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viernes, 27 de junio de 2014

En vísperas de tí (I)

    LA VÍSPERA

Cada cinco de enero.
La última semana de colegio.
La noche antes de un viaje.
Todo viernes.
La tarde del ya lo verás mañana.
Hasta un libro de texto el día que lo compras.
Un sobre sin abrir.
El primer paso fuera del hotel.
Navidad en verano.
El instante en que sabes que se va a desnudar.
Un regalo aún envuelto.
La victoria, tan limpia, sobre el mapa.
Los besos, cuando no eran para ti.
Y peor todavía:
lo que quisiste ser.
                              Ahora compara.  

Rodrigo Olay, La víspera, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2014


La víspera del 28 de mayo de 1978, era sábado. La casa de mi tía Hortensia era un hervidero de gente. Mujeres planificando el menú en la cocina, ultimando los detalles mientras se ponían al día de las novedades de cada una. Hombres subiendo y bajando por la angosta escalera, trayendo sillas y banquetas, tableros y caballetes para montar las mesas. Niños, sentados en los escalones, estorbando a los mayores. Primos adolescentes queriendo ayudar a toda costa. Manteles de ajuar de novia que abandonaban el armario de almoneda donde mi abuela guardaba la ropa blanca para extenderse por primera vez sobre las mesas. Vajillas sin estrenar a punto de hacerlo. Ir y venir de copas sacadas de detrás de los cristales de los aparadores, donde permanecían observando el frenético movimiento y esperaban el momento de pasar a ser coprotagonistas del mismo. Cuberterías desenterradas del fondo de los cajones donde descansaban. De hecho, incluso mi madre se atrevió a sacar aquel día la delicada porcelana que le habían regalado cuando se casó, a pesar de su miedo a que no volviera entera a casa. Creo que no la ha vuelto a usar. Todo estaba a punto para celebrar lo que en los años setenta era uno de los acontecimientos importantes de la vida: una Primera Comunión, la mía. Recuerdo a mi madre, la cuñada más joven, junto a todas las hermanas de mi padre, echando el resto para que todo saliera perfecto. Era un día de fiesta, el hijo de mi prima Beatriz, Javier, de apenas un mes y que hace unos días acaba de ser padre de mellizas, iba a recibir el Bautismo. Aquellos dos eventos (cuando nadie utilizaba esa palabra), ritos iniciáticos ambos, justificaban la reunión de toda la familia. Todo tenía sentido. Eran otros tiempos.
Lo celebramos en casa, había motivos para que así fuera. La familia de mi madre estaba de luto por una pérdida reciente y dolorosa. Mi prima se recuperaba de un parto difícil.  La casa la prestó gustosa la más pequeña de las hermanas de mi padre. Es una casa grande situada a las afueras de Oviedo, a la que no he vuelto a ir desde que murió mi tía. Es curioso como se pierde la vinculación a los sitios cuando falta el alma de los mismos. No son los lugares, son las personas las que te atan a ellos. Tiene un lujo de jardín presidido por una mimosa y flores, muchas flores y un seto de sanjuaninos que lo limita. Recuerdo sobre todo las hortensias. Siempre pensé que ellas llevaban el nombre de mi tía y no al revés. Aquel espacio reunía todo lo necesario para una celebración con muchos niños pequeños, permitía mantener un poco de intimidad, pero a la vez llenarlo todo de gritos y juegos, algún llanto y algarabía infantil. Mi tía cocinó los platos principales con mano experta y exquisita, como ella sólo sabía hacerlo, con mucha dedicación y entrega, pero sobre todo, con mucho amor, pensando en los destinatarios y en lo que celebrábamos, bueno con la misma intención que hacía todo. La tarta era la de siempre, del Rialto en la calle San Francisco, de almendra y merengue. Yo creo que de ahí viene mi afición por ese dulce empalagoso y pringoso, del merengue de aquellas tartas de mi niñez, cuando las tartas, como casi todo lo que asociamos a aquellos años, eran excepcionales. Me encanta el merengue, no lo puedo evitar. Hay gente que le pondría a todo kétchup, yo le pondría a todo merengue.
Esa noche, la de la víspera, no pude dormir. El vestido, blanco inmaculado, sin mácula, clásico y de lorzas, con capota y limosnera, colgado de la lámpara, alumbraba la oscuridad de una habitación que todavía compartíamos mi hermano y yo. Mi abuela Elena lo había comprado en El Encanto en la calle Fruela, cuando El Corte Inglés no tenía la exclusiva de casi todas las cosas porque en Oviedo ni siquiera tenían tienda abierta. Mi abuela materna, haciendo un esfuerzo, compró los trajes que llevamos sus cuatro nietos y habría comprado más trajes, más deseos y más sueños inocentes, nos habría comprado la luna, si hubiera podido o hubiera existido la más mínima posibilidad de conseguirla para nosotros. Resuena en mi memoria el sonido del último mercancías que pasaba al lado de nuestra casa aquella madrugada, como tantas otras madrugadas, hasta que alguien decidió con buen criterio sacar al tren de la geografía urbana de mi ciudad. Creo que no conseguí pegar ojo en ningún momento. Los nervios que me han traicionado en muy pocas ocasiones aquella noche pudieron conmigo y me vencieron. Al final me dormiría de puro cansancio o quizás de aburrimiento esperando el alba de un día que se prometía tan especial como efectivamente fue.

