Este fin de semana se celebra el día de la Madre, mi felicitación para todas ellas, en especial para la mía. No entiendo la vida sin ella aunque seamos tan distintas, “tan iguales” como dice mi padre. Quiero recordar a aquellas que hoy no pueden celebrarlo como les gustaría porque han dejado a alguno de sus hijos por el camino. Un recuerdo especial a cada una de ellas y un abrazo fuerte, aquel que ya no pueden darles los sus neños. Muchos de nosotros estamos aquí, pero nos comportamos como si no estuviéramos… dejo ahí esa reflexión, igual nuestro mejor regalo sea el propósito de la enmienda.
“¿A dónde van los hijos cuando
mueren, padre,
los secos golpes del azar,
el último fragmento de la dicha?”
Juan Ignacio González “En la casa
del padre” del Cuaderno de la ceniza.
deshijado, da. Adj. Ant. Dicho
de una persona: Que ha sido privada de los hijos.
deshijar. (De des- e hijo). Tr.
Can. y Am. Quitar los chupones a las plantas. 2. Arg. desahijar
(apartar las crías)
Llevo varias semanas
dando vueltas a esta entrada que estaba pergeñada tiempo antes de
que la oscuridad cubriera por un momento nuestra realidad más
cercana. La actualidad manda, la tenía escrita, pero la aparque
pensando en una madre que abrumada y en shock apretaba entre sus
manos un pañuelo blanco, suplicando que el trago que estaba
pasando no se hubiera producido nunca. El caso es que en el último
año he pasado por varias pérdidas de gente joven, algunos muy
jóvenes, a los que sus padres han velado y sobrevivido. Y me han impresionado sobre todo sus madres. Madres que
han perdido a hijos de enfermedad o de accidente. Hijos que han sido
robados por la muerte, arrebatados para siempre de los brazos
amorosos de sus madres. Una en concreto me decía en el tanatorio
que por qué no sería ella la que se hubiera ido, ella que tenía
todo el camino andado y no su hija a la que quedaba tanto por vivir.
Nunca dejaré de pensar que esa madre estuvo en los dos instantes más importantes de la vida de su hija: el nacimiento y la muerte, y que ella que obró el milagro de la vida en su hija se convirtió en testigo de su muerte en apenas un momento, en un quiebro del destino de forma abrupta, estando ambas juntas y solas. Y otra que cuando llama a su hija pequeña se confunde de nombre y utiliza el de la mayor, cuarenta años después de que ésta
falleciera.
Y pensando me
he pasado días intentando encontrar el término que defina el estado de aquellos
que pierden a un hijo, sobreviviéndole. Para referirse a ellos se recoge como alternativa y en sentido poético la expresión “huérfanos de hijos”. Puedo afirmar que no
existe un término exclusivo. No hay palabra en nuestro idioma para nombrar a estos padres.
Navegando en la red, comentando con gente que habita entre
palabras, preguntando en algunos blogs... Apenas he encontrado la palabra “deshijado” que es una palabra antigua y me
atrevería a decir en desuso. Yo nunca la había escuchado, ni visto
escrita. De todas maneras este término no me valdría pues define el diccionario como “aquel
que se ha visto privado de los hijos” no lleva implícito el
carácter permanente y definitivo de la privación, no significa que
necesariamente a los hijos se los haya quitado la muerte. Según esto yo soy
deshijada, no tengo hijos, he sido privada de ellos por el destino
(por decir algo). Los padres que no pueden tenerlos por infertilidad
también son privados de ellos, incluso hay algunos otros deshijados
por la maldad de sus parejas que se los arrebatan o por la maldad
propia. Así habría muchos deshijados que no necesariamente habrían
perdido a un hijo para siempre.
