Se cuela la luz
por las rendijas de la persiana y llena de claridad la habitación
que hemos compartido. Las cortinas la suavizan permitiendo ver su cuerpo en mi cama. Ya huele a café. Mi madre me ha regalado
una fantástica cafetera de esas que programas el día antes y te
hace un café rico, rico justo para el momento en que suena el
despertador. Hoy es sábado y los fines de semana la alarma es
olfativa, me despierta el olor del café. Me deslizo entre las
sábanas en silencio para no despertarle y voy en busca de mi dosis. La necesito. Sin café no soy persona, sobre todo, por las
mañanas. Me preparo uno en taza grande. Un café largo con un poco
de leche, sin azúcar, amargo y caliente como el momento mismo que
estoy viviendo. Me gusta el café caliente, muy caliente, que queme
en la garganta el primer sorbo, que haya que esperar para tomarlo,
que vaya enfriando mientras el calor se va transmitiendo de la taza a
mis manos y el líquido va atemperando. Odio el café frío, como
odio la comida fría.
Vuelvo
a la habitación, las luces del día son cada vez más claras. Sus
rasgos se van perfilando: su postura para dormir con los
brazos debajo de la almohada, su perfil de nariz grande, su boca con
esos labios. Nunca me han gustado los hombres de labios gruesos, ni
los hombres especialmente guapos y mírame aquí liada con uno con una boca que muchas matarían por besar. Me gusta mirarlo
cuando duerme. Su respiración se oye acompasada. Su sueño tiene la
serenidad que lo caracteriza. Me aporta paz y tranquilidad, ha traído
calma a este momento de tempestad y dolor. Acababa de llegar para
sacarme del letargo en que vivía y ya está siendo el bálsamo que
calma la pena de este tiempo. El lunes hará una semana que
enterramos a mi abuela. Tengo que aprender a vivir con su ausencia,
será duro.
Pienso
en lo nuestro. ¿Debería decirle que se venga a vivir conmigo?
Quizás debería de ser él quien sacará el tema. No sé, igual es
un poco pronto. Sólo hace tres meses que salimos o ¿debería decir
tres meses que nos acostamos juntos? Lo conocí en la presentación
de la novela de un amigo común. Fue muy evidente que nos habían
invitado para que nos conociéramos. Una encerrona de esas que, a
veces, funcionan. No se equivocaron la verdad, conectamos rápido y
hasta hoy. Lo que me extraña es que yo no hubiera salido corriendo,
no me gustan nada esos rollos preparados. Cuando le dije mi nombre
“Alma, me llamo Alma” el me pregunto “¿Sabes que los violines
tienen alma?” y yo pensé “No, un músico no, por favor” pero
al mismo tiempo mi sonrisa le decía que sí, que los violines tienen
alma también físicamente y en mi opinión todos los instrumentos la
tienen. Pablo no es músico, es traductor de profesión y creo que
muy bueno porque tiene mucho trabajo. Es traductor y músico
aficionado. Cuenta a quién le quiera escuchar que la música le
salvo la vida cuando era un adolescente. La música evito que su vida
fuera por otros derroteros, unos que está claro no eran para él.
Una madre ausente que lo único que fue capaz de hacer por sus hijos
fue inculcarles su amor por la cultura, marcó su infancia. Fue su
abuelo el que harto de que su nuera no hiciera caso a los niños y de
que su hijo escurriera el bulto viajando constantemente por motivos
de trabajo unas veces reales y otras imaginarios, matriculo a los
chicos en el Conservatorio. Los hermanos lo echaron a suerte, les
pareció más divertido tocar distintos instrumentos, a Pablo le toco
el violín, a su hermano el chelo y a su hermana, que lo que quería
era ser bailarina, el piano.
Toca el violín
por azar, podía haber tocado cualquier otro instrumento. Esos años
de Conservatorio le sacaron de la calle y del ambiente asfixiante de
una casa donde cada uno hacia lo que le venía en gana. La música
fue su salvavidas, como lo es tantas veces para otros tantos niños.
No era especialmente bueno, pero trabajaba mucho y bien, se esforzaba
y obtuvo sus frutos. Más tarde en la Facultad de Filología conoció
a Marta, su ex-mujer y Marta le ofreció lo que nunca había tenido:
un hogar cálido donde ser feliz junto a la mujer que entonces creía
amar y en el que criar a sus hijos. “Marta es la mejor exmujer del
mundo mundial”, dice demasiadas veces. Quiere que los conozca, a
ella y a los niños, pero yo creo que es mejor esperar un poco. Es
difícil empezar algo y dejar fuera de tu universo de pareja recién
estrenado al resto del mundo. Es difícil no, es imposible. Pablo y
Marta estarán unidos para siempre por los niños. Mírame ahora, de
repente, tengo un novio de bandera con dos hijos y una exmujer. Mi
mundo se ha vuelto del revés. “¿No querías aventura Almita?”
me dice mi padre “ Pues ahí la tienes, no te vas a aburrir” El
amor es lo que tiene, cuando engancha lo hace así, sin tener en
cuenta más que a dos personas, sin tener en cuenta lo que les rodea,
lo que traen puesto de su vida anterior, lo que no quieren volver a
ponerse, lo que desearían no haberse puesto nunca. Bueno yo sigo con
lo mío ¿Quién debería proponer lo de vivir juntos? Dios mío, qué
complicadas son las relaciones hombre-mujer o mejor, cómo las
complicamos, con lo fácil que es pedir las cosas o decirlas sin más.
