Llevo toda la mañana de hoy dándole vueltas a una entrada sobre ascensores y alcaldes; sobre jóvenes vilipendiadas y supuestos agresores sexuales; sobre jueces que archivan y sobre abogados que no recurren el archivo; sobre casetas de feria y sobre madrugadas de fiesta que se tiñen de negro y sangre; sobre chicos acusados injustamente y sobre chicas que acusan alegremente; sobre periódicos que publican datos que, sin duda, violan el derecho a la intimidad de la supuesta víctima y como mínimo la Ley de Protección de Datos y sobre decálogos para evitar la violación del Ministerio de Interior. Y no pensaba escribirla, creyendo que esta historia, en la que todo el mundo parece tener derecho a opinar, me iba a hacer escupir algo más de la cuenta con el corazón y no con la cabeza, pero una jugada de Internet me ha dejado claro que donde tengo que publicarlo es aquí y no en mi muro de Facebook. Por una vez voy a intentar ser breve, como me sugiere Macu, para no perder el hilo y la esencia de lo que quiero contar.
En primer lugar, las víctimas en los casos de violación siempre (exceptuando los casos en los que las víctimas son niños) somos las mujeres. Todas nosotras, sin excepción, hemos sufrido alguna vez una mirada sucia o un comentario soez y muchas dentro del círculo más cercano (lo que es más grave y no tiene perdón, lo mires por donde lo mires) Si alguna de vosotras no lo ha sufrido, por favor, que lo manifieste. En el autobús o en la playa, en un bar de copas o en el colegio, en la Facultad o en el trabajo, está claro que en este tema, como en tantos otros, nosotras somos las que llevamos las de perder. Un escote bonito y unos pechos grandes, unas piernas largas y una minifalda, cualquier excusa vale para ser agredidas sutilmente o no. Una historia que lleva escribiéndose desde el principio de los tiempos y en la que nuestra lucha personal y colectiva para que se acabe será eterna y permanente, de hecho, yo creo que nunca se acabará.
En segundo lugar, el sexo consentido no te convierte en puta. Practicar sexo no es delito, ni es pecado. Siempre que se produzca con el consenso, en principio, de dos personas que acceden a llevar una práctica que en la mayoría de las ocasiones es sana y placentera. Otra cosa es dónde y con quién tengas sexo. En ese tema no vamos a entrar porque pertenece al círculo más íntimo y personal de cada uno. Yo no juzgó los juegos sexuales de nadie siempre que se trate de personas adultas y que accedan con libertad y sin coacción a lo que se les propone. Aquí es donde entra el relato periodístico de la Opinión de Málaga que cuenta con pelos y señales una escena propia de las novelas de género negro que tanto me gustan. No lo escribiría así ni alguno de mi autores favoritos. Ahí es donde yo entiendo que la supuesta víctima está siendo criminalizada pretendiendo convertirla de agredida en agresora, tachando su moral y su comportamiento, en un medio de comunicación y con publicidad. Que se entere toda Málaga y de paso toda España, que estos chavalinos son inocentes y esta chica es de una fresca. Ayyyyy Dios mío.
Y en tercer lugar y para finalizar, yo también quiero ser famosa y salir en la tele, pero quiero ser famosa por mi trabajo y por mis logros, por haber hecho una gran labor en mi comunidad y promover la cultura, por haber ganado un premio y haber superado mis retos, por escribir un libro y por dar a conocer mi tierra. Este mundo de la televisión es el mayor engaño y una trampa, pero una trampa bomba. En qué cabeza cabe que estos supuestos agresores (bien, de acuerdo, han salido libres de polvo y paja) salgan en los medios de comunicación celebrando unos hechos que avergonzarían a cualquiera. Sí, ya sé que salen porque los han dejado libres, pero qué mérito tiene. Si son inocentes qué coño celebran a la salida de los juzgados aclamados por sus padres como héroes. Y aquí es donde digo yo que tenemos que mirárnoslo. Una sociedad donde sus jóvenes, me da igual que sean poligoneros o no, celebran con cava salir libres de una acusación de agresión sexual, donde sus chicas (y aquí ya no lo digo por la protagonista de esta historia) me da igual que sean chonis o no, quieren ser famosas sin trabajar, sólo por haberse acostado con algún famoso de tercera o cuarta fila y sólo aspiran a hacer un Interviú o a tener un trono en la cadena basura de esta país. Un país donde los premios fin de carrera sólo tienen derecho a una breve reseña en un periódico local y luego deben hacer la maleta, dejar a los suyos e irse a Alemania a buscar su futuro ¿Es este el país que queremos? ¿Es con esta escala de valores con la que queremos que crezcan nuestros niños?
