Desde el tronco caído del Rebol.lo se puede ver el Teixo. |
El roble estaba situado
en medio del pueblo, en un pequeño promontorio sobre la Capilla de
San Antonio. Desde allí y en línea recta se alcanza a ver el Teixo
de la Iglesia, centinelas los dos de una aldea asturiana y de su historia.
Entre la niebla, tan propia de estas montañas, se podían adivinar sus
siluetas. Si las ramas de los dos árboles hubieran crecido en línea
recta habrían podido abrazarse, se habría podido tejer un túnel de
espesa urdimbre bajo el cual caminar protegidos de la lluvia, al
abrigo del hechizo de estos montes. Al roble lo dobló el tiempo y
el cansancio, la vida misma. Vencido encima del tejado de la casa de
Matías. Me imagino el susto y la escena, la sorpresa de los vecinos
arremolinándose a esas horas alrededor del árbol arrancado de la tierra con sus raíces al aire, sobresaltados por
el ruido. Por fortuna sólo se produjeron daños materiales que
siempre tienen remedio, por desgracia se pierde uno de los reclamos
turísticos de la zona. Nos queda el Teixo situado dentro del recinto
de la Iglesia parroquial de Santa María, cuya majestuosidad y
entorno bien merecen el paseo que hay hasta allí, pero subir hasta
Bermiego y visitarlos a ambos era una parada obligada no sólo para
los quirosanos, sino, sobre todo, para los turistas. Yo estuve allí
hace más o menos un mes y fueron muchas las personas que se
acercaron para verlos en un breve espacio de tiempo. No es extraño
¿no admiramos ermitas y catedrales construidas por la mano del
hombre con menor antigüedad y encanto? Pues qué menos que admirarse
ante el prodigio de la naturaleza que, por otro lado, en Quirós es
mucho y está por todas partes. Aquel atardecer precioso del primer
domingo de primavera, víspera de que el tiempo se parase en el
concejo y la oscuridad se cerniera sobre todos, se dibujaban las ramas del viejo roble, creando una atmósfera especial y
seductora. Y es que no sé qué tiene la luz cuando se cuela entre
los árboles, lo mismo que no sé qué tiene el sonido de las ramas y
las hojas cuando el viento las agita. La luz entre las
ramas de los árboles del bosque es vida y el sonido que se escucha música. Fue un día de despedida, aunque entonces no lo
supiéramos.
Bermiego protegido por
estos dos gigantes, el Rebollo al que lloramos y el Teixo. Ambos
esperando prestos para guarecernos, para abeluganos, para invitar a
enamorarse bajo su frondosidad, para regalarnos su
sombra en los días del caluroso verano. Invitándonos a jugar a su alrededor, a inventar historias de hadas buenas que
tienen su hogar dentro de su tronco, roto y herido de muerte tiempo
atrás por un rayo. Cuántos besos robados, promesas hechas de amor y
rotas después, historias concluidas e inconclusas. Ambos
protagonistas de la historia de un pueblo, testigos del trabajo y el
esfuerzo de una comunidad vecinal, famosa por su asociacionismo. No
en vano su asociación lleva el nombre del Roble y se mantiene activa
después de tantos años promocionando tradiciones y fiestas
populares.
Al pie del
roble se juntaban los romeros procedentes de Alba, las gentes de
Salcedo se acercaban a celebrar San Roque con sus vecinos. Venían a
caballo, a pie, por el monte, más tarde en coche por la sinuosa carretera, familias enteras con sus
meriendas. Eran otros tiempos, diferentes a éstos, quizás mejores.
Fue tiempo de romerías y verbenas, de amistad y de
noviazgos, de catiuskas y madreñas, de niños que vivían en el pueblo y de los que venían de vacaciones. Volver a casa de los que estaban fuera. Cita obligada de todos los
agostos: “el 15 a Alba, el 16 a Bermiego”.
El roble se cayó y se
hizo el silencio al menos un momento. ¿Su mérito más grande? Haber
sobrevivido todo este tiempo a la maquinaria del progreso, permanecer enhiesto en medio del pueblo, esquivar a todo aquel que pretendió talarlo, haber
muerto de viejo.
¿Cómo se mide la
cultura de un pueblo? Sin duda uno de los patrones de medida es el
trato de su medio natural, de sus árboles, su flora y fauna
autóctona. En el respeto de nuestra tierra está nuestro futuro. Se
muere un árbol, plantemos otro. Plantemos miles, uno por cada uno de
nosotros, uno por cada una de las historias que se fraguaron a los
pies del roble del Bermiego, por cada baile, por cada beso, por cada
sueño. No muere un roble, muere algo nuestro, pongámosle
remedio. Cada uno de nosotros tiene una historia propia con un árbol o, en mi caso, con varios: la figal que había
delante de la casa de mis güelos en Salcedo, el árbol que crecía frente a casa de mis padres, la palmera de la Fábrica de Armas de Oviedo por la que mi abuela materna medía la intensidad del temporal de viento, el fresno que en verano no deja
ver más allá de sus hojas y que mi tía Domitila quería podar a
toda costa, la faya de Selino que a pie de Alba nos va anunciando las
estaciones cadenciosamente año tras año, la cerezal que tengo delante de la nave donde trabajo en un
polígono industrial, … Cada árbol tiene
una historia, probablemente no tan bonita ni tan conocida como la del
roble que perdemos, pero una historia al fin. Se queda vacía la
atalaya del Roble de Bermiego, mantengamos vivo su recuerdo al menos
en nuestra memoria.
Quirós es mágico, como
mágicos son sus pueblos y como mágico es Bermiego, Tibet particular
y personal de nuestro querido Víctor que la pasada noche actuó de
cronista de lo acontecido. ¡Gracias amigo por tu vigilia!
http://lavozdeltrubia.es/2017/03/21/el-roble-de-bermiego-de-despedir-a-los-emigrantes-a-ensenar-arquitectura/
Como me gusta tu escrito, que verdades" de verdad" Recuerdos nos traen a todos los que ahí vivimos y a todos los visitantes.Seguro quen así es,Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias. He intentado escribir desde mi experiencia propia, algunos momentos muy bonitos y divertidos he vivido yo debajo de este roble, como todos nosotros. Un saludo.
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