Carta de Cenicienta a su madre
Querida madre,
dudo a la hora de
escribirle estas letras pues sé que, desde dónde usted habita
ahora, nada puede hacer por mí. No sólo no puede ayudarme, sino que
si pudiera leer estas palabras, lo único que harían sería llenarla
de una infinita tristeza. Pero es tanto el dolor que siento, tanta la
soledad en la que me encuentro instalada, que sólo hallo esperanza
en este desahogo. Como el viajero que no sabe qué ramal del camino
ha de seguir, estoy en una encrucijada. Por una parte no tengo a
nadie a quien contar mi inquietud y por otra, lo último que quisiera
en este mundo sería perturbar la merecida paz que, tras su dura
enfermedad, ha encontrado. Descanse madre, pero abra sus brazos para
acogerme una vez más y escuchar mis penas o al menos déjeme soñar
con que está junto a mí y lo hace.
Madre, ¿por qué tuvo
que irse? ¿por qué no me llevó con usted? Recuerdo la última
tarde, la fiebre y la agonía, con palabras quedas me dijo que fuera
fuerte y que ayudará a padre, que le apoyará. ¿De verdad creía,
madre, que padre iba a necesitar de mi brazo para apoyarse en él a
modo de bastón? Hoy pienso que mi felicidad hubiera sido hacer este
último viaje juntas. Si ambas hubiéramos partido hasta un destino
incierto, mis días serían otros. Todo sería más fácil.
Padre tardó apenas un
invierno en superar la desdicha de su muerte y tras guardar un duelo
relativo contrajo nuevo matrimonio con una mujer muy bella que aportó
a nuestra menguada familia a sus dos hijas. ¿Qué si son bonitas,
madre? Sí, las tres son bonitas, pero las tres son oscuras. Trajeron
a la casa una mezcla de turbio pasado y de falso presente. La
oscuridad se instaló en la casa y entre nosotros. ¿Si la ama,
madre? Sí, la ama. Parecen felices. El sólo tiene tiempo para ella
y se ha apartado de mí. Un día, padre me llamó a la sala y me dijo
que aceptará a su nueva esposa como una madre. Yo le dije que eso no
iba a poder ser. Yo sólo tengo una madre y no hay nadie que pueda
sustituirla en mi corazón. Puede que otra ocupe su lugar en la casa
y quizás en la alcoba de padre, pero en mi corazón es imposible.
Tendría que arrancármelo y volver a nacer. De todas maneras, le dí
mi palabra de que la respetaría como madrastra y que obediente
cumpliría sus deseos. Y en ello trabajo cada día. Intento
respetarla y honrarla como la esposa de mi padre, pero cuánto más
la conozco, cuánto más observo su comportamiento, el de las tres,
más oscuridad veo en sus miradas, más maldad en sus palabras, más
doblez en sus actos. Rezo cada día para que mis movimientos no
delaten mis pensamientos, por no traducir a palabras mi pesar y mis
dudas. Rezo porque vaya pasando el tiempo y calmándose mi aflicción
y mi agonía por no estar más junto a usted.
Madre, con usted se fue
la luz y a esta casa la cubrió un manto de ceniza. Son literales mis
palabras, ahora vivo en la cocina, haciendo de criada para mi
madrastra y mis hermanastras. Convivo con Petra que junto a su
trabajo de siempre, desempeña las funciones de cocinera y el mozo de
las cuadras que alguna vez me deja montar mi yegua. Gracias a ellos
puedo mantener la cordura y algunas veces hasta tenemos ganas de
reírnos. Duermo en un pequeño jergón al lado de la lumbre. Ya sabe
madre que sólo hay un pequeño aposento para el servicio y ahí
sigue viviendo Petra. No soportaría verla durmiendo en la cocina
después de tanto tiempo con nosotros. Ella que tanto se esmero en
cuidarla el tiempo que duró su enfermedad. Mis ropas también son
grises. No hay sitio para más color entre los pucheros que el de las
verduras, además no hay motivo para el color cuando sólo hay niebla
a nuestro alrededor. Ropas grises, grises pensamientos. Dice Petra
que hasta mi piel se ha vuelto cenicienta y así ha empezado a
llamarme “Cenicienta” Ahora soy Cenicienta, madre, como
ceniciento es mi interior. Sí, ya sé parece un juego de palabras,
una broma, pero mi vida se escribe en clave de grises.
Algunos momentos en la
cocina recordamos que en esta casa la vida un día fue diferente.
Otros días, la nueva señora de la casa y sus hijas, desde mi
antigua habitación que ahora ocupan o en el salón de costura,
hablan juntas y se ríen. Tienen mi bastidor, dijeron que yo no lo
necesitaba. Recuerda madre cómo trabajábamos en él, cómo me
enseño a bordar, qué labores tan delicadas hacíamos juntas y qué
ratos tan bonitos pasábamos en aquel rincón. Me enseñó que las
cosas hay que hacerlas con amor. “Hija, todo lo que hagas, hasta lo
más sencillo, la labor más humilde hazla con amor, con mucho amor y
dedicación”. Y eso es lo que intento imprimir a mis labores
diarias ayudada por Petra. Friego los suelos y hago la colada con
amor. Pelo patatas y saco agua del pozo con amor. Traigo los huevos
del gallinero y amaso el pan con amor.
Ayer ellas, burlándose
de mí y de mi aspecto, me dieron la noticia. Quieren destruir su
jardín, madre, arrancar sus flores y talar sus árboles, el único
espacio de esta casa dónde todavía puedo respirar su aroma y sentir
su presencia. Quieren construir un cenador e instalar una pajarera
para criar pájaros. Madre, ¿qué pájaro querría nacer sin
libertad? ¿ha visto usted pájaros enjaulados que sea felices y
canten? Eso sí que no lo iba a permitir. Me armé de valor y me
planté ante padre. “Padre, déjeme conservarlo. Lo cuidaré con el
mismo mimo y las mismas ganas que lo hacía madre. Padre, por su
memoria.” Y aceptó, aún no sé cómo, pero lo hizo. Esa mujer lo
ha hechizado con sus ojos negros y su piel tan blanca. A su lado, con
mi aspecto de criada, sólo parezco eso, una criada sucia y triste,
pero sí, padre me ha permitido conservar su jardín, madre, quizás
vuelva el color a mis mejillas y el brillo a mis ojos, quizás
regrese la alegría a mi corazón y encuentre la esperanza lejos de
esta carta que usted, muy a mi pesar, nunca llegará a leer.
La añoro madre. Cuide
de mí. No deje que mi alma se duerma y no vuelva a despertar.
Su hija que la quiere
Cenicienta
¡Qué bonito! ¡Cuánto me gusta leer un cuento a estas alturas de la vida!
ResponderEliminarMe ha encantado esa imagen de que son bonitas... pero oscuras. Genial.
Estoy haciendo un curso de escritura con una escritora asturiana, este era un ejercicio para trabajar los puntos de vista del narrador, tiene tres entradas diferentes, la más floja es la del baile, sin embargo a la profe le ha gustado mucho el tema de los colores. Nada Gemma que a la que le gusta meterse en líos se mete hasta el final.
ResponderEliminarA mí también me ha llamado la atención lo de los colores, es muy bonito.
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