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sábado, 13 de mayo de 2023

Primer capítulo “Con el agua al cuello” Josu Monterroso



La no Navidad

 

Un moscardón estuvo toda la bendita siesta revoloteando por el dormitorio; eso era cierto. Lo que no era cierto es que Prisca no pudiese dormir por su culpa y que de ahí el mal humor con el que se presentó en la cocina para merendar. Al tercer gruñido de la anciana ante el platón de galletas, su hermana Lucre apuró el café, tomó su bastón y se retiró de la mesa a trompicones y sin decir ni mu, para qué entrar al trapo por sandeces. No tenía ganas de rechistar porque, al salir al porche, Lucrecia tenía la boca ocupada mordisqueando una perrunilla que finiquitó justo al sentarse en su mecedora. Se sacudió las migas del jersey; quedó embobada observando a su cuñado trabajar en el huerto del jardín; miró al horizonte y vio la tormenta acercarse. Relamió las comisuras de sus labios y suspiró resignada ante los nubarrones. Lucre tomó la bolsa con sus trastes, dispuso las agujas bajo sus axilas y comenzó a tejer.

Más de una hora estuvo llamando a Prisca.

A cada poco, detenía la labor, inclinaba medio cuerpo sobre el reposabrazos de la mecedora y gritaba hacia el hueco de la puerta abierta de la casa…

¡Prisca, ven aquí! ¡Prisca, qué andas enredando ahí, tú sola! ¡Prisca, el atardecer! ¡Prisca, ven, que te cuento que te cuento, que esto te va a interesar!

Insistió más por querer compañía que por preocupación, pues el televisor se oía dentro de la casa y Lucrecia intuía el culo de su hermana aplastado en el butacón. Se imaginaba a Prisca jugando con su larga trenza gris y enarcando las cejas cuando creyese que la tele tenía razón, marcando un gesto de asombro como si el aparato la hubiera leído el pensamiento, pelando almendras y juntando las peladuras en un montoncito, peladuras tan finas que ni ensuciarían el cristal de la camilla.

¡Prisca! ¡Abilio se ha cortado con la azada! ¡Corre!¡Ven! ¡Medio dedo se ha llevado, el muy tarugo!

Desde el final del jardín y porque el viejo no ha perdido su buen oído, Abilio se yergue y la mira con esa cara suya de perro pachón encabronado. Lucre menea la cabeza para restar hierro a su broma. Él se encoge de hombros, desiste de las boberías de las hermanas y vuelve a doblar el espinazo.

Ahora sí. Ahora Prisca aparece en el porche con una mueca de angustia, pero trae las manos vacías, ni rastro del botiquín, así que debe ser que no viene a ayudar sino que no quiere perderse la desgracia que prometía animar la tarde. Prisca, azorada, posa las manos en la baranda de madera y mira hacia el huerto. Su marido continúa de una pieza y distraído en lo suyo. De vez en cuando, Abilio se seca el sudor de la frente con la manga y alza la vista para contemplar los nubarrones, midiendo en el viento la velocidad de la tormenta. Y resopla. Abilio siempre resoplando cuando algo se le tuerce, ¡ni que las tormentas estuviesen bajo su mandato! Enfadada por haber caído en la trampa de su hermana mayor, Prisca entorna los párpados y mira a Lucrecia con recelo y por encima del hombro. Lucrecia, concentrada y sin dar descanso a sus agujas, sonríe falazmente. Prisca pone los ojos en blanco antes de volver a contemplar los nubarrones del horizonte.

La luna de este anochecer no será blanca, eso ya se veApareció etérea y tiene un color de hueso, como de diente de ajo. Tampoco es redonda porque las nubes la cortan;calostros de leche en el cielo. La radio posada sobre el alfeizarel cable parece una culebrilla escuálida adentrándose por la ventana, y Lola Flores cantando una copla que Lucrecia canturrea por lo bajini… Que no mirase tus ojos, que no llamase a tu puerta.

¿Por qué mientes, boba?

Prisca acaricia su larga trenza.

Para que salgas de tu madriguera. Aquí se está mejor, al aire libre.

¡Hace frío! Se queja golpeando la baranda.

Ya se va notando que el invierno se acerca, hermana.

Empieza a oscurecer. Prisca cierra bien su rebeca, puños bajo las axilas.

Haber salido antes comenta Lucre con total indiferencia, arrastrando la voz. No será porque no te he avisado, llevo horas llamándote.

