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jueves, 10 de abril de 2014

Tráfico de pañales

Nos devora el tiempo, igual que Saturno devora a sus hijos,
 y así me siento yo devorada y, a veces, devastada y derrotada.


"Despierto hoy con la noticia de que una ovetense enferma y postrada en cama ha ganado un pleito al SESPA, y ha conseguido que se le reconozca el derecho a un pañal más al día y esto, que remueve mis entrañas, me decide a escribir esta carta para probablemente realizar algún tipo de catarsis personal compartiendo con los lectores de su periódico la realidad que vivimos en casa y que, desgraciadamente, viven cada día más y más familias que luchan contra viento y marea por mantener a sus abuelos (mi abuela en nuestro caso) en un ambiente familiar, en la esperanza de que en algún momento de su no-vivir reconozcan a su gente y no pierdan sus afectos, pues son éstos los que al final les unen a la vida.
No voy a contar aquí el día a día, que reflejaría a todas las familias que con más o menos recursos afrontan esta situación, tampoco voy a contar el esfuerzo sobrehumano que realizan mis padres y todos aquellos familiares que ocupan el papel de cuidadores de sus ancianos, papel que en un Estado que presume de SOCIAL y de Derecho, un Estado en el se defienden causas a veces ridículas, en una Democracia generosa como dice ZP (generosa cuando se trata de nacionalismos, claro), debería de desempeñar y ejercer la Administración Pública en toda su extensión o, al menos, en un mínimo que hiciera digna no sólo la vida de estos ancianos, sino la de los que los rodean. Y más aún cuando nuestra esperanza de vida aumenta día a día y esto va a más.
Yo sólo voy a contar, intentando ser objetiva (cosa que es imposible cuando la historia que cuentas es la tuya propia y la de los que quieres) y teniendo en cuenta que desde que leí la noticia en su periódico me he llenado de una profunda tristeza y que desde ella escribo, dos anécdotas que nos ocurrieron a nosotros a propósito de los pañales y de una posible ayuda para una cama articulada.
Mi abuela que cumplió 90 años el pasado 19 de enero, tuvo una crisis de incontinencia y dejó de caminar un lunes antes de la pasada Navidad, mi madre fue al médico de cabecera para ver si le daba un volante para urgencias y que allí la evaluaran. Mi abuela que llevaba tres meses en casa de mis padres había sufrido un deterioro tan rápido que estabamos desbordados y cuando pedimos vez para el neurólogo, más o menos en octubre, nos la dieron para el 29 de abril del 2005, pero esa es otra historia que no nos ocupa hoy. Así subimos aquel lunes a urgencias donde nos trataron correcta y familiarmente emitiendo un informe que prescribía el uso del pañal. Al día siguiente mi padre se dirige a sellar la receta de los pañales y cuál será nuestra sorpresa cuando con el informe médico de Urgencias delante de la nariz del funcionario, éste cumplimiendo estrictamente su obligación, le dice que ese informe no vale, que tenemos que ir a solicitar un informe al médico de cabecera que es el que hay que presentar y que por supuesto dice lo mismo respecto a los pañales. Y es aquí cuándo yo me pregunto por qué se establece un protocolo tan estricto con esto de los pañales, sellar las recetas ¿quién se dedica al tráfico de pañales? ¿tienen algún valor oculto el algodón y la celulosa que desconocemos? No lo entiendo, ¿cuánto cuesta un pañal? Ahora lo sé pues lo leí en su artículo, y ante esto, ¿cuántas horas de trabajo pierden al día los funcionarios del SESPA? ¿cuántas horas delante del ordenador jugando al solitario? ¿cuántas horas de teléfono solucionando problemas domésticos? ¿cuántas horas delante de la máquina de café? Voy a ahorrarme un taco, pero ¿dónde está el dinero de los pañales? ¿no es bastante duro tener que usarlos como para encima tener que mendigarlos? Nosotros con nuestros impuestos pagamos a esos funcionarios y también pagamos esos pañales que nos racanean.
Respecto a la otra historia que quería contar tiene un punto de humor negro. Personalmente creo que no es del todo malo tomarse estas cosas con un poco de humor aunque quedé un gusto amargo, también creo que no está mal desmitificar la muerte, reconociendo que en algunas ocasiones, por mucha calidad de vida que les podamos dar a nuestros enfermos, la muerte como viaje último y descanso eterno se abre como esperanza para ellos (soy cristiana y sólo me duele la muerte por la separación que supone de tus seres queridos) Bueno, a lo que ibamos, el día 7 de enero en el ánimo de echar una mano, fuí a informarme sobre la existencia de ayudas para camas articuladas, pues nuestras espaldas empezaban a sufrir las consecuencias de cambiar y asear en la cama a mi abuela, y yo pensé, en mi inocencia, que a lo mejor había ayudas de este tipo. Llegó allí y me dirijo a una funcionaria que amablemente me dice que no hay ninguna ayuda, pero que hay una única cama articulada para todo Oviedo (entendí) que algún familiar donó cuando falleció su dueño y que cuando se muere el enfermo que temporalmente la usa, retorna al servicio y se la dan al que llega por allí y la pide. ¿No es una historia propia de guión de Almodóvar? Me quedé tan alucinada que me fui de allí no sin antes desear al poseedor actual de la cama una larga vida.
Para finalizar y no alargarme, teniendo en cuenta que esto es una historia de carencias, quiero dar las gracias a la auxiliar de Urgencias que nos enseñó como teníamos que poner el pañal, a los auxiliares del Hospital que ante la petición de mi madre nos enseñaron como teníamos que curarle las heridas de los pies, a las enfermeras del Centro de Salud de Pumarín que hacen domicilios, a Chati, ella sabe porqué, a Carmen y a Bea que nos dieron un par de clases sobre gimnasia pasiva y cambios posturales, al resto de mis amigos por soportar mi desazón, a mi madre por darlo todo, a mi padre por aguantarlo todo y a mi abuela, que no le agradecería yo a mi abuela, eso queda entre nosotras, pero a su enfermedad tengo que agradecerle que nos puso a cada uno en su sitio y que despertó en mi una ternura infinita que estaba aparcada en algún lugar de mi corazón.

