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jueves, 18 de septiembre de 2014

Setenta veces siete

"Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
- Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
- No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete - le contestó Jesús." Mt. 18, 21-22


Se ven casi cada día. Ella trabaja en la biblioteca en la que él remata su tesis. Se miran e intercambian sonrisas, apenas hablan. Ella ha aprendido a hacerlo hacía adentro por su oficio, el hablar digo, de forma que son sus ojos los que lo dicen todo. El silencio instalado entre ambos no es problema para decirse cosas y se dicen muchas, más de las que parece. Se saludan y le entrega los libros que lleva semanas esperando. Algunas veces ella los saca con su propio carnet e incluso los esconde en las estanterías. En un par de ocasiones, ha mentido a quién los buscaba, reservándolos para el ladrón de su silencio. Y es que él sin saberlo, le ha robado la palabra y ella cuando lo ve siente un dolor tan grande y tan adentro que no sabe si es real o literario. Y así pasan los días, las semanas, los meses y ninguno de los dos propone nada al otro. Tienen mil cosas en común, pero una sombra amenaza su historia que no acaba de empezar. Y es que siempre hay una sombra cuando se tienen ya dos veces veinte años. Un novio al que no quieres pero no sabes como dejar o una ex mujer que se ha propuesto amargarte la existencia, una historia muerta a la que no te atreves a poner fin, una madre o un hijo. Frenos verdaderos o falsos que nos impiden avanzar, límites que nos ponemos nosotros mismos, excusas. También existen sombras entre los que llevan muchos años juntos: la enfermedad o el hastío, la misma vejez o el cansancio acumulado. Son sólo sombras, sin embargo, como de la de uno mismo, no se pude escapar de ellas. 
Y pasa un día más, otro, y ella piensa lo fácil que era todo cuando tenían veinte años y como se empeñaban en estropearlo. Qué difícil ahora, pasados los cuarenta a pesar de tener la libertad que no tenían entonces, ni siquiera para saber lo que verdaderamente querían. Y al darle los libros ella le dice al mirarle lo que no se atreve de palabra. "Pídeme algo, lo que sea. Una cita o mi teléfono, que te pase los folios en los que estás trabajando o que los lea. Invítame a salir o a ir a ver esa película que no quieres ver sólo porque tienes tantas ganas de compartirla con alguien, invítame a un helado o recomiendame un libro, pero háblame y hazlo pronto. Háblame de ti, de lo que quieres y de lo que te gusta, de lo que te preocupa y de lo que temes, del miedo que te paraliza y de la pena que llevas dentro. Y te lo daré todo, lo que me pidas. Te daré mis ojos para que  tengas una visión distinta de las cosas. Te daré mis manos que construirán con las tuyas tus sueños y los míos. Te daré mi voz para gritar contigo y para ser tu eco. Te daré mi boca y mis labios, mi lengua y mi aliento. Te daré mi oído para escuchar mejor lo que nos digan y mi olfato para huir de las traiciones y de las trampas. Te daré mi alma si la quieres. Y te daré mi piel para que sean tus manos quien la curtan. Seré la pieza que completa tu puzzle. Estoy aquí esperándote, y puede que esté para siempre, pero puede que no".
Y él roza con sus dedos sin querer sus manos y al mirarla sus ojos de animal dolido le dicen cosas que ella sabe y que quisiera no saber. "No puedo, no estoy preparado. Me han herido el cuerpo y el espíritu mismo. Mi corazón no manda más. Este dolor me puede y me desgarra. Quisiera hacerlo, quisiera poder cogerte de la mano y contar contigo las estrellas. Perder el tiempo mirando el perfil de las montañas o mirar tu cara iluminada por la luna. Coleccionar puestas de sol y amaneceres. Quisiera ser tu hombre y tu amante, tu compañero y completarte yo también. Sé que lo que me ofreces es auténtico, pero me faltan fuerzas y sólo con tus ganas no podemos".
Pero él sonríe, y en cada sonrisa pura y franca le hace una ofrenda de futuro. Con cada sonrisa verdadera, ella va conociéndole mejor y él va perdiendo las capas con que ha escondido sus heridas. Y, poco a poco, uno gana terreno al otro, ambos a la vez y recíprocamente. Sin apenas darse cuenta, se ganan el uno al otro y así va cuajándose su historia.
Y un día a la salida de la biblioteca mientras ella se despide de sus compañeros, lo ve y está esperándola. Y entre la niebla, la misma niebla que había nublado sus sentidos situándose entre ambos para separarlos, él la invita al cine. "Reponen Cinema Paradiso, ¿te apetecería verla?" Y ella que ya la ha visto dos veces desde que la han repuesto y prácticamente se la sabe de memoria, le dice que sí y esa noche en el cine cuando ella empiece a llorar al llegar su escena preferida, emocionada con la historia, él la tomará de la mano y ya no la dejará nunca más sola.

¿Cuántas veces puede alguien equivocarse en el amor? ¿cuántas veces ha de intentarlo? Hasta setenta veces siete, pero con acertar una vez, la última, la definitiva, todo el dolor y la pena anteriores tendrán sentido.

 

 

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