La luna de este anochecer no será blanca, eso ya se ve, hermana.

¡Vaya novedad!

Mírala masculla Prisca con desganatiene color de hueso, como de diente de ajo. Tampoco es redonda porque las nubes la cortan; calostros de leche en el cielo.

Todas las lunas son iguales, Prisca.

¡Y ninguna te sirve de compañía!, que tienes que molestarme con tus embustes para hacerme salir.

Es que te tengo una exclusiva. Llevo horas llamándote para contarte que...

… ¿Qué? prorrumpe Prisca de mala gana, se vuelve y contempla a Lucrecia, que ha dejado de tejer pero continúa cabizbaja.

Bueno vacila Lucre y posa la labor sobre su regazo, seguro que tú ya lo sabes. Sí , seguro que sí, ya debes saberlo, así que mejor no te cuento que…

¡¿Qué?! ¡No empieces con tus tonterías haciéndote de rogar! Será otra de tus mentiras.

Lucrecia hace caso omiso a su reproche, toma aire y suelta la noticia de sopetón…

Pues que el niño telefoneó y…

… ¡Lucre, por Dios!, que el niño ya va para los cuarenta.

Para mí siempre será mi niño. El caso es que Sebastián viene dentro de un par de días. El domingo. Una comida familiar, todos juntos, ¡por fin!

Bien, una buena noticia, para variar.

Prisca se sienta junto a Lucre, en la mecedora de al lado.

–Y no viene solo, Prisca, no viene solo.

Lucre se hace la interesante, calla y enrosca la lana a sus dedos. Prisca retiene el aliento y clava su mirada puntillosa en ella. Se muerde el labio de la rabia que le da, porque no está bien eso de lanzar a la cara un barreño de agua fría y después fingir que fue un accidente, igualita que las niñas pánfilas de los colegios de monjas.

No viene solo repite Prisca para seguirle el juego.

No, no viene solo. El muy tonto dice que se ha enamorado, esta vez de verdad. ¿Ves cómo sigue siendo un niño?

Maravilloso masculla Prisca y su gesto parece no estar de acuerdo con su contestación. Todo. Novia incluida. A ver cómo será ésta, porque la última... ¡Ay, la última! ¡Qué desazón, pobre mío! Por poco no sale vivo de aquella.

Pues debe ser mejor. Quizá no se equivoque en eso de haberse enamorado, tal vez sea la adecuada para él, porque me dijo que… se casa.

¿Qué? Prisca, para disimular su espanto, se aferra al reposabrazos.

¡Ay, Dios! ¡Tengo que terminar este jersey! Lucre toma de nuevo las agujas arqueadas y se las acopla a las hendiduras de sus costillas.

¿Se casa? ¿Cómo que se casa?

En primavera, Prisca; eso me dijo. Se han comprometido. Por eso la trae, quiere que la conozcamos. Bueno, por eso y porque…

Lucrecia prefiere guardarse sus intuiciones. Su sexto sentido de vieja le está rasgando en las entrañas que Sebastián llegará con la soterrada intención de poner la casa familiar en venta.

¿Por qué? ¿Está embarazada?

No no, solo es extranjera.

¡Y qué cuernos tiene que ver eso para traerla! ¡O para casarse!

Pues que en Navidad se irán con la familia de ella, viajarán a su país. A Inglaterra. Eso dijo. Para darlos la noticia.

Prisca regresa la vista al frente y contempla a su marido, impaciente por contarle la andanada de ideas que pasan por su mente y para allá que va. Se pone en pie sin dejar de hablar con su hermana.

¡Vaya con la extranjera! ¡Pues bien empezamos! Ya se lo quiere llevar lejos como quien se compra una flamenca y la guarda en la maleta, entre las toallas. Claro que no me extraña, Lucre, tal como está este país… si hasta el rey tiene que robar porque no le llega para lo suyo. En fin, si antes Sebastián asomaba el hocico, ahora no le veremos ni las vibrisas. Prisca mira en la distancia a Abilio y grita haciendo aspavientos. ¡Abilio, Abilio! ¡Que el hijo se nos va a vivir a Londres!

¡Yo no te he dicho eso! Se queja Lucre a voz en grito y rascándose un codo. ¡No chinches, Prisca! ¡Deja en paz a tu marido!

