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miércoles, 27 de mayo de 2020

Batirse en duelo.



Duelo a garrotazos o La riña ​forma parte de la serie conocida como Pinturas Negras que Francisco De Goya realizó para la decoración de los muros de la casa —llamada la Quinta del Sordo— que el pintor adquirió en 1819. La obra compartía pared con Las Parcas y en medio de ambas estaba situada una ventana quizás para que corriera el aire entre ambos despropósitos pintados para la ocasión. La interpretación tradicional del cuadro es la de dos villanos luchando a bastonazos en un paraje desolado enterrados hasta las rodillas. Independientemente de que estuvieran enterrados, este tipo de duelos se producían en la época al igual que los de caballeros, solo que, a diferencia de estos, las armas eran garrotes y carecían de reglas y protocolo: padrinos, cuenta de pasos, elección de armas.

Cuando una observa la realidad desde su atalaya de privilegio y ve lo que ve o lee lo que lee no puede dejar de acordarse de los antiguos duelos entre caballeros donde el protocolo era pieza básica e imprescindible. Y a la luz de lo visto y leído en los últimos tiempos especialmente en redes sociales, auténticos vomitorios de lo peor de cada uno de nosotros (me voy a incluir porque yo también, Padre, he pecado) en los que escudándonos en dedos juguetones que teclean como locos (sin control ni ortografía y lo peor, sin filtro,...) sacamos de dentro nuestra peor versión, esa versión en la que con tanta facilidad perdemos los papeles columpiándonos entre la burla y el insulto, entre el ataque y el contraataque, entre dimes y diretes, entre una defensa que se agrieta en cada envite ofensivo, sin un ápice de humildad y carentes totalmente de empatía y humanidad. Así, a lo idiota y sin pensar en nada más que en verter todo el odio y la inquina que llevamos dentro de serie o no, contagiados por la tribu o impresos en los genes, llevados por la mala baba que hemos ido criando en estos dos meses de encierro impuesto y de auténtico vacío de libertades (ay, la libertad de movimiento, quién nos iba a decir que circular en coche arriba y abajo por una carretera intransitada y solitaria iba a convertirse en auténtica llave de nuestro deseo más íntimo y personal, qué importantísimo valor han adquirido estos días aquellas cosas que hacíamos a diario sin darnos cuenta de lo que realmente implicaban) alimentados por la soledad y por la distancia del desamparo, como ha bautizado una amiga a la distancia social, convertimos una queja legítima, incluso una simple observación personal, aparentemente inocente (o no, porque líbrame del agua mansa que de la brava ya me cuido yo), en un auténtico duelo entre villanos, como en el cuadro De Goya, totalmente alejado de los tradicionales duelos de caballeros donde el honor a reponer (normalmente) era lo principal en la disputa. Nos damos garrotazos hasta en el forro sin pararnos a pensar si esta es la mejor versión de mi mismo y es la que quiero mostrar. De forma tal que al calor de la disputa llegamos a olvidar cuál era el honor que inicialmente estábamos defendiendo. Qué coño discutíamos? Acaso el derecho de la autoridad a regular nuestras vidas? Acaso el derecho de la autoridad a tomar decisiones equivocadas? Acaso no yerran los sabios? Acaso no es la autoridad, cualquiera que sea y en cualquiera de sus formas la depositaria del poder que reside en nosotros, su pueblo (igual esto tampoco debía de olvidarse).  No debe de ponerse en duda que nuestros gobernantes, investidos de “potestas” por la población civil, sabios ciudadanos (nosotros) que libremente ejercemos nuestro derecho a voto y nuestro derecho a elegir a quienes queremos que nos gobiernen en los diferentes mandatos representativos, hacen lo mejor para nosotros según su criterio que, por supuesto, no deja de tener un importante componente subjetivo, en aras al bien de la comunidad, llámese Salud Pública o llámese x. Igual es momento de recordarles también que, les guste o no, gobiernan para todos sin exclusión o mejor, con inclusión de aquellos que les caen un poco menos bien que el resto por las razones que sean (siempre entendibles, of course, que no va con el cargo la obligación de que caiga bien todo el mundo, pero tampoco va con el cargo caer en gracia a todos los ciudadanos, principio de reciprocidad, oiga, que no siempre te van a tratar como tú tratas, aunque viendo lo visto...)

Y digo yo que no sería mejor, en el ejercicio de la “auctoritas” que permanece más allá del cargo en forma de calidad de persona que se superpone al cargo político, que las autoridades no se desautorizaran contestando por las redes sociales a los ciudadanos. No sería bueno que quienes rigen nuestros destinos supieran que las normas se pueden interpretar de forma tal que beneficien a la ciudadanía y que hay una interpretación de las mismas que no es restrictiva sino extensiva. No sería fantástico que supieran conjugar intereses de los ciudadanos con salud pública y que examinasen si en su comportamiento no hay nada reprochable antes de dar consejos a nadie. Por otro lado, no sería bueno que los ciudadanos usaran los canales oportunos para sus quejas y que se dejasen de consideraciones personales, que no vienen al caso, y que hacen que su posición en el duelo pierda peso y credibilidad. Hay que elegir bien las armas pero también atender al principio de proporcionalidad y ponderar el daño que vamos a hacer y si este es necesario y que a falta de garrote será la palabra nuestra arma más afilada. No se puede convertir algo legítimo como es el derecho al pataleo en algo ofensivo y nada constructivo para el conjunto de la comunidad, pero tampoco se puede permitir que la defensa de cualquier idea o persona se apoye en descalificativos crueles e hirientes con el ánimo de desacreditar al contendiente. Señores y señoras, antes de lanzarse asegúrense de que llevan el salvavidas bien ceñido no vaya a ser que sus palabras les califiquen como vecinos o como autoridades o mejor, desnudos de nuestra vecindad y nuestros cargos, como personas. No todo vale afortunadamente, no todo vale. Moderación, mesura, respeto y capacidad para, por un momento, entender al que se sitúa enfrente de nosotros es el ring. Qué mal vamos a salir de esta pandemia. La mitad (por lo menos) para encerrar, la otra mitad ya estaba...

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