Hay una entrada en este blog que tengo pendiente. No puedo escribirla. No estoy preparada. Cada vez que lo intento y mira que lo he intentado veces, me bloqueo y no sé seguir. Quizás la clave sea escribirla en 3ª persona para darle perspectiva y no como protagonista. Tendré que estudiarlo. Tiene que ver con un viernes de agosto de hace tres años. Queda ahí, como tantas otras cosas, esperando su momento que lo tendrá.
Pero hoy es 19 de febrero y obedeciendo a una sugerencia del padre de la criatura que me dijo: "Escríbele algo, anda" (yo pensaba hacerlo en su muro de Facebook) he pensado que se merece un post, a pesar de que estemos muchas veces en esquinas opuestas del ring. Eso sí, sin llegar nunca a pelear realmente. Ella sabe que yo le meto mucha caña, pero que lo hago con amor. Lo hago con amor y por amor, por el amor tan grande que le tengo a su padre y que le tenía a su madre. Que conste que le metería más caña si la tuviera más cerca. Hoy cumple años. Está en esa edad fantástica en la que conservando aún parte de la frescura de ser niña, ya eres toda una mujer.
Un día como hoy nació una niña de ojos azul infinito. Unos ojos del color de los de su madre y de su abuela, aunque ambas tuvieran distinta tonalidad. Los de su madre brillaban, igual que brillaba su sonrisa perfecta que iluminaba todo. Su madre deslumbraba con aquella cara expresiva y amable, inocente y generosa. Sus ojos brillaban con energía y ganas de vivir. Los de su abuela estaban más apagados, probablemente su azul se había gastado de tantas lágrimas. Aquella niña a la que pusieron de nombre Belén, creció muy cerca de mi corazón, a pesar de la distancia física, pues vivimos en ciudades diferentes. Cuando ella era pequeña pasamos mucho tiempo juntas en Salcedo, en dos casinas, una con galería y otra con corredor, una al lado de otra: las casas de la tía Isabel, tía de mi padre y la de mi tía Domitila, su abuela. Allí Belén siempre estaba con mi hermano y conmigo intentando los tres escaparnos de la temida "yerba". Muchas veces lo conseguíamos y nos quedábamos con nuestras madres en casa, exentas ellas de las pesadas labores del campo en el verano por no ser de la tierra. Pasábamos aquellas calurosas tardes del mes de agosto todos juntos. Ella se dejaba peinar y vestir, disfrazar y mimar. A nosotras lo que más nos gustaba era estar las cuatro juntas: mi madre y su madre, ella y yo. Nos hemos reído un universo las cuatro. Hemos charlado, criticado, cosido y cotilleado, pero, sobre todo y lo más importante, hemos sido amigas. Fue un tiempo muy bueno y muy feliz. Un tiempo que no volverá. Nada parecía que iba a distorsionar aquella paz, ni aquella forma de vivir, ni de ver la vida. Nuestras madres se querían mucho, lo mismo que mi padre quiere al suyo y eso ayudo a que nuestra relación fuera creciendo como lo hizo. Era tan estrecha que cuando murió su abuela materna, sus padres la trajeron a dormir a nuestra casa, seguramente fue la primera vez que durmió separada de ellos y en una cama que no era la propia. Aquel día lo recuerdo perfectamente
Un día como hoy nació una niña de ojos azul infinito. Unos ojos del color de los de su madre y de su abuela, aunque ambas tuvieran distinta tonalidad. Los de su madre brillaban, igual que brillaba su sonrisa perfecta que iluminaba todo. Su madre deslumbraba con aquella cara expresiva y amable, inocente y generosa. Sus ojos brillaban con energía y ganas de vivir. Los de su abuela estaban más apagados, probablemente su azul se había gastado de tantas lágrimas. Aquella niña a la que pusieron de nombre Belén, creció muy cerca de mi corazón, a pesar de la distancia física, pues vivimos en ciudades diferentes. Cuando ella era pequeña pasamos mucho tiempo juntas en Salcedo, en dos casinas, una con galería y otra con corredor, una al lado de otra: las casas de la tía Isabel, tía de mi padre y la de mi tía Domitila, su abuela. Allí Belén siempre estaba con mi hermano y conmigo intentando los tres escaparnos de la temida "yerba". Muchas veces lo conseguíamos y nos quedábamos con nuestras madres en casa, exentas ellas de las pesadas labores del campo en el verano por no ser de la tierra. Pasábamos aquellas calurosas tardes del mes de agosto todos juntos. Ella se dejaba peinar y vestir, disfrazar y mimar. A nosotras lo que más nos gustaba era estar las cuatro juntas: mi madre y su madre, ella y yo. Nos hemos reído un universo las cuatro. Hemos charlado, criticado, cosido y cotilleado, pero, sobre todo y lo más importante, hemos sido amigas. Fue un tiempo muy bueno y muy feliz. Un tiempo que no volverá. Nada parecía que iba a distorsionar aquella paz, ni aquella forma de vivir, ni de ver la vida. Nuestras madres se querían mucho, lo mismo que mi padre quiere al suyo y eso ayudo a que nuestra relación fuera creciendo como lo hizo. Era tan estrecha que cuando murió su abuela materna, sus padres la trajeron a dormir a nuestra casa, seguramente fue la primera vez que durmió separada de ellos y en una cama que no era la propia. Aquel día lo recuerdo perfectamente
Cuando nos fuimos haciendo mayores, Belén venía conmigo y mis amigas como una más a pesar de la diferencia de edad. Íbamos de fiesta y ella, en muchas ocasiones, nos espantaba los moscones. Era la bomba, tenía el mismo ingenio que su madre, sólo que en una chiquilla se hacía aún más divertido. Y fueron pasando los años y la diferencia de edad que al principio era sólo testimonial fue haciéndose patente. Cuando Belén empezó al cole, yo ya empezaba al instituto y cuando ella empezó el insti, yo ya acababa la carrera. Nunca dejamos ni de querernos, ni de tratarnos, simplemente nuestras vidas tomaron caminos diferentes. Es normal, a medida que cumples años y si no compartes cosas, las personas van cambiando.