P.D.: Primero deciros que no he tenido tiempo para publicar nada estas casi dos semanas últimas que ya os contaré lo que he estado haciendo. Intentaré ponerme al día, pero aparte quiero contaros que cada entrada que escribo, sobre todo las que son más personales tiene entidad propia, surgen a raíz de algo que pasa o no, que me empuja a querer contar una historia. Ésta es un poco diferente. Normalmente voy de blog en blog por Internet y encuentro auténticas joyas. Así buscando el significado de la palabra "concertinas" me topé con "Al sur de la frontera" y aunque en un principio el título me llevo al sur de esta España nuestra, el blog es de una chica de Donosti que trata increiblemente las palabras y es que resulta que Euskadi también es el sur de la frontera, la francesa. Hay mucho talento en este país, muchísmo, sólo hace falta creer en nosotros mismos. Así utilizando como lanzadera el blog de Nacho Cármenes llegué al de Paco Alba y desde éste a "Anaqueles Polvorientos" de José Luis Sevillano (este blog está estos días celebrando su 5º cumpleaños) y allí estaba esperando por mí la poesía que abre esta entrada e inspira el título. Iba a ser una entrada compuesta por fragmentos de varias vísperas de momentos importantes, pero como soy una rollista lo que voy a hacer es escribir cuatro entradas diferentes, una para cada uno de esos momentos que viví y que, como en este caso, se remontan al pasado. Todas son pasado, porque hoy es la víspera de mañana y mañana, la víspera ya es pasado. No todo lo que cuento ocurrió estrictamente así, pero la parte principal si se aproxima bastante a la realidad. Los recuerdos se mezclan en la mente de una persona y algunas veces confundimos lo que fue con lo que queríamos que fuese. Bueno espero que os gusté y escribir las cuatro piezas, igual si las juntamos sale un cuento, pero sin moraleja, no están los tiempos para ser la conciencia de nadie. Besos para todos.



6 comentarios:

  1. Tienes una manera tan hermosa de tratar los recuerdos que resulta imposible no emocionarse con ellos. Has conseguido que de tus recuerdos hayan renacido los míos, que ya estaban medio olvidados, enterrados, como tú muy bien dices. Muchas gracias. Buen fin de semana. Un fuerte abrazo.

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    1. Querido Balagar, tu comentario es un halago, eres fantástico, gracias. Por cierto Lorenzo viene el 11.

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  2. Ummm... Viernes. Lo voy a tachar ya del calendario, para que no se me olvide. ¿Vamos juntos, compañera? ;)

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  3. Pienso que puede ser una buena opción, entre otras cosas para que me lo presentes, jejejeje, de todas maneras se manifestarán los demás, no?

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  4. Bea, muchísimas gracias por tus palabras y por la mención a mi blog, fíjate que no había leído esta entrada hasta esta tarde. Me han salido los colores y estoy achicharrada, voy a buscar un abanico. ;)

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  5. A mi me dijeron una vez que ponerse colorada era síntoma de humildad, así que humildemente debes aceptar mis palabras sinceras no como cumplido, sino desde el corazón. Es muy dificil mantener un blog que enganche y tú lo haces muy bien y encima aprendemos cosas. Lo dicho un descubrimiento.

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