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jueves, 21 de abril de 2022

Sacristán, peregrino en Grao.




José Sacristán recibió ayer, en un emotivo acto, el Premio Aula de las Metáforas de manos de José Luis Trabanco, alcalde de Grao. Previamente, el premiado junto a su esposa Amparo Pascual habían paseado por el centro de la villa moscona acompañados de su anfitrión, Fernando Beltrán, José Luis Trabanco, parte de su equipo de gobierno y Gustavo Adolfo Fernández, cronista oficial de Grao. A los pies de la placa que conmemora la estancia de “La Barraca” en Grao, Sacristán leyó “Canción del día que se va” de Federico García Lorca. Tras el paseo, en una tregua de la loca primavera asturiana, un joven José Sacristán con la envidiable lucidez de sus fantásticos 84 años, tuvo tiempo para charlar con el hijo de un compañero de mili en Melilla, mili que recordó como “la ruptura con lo que había vivido hasta entonces”; visitar las instalaciones del Aula de las Metáforas que Fernando Beltrán definió como “un espacio para la lectura y para la imaginación, de forma tal, que abras un libro y llegues a un verso” y la llamada “sala de los dones” que atesora pequeños y grandes regalos de poetas y premiados. También hubo tiempo de escuchar las explicaciones que Gustavo Adolfo Fernández dio sobre el llagar que alberga la Casa de Cultura y atender a los medios con quien conversó sobre la poesía como “una razón de vida”, confesar que no recordaba el primer poema que había leído y que le interesan “los buenos personajes, bien construidos y con una historia que me guste, no necesariamente tienen que tener aliento poético.” Se habló también de música “no sé vivir sin la música, pero me llenan igual una sinfonía del Maestro Quiroga que las coplas de Beethoven, que cada uno eché mano de lo que le dé la gana, sin elitismos”. Recordó a sus padres, Venancio y la Nati y a su abuela Nati, a su pueblo castellano Chinchón. Sacristán, hombre comprometido con la realidad, abordó el momento político que vive nuestro país “me preocupa el auge de la ultraderecha aunque no hay que olvidar que está ahí porque la votan y porque quizás algunas latitudes políticas no lo están haciendo del todo bien” y también el mundo “esto no es nuevo, siempre ha habido locos” en clara referencia a la guerra de Ucrania. 


El acto de entrega propiamente dicho del Premio Aula de las Metáforas 2021 comenzó a las 19.30, con el salón de actos de la Casa de la Cultura lleno a rebosar, retransmitido para una Capilla de los Dolores también llena y la posibilidad de verlo desde casa a través del canal de YouTube. Tomó la palabra el escritor Manuel García Rubio, secretario de la Fundación Aula de las Metáforas que sustituyó, por indisposición de última hora a Leopoldo Sánchez Torre. García Rubio leyó el texto que para la ocasión había escrito Sánchez Torre glosando tanto el espacio, los fines del Aula “dar voz a la voz de los poetas”, la historia “de esta milagrosa estación de la poesía, donde la poesía es tocada y compartida, repetida y vivida, agitada”. Biblioteca y núcleo de iniciativas que fue inaugurada un 29 de febrero 2004 “el día más poético” y que, a día de hoy, tras el paréntesis de la pandemia que limitó su actividad, sigue creando vínculos siendo un aula que mira al futuro. El premio que tiene carácter bienal no tiene dotación económica pero sí una simbólica escultura de Pep Carrió, que representa una escalera una de cuyas partes se sustenta sobre un árbol y crece hacia el cielo, raíces y ramas, lugar común de la palabra. A continuación fue el turno de Elsa Suárez, concejala de Cultura que visiblemente emocionada contó a los presentes que “existen días que compensan todo lo trabajado” y haciéndole un guiño a su madre, también presente, habló del Sacristán actor “referente de muchas generaciones” y del “ciudadano comprometido que hay detrás del actor y que unido a la poesía es un lujo tenerle en Grao”. Tras la intervención de Elsa Suárez, comenzó la parte más íntima y bonita del acto. Una conversación con el periodista Jesús Marchamalo salpicada de anécdotas y confesiones que duró unos veinticinco minutos por temas de protocolo. Durante la misma y con la complicidad de su interlocutor, Sacristán nos mostró el niño que fue y a quien le gusta regresar “me sigo encontrando a ese niño y sigo admirando a la gente que enseña a mirar”. Recordó a los presentes que no hay nada más serio que “la sagrada solemnidad del juego” y que sigue siendo “el chico de delantera de gallinero” en clara alusión a las tardes de cine en las que se enamoró de su profesión. Hubo tiempo también para los amigos: Fernán Gómez con cuyo nombre han bautizado la sala de cine que el y su esposa tienen en casa y en la que hasta hace poco había un reclinatorio “porque Eva al desnudo hay que verla arrodillado” y a Miguel Delibes, amigo y como Sacristán hombre de campo, cuyo protagonista Nicolás de “Mujer de rojo sobre fondo gris” representa estos días en Oviedo y cuyo personaje Pacífico Pérez representó en La guerra de los antepasados. El actor leyó a José Hierro, el poema que le propuso Marchamalo y su voz llenó la sala llevando de nuevo la emoción a los presentes, una emoción que llegó a su máxima expresión con las palabras que sobre el temblor pronunció Fernando Beltrán para ir cerrando la jornada. Finalizó el acto José Sacristán poniéndose al servicio del Aula de las Metáforas “ no como maestro porque aún tengo mucho que aprender” y recordó el “aliento poético de los fandanguillos que me cantaba mi madre, canciones populares, siempre he tenido al margen de la fascinación por la imagen, cierta inclinación por la musicalidad de la palabra y de la música, luego he contado con personas que me han ido acompañando, pero sería temerario hacer cualquier tipo de selección de autores y poemas”. Volvió a llenar la tarde con su voz y la palabra, en este caso, con dos poemas de Beltrán. Le entregó el premio José Luis Trabanco, alcalde de Grao y dejó al auditorio, a su público, con la sensación de haber recibido un regalo de lujo, el de una tarde inolvidable en la que el actor dio vida a las palabras de los poetas y abrió una brecha de luz sobre el cielo de Grao.