¡Abilio! Que el hijo dio un braguetazo, ni más ni menos que ¡con una guiri! Prepárate Abilio, que nos hemos quedado sin hijo con una sola llamada telefónica que, para colmo, para colmo, Prisca mira a su hermana, ni siquiera he atendido yo, que soy su madre. ¡Y así están las cosas, Abilio! ¡Así están las cosas! Prisca da una palmada al aire y relata socarrona para el cuello de su blusa. ¡Ea! Ya le he amargado la tarde… Tanto huerto, tanto huerto… No voy a sufrir yo sola.

Lucrecia, malhumorada, de un tirón estira la lana para liberarla del ovillo que, sin alejarse, rueda rebotando ante sus piesPrisca se acoda en la baranda del porche y contempla el jardín.

Eres una chanchullera, Prisca, pero hoy no me vas a sacar de mis casillas. Estoy contenta porque viene el niño y voy a terminar su jersey para poder regalárselo. Hace una pausa para organizar la maldad en su cabeza y al final sentencia con retintín. En Inglaterra debe hacer frío, mi niño.

El niño el niño… Mira qué birria de jardín, Lucre.Demasiada casa para tan poco jardín. Muy cuidado lo tenemos, eso sí, que nosotros fuimos muy apañados de siempre. Abilio con su huertito; tú con tus macetas y tus gnomos; yo con mi hermosura alegrando a la madre naturaleza… pero es tan pequeño que para tener esto habría sido mejor no tener nada. Buena gana de andar enredando, hermana.

¡Ahora le toca al jardín! ¡Dios, qué cruz!

En un jardín tan ridículo no se puede celebrar una boda y los guiris son mucho de celebrar bodas al aire libre, en los jardines emperifollados de sus casas, que yo lo he visto en las películas. Aquí sobra casa y falta jardín. En fin… No hay nada que hacer. La nueva se llevará el casamiento a su país y otra vez pierde España, ¡como en Eurovisión!

Prisca hace una pausa, apenada deja caer los hombros y suspira. Lucrecia ha oído ese gemido apagado de cachorrilla malherida, conque frena sus agujas y se lanzaal rescate, arrimándose a su hermana para acariciarle la espalda. La mecedora, sin ella, continúa bamboleándose sobre los tablones, que chirrían.

Prisca. No pierdes un hijo, ganas una hija… bilingüe, imagino… y muchas tazas de té a las cinco… y tartas de zanahoria.

No, hermana, no… Si estaba pensando en el pueblo, Lucre.

El pueblo, el pueblo se queja Lucre meneando la cabeza y deja de acariciarla de sopetón.

¡En el pueblo esto no habría pasado! ¡Ya está! ¡Ya lo he dicho! Es esta ciudad arrogante en la que cada vez la gente importa menos y todos quieren marcharse. Prisca mastica sus palabras, por su gesto deben saber a rancio. Esto se está acabando, Lucre.

¡Claro claro! Por eso tú fuiste la primera en salir por patas del pueblo cuando Abilio vino a buscarte, y ahora culpas a la mujer de querer llevarse a Sebastián. Si es que se lo lleva, porque aquí nadie dijo nada de que el niño se mude al extranjero. Pues Abilio bien que te llevó a ti y tú te dejaste llevar, que poquito te importó el puebloentonces.

¡Leñe! Solo digo que la vida habría sido de otra manera en el pueblo. Allí teníamos terreno de sobra para celebrar una boda.

¡Que te gusta hacerte mala sangre, alcornoque! ¡Tengamos la fiesta en paz!

¡No habrá fiesta, boba! Ella también se la llevará porque ya ¡no tenemos pueblo! ¡Solo este jardín ridículo!

Hay que ver, Prisca, ¡hay que ver! Que te lo he dicho miles de veces: ¡Esa telaraña solo está en tu cabeza! Que te lo llevo jurando y perjurando décadas: que el recuerdo de la infancia es la mentira cochina más grande que ataca en la vejez; que la ciudad no es tan mala; que el retiro en el pueblo no se habría dado como fantaseas y que ni padre ni madre ni perrito que nos ladre, de cuantos tuvimos, quedan vivos. Adiós gallinas, puercos, vacas, conejos,palomas y hasta el palomar. ¿De la casa? Ni los cimientos. Como si nunca hubiera existido. ¿Los vecinos? ¡Muertos! Padre, madre. ¡Todos muertos, Prisca! La presa se rompió y el agua del embalse arrasó el pueblo. Fue una desgracia, si lo sabré yo que estaba allí. ¡Parece mentira que me hagas recordar esas cosas! ¡No sería así como ahora imaginas! ¡Te lo juro!

