Hoy es jueves, qué largas se hacen las semanas cuando en el aire ya está la promesa de la primavera. Qué ganas de quitarme las medias y dejar las botas en el armario hasta el año que viene, aunque aquí ya se sabe. Quiero ir a pasear sobre la arena mojada a la orilla del mar, ahora que todavía no hay gente, sólo nosotros los de la ciudad mendigando un rayo de sol y un poco de aire fresco. “Hay que tener cuidado con el sol de marzo que es muy malo” dice mi madre, como primero decía mi abuela. Me encanta este tiempo en el que puedes empezar a desvestirte sin desnudarte del todo. En un par de semanas cambiarán la hora y entonces si habrá primavera. Espero que este año venga pacífica porque anda que no está la gente loca con las alergias. Algo está cambiando en este mundo, antes las estaciones se sucedían sin complejos, plácidamente, sin que hubiera que pagar ningún tipo de tributos.
Hace unos días que Martín ya está en casa. Se empeño en nacer antes de tiempo y nos hemos tirado tres semanas en el hospital esperando que cogiera algo de peso. Qué ganas de tenerlo en brazos. Qué raro y qué cuesta arriba se hace estar en el servicio de Neonatología. Todos esos niños tan pequeños luchando por sobrevivir, peleando ya desde el primer momento por poner en marcha el motor de sus vidas. Algunas historias son auténticos dramas. Nos ha tocado visitarlo en esos horarios tan estrictos ¿cómo les dices a las familias que sólo pueden estar unos minutos con el chiquillo cuando lo que quieren es salir corriendo de allí a cobijarlo en sus casas?
Al final subimos a Dani a conocerlo. “¿Se va a morir mi hermano?” me preguntó con la normal preocupación de un niño de 5 años que en realidad no sabe lo que es la muerte. Bendita inocencia. “No, tonto, ¿cómo se va a morir si acaba de nacer?” le respondí. Yo creo que se quedó tranquilo porque siguió mirando por la ventanilla del coche al tiempo que jugaba con el avión que se había empeñado en llevar para jugar por primera vez con el enano que va a venir a transformar su universo de hijo único.
Me voy a por el coche que llego tarde.
Suena en la radio RNE, es la cadena que escucho habitualmente. La radio me acompaña siempre y me mantiene informada, bastante informada, a veces, incluso demasiado informada diría. Hoy tengo que hacer balance del mes de febrero y subir a la asesoría. Suenan las horarias de las 8.00, he llegado a tiempo para escucharlas desde mi puesto de trabajo. Empiezan a dar noticias de un atentado en Atocha. Pienso en las monjas de mi colegio, tienen una residencia en la calle General Lacy desde la que ves el muro de esa estación. Hemos estado hace poco, siempre que voy a Madrid me paso por allí aunque sea a saludar. “Bueno, estarán bien” pienso. Nada, dicen que, una vez más, ha sido ETA. Me asomo a la ventana y se lo digo a mis compañeros “Ha habido un atentado en Madrid, dicen que ha sido ETA” A lo largo de la mañana, sobre todo en los primeros momentos, se va sucediendo la información, que como la sangre, unas veces mana a borbotones y otras a cuenta gotas. Ya son cuatro los trenes que han explotado, en distintas estaciones. Trenes que iban en dirección a Atocha, trenes de cercanías, llenos a rebosar de hombres y mujeres trabajadores, estudiantes, gente que iba al centro a hacer algún trámite, que iba a coger un transbordo en dirección a otro punto del país, que iba a una consulta médica, que iba a encontrarse con alguien… Dicen que pretendían que estallasen todos al llegar a la estación y que ésta se convirtiera en una ingente olla a presión en pleno centro de Madrid. Empiezo a tener la misma desazón del 11S. Estoy en el mismo sitio, sólo que aquella vez eran las 15.00 de la tarde. Nos llamaron primero de Pamplona “Qué se acaba de estrellar un avión contra las Torres Gemelas” dijo Graciela, luego llamo mi madre “Qué se ha estrellado otro avión, que lo estamos viendo por la tele” Qué sensación más extraña tengo en la boca del estómago. No tengo Internet, ni forma de ver ninguna imagen, sólo en mi cabeza se suceden como fotogramas de una película de horror las escenas que están describiendo. Hablan de andenes llenos de cadáveres, de gente destrozada, personas anónimas colapsando los hospitales para donar sangre, vecinos llevando mantas para intentar mantener en los cuerpos inertes restos del calor de la vida que se escapa, el personal de emergencias desbordado y de la ausencia de información. Nadie sabe nada. Sólo el terror instalado en las caras y la muerte campando a sus anchas entre el amasijo de hierros en que se han convertido los trenes. Empiezo a llamar por teléfono a Marimar. No hay forma humana de contactar con ella. Tampoco Rafa puede localizar a su hermana. “Dios Mio, cuánta gente de Asturias está trabajando allí” pienso. Hacemos recuento de los nuestros. Nada, hay que esperar. No se pueden usar los teléfonos. Paciencia.