Me acercó a la
ventana y miro hacia afuera ¿qué tiempo hará? El día del entierro
el tiempo era tremendo. Unas horas antes tuvimos que subir a ver como
sacaban al abuelo para hacerle sitio a ella. Llovía a cántaros. El
enterrador recogiendo los restos en una caja de zinc y, bajo los
paraguas, mi tía Maite, mi tía Mar y yo, testigos de la finitud de
la vida. No somos nada. Me parece increíble que aquel hombre tan
alto cupiera en una caja tan pequeña. Yo no acerté a mirar, así
que en lugar de a mi abuelo igual metieron los restos de un bicho, de
cualquier bicho que pasará por allí se cayese a la fosa y se
muriera de inanición al no poder salir. Total qué más da.
Es
tremendamente tierna la idea de que descansen en el mismo lugar para
siempre. Cuando murió el abuelo, hace ya más de diez años,
llevaban juntos más de sesenta. La abuela quererlo lo quería mucho,
pero no se dio prisa para irse a acompañarle. Tampoco me extraña.
Ella era mucho más terrenal y además le tenía un miedo horroroso a
la muerte. Eso de no saber que había después no la convencía nada.
Atisbo
entre las cortinas ¿Qué hace hoy mi vecino de enfrente? Yo que
siempre he querido ver tejados desde una terraza, sólo veo aburridas
ventanas iguales de un edificio idéntico al mío. Y en el mismo
piso, a mi misma altura, hay un chico que vive solo y cada día sigue
la misma rutina. Se levanta cuando yo. Abre la cama. Echa la ropa
hacia atrás. Se va a duchar. Vuelve vestido. Hace la cama y sale a
la calle. Camina siempre muy rápido. Cuando me cruzo con él, las
pocas veces que lo he hecho, lleva unas extrañas e imposibles
combinaciones de colores. Bueno no sé, es una apreciación personal,
creo que tiene una extraña relación con la paleta de colores. Nunca
lo he visto hablar con nadie, ni comprar en los comercios del barrio.
Sale del portal, siempre se dirige hacia el mismo lado de la calle y
cruza el puente. Qué raro se me hace verle cada mañana desde el
otro lado de la calle y no saber nada en absoluto de él. Es una
persona ajena a mi
¡Qué
pocas ganas tengo de salir! Me quedaría toda la mañana en la cama.
Leyendo o jugando con Pablo a lo que se nos ocurra, pero no, mi madre
ha tenido la brillante idea de ir a limpiar el desván de la casa de
los abuelos. “Ahora que la abuela ya no está, hay que hacer
mudanza”. Mudanza de objetos y de sentimientos “No vaya a ser que
la pena se quede mucho tiempo”, dice mi madre, que es muy práctica
y conocedora de que el tiempo a cierta edad carece de un valor
relativo, deja de darlo Dios de balde para convertirse en un bien
escaso. No tiene muchas ganas de hacer un duelo largo. Yo creo que
era mejor esperar un poco e ir dejando reposar las cosas. Estoy
convencida que nada más apoyar la escalera en la trampilla de acceso
al desván, en cuanto asomemos la cabeza, mejor dicho asomé la
cabeza, porque seré yo quién suba, entre las telas de araña y el
polvo acumulado, todo volverá a brotar en nuestros corazones tan
lastimados, saltarán en mil pedazos los ánimos y estallarán las
emociones.
Ni
mi madre, ni yo estamos preparadas. Mira que es necia y pesada la
tía. Diez años la abuela con nosotros, viviendo en mi antigua
habitación de niña y en todo este tiempo nadie se acordo de la
vieja casa, que no la han abierto ni para ventilarla. Una casa con
sótano y desván por lo menos tendrá una colonia de ratones
campando a sus anchas. Creo que sólo han ido a buscar algún papel
cuando se necesitaba y no lo encontraban entre las toneladas de cosas
que se trajo cuando se fue a vivir con mis padres. Toneladas y digo
bien que hubo que habilitarle la sala de estar para que colocará
todos los recuerdos sin los que según ella no podía vivir, si hasta
se trajo las portales que conservaba de cuando el bisabuelo trabajó
en la construcción del Canal de Pánama. Mi abuela era una mujer de
carácter, muy extrovertida y divertida, a veces incluso demasiado
atrevida teniendo en cuenta la edad y la época que le toco vivir.
Atesoraba recuerdos y le encantaba contar historias de otras vidas.
Era una fantástica contadora de historias, nunca sabías si lo que
contaba era cierto o no. La voy a echar mucho de menos.
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