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viernes, 29 de agosto de 2014

Viaje a Sicilia (I)

Hace dos veranos estuve en Sicilia. Fueron unas vacaciones diferentes, fuera de los circuitos tradicionales. Me encantó. He vuelto allí, gracias al viaje que un amigo ha ido contando estos días en su muro de Facebook, y recordé esta entrada escrita para el blog de la Agencia de viajes que nunca llegue a enviar. Quizá ahora sea el momento de publicarla y estrenarme como contadora de viajes. Cambio algunas cosas y allá voy.
Una carambola del destino, mi deseo íntimo de ir a Italia, a cualquier lugar de Italia, y un click de Google me puso en contacto con la agencia ShineSicily y me encaminó hacia allí a mediados de setiembre, en concreto el 13, el día del 40 cumpleaños de mi hermano. Prefiero viajar en setiembre, alejarme de las fiestas de mi ciudad, lejos del agobio de los meses más turísticos, buscar un plus de tranquilidad y calidad. Recomiendo este mes para cualquier escapada. Este año me toca Galicia por diferentes y alegres motivos, ¡qué ganas tengo!

Balcón en Palermo
La primera parada fue Palermo a dónde llegué de noche. Reconozco que la impresión de la ciudad no fue la esperada. Una bocanada de calor a la salida de la estación de trenes fue mi bienvenida. Sin luz, cansada y sólo con ánimo para encontrar el B&B que escondido entre las callejuelas del casco antiguo, a poco más de 500 metros de la Catedral, resultó una monada de lugar. Ya de día, Palermo se manifestó como una ciudad con un aire a la decadente Lisboa, sin tener nada en absoluto que ver con ella: tráfico caótico e imposible, abandono de edificios y plazas, angostas y sucias calles... Giuseppe, mi anfitrión, me contó que los palermitanos viven más hacia dentro que hacia fuera, así no es extraño encontrarte un palacio de lujo  tras una fachada deprimente. Sin embargo, Palermo es una ciudad viva y dinámica, con una luz espectacular, plazas y mercados para visitar, con mucho ambiente, pero ayyy la basura... Ahhhh, una recomendación a tener en cuenta a la hora de visitar el Palacio de los Normandos, hay que asegurarse que no haya ningún acto institucional, pues el Palacio alberga la Asamblea Regional de Sicilia y es fácil que te lo encuentres cerrado.
Tras este principio un poco desalentador, lo que viniera después sólo podía ser mejor. El martes por la mañana me dirigí a recoger el coche de alquiler y me embarque en lo que se me antojaba la empresa más difícil de mi aventura siciliana: conducir por la isla. Con esas y un mapa de segunda mano, puse dirección a la Sicilia Oriental, cruzando la isla de punta a punta. A medio camino te encuentras con Enna, un promontorio en medio de la llanura, que surge así, de repente. Con unas vistas espectaculares se la conoce como el "mirador" o el "ombligo de Sicilia". Dar la vuelta al Castillo, comer y descubrir los aranzini, una especie de croquetas gigantes rellenas de arroz que os recomiendo y continuar hasta la segunda parada. El segundo centro de operaciones estaba situado cerquita de Calatabiano. Llegar hasta él no fue tan difícil a pesar de que sobre aquel mapa dibujado a mano parecía una misión  imposible. El Fondo Cipollate es un complejo de turismo rural "agriturismo" dónde la propietaria Gabriella me recibió, derrochando la energía y el entusiasmo tan propios de los italianos, indicándome en un momento cuáles eran las excursiones más apetecibles y contando la historia de la casa ligada íntimamente a su familia. El sitio es espectacular, las habitaciones son amplias y cómodas, con el encanto de las casas rurales, muebles rústicos y un comedor que te imaginas lleno de gente celebrando una boda o una fiesta. Mi alojamiento: un mini-apartamento con dos habitaciones dobles, ideal para una familia. Precioso. Y el entorno, qué decir del entorno. La sensación de venir de la meseta castellana y encontrarte en la huerta valenciana: una zona fértil, gracias a la influencia del Etna, llena de campos de naranjos y olivos, la luz del final del verano y el frescor de la noche al estar tan cercanos la montaña y el mar. Muy recomendable el Castello de Calatabiano al que llegas por un ascensor cremallera, que me dejó atrapada a medio camino, y dónde existe un restaurante con unas vistas impresionantes; y el cercano Castiglione de Sicilia, construido en un alto, desde dónde se supone que puedes ver el Etna y digo se supone porque el Señor y Dueño de estas tierras sólo tuvo a bien manifestarse al día siguiente cuando la niebla se levantó.

