Vistas de página en total

viernes, 31 de enero de 2020

Los emigrantes invisibles



Durante mi último viaje a Madrid aproveché para visitar “Emigrantes invisibles” en el Centro Cultural Conde Duque, una cuidada y elegante muestra que recoge parte de la historia de quienes emigraron de España a EEUU, un periplo que, a diferencia de la historia de nuestra emigración a Sudamérica y a Europa, es prácticamente desconocido y que hay que conocer porque para saber quienes somos tenemos que saber de dónde venimos. Este trabajo ingente de recogida de testimonios y documentación, sobre todo fotografías que dormían en los desvanes, de un grupo de americanos, españoles de origen, que reivindica sus raíces, se puede ver en Madrid hasta el 12 de abril. Y así, a bote pronto, paseando entre el delicioso material que compone la muestra se me ocurren dos ideas sobre las que reflexionar. Por una parte, en el valor que aporta la inmigración a la construcción de un país, que sí, que ya sé que EEUU es un país de contrastes, de claros y oscuros, de republicanos y demócratas pero es un país que se ha construido a partir del trabajo de muchos europeos (y latinos) que escapando del hambre cruzaron el charco (unos hacia el Oeste y los otros hacia el Norte) y que sí, que ya se habían encargado los descubridores (o sea, nosotros) de casi exterminar a la población indígena, que esto es un hecho demostrado y demostrable como también lo es que italianos, irlandeses, polacos y, en menor medida, otras nacionalidades, como la nuestra, dan origen a un EEUU multicultural que siempre está situado entre las primeras potencias mundiales gracias a los pobres que huían de Europa cómo hoy huyen hacia el Norte, y que origino un crisol de culturas, una forma de vida, el sueño americano... Y por otro lado, retomando la idea que me transmite uno de los protagonistas de la exposición, Anthony Carreño, nieto de moscona y valdesano, pienso también en la necesidad de cada uno de conocer sus raíces, de no desarraigar de la tierra de los antepasados. Un desarraigo que se produjo cuando los hijos y nietos de estos asturianos olvidaron su lengua e incluso olvidaron que hubo un tiempo en el que sus abuelos y abuelas tenían como fronteras los praos y las montañas de su Asturias natal y como mar de referencia el bravo Cantábrico, y con la ayuda de una guerra civil, la posterior dictadura, se produjo la total inmersión en el país que había acogido y en el que ellos fueron nacidos y, así, abandonados sus recuerdos y anclaron su memoria al continente que fue madre, amorosa casi siempre y madrastra algunas veces, y sin más desterraron fotos y cartas venidas de ultramar, olores y sabores heredados a cajas de galletas arrinconadas en desvanes. Y llegado este punto, no puedo quitarme de la cabeza la situación de todos aquellos que llegan a nuestras costas huyendo del hambre y la miseria, de la guerra o de la persecución política y en cómo, quizás no tardando mucho también se les reconozca el valor que aportan a nuestra sociedad y a nuestra cultura y se les dé el lugar que tienen en este momento que nos ha tocado vivir. Quizás sea pronto o quizás también tenga que pasar siglo y medio, perder sus raíces y su lengua materna, renegar de su origen, para que sus descendientes, tras crecer sintiendo una tierra ajena como propia, quieran conocer la suya y les monten una exposición que recoja los frutos de las semillas que dejaron aquí sus antepasados, que suponga ese reconocimiento que deje atrás la velada (o no) xenofobia que habita entre nosotros. Algo, esto último, complicado. Se teme al diferente pero más pánico se tiene al pobre. Aún así no pierdo la esperanza.

Tony Carreño durante el acto inaugural de “Emigrantes invisibles”