En esta historia está claro que alguien miente y es, en ese punto, por lo que yo no tenía claro si escribir esto o no. Y por eso llevo, desde que saltó la noticia a los medios, pensando y pensando como expresar lo que pienso, sin dejar claro que mi posición está junto a la supuesta víctima, pues no me creo que haya querido exponerse así si no creía o tenía la certeza de que los hechos eran como ella los contaba. Diga quién diga la verdad en este suceso que rechina, lo que he escrito arriba es totalmente cierto, punto por punto, y no pasa nada por manifestarlo públicamente, aunque no deje de ser un resumen de lo que todos sabemos desde siempre, a pesar de que algún alcalde de plaza de primera (por desgracia) justifique lo ocurrido en Málaga, en un primer momento, como una violación más dentro de la estadística anual española, relativizando los hechos, y otro se deje decir que muchas veces pasa miedo al entrar en un ascensor con una señorita por sí le dan ganas de arrancarse la ropa para comprometerle. Vamos de mear y no echar gota. Es lo que tenemos.
Y en tercer lugar y para finalizar, yo también quiero ser famosa y salir en la tele, pero quiero ser famosa por mi trabajo y por mis logros, por haber hecho una gran labor en mi comunidad y promover la cultura, por haber ganado un premio y haber superado mis retos, por escribir un libro y por dar a conocer mi tierra. Este mundo de la televisión es el mayor engaño y una trampa, pero una trampa bomba. En qué cabeza cabe que estos supuestos agresores (bien, de acuerdo, han salido libres de polvo y paja) salgan en los medios de comunicación celebrando unos hechos que avergonzarían a cualquiera. Sí, ya sé que salen porque los han dejado libres, pero qué mérito tiene. Si son inocentes qué coño celebran a la salida de los juzgados aclamados por sus padres como héroes. Y aquí es donde digo yo que tenemos que mirárnoslo. Una sociedad donde sus jóvenes, me da igual que sean poligoneros o no, celebran con cava salir libres de una acusación de agresión sexual, donde sus chicas (y aquí ya no lo digo por la protagonista de esta historia) me da igual que sean chonis o no, quieren ser famosas sin trabajar, sólo por haberse acostado con algún famoso de tercera o cuarta fila y sólo aspiran a hacer un Interviú o a tener un trono en la cadena basura de esta país. Un país donde los premios fin de carrera sólo tienen derecho a una breve reseña en un periódico local y luego deben hacer la maleta, dejar a los suyos e irse a Alemania a buscar su futuro ¿Es este el país que queremos? ¿Es con esta escala de valores con la que queremos que crezcan nuestros niños?
En esta historia está claro que alguien miente y es, en ese punto, por lo que yo no tenía claro si escribir esto o no. Y por eso llevo, desde que saltó la noticia a los medios, pensando y pensando como expresar lo que pienso, sin dejar claro que mi posición está junto a la supuesta víctima, pues no me creo que haya querido exponerse así si no creía o tenía la certeza de que los hechos eran como ella los contaba. Diga quién diga la verdad en este suceso que rechina, lo que he escrito arriba es totalmente cierto, punto por punto, y no pasa nada por manifestarlo públicamente, aunque no deje de ser un resumen de lo que todos sabemos desde siempre, a pesar de que algún alcalde de plaza de primera (por desgracia) justifique lo ocurrido en Málaga, en un primer momento, como una violación más dentro de la estadística anual española, relativizando los hechos, y otro se deje decir que muchas veces pasa miedo al entrar en un ascensor con una señorita por sí le dan ganas de arrancarse la ropa para comprometerle. Vamos de mear y no echar gota. Es lo que tenemos.
Espero que el sonido de mis aplausos te haya llegado, Bea, qué bien lo has contado y qué clarito.
ResponderEliminarEn cuanto al alcalde de Valladolid... en fin, pues que suba las escaleras ¿no?, así no pasará miedo...