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sábado, 28 de julio de 2018

Somos memoria



Hace unas tres semanas Laura Castañón nos exhortaba desde las páginas de El Comercio a las que ha llegado como colaboradora como una brisa fresca en medio del bochorno estival (falso esto último, pero muy literario porque es por todos conocido que este verano asturiano está lejísimo de siquiera poder llamarse verano), Laura nos animaba a "aprender de la memoria" a cuenta de un viaje que ha hecho a Alemania y una visita a Dachau que le ha removido por dentro. Aquellos días mi sobrina de dos años comía pan de la misma forma que lo hacía su hermano. Se acercan (el despacio y ella echando una carrerina) a la barra de pan empezada, enganchan un trozo de miga y tiran. Así tenemos, siempre que ellos comparten tiempo y espacio con nosotras en Quiròs una barra de pan con un agujero en medio que crece y crece. Esta forma de hacer de Nela, que realmente no creo que sea por imitación porque el ya tiene siete años y ha mutado en grande, y el artículo de Laura me llevan a esta reflexión.
Mi abuela Elena era muy paniega y mi abuelo Arturo trabajó de panadero, aunque luego desempeñara otros trabajos, muchos, y yo nunca probara el pan que el hacía, seguro que era un pan bueno y sabroso. Mi hermano ha sido paniego no, lo siguiente y así han salido los niños. De mi relación con el pan ni hablo porque, mira que lo intento, pero no puedo dejarlo, seguramente haya pocas personas que como yo disfruten tanto con un currusco de pan. Mi abuelo Ludivino, el quirosano, llevaba los bolsillos llenos de pequeñas cosas: lapiceros, una navajina, un cordel,... lo que se os ocurra que pueda llevarse en un bolsillo de pantalón y mi hermano de pequeño hacia lo mismo. Mi abuela Rosario cuando estaba de pie colocaba los pies de una forma que yo también coloco, aunque ya nadie me lo diga porque ya nadie se fije en como pongo los pies y cuando peinaba el moño le salían rizos rebeldes que enmarcaban su cara imagino arrugada pero solo recuerdo guapa (mira tú que han pasado años y no la veo tan anciana como era cuando murió). Cuentan que el día del velorio una mujer le dijo a mi madre que "vaya retrato que deja Rosaria" refiriéndose a mi que tenía seis años y no sabía muy bien que pasaba, solo que mi padre lloraba y hasta entonces nunca le había visto llorar. Así que mi abuela, muerta en medio de la sala de la casa familiar, dejaba una nieta a la que la cola de caballo enmarcaba una rosada carina tan parecida a la suya recién cenicienta (y mi hermano y yo estábamos en el duelo, madre mía, qué valor). El otro día entré en La Cocina de mi madre y me dijo que había visto entrar a mi prima Beatriz a la que no me parezco para nada pero a la que se ve los años me van aproximando. Mi madre, que no sale prácticamente de casa en una especie de retiro personal y elegido por ella que no sabemos si es castigo hacia si misma o a los demás por ser como somos (aunque esto daría para otra entrada) se pasa el día pelando ajos (seguramente para conjurar algún hechizo que nos han echado o que ella cree que nos han echado, noooo, es broma) pero como pasa  todo el tiempo en casa, cocina como si lo hiciera para todo el vecindario, como si no hubiera mañana, mira tú que siempre está pelando, picando, rehogando, ... lo que se os ocurra, rellenando sopas de letras o con los niños (bueno, quiero pensar que esta opción de vida a ella la hace feliz). Sus nietos pasan tiempo con ella sí, pero igual era mejor idea que ella saliera con ellos al parque pues mi sobrina no ha visto nunca a mi madre fuera de casa, ... ainsssss. Bueno a lo que iba, mi abuelo Arturo tampoco salía, de hecho es la persona que con más dignidad y resignación llevó la enfermedad (se pasó años en una silla de ruedas) y pelaba años, asaba pimientos y hacia tortillas para la cena impresionantemente buenas. Era una liturgia que empezaba a media tarde y que llenaba la casa de olor a verduras asadas que eran gloria bendita. Ambos mi madre y su padre aceptan el encierro como algo contra lo que no luchar y a lo que no oponerse. Todo lo contrario era mi abuela Elena, una mujer acobardada que parecía comerse el mundo con aquel carácter fantástico que tenía, ilusionada y entusiasmada por todo, que tan bien interpretó el papel que en la vida de los mortales tiene el teatro. ¿A quién os recuerda? Somos iguales: paniegas, callejeras, faranduleras, generosas, de extremos, ... afortunadamente mi cobardía se supera cada día con retos que yo misma me voy poniendo y con un arrojo que ella no tuvo porque eran otros tiempos. (Ayyyyy güelita cuando te echo de menos, espero que seas consciente de todo lo bueno que nos hiciste).
Somos memoria, claro que somos memoria, y está en cada gesto, cada forma de hacer las cosas sin que nadie nos enseñe pero que sale porque sí, en cada manía que te han trasmitido sin hacerlo, en cada mirada, en cada forma de ver las cosas e interpretarlas, en cada recuerdo (también en los menos buenos) por eso esa memoria, la personal, la familiar, la común es tan importante preservarla. Cada uno que haga su lectura y feliz último sábado de julio.


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