Todo el mundo coincide en
que referirse a la pérdida de un hijo es algo tabú y contra natura
y por eso no existe la palabra en castellano que, sin embargo en otras lenguas como el Griego y el Hebreo si existe. "El castellano no tiene una expresión para definir a un padre o a una madre sin hijos, por eso se utiliza un circunloquio. En griego, existe el adjetivo χαροκαμμένος (charokaménos) que literalmente significa ‘consumido por la muerte’ por Χάρος (cháros), la personificación de la muerte en la tradición moderna griega. Esta voz se emplea para llamar a los padres cuyo hijo ha muerto y se entiende como padres desconsolados. También se puede usar para referirse exclusivamente a la madre: χαροκαμμένη μάννα (charokaméni mána), o para el padre: χαροκαμμένος πατέρας (charokaménos patéras).
En Hebreo se les llama horim shakulim, literalmente ‘padres afligidos’; esta expresión se suele traducir como ‘padres de hijo fallecido’. En esta misma lengua también existe una forma para llamar a la madre cuyo hijo ha muerto: em shakula, al padre: av shakul, y a la familia que se encuentra en esta situación: mishpakha shakula. En árabe existen las formas thakla para la madre y thakil para el padre, que también se pueden entender como ‘desconsolado’. En tagalo de Filipinas existe la expresión Nawalan ng anak." (aportación literal del padre Tino Bada)
Pienso en esto mientras viene hacia a mi la desesperación que refleja la andrógina figura que llena "El grito" de Munch, esa expresión de desazón y de angustia infinita. Ciertamente los padres nunca deberían sobrevivir a los hijos al menos a la luz de las leyes que rigen la naturaleza, lástima que esto no siempre ocurra así.
En Hebreo se les llama horim shakulim, literalmente ‘padres afligidos’; esta expresión se suele traducir como ‘padres de hijo fallecido’. En esta misma lengua también existe una forma para llamar a la madre cuyo hijo ha muerto: em shakula, al padre: av shakul, y a la familia que se encuentra en esta situación: mishpakha shakula. En árabe existen las formas thakla para la madre y thakil para el padre, que también se pueden entender como ‘desconsolado’. En tagalo de Filipinas existe la expresión Nawalan ng anak." (aportación literal del padre Tino Bada)
Pienso en esto mientras viene hacia a mi la desesperación que refleja la andrógina figura que llena "El grito" de Munch, esa expresión de desazón y de angustia infinita. Ciertamente los padres nunca deberían sobrevivir a los hijos al menos a la luz de las leyes que rigen la naturaleza, lástima que esto no siempre ocurra así.
De hecho los padres que
pierden a un hijo, pierden algo de si mismos. Dejan de ser aquellos
padres para convertirse en estos padres. Se transforman en otras
personas, vencidas o no por la pena, derrotadas o no para siempre.
La mayoría de ellos, padres de otros hijos presentan dos caras, la
cara A de “seguimos en la lucha”, en el día a día,
encontrando la excusa perfecta en esos otros hijos, y la cara B
guardando o no, bajo siete llaves toda la pena que sólo sacarán con
suerte cuando estén solos. La pareja, los dos juntos o el padre y la
madre cada uno por su lado, en la soledad de su cuarto, llorando al
hijo perdido, rotos su alma y su corazón para siempre, temiendo despertar la pena silente de sus otros hijos,
hijos que por su parte sufren la ausencia de su hermano desde su propio dolor. Pienso en la risa de una madre que nunca volverá a ser la misma, preguntándose cuando sin quererlo y de repente, se deje llevar por la dicha que qué está haciendo, con qué derecho se ríe, si su hijo ya no está. Enmudecida para siempre.
