Foto Magnus Wennman |
Hay otro mundo, más allá del Estrecho o del Mediterráneo, a apenas un par de horas de avión, donde los niños tienen cielos teñidos con el humo de las bombas y de los atentados. Sueñan entre niebla mientras se preguntan quién les robó la memoria pues creen recordar que hubo un tiempo en que su mundo tenía color y tras la tormenta salía el arco iris. Niños que juegan entre cascotes mientras otros, niños también, buscan los cadáveres de sus padres, de sus abuelos o de sus hermanos pequeños. Niños que eran felices y ahora viven en guerra. Niños que solo conocen la guerra porque han sido paridos entre las ruinas de su ciudad. Niños que caminaban de la mano de sus madres por el mercado de las flores cuando un autobús explotó llenándoles el cuerpo y el alma de metralla, grabando a fuego el horror de cuerpos desmembrados. Esos niños heridos para siempre carecen de futuro.
No puedo dejar de preguntarme quién reparte el juego en esta vida... Qué tremendamente injustas son las cartas que les han tocado a estos niños... Qué horror saberse perdedores en la partida de la vida... Sabiendo que son muertos vivientes y que sobrevivir es una quimera, quién no le da la mano a un mafioso para subirse a una lancha... Quizás el mar embravecido sea benévolo con ellos y les arranque rápido la vida y esa muerte convertida en su única esperanza sea su salvación.
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