Belén y sus padres organizaron un fuerte en su casa. Un fuerte dónde cada uno con sus miedos, inseguridades y debilidades eran felices. Se querían mucho, muchísimo. Nunca he visto a unos padres proteger tanto a una hija. Ella puede que no lo vea así, pero eso es lo que se ve y se veía desde fuera. Una familia unida. Unida por lazos irrompibles. Unida frente a la adversidad, frente a la envidia, frente a la fragilidad. Yo no voy a entrar si eso es bueno o malo, sólo describo lo que se percibía desde fuera. ¿Qué yo no lo hubiera hecho así? Probablemente, pero para ellos Belén era y es el tesoro más preciado y ¿cómo iban a hacerlo de otra forma?
Hace tres años la vida, una vez más, trajo a un comensal no invitado a su mesa. La enfermedad vino a instalarse entre ellos y a poner a prueba aquel universo particular de tres miembros. Y perdieron. La enfermedad se comió a la Reina y sumió al Reino en la pena. La niña de ojos azul infinito tuvo que convertirse en mujer para tirar de aquel carro que estaba dispuesto a hundirlos a todos. Y con mucha dificultad empezó a construir una nueva vida. Vida que todavía está construyendo. Hoy es su cumpleaños y la princesa que tiene en su padre a su mayor adalid, la princesa del Reino sin Reina, está buscando su sitio y es de ley que la acompañemos y la dejemos encontrarlo.
Hoy sólo puedo decir que Belén que es guapa por dentro y por fuera, necia como ella sola y un pelín para mi gusto demasiado perfeccionista, está llamada a recuperar su felicidad. Debe mimarse y dejar que la mimen. Quererse y dejar que la quieran. No fiarse de los falsos y hacer caso a los que la quieren de verdad, aunque le digamos cosas que no quiere escuchar.
Belén, sólo quiero desearte mucha felicidad y que lleves tu vida de forma que la estrella que más brilla en el cielo esté orgullosa de ti.
Un beso fuerte
Bea la de Lola
Belén y sus padres organizaron un fuerte en su casa. Un fuerte dónde cada uno con sus miedos, inseguridades y debilidades eran felices. Se querían mucho, muchísimo. Nunca he visto a unos padres proteger tanto a una hija. Ella puede que no lo vea así, pero eso es lo que se ve y se veía desde fuera. Una familia unida. Unida por lazos irrompibles. Unida frente a la adversidad, frente a la envidia, frente a la fragilidad. Yo no voy a entrar si eso es bueno o malo, sólo describo lo que se percibía desde fuera. ¿Qué yo no lo hubiera hecho así? Probablemente, pero para ellos Belén era y es el tesoro más preciado y ¿cómo iban a hacerlo de otra forma?
Hace tres años la vida, una vez más, trajo a un comensal no invitado a su mesa. La enfermedad vino a instalarse entre ellos y a poner a prueba aquel universo particular de tres miembros. Y perdieron. La enfermedad se comió a la Reina y sumió al Reino en la pena. La niña de ojos azul infinito tuvo que convertirse en mujer para tirar de aquel carro que estaba dispuesto a hundirlos a todos. Y con mucha dificultad empezó a construir una nueva vida. Vida que todavía está construyendo. Hoy es su cumpleaños y la princesa que tiene en su padre a su mayor adalid, la princesa del Reino sin Reina, está buscando su sitio y es de ley que la acompañemos y la dejemos encontrarlo.
Hoy sólo puedo decir que Belén que es guapa por dentro y por fuera, necia como ella sola y un pelín para mi gusto demasiado perfeccionista, está llamada a recuperar su felicidad. Debe mimarse y dejar que la mimen. Quererse y dejar que la quieran. No fiarse de los falsos y hacer caso a los que la quieren de verdad, aunque le digamos cosas que no quiere escuchar.
Belén, sólo quiero desearte mucha felicidad y que lleves tu vida de forma que la estrella que más brilla en el cielo esté orgullosa de ti.
Un beso fuerte
Bea la de Lola
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