Ayer, día 31 de octubre, el alcalde de Quirós, Rodrigo Suárez, acompañado
por la Teniente Alcalde, los portavoces del grupo socialista y
popular en el Ayuntamiento, Jose Prieto y Nati Fernández respectivamente y
Roberto F. Osorio, cronista oficial del concejo y promotor de la idea, y Alva directora del MEQ en calidad de técnico del Ayuntamiento y yo misma, entregaron las Medallas de Oro de Quirós en un acto individual, entrañable y
familiar que ya se había pospuesto dos veces y que fue muy diferente al acto
inicialmente programado desde el Ayuntamiento, acto que no pudo celebrarse por
obvias razones sanitarias. Recibieron su homenaje: un oficio, los carteros
rurales, representados en este caso por Pepe Veiga (28 años de servicio), Teresa
Alvarez, la de Pontonga y Jaime Menéndez y la solidaridad vecinal encarnada en
Nicanor Alvarez, Canor el de la Senra, todos ellos por su servicio y su trabajo
en favor de la comunidad.
Un acto marcado por la pandemia y con un punto pintoresco y original pues se realizó en el
exterior de los domicilios de los homenajeados gracias a la climatología que
acompañó, domicilios a los que, en este caso, se desplazaron los políticos. No
fue el Ayuntamiento, la casa de todos, quien acogió en un acto que habría sido mucho más solemne y formal y donde el Salón de Plenos, o la Casa de la Cultura como estaba previsto en este caso, hubiera acogido a homenajeados y familia junto con numeroso público, sino las casas de los
homenajeados en un ejemplo más de que las cosas están cambiando. La mañana
estuvo plagada de anécdotas, algunas protagonizadas por los concejales
quirosanos, como Claudina Suárez, también cartera que entregó su diploma a
Teresa Alvarez, o Jose Prieto, concejal socialista, que siendo neno ayudaba a
Jaime Menéndez a repartir el correo en Cortes y que recibía como recompensa, el
y los demás, una invitación a un refresco al final del curso. “Aquello sí que
era luchar” apunta Jaime el cartero, responsable del reparto en la zona de
Cortes en un tiempo donde no había carretera y sí una valija llena de cartas con
noticias, alegres o dolorosas, que muchas veces llegaban allende los mares.
“Correo y medicamentos era lo que llevábamos, la farmacia tenía lo que tenía, lo
encargaba y lo acercábamos al día siguiente”, cuenta Menéndez, con treinta años
de servicio a sus espaldas, de un tiempo en el que hubo hasta siete carteros en
Quirós, “siete carteros, un empleado en la oficina y otra oficina en Pontonga
para esa zona del Valle. El correo llegaba en el coche de línea, creo recordar
que el de La Agüeras ya quedaba allí y luego desde Bárzana se repartía.” Cuenta
también que una vez en Llanuces metió un telegrama por debajo de la puerta “era
la cancelación de una cita médica y el destinatario no supo lo que era aquel
papeluco y se presentó en el médico para sorpresa de este”.
Pero si hubo un
momento de emoción fue la entrega de la Medalla a Canor el de la Senra,
acompañado por los suyos, un hijo y su familia por videollamada desde Madrid, que la recibió
con muchísima humildad. “He estado pensando de dónde nace mi espíritu de
colaboración y quiero decir que ha habido tres épocas que marcan mi vida. La primera es
después de la guerra, siendo un chiquillo. Había muchas mujeres solas, familias
muy grandes, todos teníamos que ayudar. La segunda, el tiempo que anduve con
camiones, no había ni ruedas, todo era muy precario, había que colaborar unos con otros y la última, el
tiempo que estuve transportando a niños con necesidades especiales en Mieres,
esos ocho años me marcaron mucho, pero nunca pensé en tener un premio porque lo
que hacía me lo mandaba el corazón.” Sin embargo, es la Noche de Reyes lo que
enorgullece a este hombre de 87 años que nació en Santa Marina, el es el
responsable de conducir la estrella de los Magos hasta la llegada de estos “es
un lujo ver como cambian las caras de los nenos: asombro, alegría, miedo y
picardía, todos los sentimientos. Padres con críos que primero fueron niños y a
los que la estrella sigue iluminando sus caras”. Canor el de la Senra no sabe
cuántas veces se levantó de la mesa para hinchar la bici de un chiquillo, pero
está feliz porque “no me salía estar a la mesa cuando el neno esperaba por mí,
sobre todo, cuando sabes que es su momento para disfrutar, no podía hacerles
esperar”. Hoy reflexiona sobre la herencia que le ha dejado a los que viene
detrás y da las gracias a Mari, su esposa, porque nunca “me quitó de echar una
mano”. Queda pendiente la entrega de tres medallas: a Paulino Arias y Lucinda
Fidalgo, del Bar Nuevo que por razones personales rehusaron hacerlo ese día por motivos personales y a
Laudelina Alvarez, cartera rural, que se encuentra en Oviedo no pudiendo
desplazarse debido a las restricciones de movilidad vigentes, así como la
entrega de distintos diplomas a las familias de los carteros rurales que ya forman parte de la historia del concejo y que han fallecido.
Habría pagado por recorrer esa mañana parte del concejo: de Veiga a Bárzana, de casa de Jaime a casa de Canor y de Bárzana a Pontonga donde una mujer menuda, de voz potente y firme, a punto sus ojos de completar un siglo, nos recibió agradecida y acogedora, tal cual son sus sobrinas, en especial Isabel, una de las mujeres que conozco qué más paz transmiten. Pepe Veiga y Carmen, su mujer, son una de las parejas más longevas del concejo, siempre están para todo y siempre con buen humor. Jaime que ha superado esta pandemia con nota, es un hombre conversador y consecuente con sus principios y su vida, sus hijas, Cristina y Margarita y sus cinco nietos varones, le acompañan y están siempre pendientes de él, viudo desde hace unos años. Canor, qué voy a decir de Canor, una de las personas más entrañables que conozco junto a Mary siempre con una sonrisa y Teresina que, coqueta, no quiere hablar de cumplir años, qué cosas. Qué cosas más guapas me pasan y qué bien poder contarlas. La historia de un concejo la escriben estos hombres y mujeres, testigos de un tiempo que no volverá y que hay que reinventar. Admiro desde siempre el oficio de cartero, un oficio llamado a extinguirse por el avance de la tecnología y la digitalización de las comunicaciones, pero quién no abre su buzón con la esperanza de recibir unas letras de una persona querida... yo no pierdo las ganas de escribir a mano noticias amables que lleguen muy lejos...
Que sensibilidad, Bea. Me ha encantado. Besosssss
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