Oviedo, 17 de febrero de 2005"

P.D. Mi abuela murió en diciembre de 2011, seis años después de esta carta, han pasado ya dos años. Se desmadejó en los brazos de mi madre y se decidió a ir, llevándose con ella una parte importante de cada uno de nosotros. Murió en casa, no salió de ella en todo el tiempo que duró su enfermedad, que fue mucho tiempo, demasiado en mi opinión. En todo ese tiempo su médico de familia sólo la visitó una vez, un día que mi padre, que habla poco, pero que cuando lo hace sube el pan le dijo qué si no le daba vergüenza tener una enferma tanto tiempo encamada y no haber ido a visitarla ni una sola vez. Paradojas de la vida, cuando mi abuela nos dejó los trabajadores de la funeraria la bajaron por la escalera en obras, estaban haciendo, por fin, el ascensor tanto tiempo esperado. Si hoy volviera a escribir la carta, probablemente no atacaría de la misma forma a los funcionarios del Sespa. Hoy la situación es otra, más sangrante, mucho peor. Los recortes de medios, recursos y derechos pasarán a la historia de este país, como pasarán todos los desmanes de nuestros políticos, los elegidos por nosotros libremente. La Ley de Dependencia duerme el sueño de los justos. Tenemos casi seis millones de parados. Las estadísticas acerca de la pobreza infantil dan vértigo y, bueno, muchos abuelos pensionistas están manteniendo a toda su prole. Es lo que tenemos. No cabe duda que con una población altamente envejecida y con el aumento de la esperanza de vida, la necesidad de políticas sociales que, de verdad, den respuesta a los problemas presentes y futuros es un hecho. No se trata de prometer quimeras o imposibles, se trata de construir una sociedad más justa donde los ancianos, las personas dependientes y los colectivos más vulnerables vivan dignamente. Esto pasa por un cambio radical, no sólo político, sino también de nuestra forma de ver la vida. La verdad es que lo veo muy negro, pero bueno sigo creyendo en el hombre y en que un mundo mejor es posible. La solución para conseguirlo es trabajar juntos y centrarse en lo verdaderamente importante.

7 comentarios:

  1. Este es un mundo mejor, que cambia lentamente, pero que enseña mucho.
    Suerte y ánimo en tus batallas del presente y el pasado.

    chao!

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    1. Muchas gracias, espero no abandonar la lucha a pesar de las derrotas que son tantas. Un besín.

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  2. Excelente relato, Bea, en la que no sobra ni una palabra, y no falta ningún sentimiento. Quisiera saber brindarte alguna solución a todo lo que planteas, como tantas otras personas en este mundo y en estos momentos, pero sólo sé compartirlos y apoyarte. Como dice Esteban: Suerte , y ánimo. Eres un ejemplo.

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    1. Muchas gracias, me abruma un poco eso de ser un ejemplo, pero me da ánimo para seguir, un besín.

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  3. Hola Bea. Este comentario no tiene nada que ver con la entrada pero te escribo aquí porque pienso que así lo leerás.
    Verás, ¿te acuerdas cómo un día preguntabas por alguna palabra que designara al padre o madre que ha perdido un hijo? Pues mira qué cita he encontrado en el libro "La manía" de Andrés Trapiello:
    "¿Por qué no habrá en español una palabra para calificar a la madre o al padre que ha perdido un hijo, como llamamos huérfano al hijo que ha perdido a uno de sus padres o a los dos? ¿Hasta qué edad se considera que puede decirse de alguien que es un huérfano? Había empezado muy bien el día, pero ahora se siente uno como un huérfano y al mismo tiempo como la madre que ha perdido a su hijo. Como si fuera a un tiempo el huérfano y la madre del hijo muerto. ¿Qué ha visto uno en sí mismo, en lo más hondo de sí para que esto haya ocurrido?"
    Pag. 137-138.
    Un abrazo.

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  4. Gemma, graciasssssssssss, estoy trabajando en la entrada pero no está publicada, con tu permiso y el del autor voy a usar esta cita para introducirla o como salida, porque la entrada ya la tengo introducida. Por cierto me encanta tu blog, muchisisisismo.

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  5. Muchas gracias, Bea! Por supuesto que puedes usar la cita, ya ves que ni siquiera necesitas permiso, jajaja, qué más quisiera yo que escribir como Trapiello!

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