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jueves, 9 de abril de 2020

Diario de un encierro (I)

“Mudas las voces,
solitario universo
calles vacías”.

Como el diente de león, flexible pero unida a la tierra,
 vestida, pero desnuda a un solo soplo.

Quería compartir con vosotros una reflexión personal acerca de dos temas que llevan muchos días sobrevolando sobre mí. Como en un dibujo animado, sobre mi cabeza una nubecita, no, dos nubecitas dan vueltas sin parar amenazando tormenta. En primer lugar, se trata de lo absoluto del silencio y en segundo, de lo relativo del tiempo, en ese orden, aunque también podría ser a la inversa.

Cada vez que salgo al parque, sobre todo, por las tardes (creo que por las mañanas sigue habiendo demasiada gente haciendo demasiado ruido) escucho el silencio de la ciudad. El eco de este silencio resuena dentro de mí. Me duele no escuchar a los niños, nos han robado sus risas contagiosas y sus juegos coloridos. También me duele no ver a los mayores paseando o descansando al sol que tímido empieza a calentar, con sus sombreros de paja y sus cachabas, charlando con sus amigos desde la serenidad y el sentido común que da la vejez (o que debería dar) o con la rebeldía de quien sintiéndose joven hace tiempo que ha dejado de serlo. Los mayores tienen una perspectiva bastante real de lo que estamos viviendo, que no deja de ser una distopía impredecible e inimaginable, ellos que ayudaron a convertir este país en lo que es, ellos, nuestros mayores, a los que les han encerrado porque este virus les roba la vida como si de una condena a muerte se tratara, sin que le tiemble un ápice a la muerte la mano al firmar sentencias de muerte. Y a los más fuertes les han arrebatado un tiempo tan valioso como irrecuperable. Y mientras observamos expectantes esta nueva realidad el silencio instalado entre nosotros es tan redondo que hasta se puede escuchar la hierba crecer, mecerse las hojas en los árboles y abrirse o cerrarse, dependiendo del día o de la noche, las flores, cortejar a las palomas que ahora son las únicas que habitan el parque. No es algo nuevo para mi. Convivo con el en Quirós, donde paso mucho tiempo sola. Allí lo escucho mientras leo (aunque reconozco que estos días no he podido leer ni una página), pero el de Quirós realmente no es silencio sino ausencia de ruido. Allí en la aldea, la montaña se vacía de sonidos ajenos para ofrecerte con suavidad los propios. Aprendes a reconocer a los animales, las tareas de los vecinos, incluso su andar por los caminos y su forma de moverse, aprendes a amar los cambios de estación, también por sus sonidos. Todo es diferente y, casi siempre, sin que medie la intervención del hombre. Sin embargo, estos días de encierro, el silencio resuena entre el hormigón y el asfalto, los edificios de cemento nos lo devuelven más potente, abriendo heridas que serán difíciles de curar.
Y luego está el otro, el silencio interior, ese al que nadie quiere enfrentarse por temor a escucharse a sí mismo. Ese silencio nos interpela estos días a voz en grito, contándonos cosas que de otra forma no escucharíamos y que, sin embargo, ahora no tenemos más remedio que prestarle atención. Es tiempo de introspección, de hacer lo que a tantos nos horroriza y espanta, es tiempo de enfrentarnos a nosotros mismos y/o de reencontrarnos. Solo nos queda mirarnos a la cara y desde esta soledad, la de algunos soledad con mayúsculas, ver dónde estamos y porqué. He pensado mucho estos días, he valorado que cosas hago mal y cuales quiero hacer bien. No me tengo miedo, me quiero bastante, afortunadamente. Soy feliz con quien soy, no me tengo miedo, pero si tengo miedo al miedo.
Y en medio de esta atmósfera extraña suenan las voces de los vecinos hablando en las calles, ese parloteo a todo volumen también indica que algo está cambiando. La ausencia de contacto nos ha lanzado a charlar por los balcones, me parece fantástico, pero sigo prefiriendo tener al otro frente a mi y poder mirarle a los ojos compartiendo un café o una cerveza. Las confidencias no pueden hacerse a voces, las preocupaciones no pueden tenderse al sol en los tendales, tiene que haber momentos de intimidad, de confidencias y esto  no puede hacerse por el patio de luces ni de ventana a ventana, eso hay que hacerlo de tú a tú.
Tardaremos en recuperarnos, pero lo haremos, estoy segura. Volveremos a encontrarnos y aunque ya nada será igual porque nosotros seremos otros y el miedo se habrá instalado en nuestras casas y en nuestros corazones, volveremos a estar juntos. Saldremos de esta, no sé cómo pero saldremos.

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