En el tiempo desde la última entrada, han pasado muchas cosas. De la lectura de todas ellas, muy poco bueno. He perdido a una amiga en un penoso accidente y el dolor por su muerte se multiplica por el cariño tan grande que tengo por su familia. Ellos lo está pasando mal, pero saldréis de esto. Seguro.
Me he declarado en "huelga de sentimientos", huelga en la que sigo y además, he pensado que también estoy en "deserción emocional". No sé si es más lo primero que lo segundo, creo que es peor la deserción y en eso ando. Y esto porque estoy cansada. Estoy cansada de que todo me afecte: lo que le pasa a mis amigos, lo que le pasa a mi familia, lo que le pasa a mi empresa, lo que le pasa a mi aldea y a mis vecinos, lo que le pasa a mi país. Estoy cansada y estoy harta de intentar remediar lo irremediable, de sufrir por lo que no tiene solución y de enfadarme cuando mi enfado no conduce a nada. Estoy hastiada, aburrida, enfadada y desencantada. Hastiada de esperar cosas que nunca ocurren porque el guión de mi vida no lo puedo escribir yo y porque en contra el destino no puedo hacer nada. Aburrida de gentes que sólo hablan de si mismos y de que los demás no valen nada. Aburrida de gente preocupada porque el día de San Mateo es sábado y vamos a perder una fiesta local, cómo si esto fuera culpa nuestra y cambiar el calendario estuviera en nuestras manos. Aburrida de quién se cree el ombligo del mundo y que todo gira a su alrededor. Enfadada de marcar el teléfono y obtener un no por respuesta, de negativas, de negaciones, de contrariedades, de adversidades. Desencantada de gente nociva, de gente dañina, de quién no te aporta energía positiva, de quién no ve luz al final del túnel. Yo también creo que nos merecemos que salga el sol de un vez, que ya está bien de lluvia, pero creo que hay que ir un poco más allá y no quedarse sólo en que este año no vamos a tener primavera.
Sin embargo, como son más las voces que se preocupan por mi que las que están calladas, el otro día Nacho me dijo que se me echaba de menos en el blog y el último día que estuve con Carmen ella me animó a seguir escribiendo, me he decidido a hacerlo, aunque para transmitir tristeza vale más no escribir. Por eso quiero traer aquí dos cosas buenas que me han pasado, seguro que me han pasado más, pero bueno estas dos están bien y merece la pena compartirlas.
Me he encontrado un bosque en una ventana. He cambiado el trayecto por el que paseo con Lola por las mañanas. He hecho el recorrido un poco más largo, nos viene bien a las dos, a ella porque se está haciendo mayor y hay que cuidarle esa columna y a mi también ¿no? Y he encontrado un bosque en una ventana, bueno en dos ventanas porque los bonsáis están repartidos. Cada mañana cuando paso por allí, no puedo evitar mirar hacia arriba e imaginarme el trabajo de su dueño cuidando su pequeño bosque. Me llena de emoción (si me emociono cuando lo veo, que voy a hacerle, soy así de floja). Parece ser que en este arte, el árbol representa un puente entre lo divino y lo humano, entre el cielo y la tierra. Así la persona que era capaz de conservar un árbol en una maceta era merecedor de la eternidad. Pues este señor, en un barrio humilde de Oviedo, este señor quién sea, tiene un bosque en su ventana y me apasiona la idea, me encanta. Ya sé que nunca será como el robledal de mi padre, pero algo es algo. Es su aportación a la belleza del lugar inhóspito que es la ciudad. Su aportación a la belleza y a la libertad, porque aunque algunos dirán que los árboles estarían mejor en el monte, seguro que este hombre cuando los mire y los admire sentirá que es afortunado y que parte de su felicidad se la da su pequeño bosque. Y seguro que estoy presumiendo que es feliz y, a lo mejor, lo está pasando fatal, pero bueno prefiero creer eso y cada vez que paso por su calle y miro su ventana, me embarga la emoción y no puedo dejar de sentir un pinchazo de envidia.
Y me he re-encontrado con un chico al que no veía desde hacía años y esto que puede parecer tan banal, también me ha encantado y me ha encantado porque a este chico le conocí en un curso de Informática del que sólo recuerdo que la profesora, que era malísima, llevaba calcetines blancos. Y me lo he encontrado entre libros (que es a lo que él se dedica ahora profesionalmente) y aunque estoy segura de que no me reconoció de mano, recordaba perfectamente que yo tenía una cabaña en los montes de Quirós (bueno Cristian, tengo que confesar que en realidad la cabaña es de mi padre) y ama la montaña y ayer me regalo las fotos de su Facebook, fotos preciosas, colgadas allí para compartirlas, para darlas...Y ha escrito que en el bosque nunca se está sólo. Resulta que alguien con el que apenas has compartido nada más que unas clases de Informática de repente pone un poco de luz en una tarde de jueves. Y parece una tontería, pero no lo es.
Y ahora sé que el hombre del bosque en la ventana tampoco está sólo; por muy sólo que esté tiene su bosque.
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