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sábado, 24 de julio de 2021

Los juguetes que son los niños que fuimos.


Dicen que la infancia es el lugar en el que habitamos. Quiero creer que esta afirmación sólo vale para aquellos que fuimos felices en ella y que, el resto, los que no tienen la suerte de vivir la infancia como yo, al menos, la entiendo, son capaces de huir de la suya buscando un lugar más habitable. En el último libro que hemos leído en el club de lectura de Quirós “El corazón del tártaro” de Rosa Montero la idea se repite una y otra vez, la infancia ese espacio común en el que aprendemos a ser porque lo que vivimos se nos pega a la piel de forma tal que no somos capaces de sacárnoslo. En mi caso, afortunadamente, esa infancia pegada tan profundo hizo de mí la persona que soy, llena de defectos, pero también sustentada en unos cimientos firmes, a veces, demasiado firmes (tanto que me impide girar en derredor y ver más allá de lo que alcanza mi vista a ver). La infancia marca a fuego lo que seremos después. Es lo que hay. Nosotros crecimos acunados por el amor de mis padres y de una familia grande, donde los mayores eran importantes (y teníamos muchos) y donde las mujeres de la familia de mi madre (en nuestros primeros años) y luego las hermanas de mi padre fueron ejemplos a seguir. Ejemplos de independencia, también de lo que yo sí quería ser y no quería repetir y nos transmitieron la sensación de que a los sobrinos se los quiere casi igual como a los hijos propios aunque compartamos poco. De aquellas mujeres a hoy, la vida ha cambiado mucho en este medio siglo. Tanto que tengo la formación que no tuvieron ninguna de ellas (a pesa de que algunas eran infinitamente inteligentes) y la independencia que algunas llevaban por bandera y que me enseñaron era fundamental para navegar por este valle que es la Vida. Estoy segura que, algún día, serán personajes de una novela. Una pincelada de cada una: coraje y valentía, genio y dulzura, servicio y capacidad de organizar, belleza que también es importante … si algo las caracterizó a todas ellas fue el trabajo y los sueños que, muchas veces, por desgracia, no consiguieron, o sí, en los que conseguimos la generación que vino después. Madre mía, si yo no quería hablar de mujeres… yo quería hablar de juguetes. Se me fue la pinza con lo de la infancia. 
El Museo Etnográfico de Quirós acoge desde el pasado 17 de julio una Exposición de Juguetes que recoge más de medio siglo de las infancias de los niños y niñas quirosanos que son exactamente iguales (o casi) a las infancias que recordamos (también los niños de ciudad). Muñecas y juegos de mesas, puzzles y cómics, juegos en familia y deporte, los kioskos y jugar en la calle. Jugar en la calle. Qué buenos tiempos, te picaban al timbre y un montón de chiquillos corríamos calle abajo y arriba jugando al escondite, al cascayu, a la comba, en bicicleta o jugando a la pelota. Todo era más fácil entonces. Con la supervisión de los mayores que, a menudo, simplemente daban una voz por la ventana para que subieras a merendar, pan con chocolate si había suerte, o para que te recogieras porque ya era la hora. Nosotros tuvimos un triciclo amarillo y una BH azul y mi Nancy esquiadora. Aprendimos a andar en bicicleta en un polígono, no sé porqué… y mi hermano tuvo un monopatín naranja. Crecimos leyendo cómics, los mismos que ahora lee mi sobrino y que aún andan por casa y libros de Los Cinco. Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, mi dulce Esther y aquel 13 Rue de Percebe del que siempre me llamó la atención poder ver las entrañas de cada uno de aquellos pisos enanos en los que pasaban tantas cosas y que era una ventana increíble para mirar y contar lo que pasaba y, en aquella comunidad, había un auténtico semillero de historias.


La Exposición me ha encantado, quizás, si tengo que ponerle un pero es que la sala se ha quedado un pelín pequeña. Muchas de las piezas provienen de colecciones particulares, otras son fondos del Museo (qué de tesoros esconden los museos) e incluso alguna pieza ha sido fabricada para la ocasión, también hay un audiovisual con fotos del Museo de Asturias muy interesante. No dejéis de visitarla, si podéis, con niños. Puede que no veáis nada nuevo, pero os sorprenderá lo semejantes que eran las formas de jugar y quizás recuperéis vuestras canicas del trastero o volváis a coleccionar chapas y recordéis todos aquellos juegos que compartíais con vuestros amigos y que descansan en el desván de la memoria. 


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