que hoy entre la nieve, tras encontrar mi ubicación y en el lugar en el que verdaderamente quería estar desde hace tiempo sin saber que no necesitaba excusas para hacerlo, este lugar mágico que me permitió pasar el verano de mi vida descubriendo a una niña de rizos dorados que tiene un don para conectar con la gente desde su mirada atenta, no todo ha sido malo para mí, le digo adiós a este año mezquino y ruin que nos puso a prueba a todos con el convencimiento de que por muy malo que sea el 2021 no será peor que el 2020. Nunca un final fue tan esperado como este. Bienvenido 2021, esperamos por ti con esperanza.


 

jueves, 24 de diciembre de 2020

“El desorden que dejas” la serie

“Todos los horrores posibles que eres capaz de imaginar, alguien ya los cometió” Iago a propósito de Tiempos Difíciles de Charles Dickens.


Elenco de la serie.

Imagínate que escribes una novela y que la premian, aunque los premios no sean ninguna garantía de calidad literaria. Imaginate que, en este caso, la novela es bastante buena, con un argumento creíble que engancha desde el momento, con dos personajes femeninos potentes y principales rodeadas de hombres que son los peones de la historia. Imagínate que tienes la posibilidad de reescribirla y de hacerla infinitamente mejor. Pues eso es lo que le ha pasado a Carlos Montero que ha convertido “El desorden que dejas” en el guión de la serie del mismo nombre que puedes ver en Netflix. A mi que me gustan bastante las series nacionales que me gustan (que no son todas) me ha entusiasmado. Inma Cuesta y Barbara Lennie en los papeles de Raquel y Viruca están espléndidas, llenas de aristas, de dudas, de miedos, valientes en la interpretación. Ellos, Roberto Enríquez y Tamar Novas, tampoco están mal, pero sus papeles son de mero acompañamiento, ambos, maridos de Viruca y de Raquel respectivamente, son débiles. Mauro, el de Viruca, es manipulable, bailando al son que le ponga su esposa por muy endemoniado que sea este y Germán, el de Raquel, un escritor que no escribe, busca desesperadamente no depender económicamente de su mujer adentrándose por caminos complicados. Son, sin embargo, los chavales, Iago y su amigo Roí que no coinciden físicamente con las descripciones de la novela y desfasan mucho menos (al menos en la serie no se muestra tanto, lo que te llama poderosamente la atención al menos en los primeros capítulos), los que son fundamentales, sobre todo, Iago interpretado por Aarón Piper, un chaval atormentado que se obsesiona con su profesora de literatura de forma peligrosa.

Se trata de un thriller psicológico ambientado en Novariz, un pequeño pueblo ficticio de Galicia. La trama de la novela nos presenta a Raquel, Inma Cuesta, una profesora de literatura en crisis personal a la que encanta enseñar y que acepta hacer una suplencia en el instituto de Novariz, el pueblo natal de su marido, encarnado por Tamar Novas. Nada más incorporarse a su nuevo puesto, sus alumnos dejan entre la prueba escrita que les ha hecho una macabra nota en su bolso que dice "Y tú, ¿cuánto vas a tardar en morir?" junto al cartel de Desaparecida de la profesora a la que sustituye. Así, Raquel descubre quién es la profesora a la que reemplaza y que se suicidó, decide empezar a hacer preguntas (acosada por su propio secreto que no quiere que salga a la luz) y arengada por Mauro, el viudo de la muerta, a investigar qué fue lo que le pasó Viruca y qué pudo motivar que acabase con su vida. Pero claro, nada es lo que parece y la tela de araña que se va tejiendo a su alrededor la va envolviendo de forma tal que parece arrastrarla por idéntico sendero al que condujo a Viruca a la muerte.

Premio Primavera de Novela 2016.

Ya promete el opening de la serie, las dos actrices, bellísimas cada una en su estilo, Cuesta muy sensual y Lennie tan contenida en el gesto pero tan expresiva, se difuminan una en otra en una especie de ballet de delicado colorido hasta que casi las confundes a pesar de sus diferentes físicos, ballet en el que se van intercalando imágenes de los escenarios que vamos a conocer. El tema musical que acompaña esta apertura también se ha convertido en un éxito, “La espina de la flor en tu costado” del también gallego Xoel López, pero lo mejor, sin duda, son las dos actrices o mejor, el papel que han escrito para ellas. Dos mujeres capaces de arriesgarse en la vida hasta límites insospechados, pero también dos mujeres que cometen errores que las amenazan con acabar con sus mundos y que son incapaces de perdonarse (o no). El escenario, la Galicia rural devastada por la crisis (que se refleja mejor en la novela que en la serie). Galicia nunca falla, en este caso la misteriosa y nebulosa Galicia interior, mucho menos conocida que la Galicia costera, el Cañón del Río Sil, entre Órense y Lugo, las termas de Bande, los bosques, la atmósfera que crea la niebla, la humedad, en contraste con Coruña, otro de los escenarios. Vamos “Galicia pa comerla”. Muy buenas también las referencias literarias y la cantidad de libros que sacan y meten de cajas de mudanza, de mochilas y de bolsos, de estanterías, serán de atrezzo, pero ahí están. Si alguien quiere acercarse a Emilia Pardo Bazán, a Silvia Plath, a Carmen Laforet por nombrar algunas, no tiene excusa. Y el instituto donde se desarrolla gran parte de la acción. El instituto de Novariz que es en realidad el I.E.S Celso Emilio Ferreriro de Celanova (Ourense), un edificio ubicado en el Monasterio de San Rosendo con un claustro neoclásico que fue en el que estudió el propio autor de la novela y guionista de la serie. Mientras que para la sala de profesores, una sala de profesores diferente a las que conocemos, se eligió la biblioteca de la Escuela de Idiomas de La Coruña. Hay un capítulo que yo eliminaría y un personaje secundario que me rechina en la serie como no lo hizo en la novela que es arete, la amiga de Raquel.

