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domingo, 22 de diciembre de 2013

Por mi libertad de decidir

En 1985 yo tenía 15 años y era igual de cristiana y de practicante que soy ahora. De hecho las crisis, que las hubo, vinieron más tarde, obedeciendo siempre a factores externos. El crecer y hacerse adulto que es muy malo (o muy bueno, según se mire). Esa es otra historia. Lo que quiero decir es que tenía quince años y estaba en el instituto. Venía de un colegio de monjas dónde hice infantil, que entonces no se llamaba así y la EGB y del que no tengo nada malo que decir, más bien sólo cosas buenas. Si, es verdad, íbamos a clase de Religión, yo seguí yendo a Religión en el instituto, pero nunca sentí que aquellas monjas tan jóvenes, tan entusiastas, tan vocacionales en su labor como maestras, cercenarán mi libertad. Ni mi libertad de expresión, ni mi libertad de ser, ni mi libertad de actuar. Quizás por eso soy tan poco dada al proselitismo. Veo las cosas que hacemos mal como Iglesia (que son muchas), pero también veo la labor callada de los miles de cristianos en sus familias y en la sociedad. Y lucho desde dentro, haciendo oír mi voz para cambiar cosas, para mejorarlas. Para poder conseguir esa revolución que haga a la Iglesia bajar a la tierra, hay que estar dentro y hacer ruido.
Por eso, en 1985, con mis quince años y preparándome para la Confirmación, no me cuestione en ningún momento que la ley del aborto que se publicó entonces (era una ley de supuestos) fuera algo malo, como tampoco me lo hubiera planteado de ser judía, musulmana, evangélica o atea. Todos celebramos la consecución de un derecho, uno más, de un derecho para las mujeres, para los hombres (que también tienen algo que decir en esto) Aquella ley era el devenir normal de un momento que estábamos viviendo. Una sociedad que salía de las cavernas e iba hacia la modernidad. Una sociedad que maduraba y crecía a la luz de su recién estrenada Democracia. Antes había sido la ley del divorcio. La ley del aborto sólo era un pasito más, abrir una puerta. No pensaba nadie que hoy, veintiocho años después, se iría hacia atrás y a golpe de mayoría absoluta.

Quiero decir con todo esto que nadie puede poner en duda que, desde mi condición de cristiana sea yo una activa defensora del derecho al aborto. Tampoco, lo afirmaría nadie de los que me conoce. Todos saben que en este momento de mi vida, en el que el reloj biológico de la maternidad comienza a apagarse del todo y, en cualquier otro momento anterior, los niños son lo que más me gusta del mundo (valeeee, después de los libros y de los bombones de chocolate) Nadie puede afirmar que yo esté defendiendo el derecho al aborto, que podría hacerlo por supuesto, porque no es eso. Yo lo que defiendo, y lo he hecho toda la vida aunque quizás nunca tan públicamente como esta vez, es el derecho de la mujer de decidir, de decidir que hacer con su vida. 

Partiendo siempre de dos premisas que no se han de olvidar nunca: la necesidad de una educación sexual que te permita afrontar tus relaciones sexuales de una forma emocionalmente sana y del hecho, innegable de que el aborto no es un método más de anticoncepción. Así ser madre es la decisión más importante de la vida porque te compromete para siempre (ser padre también por supuesto) por eso no se debería obligar a nadie a serlo, pero tampoco estigmatizar y convertir en delincuente a ninguna mujer que, por lo que sea, tenga que tomar la decisión, en conciencia, de no serlo. No seré yo quién juzgué a nadie. La maternidad tiene que ser una opción desde la libertad y el deseo íntimo y personal de serlo. Nadie puede obligar a una mujer a ser madre porque aunque suene extraño hay mujeres que no quieren, porque no tienen ese instinto, porque no es el momento, porque no han encontrado al hombre adecuado para meterse en una empresa que te liga para siempre, porque no quieren serlo solas, porque su profesión no se lo permite o simplemente por elección. No quieren y punto.  Además, la maternidad en realidad no es de color rosa como se nos vende, así lo recoge Laura Freíxas en su artículo "Odio al intruso" compartido generosamente hoy por Ovidio Parades en su muro de Facebook. Nunca olvidaré el testimonio de la hermana de una amiga, madre estupenda de dos niñas, encantada de serlo, que un día hablando de esto decía la siguiente: "Nos venden la maternidad como lo más maravilloso del mundo y, sin duda lo es, pero nadie te cuenta de que tus pies y piernas van a estar hinchados, del dolor de espalda, del ardor de estómago, de las ganas permanentes de hacer pis, o de que te has montado en una montaña rusa de la que ya no vas a poder bajar. Si, ser madre es estupendo, pero físicamente no tanto y esto contando que tengas la suerte de tener un buen embarazo, un buen parto, un buen jefe y de que puedas hacer tu vida normal."

Así que ayer con la aprobación de la nueva ley del aborto, la más restrictiva y a salvo de lo que pase en el Parlamento, que no será nada porque es lo que tiene el juego de las mayorías, me duele que se culpe a la Iglesia. La culpa es del Gobierno, del oscurantismo y de las tinieblas, de la derecha más extrema. De un ministro, vestido con piel de cordero, que se postulaba moderado y que ahora va a convertir a las mujeres en delincuentes. Siento mucho lo que está pasando en mi país, pero hay muchas voces alzándose, sólo espero que se alce el pueblo en las urnas cuando le toque y que mientras tanto conservemos la serenidad, haya paz en nuestros corazones y coraje para luchar por nuestros derechos.





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