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domingo, 14 de febrero de 2016

Único entre el resto.


En el monte que veo desde el Cantu Las Vallinas en Salcedo, entre todos los árboles desnudos hay uno que se ha revestido anticipadamente de primavera. Ha reverdecido, imponiendo su criterio caprichoso a la lluvia y al frío, al viento y a la nieve que este año no acaba de llegar. Lleva ya varias semanas poniendo color en medio del gris del invierno y hoy me ha dado por pensar que este árbol es como el amor que así, rebelde y a contracorriente, se manifiesta tantas veces, fuera de plazo y de tiempo, adelantándose a las estaciones y confundiendo lo que debe ser con lo que realmente es. El amor que llega pronto, o tarde, pero al que todo se le perdona. Presuroso y decidido o lento y cobarde. Trayendo rápidamente o ralentizando las cosas que quieres que pasen muchas veces, que se repitan, que no dejen de ocurrir una y otra vez, un día tras otro porque el amor, el de verdad, no se manifiesta un único día al año sino que lo hace a cada momento, en cada respiración, en cada latido, dando sentido a las vidas, inspirando historias, siendo como el pan nuestro de cada día.
Porque cada amor es único y excepcional igual que este árbol renovado en medio del resto de árboles desnudos. Cada amor en todas sus manifestaciones: a la pareja, a los padres, a los hijos...el amor a un lugar, a un espacio y a un tiempo, el que nos ha tocado vivir. El amor por la gente que te quiere con tus defectos y virtudes, con tus manías y complejos, con la que estás bien, por la gente que nunca falla y aunque lo hiciera seguiría inspirándote y seguirías queriéndola porque fallar es de humanos y ser humano te hace digno merecedor de amor, del mío, del tuyo, del nuestro.
El amor que se lee en cada gesto, en cada sonrisa, en cada palabra, alejado de intereses comerciales. Regalarse uno mismo y recibir al otro en un ejercicio de generosa reciprocidad. Quién no sea capaz de apreciar esto y reconocerle su justo valor, no merece amar ni ser amado. La sencillez de un momento, la rotundidad de dos palabras dichas, o no, que encierran el universo infinito que hay entre tú y yo, la magia de un encuentro inesperado, el roce de los dedos de unas manos fuertes que no se atreven a acariciar por temor a hacerlo torpemente, el deseo de unos labios prestos a ser besados. Alguien con quien no contabas y le da la vuelta a tu vida.  
Y es por todo esto por lo que el AMOR escrito con mayúsculas, negrita y subrayado no se merece un único día sino uno detrás de otro cada uno los trescientos sesenta y seis que lleva este año bisiesto o los trescientos sesenta y cinco de los otros.
El Amor que se escribe con A de autoestima pues sin ella no hay nada, de agua y arroyo, de aliento y alimento, de ayuno y abstinencia, de amaneceres y de abrazos, de abismos y acantilados. De aterrizajes forzosos cuando las circunstancias vienen en contra y de almas afines que exploran lugares comunes. 
El aMor que se escribe con M de mundo, inmenso para recorrer, para aventurarse. Con M de miedos que derrotar y murallas que derribar. De "por fin, he llegado  a la meta". De misterios que resolver y montañas para escalar. De militante de todas tus causas y molinos de viento que sean nuestros únicos gigantes. De mies y de simiente, de manos que siembran y recogen. Con M de maestros expertos en leer los mapas de la piel, las nuestras.
El amOr que se escribe con O de océano que se extiendo hasta la línea del horizonte y más allá, de orilla y oasis en los que descansar cuando la oscuridad nos amenace. Con O de oficio, el de aprender a conocer al otro, de origen de un mundo particular, el nuestro. Con O de oquedad y de ombligo, de orgasmo, la ofrenda que te hago y que recibo, de oración del más ortodoxo de los seguidores de la única religión que importa, la que nos hemos inventado nosotros.
El amoR que se escribe con R de recompensa y regalo, de rufián que roba corazones y secuestra sentimientos, de rebelión y república la que existe entre tus brazos y los míos, de rescoldos y de rendijas por las que dejar escapar las dudas y los malos presagios, del refugio que habitamos cuando estamos juntos y que hemos construido entre tus ramas. R de reloj que marca el tiempo para la rendición y con R de ROMA y que, como nos enseñó nuestro profesor de Latín en una primera clase en 1985, AMOR y ROMA llevan idénticas letras en distinto orden, de forma tal que podrían ser lo mismo sin serlo. El Amor auténtico, el que va más lejos del fuego de las primeras veces, el de los que envejecen juntos aprendiendo que después de la brasa quedan las ascuas y, al final, el respeto, la esperanza de llegar y la utopía de partir juntos. El Amor que no pasa nunca. Ese AMOR imperfecto como yo misma es como mi árbol verde en medio de un ejército de árboles desnudos: Único entre el resto.






 

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