Dan las 13.00. Voy a comer con mi madre. Me voy a la salita, no puedo dejar de mirar en la televisión las primeras imágenes de un recién estrenado campo de batalla. Esto no puede estar pasando aquí. Revivo una y otra vez el 11S. Aquello parecía una película americana, llena de efectos especiales, aviones que derriban edificios, edificios que se desploman llenos de personas, personas atrapadas en aquel infierno que saltan por las ventanas en una huída desesperada hacia la muerte. La cara de la muerte, de la desolación y el miedo mirándonos de frente, desafiándonos. “Bea, que no, que es aquí, es en Madrid, en el Madrid de Sabina, en el de los Austrias, al lado mismo del Congreso de los Diputados, en el nuestro, en el Madrid de todos y está pasando en estaciones de tren, sin efectos especiales, a pie de calle” me digo a mi misma al tiempo que me pellizco para intentar despertar de esta pesadilla.
UNA SEMANA MÁS TARDE
Mientras se formula la teoría llamada de la conspiración y en las
tertulias algunos periodistas la defienden con tanta pasión como los
que se esfuerzan en desmontarla, el pueblo en las urnas ha castigado
la estrategia equivocada y torticera del partido en el poder. “¿Cómo
puede alguien creer que nadie ha diseñado esto como un plan para
poner fin al gobierno del PP? ¿quién puede escribir un guión
cargado de tanta maldad?” Al final han sido casi 200 muertos. Las
mentiras y la información sesgada y manipulada han dado la vuelta a
las encuestas. El partido socialista ha ganado las elecciones. Han
pasado tantas cosas y tan intensas en estos últimos días que tengo
la sensación de que ha pasado mucho tiempo.
Nunca nadie pensó que la
foto en las Azores llevará aparejada este peaje de víctimas, al
menos en esta parte del planeta. Nadie se acuerda ahora de los
civiles que se cuentan como daños colaterales en los países
cercanos metidos en guerras apoyadas por los nuestros. Esos también
suman. ¿Ha sido una foto de unos líderes de pacotilla o ha sido la
ambición desmedida de unos líderes de pacotilla sin escrúpulos?
Una mezcla de todo aderezado por la locura de unos pocos terroristas.
IFEMA se ha convertido en
un inmenso tanatorio y en los andenes de las estaciones, junto a los
que se acercan a rendir homenaje a los muertos, junto a las almas de
éstos que vagan sin saber muy bien aún que ha ocurrido, junto a los
trenes destripados, vagabundean también las almas de los vivos,
buscando una respuesta a una pregunta para la que no hay contestación
posible: “¿Dónde está dios? ¿dónde está el dios que ha
permitido esta matanza? ¿dónde está el dios que para algunos
justifica esta masacre?”
Poco a poco los cuerpos
se entregan a los vivos que han perdido también su esencia de
personas. Ya no serán nunca más los mismos, medirán sus vidas por
un antes y un después del 11M. “¿Aprenderán a vivir con la
desgracia?” Malvivirán por siempre. Se entierran los cadáveres y
junto a ellos, se entierran también los corazones de los suyos.