Y con ese juramento las dos han envejecido renqueando para llegar hasta aquí, en especial Lucrecia, que es mayor y tiene que usar bastón desde el accidente, y total para qué, para ver una mierda de luna, que ni blanca ni redonda, y tejer un jersey hortera en el viejo porche de un jardín demasiado pretencioso para lo poco que es y el huerto tan ridículo que tiene. Prisca se frota las manos, avergonzada, y asiente con resignación.

Tienes razón, lo siento, Lucre, lo siento.

Lucre, hastiada, regresa a la mecedora y retoma sus agujas.

Déjame tejer, Prisca, y no fastidies más.

Pues no haberme hecho salir, que bien tranquila estaba yo viendo la televisión.

Quiero acabar el jersey a tiempo para regalárselo a Sebastián.

Tras una pausa, Prisca mira al frente y sonríe condisimulo porque sabe que lo siguiente va a fastidiar la labor de su hermana.

Hoy es viernes informa con retintínme toca baño.

Lucre, desesperada por no poder seguir tejiendo, arrebuja el jersey, bruscamente lo mete en la bolsa, tomasu bastón y se pone de nuevo en pie para preparar el baño. Prisca disfruta del enfado de su hermana pero algo la distrae, conque mira con curiosidad al frente y saluda con la mano mientras sonríe de oreja a oreja. La cabeza de una vecina aparece por encima del muro que cerca la casa y lo recorre hasta llegar a Abilio. Unas manos enguantadas surgen y zarandean en el aire una cajita de VioxxEl viejose endereza y olvida sus surcos de tierra y sus semillas; de todas maneras es muy tarde, apenas queda luz y se acerca una tormenta. Abilio se toma con calma la interrupción, sonríe afable pero no devuelve el saludo. Escucha encantado lo que la mujer le ha venido a contar y después da las instrucciones adecuadas, a modo de consejo y no de prospecto. Está acostumbrado a este tipo de situaciones, los vecinos se presentan en casa o le paran por la calle para exprimir su sapiencia. Él, programado por años en su farmacia, los despacha de buena gana con palabras sencillas y una entonación suaveacariciando con deleite su bigotillo. Parece que no pero es que sí, las hermanas lo saben bien, en secreto el viejo disfruta este tipo de interrupciones.

¡Buenas noches tengamos! Prisca saluda desde la distancia y seguido cuchichea con su hermanaMira ésa, ya están molestando a Abilio. Ni jubilado le dejan tranquilo.

¡Pero si a él le encanta! Mira, mira cómo se acaricia su bigotillo; eso es que está pensando. Lucrecia mira hacia la casa de enfrente y demuda el gestoHay luz en la casa de enfrente. Ethel ya ha llegado. Hace mucho que no la veo. ¿Es que habéis discutido?

Con esa es imposible discutir, Lucre, ya sabes lo ñoña que es, la pobre.

Pobre por qué, ¿por ser maja? ¡Qué manía de confundir la bondad con la debilidad!

Si tú lo dices.

Ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que asomó por aquí esa cabeza de calabaza que tiene. No sé, da qué pensar. ¿A ti no te da qué pensar, hermana, que Ethel ya no venga por aquí? pregunta Lucre con aires de misterio.

¡Le gusta mucho el bingo! ¡Tiene un vicio con las bolas! Claro que, a falta de otras, ésas valen.

¡Será! Eso no es razón para dejar de visitarnos.

Se habrá enamorado o se habrá cansado de nuestras chifladuras.

Antes se pasaba todo el santo día metida en casa.

Antes era antes, Lucre. Ahora por aquí solo asoman los muertos. Como esa que molesta a Abilio. Mírala mírala, si está con un pie en la tumba.

¡Para, Prisca!

¿Abilio lo sabía?

¿Que esa ya está muerta? Imagino que sí, en cuanto vio su medicación. Abilio es listo, Prisca; pero también es muy profesional, no soltará prenda por más que le atosiguemos.

¡No, boba! ¡Lo de Sebastián!

¡Ah! ¡Lo del niño! Pues claro, estaba conmigo cuando el niño llamó.

El niño, el niño.

Para mí siempre será mi niño y ¡punto en boca!

Pues nada, punto en boca entonces.

El anochecer comienza a desparramarse sobre el jardín.

