He salido temprano. He ido caminando con Lola hasta el centro del ERA que hay al final de la Tenderina. El edificio es moderno y de reciente construcción. Me he fijado en los colores de la fachada, cuando hay poca luz apenas se distinguen del resto: amarillo ocre, verde musgo y un gris oscuro y brillante. "Coño, son colores de otoño, colores de fugacidad". Si en el lugar hubiera un colegio para niños los colores serían otros. Habría rojo seguro. Justo delante de la rampa de acceso hay una parada del autobús que sube al centro. Está pensada por si a alguno de los residentes, usuarios los llaman los de los servicios sociales, le apetece darse un garbeo por la Vetusta antigua o la comercial o por sí después de una mala noche, llena de recuerdos dolorosos por lejanos en el tiempo, les entran ganas de coger la maleta e irse a su casa. ¿Su casa? Sí, si es que aún la tienen. Enfrente hay una parada escolar y un estanco.
Usuarios y establecimientos residenciales. Qué manía no llamar a las cosas por su nombre. Son ancianos y son asilos. Asilo: "lugar privilegiado, refugio de perseguidos, amparo, protección, favor" dice el diccionario. ¿En qué momento se perdió el sentido positivo de la palabra asilo? En los establecimientos residenciales de Asturias viven ancianos, personas mayores, viejos. Ninguna de estas palabras tiene en origen nada negativo. Entonces para qué el uso de eufemismos. Somos ridículos. Son abuelos, los nuestros o los de otros, esas personas que tanto han hecho por que llegáramos hasta aquí. Maestros y educadores de toda su estirpe, sensatez y cordura, prudencia y apoyo en tantos casos, en tantas casas.
El caso es que en el edificio empezaba una nueva jornada. El personal de recepción y de administración, auxiliares de enfermería y trabajadores de cocina, poco a poco en un universo paralelo al de las personas que viven allí. Ajenos a ellos, llegan a sus puestos de trabajo y una vez vestidos de uniformes se desnudan de sus propias vidas poniendo espacio entre lo que son y lo que hacen. Si no, sería imposible convivir con la enfermedad y la muerte tantos ratos. El engranaje comienza a rodar. ¿Alguien puede explicarme porque en todos esos sitios hay luz artificial a todas horas, da igual la que sea? ¿Será para recibir a la muerte si viene a buscar a alguien? ¿No saben que la muerte no necesita que le indiquen el camino? ¿No saben que se cuela por las rendijas de las ventanas o de las puertas, por las cañerías de los lavabos o por la alcachofa de la ducha para alcanzar y llevarse el alma de su presa? 21 gramos dicen que nos roba. Sólo 21 gramos, apenas unos cuantos granos de arroz, son la diferencia entre ser y dejar de ser.
Al pasar esta mañana recordé una historia que me contaron hace poco. Ocurre en ese centro, pero podía hacerlo en cualquiera de los lugares con jardines o no, con vistas o no, dónde nuestros mayores van viendo como, con lentitud, el tiempo del reloj corre en su contra. Qué extraña es la percepción del tiempo. Sus nombres son Amador y Matilde. Él habita allí, ella trabaja.
Amador llegó al centro después de perder a Lupe, su mujer. Llevaban juntos más de sesenta años y quiso la vida que ella se fuera primero. Amador no fue a la residencia conminado por sus hijos, no los tiene, no llegaron nunca. El lo aceptó, ella vivió con una pena negra en su pecho hasta el final por no haber sido capaz de que aquel amor tan grande diera frutos. Cuando Lupe murió, Amador se cansó pronto de intentar sobrevivir sin ella y haciendo gala de su espíritu práctico solicito una plaza al Principado para mudarse. Tardo un poco porque quería vivir en la Tenderina, cerca de Colloto, donde nació. Ahora le han dicho que van a construir una senda que va a llegar hasta Colloto. Le parece una fantástica idea, mientras las piernas le respondan. A él siempre le encantó caminar. Negoció ceder su impresionante biblioteca al centro a cambio de poder organizar un pequeño servicio de préstamo del que el mismo se encargaría y el funcionario que fue a evaluar su colección de libros, echó las manos a la cabeza cuando vio el valor de lo que aquel hombre generoso cedía. Amador es feliz allí, pero insomne. Trabaja en la pequeña biblioteca. Ha organizado un taller de lectura y está pensando en ofrecerle su ayuda al terapeuta que imparte el taller de memoria. Ha colocado pastillas de "Heno de Pravia" en el armario entre sus ropas como hacia Lupe. Así la habitación conserva parte del familiar olor de casa, un olor al que no quiere renunciar.
Matilde tenía una librería en Salas. La crisis la obligó a cerrarla. La situación era insostenible. Aquel sueño estaba acabando con sus ahorros y con la herencia de sus padres, muertos años atrás en un accidente de tráfico. Así que cuando la llamaron de la bolsa de trabajo del ERA, no lo dudó ni un instante. Colgó el cartel de "Volveré, cuando pase esto" y se incorporó a su nuevo puesto de trabajo. Ha pedido el turno de noche, desde que perdió a sus padres es insomne.
Y en la residencia, la primera vez que se vieron, le recordó a Lupe. Pero no a la Lupe que Amador amó, no la Lupe esposa y mujer, sino la Lupe niña e inocente, la niña que nunca nació. Todo en ella era Lupe, su andar y su expresión, su pelo y su risa. "Está muy delgada" pensó. Amador conoció así a la hija que nunca tuvo y a la nieta que ya no tendrá: Matilde. Y Matilde encontró al abuelo que no conoció y al padre que perdió antes de tiempo: Amador.
