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martes, 23 de agosto de 2016

A 11000 metros de altura.

El año pasado, un día como hoy, era domingo y el cielo era otoñal. Una paleta de grises que cuál cúpula renacentista protegía el verde de mis montañas. Es lo que tiene Asturias en esta época en la que los cielos azules son premios que nos tocan en la tómbola de la vida. Son cielos más bonitos aún, si cabe, por lo que suponen de regalos inesperados. Lo normal son los cielos grises preludio del otoño que, a buen seguro, nos espera a partir del 1 de setiembre.
Hoy es martes y el cielo es azul rabioso de un verano que se resiste, al menos en esta parte del mundo, a irse. Un verano intenso y divertido. Sin embargo, hoy he visto, esta vez desde el cielo, el mismo puzzle infinito que el año pasado. Estaba formado por teselas ocres y amarillas, verdes y marrones. Redondas, cuadradas y alargadas. Pedazos de vida que forman las tierras de labor que he sobrevolado. Vida fatigosa de trabajadores que incansables desafían al tiempo y las penurias. Me he acordado de "La España vacía" de Sergio del Molino (que, por cierto, me acompaña en este viaje). Esa España de interior, vacía, rural y abandonada que tanto amamos unos y niegan otros. Ese paisaje hostil o acogedor, según lo mires, que hoy he observado desde el cielo a once mil metros de altura y que me ha hecho sentirme pequeñita, minúscula incluso diría yo. 
Luego, para evitar que la reflexión se me fuera de las manos, he pensado en cómo coño puede un aparato de metal de ese tamaño sostenerse en el aire desafiando la ley de la gravedad y he sonreído para mi misma por lo absurdamente tonta e ignorante que puedo llegar a ser.
He visto los Pirineos como un escenario de cartón piedra con sus cimas de nieves perpetuas. Ríos y carreteras, viaductos y pueblos, reflejos brillantes de tejados y azules de piscinas que aguardan los últimos juegos infantiles por este año, cuadrículas de ciudades trazadas con tiralíneas.
Ciertamente cambian mucho las cosas desde donde las miras, pero la vida es un puzzle estés arriba o abajo, en el que faltan o sobran piezas y además muchas veces las que hay no encajan. Pienso en la suerte que he tenido encontrándote, lo bueno de haberte conocido y lo malo de haberlo hecho a destiempo. Florencia me recibe con ese azul estival y una luz que hiere los sentidos. Me quedan ocho días para disfrutar de la Toscana. Un tiempo en el que tampoco encontraré respuestas porque ya sé que quizás lo que no hay son preguntas. Una semana para que sea de nuevo setiembre quien te devuelva una vez más a mi vida, aunque esta vez sea para decirme adiós.





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