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sábado, 5 de junio de 2021

Y Barber despertó a la ciudad que vivía en el letargo.



Algunas personas tienen la capacidad de hacer a las demás caer en la cuenta de que la vida también es salir de la zona de confort. Cuando el domingo pasado, de noche y ya acostada, Esther Martínez nos propuso a Mónica Vega y a mi presentarnos como voluntarias para el concierto de Llorenç Barber que con motivo de la 1 Semana Profesional de las Artes de Oviedo iba a celebrarse, nada sabía entonces de campanas ni de campanarios, pero acepté. Esther es capaz de llevarte a Suiza a ver vacas en un autocar de lujo y de que pases la semana subida en un campanario. La verdad es que ni siquiera la curiosidad de subir a un campanario me llevó a meterme en la aventura, más bien las ganas de ver a Esther que, creo, no veía físicamente desde marzo de 2020 cuando volvimos de un viaje a Galicia donde lo pasamos genial pero del que nunca sospechamos fuera a ser lo último que hiciéramos juntas antes de... Bien creí que no nos iban a coger porque la gente tiene muchas ganas de hacer cosas (y mucha necesidad) y en Oviedo hay muchos músicos, pero sí, nos cogieron. Al principio éramos muchos, pero hubo que reunirse cuatro días seguimos, a luz de los acontecimientos la semana se presumía larga, y muchos abandonaron. Aún así varias decenas de voluntarios se repartieron por los siete campanarios de la ciudad que iban a albergar el acontecimiento. 


Miércoles, jueves y viernes, yo el primer día no pude asistir. “Nos toca en la Pelayas” me dice Esther.  “Yuppi”, digo yo. No voy a contaros lo que hicimos en días sucesivos porque igual carece de interés pero sí unas breves pinceladas porque sé que la emoción de los preparativos es igual de grande que la emoción del estreno. El miércoles cuando llegué a las Pelayas me encontré al Maestro Barber hablando para un medio de comunicación y ahí, con sus palabras, sobre la música y el cosmos, me enamoré y me metió en el bolsillo. Lo que hacemos tiene el valor que aportan las personas con quien lo haces o mejor, son las personas las que le dan ese plus y las que convierten tocar una campana en algo único e irrepetible. Ese día nos conocimos todos. Yo bien pensé que no iba a ser capaz de encaramarme por aquella escaleruca. Seis campanas, tres pisos de campanario. Campanas alemanas cada una con su nombre, ocho asturianos para tocar (uno por campana y en las de abajo, las graves y más pesadas: dos por si acaso) y un director universal de origen valenciano, porque además, nosotros estábamos bajo el mando del capitán Barber. He de decir que con su esposa Montse forman el tándem perfecto, o imperfecto porque quién quiere ser perfecto? En el piso superior del campanario, dos escaladores suspendidos, imaginaros el protocolo. A sus pies la aletargada ciudad esperando despertar. El segundo día, repartimos las campanas y recibimos las instrucciones básicas para el viernes, principalmente mirar al Maestro y seguir sus manos. Espectacular el sonido, el sitio, la campana, ... preparados. Viernes, 19.30 ensayo final. Viernes, 21.35, empieza el espectáculo. Algunos apuntes finales: “la música se parece al metal, se funde para que nazca algo nuevo. Cada golpe es único. Tocamos para despertar y adquirimos un poco más de compromiso con la ciudad. Se trata de recuperar la utilidad de las campanas que muchas veces están muertas y abandonadas.  Hay que aplicar la intuición y el nervio propio del músico”. Por cierto, no fue improvisado, teníamos partitura. 


El concierto de ayer en Oviedo deja claro varías cosas: la primera, que la música no es solo como la entendemos muchos, o mejor, cómo la entendíamos hasta ayer, la música es como la fuerza de la tormenta, el rugir de la mar, la potencia del viento, pero aún más. El cosmos es música. La segunda, hay personas capaces de abrir tu mente a algo diferente. Conocer al maestro Barber ha sido luz en el camino. Su generosidad, su cercanía, su medio metro por encima del suelo sin dejar de ser terrenal. “Me lo llevo”. No lo olvidaremos. La tercera, qué hambre de nuestra antigua Vida, de tomar las calles, de ver a los amigos y de abrazarlos, de caminar Oviedo, así, como ayer, solo que sin mascarillas era la vida antes de marzo del 2020 y, por último, las Pelayas, la pequeña comunidad benedictina, su apertura al mundo y a la ciudad, por favor, id a comprarles dulces. Lo que hemos vivido ha sido mágico. La magia de cada golpe de campana, único como cada copo de nieve, y el resto de voluntarios. Un lujo. 

Sobre el concierto y la música, pues no sé, habrá opiniones para todos, pero la gente se echo a las calles a escuchar el espectáculo que, sin duda, lo fue. Gracias Esther Martínez Álvarez por empujarme una vez más.

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