Pasan juntos muchas horas. Ella hace su trabajo con rapidez y cuando tiene un momento, acude a la habitación de Amador. Leen poesía e intercambian libros, escuchan música sin perturbar el descanso de los compañeros de planta y algunas noches organizan veladas poéticas y recitales. Algunos de los ancianos vecinos se apuntan siempre. Damián que fue el relojero, Antonia que estuvo de monja, salió para cuidar a sus padres y no volvió más al convento, Manuel un carpintero experto en construir escaleras y Serena que lleva desde siempre escribiendo poesía y nunca hasta ahora se había atrevido a leerla en público. Forman una familia peculiar y han aprendido a quererse en poco tiempo.
A Matilde la ha llamado al despacho la directora del centro. Le ha dicho que sus compañeros se han quejado de la relación que ha establecido con los usuarios, con uno en concreto. "Con Amador me han dicho" Matilde se ha encogido de hombros y no ha contestado. "Ten cuidado Mati" le ha dicho insistiendo "aquí todo tiene fecha de caducidad y tú ya has sufrido mucho" Matilde se levantó de la silla y dirigiéndose a la puerta le contesto "Si sólo es eso, me vuelvo a mi tarea"
Al pasar esta mañana recordé una historia que me contaron hace poco. Ocurre en ese centro, pero podía hacerlo en cualquiera de los lugares con jardines o no, con vistas o no, dónde nuestros mayores van viendo como, con lentitud, el tiempo del reloj corre en su contra. Qué extraña es la percepción del tiempo. Sus nombres son Amador y Matilde. Él habita allí, ella trabaja.
Amador llegó al centro después de perder a Lupe, su mujer. Llevaban juntos más de sesenta años y quiso la vida que ella se fuera primero. Amador no fue a la residencia conminado por sus hijos, no los tiene, no llegaron nunca. El lo aceptó, ella vivió con una pena negra en su pecho hasta el final por no haber sido capaz de que aquel amor tan grande diera frutos. Cuando Lupe murió, Amador se cansó pronto de intentar sobrevivir sin ella y haciendo gala de su espíritu práctico solicito una plaza al Principado para mudarse. Tardo un poco porque quería vivir en la Tenderina, cerca de Colloto, donde nació. Ahora le han dicho que van a construir una senda que va a llegar hasta Colloto. Le parece una fantástica idea, mientras las piernas le respondan. A él siempre le encantó caminar. Negoció ceder su impresionante biblioteca al centro a cambio de poder organizar un pequeño servicio de préstamo del que el mismo se encargaría y el funcionario que fue a evaluar su colección de libros, echó las manos a la cabeza cuando vio el valor de lo que aquel hombre generoso cedía. Amador es feliz allí, pero insomne. Trabaja en la pequeña biblioteca. Ha organizado un taller de lectura y está pensando en ofrecerle su ayuda al terapeuta que imparte el taller de memoria. Ha colocado pastillas de "Heno de Pravia" en el armario entre sus ropas como hacia Lupe. Así la habitación conserva parte del familiar olor de casa, un olor al que no quiere renunciar.
Matilde tenía una librería en Salas. La crisis la obligó a cerrarla. La situación era insostenible. Aquel sueño estaba acabando con sus ahorros y con la herencia de sus padres, muertos años atrás en un accidente de tráfico. Así que cuando la llamaron de la bolsa de trabajo del ERA, no lo dudó ni un instante. Colgó el cartel de "Volveré, cuando pase esto" y se incorporó a su nuevo puesto de trabajo. Ha pedido el turno de noche, desde que perdió a sus padres es insomne.
Y en la residencia, la primera vez que se vieron, le recordó a Lupe. Pero no a la Lupe que Amador amó, no la Lupe esposa y mujer, sino la Lupe niña e inocente, la niña que nunca nació. Todo en ella era Lupe, su andar y su expresión, su pelo y su risa. "Está muy delgada" pensó. Amador conoció así a la hija que nunca tuvo y a la nieta que ya no tendrá: Matilde. Y Matilde encontró al abuelo que no conoció y al padre que perdió antes de tiempo: Amador.
Pasan juntos muchas horas. Ella hace su trabajo con rapidez y cuando tiene un momento, acude a la habitación de Amador. Leen poesía e intercambian libros, escuchan música sin perturbar el descanso de los compañeros de planta y algunas noches organizan veladas poéticas y recitales. Algunos de los ancianos vecinos se apuntan siempre. Damián que fue el relojero, Antonia que estuvo de monja, salió para cuidar a sus padres y no volvió más al convento, Manuel un carpintero experto en construir escaleras y Serena que lleva desde siempre escribiendo poesía y nunca hasta ahora se había atrevido a leerla en público. Forman una familia peculiar y han aprendido a quererse en poco tiempo.
A Matilde la ha llamado al despacho la directora del centro. Le ha dicho que sus compañeros se han quejado de la relación que ha establecido con los usuarios, con uno en concreto. "Con Amador me han dicho" Matilde se ha encogido de hombros y no ha contestado. "Ten cuidado Mati" le ha dicho insistiendo "aquí todo tiene fecha de caducidad y tú ya has sufrido mucho" Matilde se levantó de la silla y dirigiéndose a la puerta le contesto "Si sólo es eso, me vuelvo a mi tarea"
Y vuelve al trabajo que cumple con extremado mimo y exquisita delicadeza. Y en cuanto puede se escapa hasta la habitación de Amador donde entre metáforas y sinestesias, epítetos e imágenes oníricas, van haciendo rimas con sus vidas y escribiendo su historia juntos, unas veces en verso y otras en prosa.
Preciosa historia. Yo siempre digo que hay dos tipos de familia: la biológica y la elegida.
ResponderEliminarEsta historia es una película, Bea. Y además, preciosa.
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