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lunes, 20 de enero de 2014

Yo también soy deficiente.

deficiente.
(Del lat. deficĭens, -entis, part. act. de deficĕre, faltar).
1. adj. Falto o incompleto.
 
Tiene la palabra deficiente otras acepciones, pero yo hoy me quedo con la primera.
 
Yo también soy incompleta. Entiendo que todos los somos. Soy humana, luego soy incompleta. Tengo defectos, luego soy incompleta. No hace falta acudir al aspecto de la sexualidad para ser incompleta. Yo estoy soltera, no tengo pareja. ¿Por eso soy sexualmente incompleta? ¿por eso soy sexualmente deficiente? Yo creo que no. Las personas somos completas independientemente de nuestra condición sexual. Yo así lo creo, quizás estoy equivocada, pero creo que no.
Me despierto hoy con un titular en La Nueva España que me llena de vergüenza. Me enerva hasta tal punto que me lleva a escribir esta entrada. Creo que a estas alturas de la película nadie pondrá en duda mi condición de cristiana, concretamente milito como tal. Normalmente no me avergüenza decirlo, no me avergüenza escribirlo, ni confesarlo.  De hecho hace unos días escribí una entrada en este mismo blog acerca del aborto, en ella lo primero que declaraba era mi condición de cristiana. Sin embargo, hay días como el de hoy que no las tengo todas conmigo.
Cuando yo era pequeña y no sabía ni siquiera lo que implicaba, mi madre me contó la historia de un amigo suyo homosexual que se suicidio por amor. Este chico probablemente tuviera otros problemas aparte del desamor que le llevaron a tomar esa decisión desafortunada para él, para su familia y para la gente que, como mi madre, le quería. Quiero decir con esto que mucho tiempo antes de que yo supiera cual era la magnitud de la palabra amor, ya sabía que había personas que se enamoraban de otras personas de su mismo sexo. Era muy pequeña y , sin embargo, recuerdo a mi madre llorando por la calle de La Vega conmigo de la mano, cuando le dijeron lo que había pasado.
A mi la vida me ha regalado muchos amigos gays. Me he reído con ellos. He llorado. He pasado momentos fantásticos, momentos importantes de mi vida, de la de ellos. Me han acompañado en momentos duros. He sido testigo de su evolución como personas, de su proceso de maduración. En algunos casos he sido testigo del proceso de aceptación por ellos mismos de su condición. Tengo amigos mayores, más jóvenes, de mi edad, chicos y chicas, compañeras del colegio, que viven en pareja o que no, que han sufrido por amor, que han sido heridos, que se han casado, que han decidido no casarse, que tienen hijos o no.  No lo tienen fácil, nunca lo han tenido. Entiendo que mis amigos homosexuales no son deficientes, no son incompletos y no son enfermos o, al menos, ni más ni menos que yo en mi condición de heterosexual. 
Declaraciones como la de hoy me hacen avergonzarme de la Iglesia. Esta Iglesia no es la mía y entiendo que tampoco la de Jesucristo. La mía se alinea en la lucha de los derechos de todos, de las minorías y de las mayorías. Integra no excluye. Creo que como cristiana es mi obligación decirlo públicamente y, una vez más a salvo de ser censurada, tengo que dejarlo por escrito.
Hay una parte de la Iglesia, en concreto, una parte de la jerarquía que no vive en este mundo, pero no conforme con no vivir en este mundo se levanta de la cama dispuesto a provocar. Se preguntan: "a ver a quién vamos a provocar hoy". Hoy les ha tocado a los homosexuales, bueno a los homosexuales les toca muchas veces. Les ha tocado muchas veces a lo largo de la historia. Yo creo que lo que no deja avanzar a esta Iglesia es la jerarquía. Yo sé que hay mucha iglesia de a pie que piensa como yo. Jesucristo no predico la exclusión de nadie, predico la inclusión. El problema es que se meten a organizar las casas de los demás cuando lo que hay que hacer es organizar la nuestra. ¿No deberíamos limpiar nuestras parroquias de todas las cosas que hacemos mal, que son muchas y muy feas, antes de apuntar a nadie con el dedo? Además ¿con qué derecho apuntamos a nadie? No dijo Jesucristo que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. No seré yo quién condene a nadie. Y además, ¿desde cuándo amar es pecado? Pecado son otras cosas. Recuerdo ahora una conversación con una monja de mi colegio a cuenta de la homosexualidad de una amiga. La monja se quejaba de que la chiquilla se había alejado porque no había tenido suficiente confianza en que no iba a ser juzgada después de saber que en lugar de novio tenía novia. "Lo importante"  me dijo "es la persona con independencia de si le gustan los chicos o las chicas". Aquella monja se preguntaba que por qué estaban tan preocupados los de arriba en perseguir a los gays si había tantos niños muriéndose de hambre. Me dijo: "Ese es el verdadero pecado, que la gente se muera de hambre y no hagamos nada para solucionarlo". Pues eso, debemos de emplear nuestros esfuerzos en conseguir un mundo mejor y debemos dejar vivir a la gente y punto.
Además puedo afirmar que muchas parroquias no serían lo que son si no fuera por el trabajo desinteresado y gratuito de muchos homosexuales, que trabajan, vaya si trabajan, en las parroquias. O es que la jerarquía católica se cree que no hay gays que son cristianos. Se cree que no hay costaleros que son gays. Se creo que no hay cofrades que son gays. Se cree que no hay sacerdotes que son gays. Yo conozco a muchos, claro que igual yo los conozco a todos y no hay más que los que yo conozco (ironía modo on). No seré yo quién dé nombres porque tampoco se trata de eso y porque de puertas a dentro en la casa de cada uno a mi lo que me importa son las personas y no con quién se acuesten.
Creo que la Iglesia católica tiene que traer a primera fila el mensaje de Jesucristo, sobre todo en estos momentos tan duros, y es la opción por los pobres. Debe ponerse a trabajar por conseguir un mundo más justo en el que no haya lugar ni para la opresión, ni la esclavitud, ni la miseria. Tiene que recuperar los valores del Evangelio y dejarse de coquetear con el poder, craso error que ha cometido una y otra vez a lo largo de la historia. La Iglesia tiene que estar al lado de los desahuciados, de los parados, de los que sufren y dejarse de organizar las casas de los demás. Tiene que hacer un ejercicio de introspección (Der. culto de introspicĕre, mirar adentro), abrir las puertas y las ventanas y también los armarios, dejar que la corriente de aire se lleve el olor a rancio y a humedad y vivir en este mundo. Instalar a Dios en el mundo no es condenar al otro.
 
 

4 comentarios:

  1. ¡Bravo! Te aplaudo. Sé que hay mucha personas creyentes que piensan como tú. Y eso os honra. Y debería avergonzar aún más a quienes sueltan esos improperios (pero no lo hace, no nos engañemos). Gracias.

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  2. Los jerarcas de cualquier iglesia organizada son una panda de hipócritas redomados. Nada más asqueroso que un cardenal o un obispo. Apestan.

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  3. El disgusto que te producen esas declaraciones es por ser católica; a los ateos no nos pasan esas cosas. No, no es porque seamos mejores o peores que los creyentes (la integridad moral no tiene que ver con las religiones, que la tienen acomodaticia, sino con una buena educación cívica); eso no nos pasa a los ateos por la sencilla razón de que no tenemos jerarcas que prediquen semejantes cosas.
    En todo caso que empiecen por reeducar sexualmente a sus ministros: ahí tienen una gran tarea.

    Cabuerza

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