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domingo, 15 de julio de 2018

Irene, Luz en medio de la niebla.

Ha sido una semana larga e intensa. Unos días de reencuentros y despedidas que quedarán en nuestras retinas para siempre. Cuando el miércoles nos enteramos de la partida de Irene y se nos puso a todos un nudo en la garganta, el duelo del concejo me hizo sentir que podíamos latir en un único corazón y eso, latir juntos, solidarios con unos amigos, una familia, que sufren, también tiene una lectura positiva. Quizás no esté  tan lejos el día en que nuestros corazones sean capaces de latir juntos en aras al bien común del concejo. Ahí lo dejo. Quiero creer que es posible. Pero volviendo a miércoles, esa noche de tormenta e inundaciones, me encontré con un amigo muy querido para cenar. Fran y yo tenemos muchas cosas en común aunque seamos muy distintos. Durante la cena en una conversacion transcendente y súperinteserante, de esas que te llenan de verdad, provocándote a pensar, hablamos de la experiencia de Dios (que la tienes o no la tienes). Fran, provocador nato, llevaba el tema por caminos que ahora no vienen a cuento pero que se pueden extrapolar. Contaba que hay personas que son en sí mismos experiencia de Dios. Y yo pensaba en Chema, la persona que trajo a Fran a mi vida, mi sacerdote de Pumarín, quirosano de nacimiento, que me dejo huérfana este 6 de enero y en el que aún hoy siete meses después no puedo dejar de pensar sin llorar (y sí, como me dijo Elena una compañera supercariñosa del club de lectura, seguramente estoy siendo egoísta no dejándole partir, intentando retenerle con mi pena, pero me siento tan culpable por no haber podido tomar un último café con él, tantas veces prometido... y sí, qué difícil es volver a andar cuando te faltan pilares que te sustenten..., vamos una puta mierda y perdón por la expresión). Pues Irene, y los niños y niñas que son como ella, son experiencia de Dios (ya sé que mucho no lo entenderéis y que solo veréis la paz que encontrará esta familia en unos días cuando vayan acostumbrándose al hueco de la falta de su niña de luz, si pueden hacerlo), pero seguro que Mar y Jose, Estela y Gloria no querrían despedirse nunca ni por nada del mundo de Irene a pesar de toda la lucha que llevan realizada. Irene es luz dónde quiera que esté y seguirá iluminándolos siempre. (Por cierto, muy acertado el sacerdote que celebró el viernes en Los Arenales, efectivamente no hay consuelo para una familia que pierde un hijo y efectivamente Irene es una santina a la que hay que tezar. Otros sacerdotes no habrían acertado porque no habrían dicho nada). Cuando el viernes por la noche volvíamos de Gijón de celebrar el éxito de la artista quirosana Rosa Manzano (pero esa es otra historia) algunos facebookeros habían colgado el increíble cielo que había en Quirós (después de la tormenta siempre llega la calma) yo escribí que Irene ya nos iluminaba. Quería explicarlo. Cuando murió Chema, y vuelvo al principio de este año que empezó tan torcido pero que luego me ha dado tantas cosas, recordé algunas de sus homilías. Chema siempre decía que Dios era Padre y Madre (fijaos que importante esta visión) y nos decía, sobre todo,  a los niños en el catecismo y en el campamento que la Naturaleza era el mayor regalo de Dios (después de la vida, claro) y que como tal debíamos de cuidarlo y respetarlo. Cada vez que desde el 6 de enero admiro un amanecer anaranjado, el agua del río correr con fuerza, el manzano de mi huerta reverdecer para dar fruto, la nieve caer transformando la sucia realidad en un manto sin mácula o un atardecer con un cielo rosado, por poner sólo algunos ejemplos, pienso en Chema y en el regalo maravilloso de la naturaleza. Desde el miércoles pensaré también en Irene. Descansa en paz, Niña de Luz, y cuida de los tuyos. 

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