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jueves, 28 de febrero de 2019

Febrero, tiempo de Carnaval.

Febrero se despide generoso en sol y temperatura. Hace un día precioso. El Puente de Carnaval permite que algunos de nuestros pequeños foráneos vecinos pasen unos días en Salcedo. Ayer mientras mi padre comenzaba con la labor de preparar la tierra para sembrar, una de esas pequeñas personitas tarareaba una canción mientras ayudaba a sus padres con la leña. Era tal su ensimismamiento que cuando le pregunté que qué cantaba ni siquiera sabía que aquello que hacía era cantar. Normalmente no escucho nada más que la banda sonora de esta aldea vacía y al mismo tiempo llena de vida: pájaros que compiten a ver quién mete más ruido, la chueca de una vaca caminando indolente por el prado, los corderos pidiéndoles atención a sus madres o a éstas reprendiendo a sus pequeños. Durante el día, no ladran los perros. Sí lo hace Lola feliz de este espejismo de libertad que disfrutamos cada fin de semana. Algunas mañanas de domingo, mientras leo desde mi cama sintiéndome observada por la severa presencia de la Peña de Alba, la vida no hace tanto ruido. Esos días escucho al viento agitando las ramas de los árboles, al agua desbordando los regueros o incluso a la nieve cayendo y depositándose, copo a copo, en el suelo formando empalizadas y muros de mentira, de esos que se borran con un par de grados más en el termómetro o simplemente con una pala. 26 de febrero y hace un día espléndido. Escucho las voces de los pequeños vecinos visitantes llamarse unos a otros. Son cuatro. La niña aún no ha hablado o si lo ha hecho, es más silenciosa. Han madrugado. Desde que han salido de sus camas, han imitado a las ovejas. Han cantado (creo que "We are the champions" pero no estoy muy segura). Han llamado a voces a Oker (el primer novio que tuvo Lola). Se han hecho de rabiar unos a otros y ahora parece que se aventuran a salir de su antojana (creo que en este momento están debajo de mi ventana). Recuerdo una tarde del pasado verano a renacuajos en el Reguerón. Gritos, risas, salpicaduras. Yo intentaba dormir. Ellos vivir.  ¡Qué suerte solo ocuparse de lo inmediato! No pensar qué pasará mañana. ¿Qué sería del mundo sin los niños? ¿Que sería de esta aldea vacía si los tuviera? ¿No se merecen disfrutar de esta cadencia, esta forma de ver pasar la vida al ritmo lento de las estaciones? ¿Qué botón hemos tocado para convertirnos en la sociedad hostil e inhóspita que hemos creado? Hemos dado la vuelta al calcetín. ¿En qué nos hemos convertido?
Luce el sol. No hay ni una nube en un cielo suavemente azul. Es febrero y el mundo sigue girando a pesar de los pronósticos.

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