Aunque la muerte corra tras todos nosotros tenaz y persistente hasta alcanzarnos, tengo que confesar que, aunque yo no me alegro de ninguna muerte, para mí no todas las muertes son iguales como tampoco lo es la soledad con que la encaramos. La diferencia estriba entre morir en un hotel al lado del Congreso o en una cama de hospital. Morir tras una estela de reconocimientos y éxitos, rotos al final de una carrera larga y "provechosa" o morir después de haber pasado más de un año durmiendo en la calle en el portal de un bajo tras una vida de fracasos y abandonos, sin amigos ni familia, sin dinero ni seguro de decesos. Morir pendiente de que la justicia de los hombres haga buena, o no, tu conducta o morir sin que a nadie le preocupe lo más mínimo lo que has hecho en la vida. Morir y que parte de los que fueron tuyos propongan un minuto de silencio en tu memoria o morir sin que nadie recuerde tan siquiera cual era tu nombre verdadero. La muerte nos sorprende a todos: ricos y pobres, senadores o indigentes, mujeres y hombres.
A mí hoy, sorprendida por la noticia con que abrían los medios de comunicación la jornada, la muerte de Rita Barbera, la que me deja realmente un sabor amargo es la muerte del "hombre del pantalón granate", un hombre al que un día me atreví a convertir en protagonista de una historia inventada porque creía que mi historia le trataba con más generosidad de lo que le estaba tratando su propia realidad. La historia que él estaba viviendo cuando la vida nos hizo tropezarnos por el barrio en esta ciudad cada vez más provinciana y ciega ante las injusticas. Una ciudad que niega la justicia social a los más pobres, inmersa en la ignorancia y la repulsa, sumida en la misma niebla que acompañaba noche tras noche a nuestro hombre Tenderina arriba, Tenderina abajo en su permanente caminar de penitente. Una ciudad que se aleja de su gente y de sus necesidades, una ciudad que primero le arrojó a sus calles para luego llevarle por mediación del SESPA a una residencia para mayores a cuarenta kilómetros del lugar donde tenía depositados sus menguados enseres. Un hombre que pasó mil y una penalidades en aquel barrio que, sin embargo, no lo rechazó del todo, al que vi poco a poco consumirse e ir menguando hasta que volví a encontrármelo en un escenario diferente que hacia presagiar un desenlace muy distinto al que yo pensaba le estaba destinado: morir en la calle apaleado o atropellado por un conductor de esos que juegan a los rallies cada noche. Un hombre del que se acordó la muerte cuando por fin iba a pasar el invierno caliente, garantizados un plato de cocido y una cama con sábanas limpias, una muda para cambiarse y un par de calcetines secos por si los pies se le mojaban por la lluvia o por haber jugado con los charcos, porque a todos nos gusta alguna vez meternos en los charcos y mojarnos. Un hombre que no necesitaba una generosa historia inventada sino mi compromiso real y solidario hacia el y hacia los que como el están sufriendo las consecuencias de esta crisis que va más allá de lo puramente económico.
Y sí, no hay dos muertes iguales más allá de lo que implica la muerte como fenómeno natural. A mi hoy me duele ésta y no la otra. Sin embargo, espero que ambos tengan la justicia que no disfrutaron en vida. A una intentarán limpiarle el nombre, acusarán a quienes destaparon las tramas oscuras de su vida. Del otro yo me acordaré unos días, las chicas de la resi e Isabel la mujer que le acogió en su casa mientras recomponía un poco su salud tras un largo invierno a la intemperie. Pronto no será más que un recuerdo, una figura difuminada en mi memoria, un pellizco doloroso en mi conciencia (si es que aún me queda algo de eso). Recordad esto: la corrupción más grande es la que roba a los pobres la esperanza, la que desarma a los frágiles, la que destruye a los desheredados, la que hace invisibles a los semejantes, negándoles el pan y la sal. Descanse en paz "el hombre del pantalón granate" ya no te veré más tomando café al lado de casa o fumando un cigarrillo delante de la resi.
http://bealadelola.blogspot.com.es/2015/03/el-hombre-del-pantalon-granate_18.html
A mí hoy, sorprendida por la noticia con que abrían los medios de comunicación la jornada, la muerte de Rita Barbera, la que me deja realmente un sabor amargo es la muerte del "hombre del pantalón granate", un hombre al que un día me atreví a convertir en protagonista de una historia inventada porque creía que mi historia le trataba con más generosidad de lo que le estaba tratando su propia realidad. La historia que él estaba viviendo cuando la vida nos hizo tropezarnos por el barrio en esta ciudad cada vez más provinciana y ciega ante las injusticas. Una ciudad que niega la justicia social a los más pobres, inmersa en la ignorancia y la repulsa, sumida en la misma niebla que acompañaba noche tras noche a nuestro hombre Tenderina arriba, Tenderina abajo en su permanente caminar de penitente. Una ciudad que se aleja de su gente y de sus necesidades, una ciudad que primero le arrojó a sus calles para luego llevarle por mediación del SESPA a una residencia para mayores a cuarenta kilómetros del lugar donde tenía depositados sus menguados enseres. Un hombre que pasó mil y una penalidades en aquel barrio que, sin embargo, no lo rechazó del todo, al que vi poco a poco consumirse e ir menguando hasta que volví a encontrármelo en un escenario diferente que hacia presagiar un desenlace muy distinto al que yo pensaba le estaba destinado: morir en la calle apaleado o atropellado por un conductor de esos que juegan a los rallies cada noche. Un hombre del que se acordó la muerte cuando por fin iba a pasar el invierno caliente, garantizados un plato de cocido y una cama con sábanas limpias, una muda para cambiarse y un par de calcetines secos por si los pies se le mojaban por la lluvia o por haber jugado con los charcos, porque a todos nos gusta alguna vez meternos en los charcos y mojarnos. Un hombre que no necesitaba una generosa historia inventada sino mi compromiso real y solidario hacia el y hacia los que como el están sufriendo las consecuencias de esta crisis que va más allá de lo puramente económico.
Y sí, no hay dos muertes iguales más allá de lo que implica la muerte como fenómeno natural. A mi hoy me duele ésta y no la otra. Sin embargo, espero que ambos tengan la justicia que no disfrutaron en vida. A una intentarán limpiarle el nombre, acusarán a quienes destaparon las tramas oscuras de su vida. Del otro yo me acordaré unos días, las chicas de la resi e Isabel la mujer que le acogió en su casa mientras recomponía un poco su salud tras un largo invierno a la intemperie. Pronto no será más que un recuerdo, una figura difuminada en mi memoria, un pellizco doloroso en mi conciencia (si es que aún me queda algo de eso). Recordad esto: la corrupción más grande es la que roba a los pobres la esperanza, la que desarma a los frágiles, la que destruye a los desheredados, la que hace invisibles a los semejantes, negándoles el pan y la sal. Descanse en paz "el hombre del pantalón granate" ya no te veré más tomando café al lado de casa o fumando un cigarrillo delante de la resi.
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