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domingo, 19 de octubre de 2014

Elena y su lucha contra el cáncer.

Hoy es el Día Contra el Cáncer de Mama. El caso es que ayer con el tremendo aire que hacía no fui capaz de sacarme de la cabeza a mi abuela Elena que le tenía pánico al viento y era capaz de pasarse la noche despierta vigilando la palmera de la Fábrica de Armas que veía desde la ventanina de su puerta. Mi abuela tuvo cáncer, aunque no fue de mama. Fue diagnosticada cuando yo era una niña de párvulos de cara redonda y coloretes y mi hermano un rubio de pelo casi blanco y ojos azules que tenía casi todo de vikingo. Mi abuela nos adoraba. Nos adoraba porque no sabía querer de otra manera y nosotros que no teníamos ni idea de lo que significaban las palabras cáncer, ni pérdida, ni enfermedad, ni dolor, ni, por supuesto, muerte fuimos su horizonte en aquellos días de olor a hospital y a medicinas. El Dr. Villaverde, un joven ginecólogo que empezaba su andadura, fue su dios particular y le salvó la vida en una operación a vida o muerte que era de las primeras veces que se hacía. Elenita Peláez para salir de allí se pusó como meta verme hacer la Primera Comunión. Y ésa y todas las pequeñas metas que se fue poniendo a lo largo de su vida fueron las que la llevaron hasta los 89 años en plenitud de facultades (murió a los 96, pero el último tramo no cuenta, al menos hoy) y fueron las que la mantuvieron a salvo de que el cáncer volviera. Y no volvió, vaya si no volvió. Hubo muchas más metas. La recuerdo en mi jura en el Colegio de Abogados juntos a mis padres, mi hermano y mis amigas, orgullosa no, lo siguiente y el día que celebramos el final de la carrera de mi hermano comiendo en El Quesu, por ejemplo.
A mi abuela la tuvieron tres meses ingresada llena de drenajes y tubos, intentando que todo volviera a funcionar. En cuanto se pudo levantar nos veía por la ventana de Maternidad. Nosotros entre los coches agitábamos nuestras maninas, preguntándonos porque no bajaba a abrazarnos y ella seguramente rezaba por lo bajo evitando llorar porque mi madre se lo habría prohibido o porque había pasado tanto miedo que ya no tendría más lágrimas. Mientras tanto hizo amistad con la enferma que tenía al lado, una niñina de diecinueve años que estaba pasando por lo mismo. Quién las vería a las dos aquellas largas madrugadas compartiendo los planes que tenían con la incertidumbre de no saber si podrían llevarse a cabo. La joven también se salvó y, años después, mis abuelos la acompañaron el feliz día de su boda.
Seguramente a mi abuela hoy la hubieran operado de forma menos agresiva, los años no pasan en balde y la ciencia ha avanzado una barbaridad. A pesar de aquella carnicería ella se fue a casa con una única pauta, lavar la herida con agua y sal y así lo hizo mi madre el tiempo que duró el postoperatorio. Tuvo algunas secuelas el resto de su vida fruto, no de la mala praxis quirúrgica, sino del tiempo aquel. Hoy a muchas mujeres se les reconstruye la mama en el mismo momento de la operación o se las interviene evitando quitársela. La cirugía es menos invasiva si se puede evitar al menos de cara al exterior. Eran otros tiempos.
El caso es que quiero afirmar que a día de hoy (y tb hace cuarenta años) el cáncer se cura. Es verdad que algunos diagnósticos todavía son una sentencia de muerte, pero ¿acaso no es una sentencia de muerte un infarto fulminante, un accidente de tráfico o cualquiera de las formas de morir de repente que se nos ocurran? Aunque sé que es duro oirlo el cáncer, a diferencia de estas muertes, te deja organizar un poco, sólo un poco, tu vida y la de los tuyos y te permite luchar y enfrentarte a él. Ya sé que nadie sustituye al ser querido, pero ni en éste ni en los otros casos, porque el que se va no tiene ya repuesto en nuestro corazón. Así que hoy, un día en el que se celebra la lucha contra un cáncer que afectará a una de cada ocho mujeres a lo largo de sus vidas, quiero dejar constancia de este testimonio que si no es igual es muy parecido.
La prevención y la detección precoz, la investigación y los tratamientos farmacológicos son fundamentales en la lucha contra la mortalidad. La familia y el apoyo sicológico son los pilares en los que sujetarse. La concienciación de hombres y mujeres por hacerse sus controles preventivos y por mejorar y cambiar, si fuera necesario, sus hábitos de vida, la importantísima y necesaria inversión en personal científico y recursos (menuda utopía con los tiempos que corren), el seguimiento de los tratamientos y, sobre todas las cosas, la actitud y la pasión a la hora de luchar. Nadie sabe más de pasión por la vida que un enfermo de cáncer, estoy convencida.
Y una vez que recibes los últimos resultados que te dicen que estas limpia y que te olvides, que te morirás de cualquier otra cosa pero no de esa puta enfermedad que os ha traído en vela los últimos tiempos, retoma tu vida y VIVE. No sobrevivas, VIVE, vuelve a tus proyectos los que pospusiste mientras duró el tratamiento, los que aparcaste por temor o por miedo, los que deseabas cumplir. Hoy yo conozco mujeres a punto de cumplirlos. Y no tengas miedo, ¿el cáncer te reta? Pues plántale cara y gana la batalla.

2 comentarios:

  1. Un homenaje muy hermoso a tu abuela y un mensaje de esperanza para todos los enfermos de cancer o por qué no, de cualqueir enfermedad o reto que nos plante la vida.
    Felicidades!!

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