Se empiezan a conocer las
pequeñas y grandes historias individuales y familiares de los
fallecidos, historias de pasado, presente y sin futuro. Se van
recomponiendo los puzzles de sueños destrozados, los cuerpos
desmembrados. Se instala el dolor en la conciencia colectiva y junto
a él el miedo. Nadie es capaz de explicar por qué siempre es el
pueblo el que padece, por qué se rompe la cadena por el eslabón más
débil, por qué los poderosos nunca mueren, “No viajan en tren”
apunta alguien, por qué la serpiente mata siempre cuando muerde.
Los hierros han
guillotinado nuestras vidas. Han cercenado proyectos e ilusiones,
futuro y esperanza. Las bombas han dinamitado nuestra cotidianeidad.
El odio ha arrasado con la posibilidad de vivir en paz. Han destruido
nuestra sensación de estar a salvo. Han violado nuestra paz y robado a mano armada nuestra
libertad. Nuestras defensas están rotas y nuestro corazón
desprotegido para siempre.
Se hizo la oscuridad y
con ella trajo el caos a reinar en nuestras vidas.
DIEZ AÑOS DESPUES
En un suspiro han pasado diez años de
aquella mañana gris y lluviosa en Madrid que se torno sombría y
negra para todos nosotros. No hay tiempo que pase que cure estas
heridas. La memoria del dolor es perdurable y lo hará para siempre. Es bueno perdonar, pero no olvidar si
mantener vivo el recuerdo nos ayuda a no cometer idénticos errores.
Hoy el PP vuelve a ser el
partido que gobierna. El PSOE le dio el relevo en el falso juego
democrático que tenemos, semejante al de todas las Naciones de
nuestro entorno. Dos Gobiernos de izquierdas y la peor crisis que se
recuerda. España es un erial donde los malos campan a sus anchas
protegidos, casi siempre, por su condición de aforados.
Recuerdo aquellos días
como el devenir de imágenes dantescas que vimos una y otra vez en
televisión. Una fuerza extraña a mí me empujaba a ver
una y otra vez aquellos hierros retorcidos, aquellos cuerpos
cubiertos de mala manera en los andenes, aquellas caras
ensangrentadas de los supervivientes, el llanto y la impotencia.
Recuerdo una necesidad urgente de saber, cuando no había nada que
decir porque todo era incertidumbre y estábamos rodeados de
niebla. Hay muchas cosas de aquellos días que nunca se sabrán con
certeza.
No hay justicia para los
muertos, como no la hay para los vivos.
También recuerdo que el
pueblo hizo gala de madurez y serenidad frente a la inmundicia,
frente al terrorismo asesino y frente al terrorismo político que
mentía una y otra vez echando balones fuera, negando lo evidente.
Si, es cierto, se cargaron la jornada de reflexión, nos la cargamos,
pero si no hubiera sido así, hoy estaríamos hablando de la apatía
de aquellos días, de la parálisis del miedo.
Y el miedo, recuerdo el
miedo. Miedo en las estaciones de tren, en los aviones, en los
lugares cerrados, miedo a la gente de rasgos árabes, miedo a las
mochilas, fieles compañeras tantas veces.
Y hoy estoy aquí, un
marzo más o un marzo menos. Bajo el mismo cielo y en la misma
tierra, esperando que llegué la primavera, quitarme las medias y
caminar sobre la arena mojada o sobre la hierba empapada en rocío.
Sigo creyendo en la bondad del hombre a pesar de todo. Necesito creerlo para poder
seguir viviendo. Hemos aprendido a seguir,
sobre la marcha, improvisando remedios para las heridas aún
abiertas. No me conformo. Un mundo mejor es posible sólo hay que
quererlo.
Y ¿los que quedaron para
llorar a los suyos, los que sobrevivieron, los que enterraron a sus
muertos? Viven cada día aquella mañana, aquellos instantes, aquella incertidumbre, aquel silencio, una y otra vez. No quiero
ponerme en su lugar, no puedo.
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