Y todo esto se me ocurre
a la luz de un aniversario que se cumplió en marzo y estando muy
cercano el de otra persona muy querida. La muerte de un amigo que
murió un marzo de hace ya un montón de años, puede que trece, a la
vuelta de un Puente de San José. Se lo llevaron la carretera y la niebla, maldita combinación, de una
forma absurda, sin tregua, como siempre pasa. Recuerdo perfectamente el día. Incluso había escuchado el
accidente por la radio. Jamás lo hubiera relacionado conmigo, ni con los
míos. No pensé que podía haber ningún conocido implicado. Mientras
estaba tomando medidas para las cortinas de mi recién estrenada casa,
la noticia de que Rafa había muerto se extendió como la pólvora
por las calles del barrio donde habíamos crecido juntos. Este
chaval, que era un chaval, fue sobre todo AMIGO, primero mío y luego
de mi hermano. Recuerdo cuando nos encontrábamos en el alto de
Pumarín, los días de primavera, cuando el sol ya calentaba, a
mediodía, viniendo ellos de Instituto Alfonso II y nosotras del
nuestro.
Rafa tenía algo que le
hacía especial, su sentido del humor, su afición por el Betis, sus
dientes mellados, su nariz difícil que le aportaba personalidad a su
rostro, su forma de caminar un poco indolente, su jersey azul marino
de rayas verde. Yo a Rafa le quise mucho, pero le quise más
cuando demostró lo incondicional que podía llegar a ser. Hoy su recuerdo todavía me llena de emoción. Creo que las lágrimas
por la gente que quieres o quisiste una vez, nunca se acaban, van a un pozo de arena de playa que se seca, se seca y nunca se llena por mucho que te empeñes en llenarlo con tu llanto. Y
pienso lo que me gustaría verle ahora pasado de kilos o no, calvo o no, casado
o no, con hijos o sin ellos, pero vivo y junto a nosotros. Bromeando
como era él, cariñoso, un poco gruñón, cruzando la calle con las
manos en los bolsillos. Si volviera por un momento ¿nos reconocería?
¿reconocería a los hijos de sus amigos algunos de ellos exactamente
iguales que sus padres? Rafa será eternamente joven para desgracia de su madre.
El se llevó algo de
cada uno de nosotros, como se llevan todos los que nos dejan. Puede que en su equipaje se fueran los restos de
la inocencia que aun conservábamos aquellos que recién cambiado de
siglo y de milenio todavía creíamos que el tiempo podía pararse o
al menos ralentizarse y que no corría en contra nuestra.
Escribe Trapiello en su obra "La manía" que uno se puede sentir al mismo tiempo como un huérfano y como la madre que ha perdido un hijo. Yo creo que ni es posible, ni comparable. Nunca he visto a un hijo querer cambiarse por su progenitor muerto, aunque esa muerte marque su vida para siempre, sin embargo, estoy segura que cada padre, que cada madre se cambiaría por ese hijo querido que ahora se ha ido para no volver.
P.D.: Agradecimiento a Constantino Bada profesor de Sagrada Escritura que me ayudo a confirmar la información que acerca de otras lenguas encontré trasteando en Internet y a Gemma Torres que me apuntó la referencia a Andrés Trapiello.
P.D.: Agradecimiento a Constantino Bada profesor de Sagrada Escritura que me ayudo a confirmar la información que acerca de otras lenguas encontré trasteando en Internet y a Gemma Torres que me apuntó la referencia a Andrés Trapiello.
Son 12. Gracias por hacernos recordar
ResponderEliminarDa vértigo ver como pasa el tiempo. Un besín.
ResponderEliminarSoy francesa, someta una peticion en linea para alentar una refleccion en favor de una palabra en la lengua para los padres que han perdido un hijo.
ResponderEliminarPor favor habla del sitio web a vuestros amigos y a las organizaciones miembros de vuestra red para que firmen la petición en línea : http://caneseditpas.wesign.it ( se puede leer en espagnol)
Toda persona debe tener la possiblidad de usar su lengua en diferentes situaciones de la vida cotidiana y particularmente en los servicios publicos. Ese derecho no es respetado por un padre o una madre que ha perdido su hijo y que debe responder a su estatuto familiar. Falta una palabra.
Tiene usted hijos ? Cuantos hijos ?
Los padres de un hijo fallecido son siempre los padres de ese hijo.
Como deben entonces responder ?
No hay de qué, Bea. Un placer.
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