Prisca, con los dedos entrelazados, manos sobre la panza, cree que si el jardín fuera más grande, sería divertido ver a su esposo pequeñito en la distancia, con los brazos en jarra frente al muro, charlando con una cabeza y dos manos enguantadas. Un gnomo encorvado, con botas katiuskas y el poco pelo de nieve que le queda en el cogote, ensimismado ante un teatro de guiñol. Pero el jardín es el que es y no hay sitio para la magia, por mucho gnomo de porcelana que Lucrecia plantase. Prisca sabe que estas majaderías, que tanta gracia le hacen, son sus espejismos de caleidoscopio; si una se gira un poco, la vida cambia, se recoloca y queda más bonita, porque las vidas que ve por ahí suelen mostrarse grandes, luminosas, livianas, pero de puertas para dentro… ¡Ay, de puertas para dentro! Empequeñecen, repetitivas, llanas, con algún que otro disgusto que compensan con alguna que otra alegría, se dan solo en dos o tres habitaciones por las que rondar y todos se sientan para comer, ver la televisión y cagar. Así de claro lo tiene Prisca.

¿Te acuerdas cuando este jardín estaba lleno de gente? pregunta Lucre.

Pues claro, y nunca nos rompieron nada…

Bueno bueno, yo no lo recuerdo así pero…

… ¡Nada! Ni las flores ni el huerto y mira que se juntaba gente para pedirme audiencia. Docenas, cientos, ¡miles! Que hasta Ethel tenía que ayudarme con la agenda.

O parecían tantos porque, como tú bien dices, el jardín es pequeño.

Prisca hace oídos sordos a la aclaración de su hermana.

¡Qué buena vecina fue Ethel siempre! Solícita y discreta. ¡Me ayudaba tanto! Yo aparecía hasta en los periódicos, Lucre.

Y mala vergüenza me daba a mí, y la gente venga a llegar a las puertas de la casa para pedirte un milagro, y el cura erre que erre contigo, que por poco te excomulga, y la gente venga a llegar y tú venga a sacarlos los cuartos con eso de que los pensamientos crean la realidad.

El cura, el cura. ¡Pues como él! ¡Era un trabajo! ¡Debía cobrar! Los pensamientos crean la realidad y enseñar a pensar correctamente tiene su mérito, como tal debe ser remunerado adecuadamenteYo les ayudaba. Entonces yo era buena y hacía milagros, ¡una santa! ¡Santa Prisca! Santa Prisca me llamaban.

Ahora eres mala como el hambre y la guerra. Tu corazón de alquitrán…

¡Lucre!

He de reconocer que fue divertido mientras duró, casi siempre Lucre menea la cabeza, sopesando los buenos y malos momentos, y aunque me fastidie, a veces lograbas grandes cosas que…

… Eso fue cuando Sebastián se nos fue a la Universidad y la casa se volvió más grande de lo que era, si cabía.

Aquellos libritos de metafísica para tontos fueron tu tabla de salvación y esa pobre gente, que creía a pies juntillas en tus tonterí

… ¿Por qué dijiste que yo ya lo sabía? interrumpe Prisca con el gesto torcido.

¿El qué?

Antes, cuando te hacías de rogar como las niñas pánfilas de los colegios de monjas, dijiste que seguramente yo ya lo sabía y yo no tenía ni idea de que Sebastián había telefoneado.

¡Uy! Pensé que habrías oído el timbre, las voces y nuestro jolgorio al enterarnos de su visita. Abilio se puso muy contento. Tiene ganas de ver a su muchacho.

Pues no, no oí nada.

Como llamó durante la siesta y tú no pegaste ojo por culpa de ese moscardón, pues no sé, hermana, no sé.

Prisca se aferra con fuerza a la baranda, la carne bajo sus uñas se torna blanquecina. Lucre, remilgada ysatisfecha por haber chinchado a su hermana, recoge sus bártulos de tejer mientras tararea la copla que suena en la radio.

A tu vera, siempre a la verita tuya se acerca a la espalda de Prisca y canta a su nuca, siempre a la verita tuya.

Prisca siente la pelusa de su cuello erizándose, se yergue y toma una bocanada de aire, que retiene. Lucre, cojitranca y con la bolsa de la costura bajo el brazo, se adentra en la casa. A solas, Prisca exhala de sopetón y alza las manos al frente para estrangular el aire. En el interior de la casa se escucha a Lucrecia finiquitando la copla…

Hasta el día en que me muera.