domingo, 10 de abril de 2022

La primavera que nos robaron


La lectura de “Primavera extremeña” de Julio Llamazares despierta en mí recuerdos de aquellos tres meses de 2020 y alguna reflexión. Si hablamos de recuerdos podría contar mis sensaciones y mis acciones en aquellos primeros días de la segunda quincena de marzo en la que todos nos volvimos un poco locos, experimentando sentimientos encontrados “bueno no voy a poder salir de casa, pero voy a poner al día este desastre de hogar en el que vivo instalada” (porque desastre y todo es mi hogar- son mis dos hogares y no estoy a disgusto en ellos, o sea, que por elección vivo instalada en el caos y estoy conforme). Y así lo hice y así da prueba fehaciente de ello los vídeos que de aquellos días fui colgando en las redes “operación tupper”, “operación armarios”, “operación moldes de repostería”, poco a poco, fui llenando los días y las horas de aquella Semana Santa que tuve entera de vacaciones y que fue la más triste de todas porque no pude moverme. Lola y Bruma, las Chicas Gilmore, las sesiones vermú de los domingos, la lista de la compra de mi madre, las videollamadas con las amigas, el programa Desmantelados… iban haciendo que las hojas del calendario fueran cayendo, pero la cadencia de los días era tan lenta… Sin poder leer, sin poder escribir, un desierto en mi. Hubo algo y alguien que me ayudo a mantener la cordura, un oasis, una promesa… Al principio del todo encontré en Instagram un vídeo de una psicóloga que sigo: “visualiza lo que quieres encontrar al final del túnel” Y eso hice, visualizar cada noche, cada mañana, cada hora a la persona con la que quería volver a encontrarme, alguien a quien quiero y que es un ancla de vida. Ese saber que iba a volver a verle me mantuvo asida a la cordura (huy! que transcendente me pongo). Todo esto que cuento es totalmente cierto porque está en redes. Si normalmente voy dejando miguitas, aquellos días en los que se sumaban contagios y muertos, las redes fueron un asidero para muchos. En fin. Los que iban a ser quince días pasaron por la paralización casi total de la actividad económica del país y por la soledad gris de las ciudades. Descubrimos que era esencial y que no y descubrimos también muchas más cosas, sobre todo, de nosotros mismos. Pero llegó mayo más lentamente de lo que jamas hubiéramos podido imaginar y lo primero que hice con mayo fui venir a Quirós a traer un material de mi empresa para una obra y me encontré, aquel día que llovía a cántaros, el despertar en verde más rabioso que había visto nunca y me sentí plena por todo lo que recuperaba y me sentí vacía por lo que nos habían robado. Y viví aquella tarde uno de los momentos más surrealistas de mi vida pero más bonitos, aunque eso es otra historia. Por eso creo que Julio Llamazares ha descrito perfectamente (bueno como él hace) la primavera que el sí pudo vivir en su huida de Madrid, en Extremadura y cómo lo que supuso un parón en su cotidianidad, supuso un crecimiento en sensaciones y en sensibilidad (aunque de esto Julio vaya sobrado como lo demuestra con su prosa sencilla y evocadora que tanto nos gusta). Quiero decir lo que fue un horror para todos fue una bendición para los lectores de Llamazares que estamos locos por viajar a conocer y recorrer los paisajes extremeños que dibuja y tan bien plasman las acuarelas de Konrad Laudenbacher que ilustran el libro. Qué habría pasado si yo hubiera podido estar en Quirós esos casi tres meses, sin duda, y a pesar de las restricciones que hubo, la sensación de pena hubiera sido menor. El despertar de la tierra, el ruido de los pájaros que tantas veces es música para nuestros oídos, la línea que trazan los caracoles que vuelven a la vida, el canto del gallo, la crianza de los animales, el vestirse los árboles tras la desnudez del invierno … tantas cosas guapas que no pudimos disfrutar aquella primavera. La Naturaleza que discurre con independencia de lo que pasa en el mundo. Creo que es un acierto esta publicación, es un texto breve que se lee de un tirón, que además de una fiel fotografía de la sorprendente primavera que vivieron, reclusos de aquellos días, lejos de sus casa y lejos del asfalto madrileño que dibujaba el horror más absoluto de la pandemia en España. También creo y esto es sólo una opinión que “Primavera extremeña” se convertirá con el tiempo en la fotografía fiel a la que volvamos cuando queramos mirar atrás. Quizás hoy todos tengamos aquellos días muy cercanos y muchos aún no quieran recordarlos. Aquel tiempo dará para muchos libros, habrá poesía como en este libro, habrá historias que parezcan distópicas, habrá thrillers y habrá literatura de todo lo que robaron aquellos que se lucraron con el dolor y la muerte ajenos (sabiendo lo que sabemos hoy, qué más sabremos). Cuenta mi amiga y maestra Laura Castañon en un artículo que publica esta semana que parece que el guion de los años veinte (qué se prometían felices, divertidos y llenos de esperanza) lo ha escrito “un guionista loco o con mala baba”. Así que vivamos el momento, “carpe diem” que cualquier tiempo futuro, seguro, será peor. 

