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sábado, 8 de mayo de 2021

“Green Book”, algunas cosas nunca cambian

He visto Green Book. Una película deliciosa que al mismo tiempo te saca de las casillas al ver cómo trataban, y tratan, a los negros determinados sectores de la población americana. Green Book cuenta el viaje real (con licencias) que hace un virtuoso del piano a la America profunda con el chófer-asistente más bruto que hayan podido imaginar desde Nueva York. A lo largo de la película, Toni Vallelonga y Don Shirley van forjando una extraña amistad partiendo de las diferencias irreconciliables entre ambos, mundos opuestos que al final resultarán salvables.  La película es un viaje al Sur, a una America profunda en la que los negros no pueden estar de noche fuera de sus hogares, donde la estrella no puede comer en el comedor de los blancos que han pagado por verle tocar aunque tenga una plaza de parking reservada, donde los negros, también los negros ricos, tienen que dormir en cuartuchos de mala muerte (de ahí el título del film), pero dónde, magia, algunos de ellos ya se codean con los miembros de la élite política, pudiendo hacer valer sus influencias si llega el caso. 

La historia es una road movie, la mayor parte del tiempo van en el coche donde Tony, come “como un gochu” mientras conduce y se distrae de la carretera y Don lee, observa el paisaje que le inspira y llama la atención a ese chófer suyo que a lo largo del metraje le sacará de más de un aprieto aunque también le meterá en alguno. Vallelonga que trabaja en el Copa se queda sin trabajo por reforma del local y acepta un trabajo de conductor, su esposa, Dolores, le pide que regrese a tiempo para Navidad y le arranca la promesa de que le escriba cartas siempre que pueda. Desde fin de octubre del 1962 a la víspera de Navidad esta extraña pareja viajará junta, un viaje que les transformará internamente hasta el punto que su forma de ver la vida dé un giro importante. Don Shirley se bajará de su solitario trono para acercarse al mundo y Toni abandonará sus prejuicios para abrazar a su hermano de color. La película adorna el drama con pinceladas de comedia y es, a pesar de su larga duración, muy fácil de ver. Un Viggo Mortesen difícil de mirar por sus modales e irreconocible por el aumento de peso, exigencias del guión, imagino y un Mahershala Ali al que yo desconocía que encarna a un estirado negro que está en la antítesis de los de su raza.


Me ha gustado todo, no le pondría ni un pero. Lo mejor la caracterización de Mortesen, la fotografía, la empatía de Shirley con el patán de su asistente al que ayuda a escribir las cartas a su esposa y la sensata Dolores que atesora las cartas que recibe y acoge a Shirley como a uno de los suyos. Muy recomendable y tristemente siempre actual.


 

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