Marta siempre quiso dejar
la ciudad, alejarse del asfalto y cambiar de vida. Respirar era su
objetivo vital. Siempre había sabido que su lugar no era aquel.
Estaba harta de su trabajo, bueno no, estaba harta de la falta de él.
El estudio de arquitectos que había montado con su hermano y en el
que habían puesto toda su ilusión, hacia años que no recibía ni
un cliente. De hecho ella, que se había reinventado, pasaba muchas
tardes y últimamente también muchas mañanas, haciendo galletas y
tartas, bizcochos y magdalenas que había conseguido colocar en
muchas de las confiterías y panaderías de la pequeña ciudad donde
vivía y trabajaba. Y es que la crisis estaba siendo atroz en todas
partes. Atroz y devastadora también para las relaciones personales.
En los últimos cinco o seis años había ido viendo cómo los
matrimonios de sus amigos se desmoronaban, cómo los más fuertes se
rendían víctimas de la desesperanza y de la angustia de no saber
por donde tirar. Sin embargo, si algo la mantenía con los pies en el
suelo eran su marido Juan y su hijo Lucas, los cimientos de aquel
frágil universo en el que vivía instalada. Juan reconstruía, día
a día, su historia de amor. Deshacía los terrones de silencio que
de vez en cuando aparecían, arrancaba las malas hierbas, podaba las
ramas enfermas y rotas, sembraba y regaba la tierra. Era el jardinero
de aquella vida en común, también era su oficio. Eran relativamente
felices, si tenemos en cuenta que llevaban juntos casi veinticinco
años. Ambos se esforzaban por avivar de vez en cuando el fuego e
iban tirando, cansados, pero juntos. Lucas era un chaval inteligente
y estudioso. Iba a la Facultad y al Conservatorio. Dividía su tiempo
libre entre jugar al fútbol y tocar el piano. Si alguien los
observará desde fuera, formaban una familia normal inmersa en su
rutina con algunos breves momentos de luz. Si alguien conviviera con
ellos vería las dificultades que tenían para mantener su equilibrio
individual y como equipo. Si uno de nosotros pudiera colocarse en sus
zapatos vería el esfuerzo enorme que todos hacían para poder seguir
juntos en aquella época de turbulencias que les había tocado vivir.
Cuando recibieron la
comunicación del Juzgado no podían adivinar como aquella carta iba
a cambiar sus vidas. Juan descendía de una familia con origen en el
Oriente asturiano que había estado mucho tiempo en la Argentina. Su
tío abuelo Luis, que hizo un largo periplo hasta llegar a aquel
destino, se casó con una asturiana de Luarca. No tuvieron hijos y,
al volver, convenció a su esposa de construir la casa con la que
tanto habían soñado en Ribadedeva. La casa estaba construida en una
colina, como en una atalaya natural, desde donde se asomaba al mar
Cantábrico ese mar con carácter, salvaje y fuerte, vivo y bravío,
con sus olas de espuma blanca y azules aguas. Aquel hombre que había
estado tanto tiempo fuera había añorado tanto su mar y su tierrina
que había sabido elegir el sitio. Nadie podía dudarlo. El azar hizo
que fuera Juan el heredero de aquella joya y Marta vio el cielo
abierto y adivinó en el horizonte el cambio que tanto deseaba.
Han ido hoy a firmar los
papeles en la Notaría de Llanes y a concretar los últimos flecos
con el contratista. Fueron varias veces a visitar el sitio antes de
proceder a la aceptación de la herencia. La finca no tenía ninguna
carga y se conservaba en muy buen estado. Estaba construida con los
mejores materiales y Marta tardó apenas unos segundos en dibujar en
su cabeza los planos imaginarios de la reforma que necesitaba aquel
sitio para convertirlo en un exquisito hotelito de lujo. Tenía muy
claro lo que quería ofrecer a sus potenciales clientes, un sitio
único, con encanto, un lugar para enamorarse y volver una y otra
vez. Les sobraba sitio, harían entre ocho y diez habitaciones dobles
con baños amplios, dos en la planta baja adaptados para personas con
movilidad reducida, cuatro en la primera planta y otras cuatro en la
segunda y una suite en el desván, un par de comedores uno de ellos
con una terraza desde la que poder escuchar el sonido del mar. No
necesitaban abrir huecos, tenía ventanas suficientes. La casa
parecía hecha con el único fin de que Marta llevará a cabo su
sueño. Ellos podrían vivir allí, la casa de los guardeses era más
grande que su piso de Oviedo. Era igual que haber encontrado un oasis
en el desierto.
Juan estaba en el jardín
estudiando las posibilidades de aquel espacio, habría que decidir
qué plantas conservar y qué plantas nuevas incorporar. Allí podría
poner en práctica todo lo que había estudiado en los noventa en
Inglaterra. En realidad era paisajista, pero en Oviedo tenía pocas
oportunidades. Ahora todo sería distinto, en cuanto pusieran el
hotel a funcionar él podría dedicarse a lo que verdaderamente
amaba, podría entregarse totalmente a cuidar de Marta y del jardín,
por fin tenía tiempo y espacio para ambas pasiones, Lucas se hacía
mayor y pronto querría independizarse. Se dio cuenta de que nadie le
había llamado en todo el día y se puso a buscar cobertura. Eso
había que mirarlo, no era normal que en pleno siglo XXI tuviese que
perder tiempo buscando señal. Se colocó al lado de la palmera que
indicaba que allí había o había habido un indiano. Tenían que
decidirse por un nombre, no acababan de ponerse de acuerdo.
“Coño, tengo más de
diez llamadas perdidas de un número desconocido y de mi madre, qué
raro” Dijo cuando miró el móvil. Marcó a su madre a casa,
siempre lo hacía, no se acostumbraba a que ella también vivía en
la era de la tecnología. Llamó de nuevo, esta vez al móvil, le
extraño que lo cogiera su hermana, le notó la voz entrecortada, no
podía hablar.
- Juan, ¿estás con
Marta?
- Sí, está aquí,
creo que en el comedor de abajo midiendo las cortinas.
- Juan, tenéis que
venir rápido. Llevamos horas intentando hablar con vosotros.
- ¿Qué pasa? Ya
sabes que aquí hay muy mala cobertura y se nos ha ido el tiempo.
- Juan, tenéis que
venir.
- Joder, Clara, me
estás asustando ¿qué pasa? ¿es mamá?
- No, es Lucas. Ha
tenido un accidente.
- ¿Cómo que Lucas ha
tenido un accidente?
- Sí, viniendo del
concierto de la Pola. Por favor, tenéis que venir.
- Que sí, coño, que
vamos ahora mismo, voy a buscar a Marta y salimos, ¿es grave?
- Juan, por favor,
tened cuidado con la carretera. Estamos en el HUCA, os esperamos.
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