Taormina, al fondo el Etna
Una vez perfectamente instalada, tome destino  a Taormina y Catania. Taormina es un pueblecito muy cool y turístico, con unas playas preciosas y mucha vida en sus calles. Su mayor atracción es el Teatro greco-romano, dónde aún hoy se celebran multitud de eventos. Impresiona ver en el horizonte al volcán vivo y humeante, prueba de la actividad de las entrañas de la Tierra. Está tan preparado para ese ajetreo estival que tiene un enorme aparcamiento a pie del pueblo, desde donde salen autobuses lanzadera que te llevan hasta el mismo corazón.
                                                      
Y ¿qué decir de Catania?
Patio del edificio de la Universidad
Catania es la segunda ciudad más grande de Sicilia. Sede de la Universidad vive permanentemente acechada por el volcán y fruto de las embestidas pasadas del mismo ha incorporado a su arquitectura numerosa piedra volcánica. Fijaros en el patio del edificio de la Universidad en la foto.
Llena de italianos e italianas guapos no es tan turística como Taormina, pero sí igual de acogedora. Tanto el Teatro de Taormina como el Barroco del Duomo de Catania, cada uno a su manera, merecen mucho la pena. En Catania, me sonrió la suerte, un joven italiano en bicicleta me preguntó amablemente de dónde era, se proclamó mi guía y me acompañó en la visita por la ciudad con la única recompensa de hablar un rato en español. Fue muy divertido, teniendo en cuenta el calor que hacia y la caña que nos metimos para ver lo más posible. Me recomendó que a la vuelta fuera por Aci Castello y Aci Reale, para disfrutar de la llamada Costa de los Cíclopes. Y allí, en la playita, comí repasando mis notas tras un día tan intenso.
Costa de los Cíclopes.

Al día siguiente el enemigo a vencer fue el calor. Ortigia y Siracusa se convirtieron en auténticos hornos. De hecho, sólo recuerdo la tranquilidad de la isla de Ortigia, su suave temperatura y la brisa del mar. La belleza exquisita de la Plaza del Duomo y el perfecto equilibrio en su interior que incorpora en sus muros las columnas jónicas del primitivo Templo de Atenea en el s. VII cuando el templo pagano se convirtió en cristiano.
Ortigia


















Oreja de Dionisio

En cuanto a Siracusa, su visita fue como visitar el mismo infierno. Tengo idéntica impresión a la que tuve la primera vez que estuve en Sevilla. Si me hubiera evaporado, nadie me habría podido encontrar jamás. No se puede hacer turismo con ese calor, ni disfrutas, ni ves lo que tienes que ver, no puedes ni pensar por temor a que se seque el cerebro. Recuerdo un calor agotador y agobiante visitando el Parque Arqueológico de la Neapolis, donde puedes visitar en conjunto el Teatro Griego, el Anfiteatro Romano y la Oreja de Dionisio, término acuñado por Caravaggio. Cuenta la leyenda, y Sicilia está llena de leyendas, que el tirano Dionisio I aprovechando la acústica de esta cueva escuchaba los lamentos de sus prisioneros que sufrían en su interior crueles torturas.

Al final,  como recompensa, comida en un chiringuito idéntico a los nuestros a pie de playa y una visita a Noto que aunque no entraba en el plan inicial de viaje, una pareja de daneses que se alojaba en el mismo B&B en Palermo me dijeron que no me la perdiera. En Noto-playa se puso de manifiesto lo atenta que es la gente siciliana, me trataron genial, preocupándose de que todo estuviera a mi gusto. Después de comer, paseo por la playa, una temperatura suave y el sonido del Mediterráneo en calma, qué más se puede pedir a unas vacaciones.

Noto-playa

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