Tiene un sueño recurrente. Dos
niñas, próximas a la edad de dejar de serlo, se acercan a un lago. Hace mucho
calor. Una propone bañarse y lo hace, la otra dice que no se mete. Tiene miedo,
se queda en la orilla guardando la ropa. La que se ha bañado sale y se sienta a
descansar junto a la que no se ha metido en el agua y le
dice: “Oye, tienes que atreverte, prométeme que la próxima vez lo harás” Ella
la mira y le dice: “Sí, tranquila.” Y sigue mirando al infinito, más allá de
donde se acaba el lago. Una es fuerte y decidida, la otra simplemente lo
parece. De repente, el sueño se acaba y vuelve la realidad.
Llevan juntas muchos años, por
fortuna demasiados. Años que delatan que se están haciendo mayores. Un día el
destino quiso que estuvieran juntas en el mismo punto del camino, en el
instituto, en uno cualquiera. Eran unas niñas. No sabían nada de la vida. Allí
empezaron a vivirla.
Pronto el mundo creció para
ellas, extendiéndose a su alrededor y moviendo las fronteras. Se acabaron los juegos,
empezó la experiencia. Se abrió su horizonte y junto a los nuevos límites,
crecieron sus sueños. Llegaron los hombres a sus vidas, los malos y los buenos.
Aterrizaron en su planeta al mismo tiempo: primeros besos, primeros abrazos,
primeros desengaños. Vivieron amores imposibles, amores sin principio, ni
final, amores terrenales y celestiales. Historias sin pies ni cabeza, historias
con final feliz. Ambas en lo mismo, transitando por sendas semejantes, los
mismos argumentos, distintos desenlaces. Y entre la Escuela de Magisterio y la
Facultad de Derecho abandonaron definitivamente el nido y aprendieron a volar
solas. Nuevos caminos y nuevas amigas que en lugar de empequeñecer su amistad
la fortalecieron. Fue época de cafés en el Dólar,
en el Rialto, en Logos, la calle San Francisco y la Plaza del Riego, lugares comunes. Fue un tiempo
de encuentros y desencuentros, pero entre ellas nunca nada perturbó su
hermandad. Tantas horas juntas a la salida de la biblioteca, esperándose en el
patio del Edificio Histórico de la Universidad donde una de ellas tenía una
beca, mientras la otra decidía qué clases podía fumarse. Una era serenidad, la
otra energía. Una fue consuelo, la otra fue alma en pena. Una se empeñó en que
no era justo dejar cosas en el aire, la otra quería esconderse y desaparecer. Había
que dejar que las heridas cerrarán y ambas lo sabían. Y vinieron mil tardes de
mistela y Secretos en el Cuentu cuando el tiempo transcurría
cadencioso y ellas lo que querían era velocidad. Nada hacía presagiar que
pronto añorarían aquel espacio, aquella música y aquella forma lenta de pasar
las horas. Aquellas cuatro paredes donde vivían al ritmo del garaje. Todavía lo
echan de menos, como echan de menos los días sin problemas, sin hipotecas, sin
responsabilidades, sin enfermedades dejándose llevar y haciendo planes
En setiembre hará 30 años de
aquel encuentro y todo este tiempo han estado ahí, una al lado de la otra,
creciendo y madurando, esquivando los avatares de la vida y metiéndose en los
charcos, cumpliendo años y envejeciendo. La vida se ha portado bien con ellas,
relativamente bien como se porta siempre.
Hay mujeres que son guapas por
dentro y por fuera. Hay mujeres que bajo una apariencia de fragilidad esconden
grandeza y fortaleza. La fortaleza suficiente para seguir luchando cuando lo
fácil es tirar la toalla y rendirse y lo difícil es afrontar lo incierto del
futuro. Una grandeza que se plasma en decisiones arriesgadas como tener una
hija sabiendo lo que esto suponía para su lastimada salud, sabiendo que merecía
la pena. Hay apuestas que se ganan porque lo más importante no es apostar sino
creer que vas a ser ganadora. Hay mujeres que asumen retos cuando el reto más
grande es vivir. Hay mujeres que toman las riendas de su vida porque saben que
son las auténticas protagonistas de la misma, que conducen con mano firme
aunque la carretera sea sinuosa y esté llena de curvas. Mujeres que se caen y
se levantan, una y otra vez, todas las que haga falta, porque la vida es caerse
y levantarse. Todas ellas y alguna más son Katia, la dulce Katia. Cada año
recibo emocionada el regalo de su amistad, su presencia callada y silenciosa,
su elegancia, su forma de estar y de ser, su mirada limpia que ve siempre más
allá de lo que yo quiero que vea, más allá incluso de lo que yo misma veo, porque
lo que no sabe, lo adivina o lo intuye, aunque a veces su cuerpo no le dé
tregua para adivinanzas. Mi regalo es ella.
Hoy quiero darle yo mi
amistad incondicional. Quiero darme, llena de defectos y
virtudes que ella conoce y ¿acepta? bueno, mejor que entiende. Qué suerte que
hemos tenido. Qué suerte estar rodeada de gente con esta calidad. Qué suerte
habernos encontrado en el camino. Qué suerte formar parte la una de la tela de
araña de la otra.
Lo que quiero escribir hoy 19
de mayo de 2014 y compartir con todos, es que cada una de mis amigas es
especial. En mi colección particular y exclusiva las tengo a todas: la inocente
y la coqueta, la lunática y la terrenal, la luchadora y la vencida, la
que se quedó y las que se fueron, a las
que no desdibuja el tiempo a pesar de los años y siguen en mi aunque no junto a
mi. En realidad cada una es todas a la vez. Hoy es el cumpleaños de una sola (y
su aniversario de boda, siete años ya de aquel día precioso, familiar e íntimo,
en el que celebrábamos también la futura venida del bendito fruto de su
vientre, Daniela) y quiero decirle que estoy muy feliz de haber estado, de
estar y de seguir estando presentes la una en la vida de la otra, compartiendo
viaje. Este, el viaje que es nuestra vida y que es la aventura más emocionante que
tenemos. Quiero que sigas aquí en mi balsa de náufraga, tendiendo puentes que
yo me encargo de echar abajo, intentando arreglar lo que yo desarreglo,
poniendo luz u oscuridad, según vayamos necesitando. Hace treinta años coincidimos
en una clase despertando a la vida y hoy espero que continuemos juntas durante
el resto del camino que nos queda. Si me caigo necesitaré tu mano para seguir.
Y que no olvides que como dijo Benedetti tú también sepas que puedes contar
conmigo. Apostaría a que esto nuestro será para siempre.
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