Nada, si alguna vez escribo una novela o lo que sea que me tenga el destino preparado quiero que sea una novela como esta que además de contarnos una historia de amor y desamor, de corrupción y de malas decisiones, de mujeres que aman la Literatura o no, sea instrumento para mostrar mi tierra y a los lectores (en este caso también espectadores) nos entren unas ganas locas de viajar a conocer los escenarios y de dejarnos rodear por la magia innegable de la hermana Galicia de la que (no se me nota nada) estoy enamorada. Leed y si no leéis, ved la serie, os enganchará. 


domingo, 13 de diciembre de 2020

Repasar los rotos.



Buscaba hilo negro para coser un corchete. Cuando yo era pequeña los corchetes eran metálicos, ahora te los venden de plástico transparente. No encontré el hilo en mi acerico que en Quirós, como en mi trabajo, pasa por una cartera de esas que te dan de publicidad de alguna marca para que las lleves contigo cuando vas de viaje, la mía es de Alsa. Ahora que nada se repasa, que nada se repone, que todo es de usar y tirar, ahora que nos habíamos acostumbrado a vivir de cualquier forma, ahora, ha venido una pandemia para que revisemos nuestras vidas, nuestros cimientos y, de repente, nos hemos dado cuenta de que aquello que dábamos por hecho, porque era lo normal, porque era lo cotidiano, ha dejado de serlo. Tomar café en un bar, charlar toda la tarde con los amigos tomando una cerveza (o dos), las barras de las sidrerías abarrotadas de gente, llegar a cualquier hora y que te dieran de cenar, acudir a un acto social, cualquiera, sin aforo (o con aforo cuando el ponente es la bomba “entrada libre hasta completar la sala”), abrazar a tus padres o a tus sobrinos, acudir a Urgencias por una urgencia (o no, cuánto hemos usado y abusado de nuestra Sanidad), salir de compras o celebrar la Navidad que ahora es lo que nos preocupa y nos ocupa. La vida se ha vuelto del revés hasta el punto de que los que están solos están más solos, de que muchos hemos dejado de ser urbanitas para convertirnos en rurales, huyendo de la ciudad a refugiarnos a la aldea que nos echará en cuanto empiece a nevar, ahora que los que viven en familia, supuestamente acompañados, se sienten también solos, ahora que los pisos de ciudad se han convertido en pequeñas mazmorras de libertad dejando de ser nuestra zona de confort para generar la ansiedad de los que viven atrapados, ahora que nadie habla de la cantidad de ansiolíticos que se han consumido en este tiempo, ni de ataques de ansiedad o de pánico, ni de suicidios consumados o frustrados, i de l impotencia por estar sumidos en desiertos personales incapaces de abrir un libro. Ahora que hay que seguir sí o sí, aceptando todas las pequeñas y grandes limitaciones que nos imponen y cumplimos o no cumplimos, con desgana y desagrado, cerrando los puños y apretando los dientes, pensando en una gestión diferente y, por supuesto, infinitamente mejor “ay, si me dejaran a mi”, pero conocedores (muchos de nosotros) de la tremenda dificultad que implica esta situación por ir a ciegas, por desconocida, por zorra y asesina y aún peor, cómo si mirando en una bola pudiéramos ver..., de la crisis económica, social y política que va a venir, que está llegando, no tardando mucho, que ya está aquí. Amigos, la gente se va a morir de hambre al haber perdido sus trabajos, al haber muerto su red de sujeción, al no poder Papá Estado dar abasto con subsidios, ayudas subvenciones o lo que sea que van a darnos. Ahora que pasa todo eso y que los besos y abrazos que no hemos dado quizás ya no se den, y que este tiempo es irrecuperable aunque no sea irreparable su pérdida porque aún podamos vivirlo de otra forma, con más calidad, ya que cantidad no va a poder ser, ahora que así de un guantazo nos han robado casi un año de nuestras vidas que quién nos lo iba a decir, ahora es tiempo para repasar rotos, para crear espacios aunque sean personales  y patios interiores donde encontrarnos a nosotros mismos, tiempo de buscar respuestas a la pregunta de qué puedo hacer yo para “solucionar” esto. Ahora que es tiempo de Adviento, que sea verdad que llega un viento nuevo, brisa o huracán a nuestras vidas, a nuestros corazones, a nuestras calles, un aire nuevo a esta desazón que vivimos y contagiamos, preparemos para encarar lo que venga, que va a venir y va a seguir haciéndonos temblar, preparemos y hagamos hueco en nuestras vidas a la solidaridad, al encuentro con el otro aunque sea desde la distancia, preparémonos para construir juntos no para destruir. Solo remando a la vez, capeando el temporal conjuntamente seremos capaces de salir adelante. No es tiempo de dividir es tiempo de sumar. Es tiempo de repasar los rotos y salir hacia delante.