sábado, 2 de abril de 2022

Una maleta llena de cosas.



Una maleta llena de cosas que he traído de casa de mi madre. Abrir la caja de Pandora, qué era lo que quedaba dentro o no quedaba nada? Abrir el tarro de los recuerdos, despertar la memoria,… mi vida en una pequeña maleta de cabina rosa. Las cosas nos hablan, nos interpelan, dejan de ser cosas para formar parte de nuestro yo pasado, presente o futuro. Son parte de nosotros, construyen nuestra memoria o los ayudan a recuperarla cuando cansada de todo quiere descansar sin más. La maleta está llena de todas esas cosas que dejas cuando te mudas, anclas de una vida en la que fuiste feliz y que ya lo volverá, en mi caso, deje la casa de mis padres en 2002 y ya no he vuelto. Vuelven ahora mis cosas y con ellos mis recuerdos. Muchos buenos, buenísimos, algunos no tanto. El joyero que me regalaron por mi Primera Comunión. Los pendientes de niña y la medalla. Una foto mía disfrazada, una de las tres veces que me he disfrazado en la vida. Yo iba de azul y mi mejor amiga de amarillo, nos alquilaron los trajes, teníamos toda la vida por delante. La primera agenda que tuve. Una sortija de Reyes que me regaló Ramón y otra que me trajeron de París una alumna muy querida (cada vez que recuerdo cuántas clases particulares he dado). Fichas de apuntes de Civil, de Penal, de Constitucional,… El reloj que me regaló mi madre cuando acabe la carrera (me lo regalaron mis padres pero lo compró mi madre). Un menú de boda en el que la novia me decía que no abandonara por el camino mi sinceridad (firmaba ella por los dos, presagio de lo que iba a ser aquel matrimonio). Los pendientes que otra amiga me trajo de Praga. Un taco de notas en el que otra amiga garabateaba sentimientos y deseos en varias hojas seguidas. De aquella yo andaba loquita por Miguel. Un delfín azul que me regaló Katja. Un montón de detalles de boda (qué espanto). Un montón de pañuelos de cuello porque siempre he sido una adicta. Disquetes, negativos de fotos, ligas de novias que por alguna extraña razón tengo en mi casa (ni idea, una azul y blanca y otra roja). La banda sonora de la Edad de la Inocencia. Las nóminas del primer año de trabajo. Y dos fotos en especial. Una que tengo que devolver porque entiendo que la secuestré indebidamente y seguro que a su madre le gustaría tenerla y una mía. Una de las mejores, de estudio, jovencísima, delgada, serena pero con el corazón roto de pena. Me la hizo Dolsé. Fue la foto que use mientras estuve buscando trabajo. Acababa de morir mi abuelo, me había salido la primera cana y no sonreía. Con el tiempo quiero creer que al envejecer he aprendido a sonreír, entonces no sabía o no podía hacerlo. En fin. Yo mi sonrisa no la cambio por kilos de menos, ni por menos años,  el camino para aprender a hacerlo (sonreír quiero decir) ha sido tan largo… He abierto la Caja de Pandora y dentro he encontrado la esperanza en haber crecido bien.