Estas navidades el amigo invisible de
una niña que conozco le regaló unos tomates cherries. Esta forma sutil de
invitar a hacer dieta estaría bien si la finalidad del amigo invisible fuese
decir lo que tienes o debes hacer, si la niña no tuviera trece años y estuviese
en pleno crecimiento y si además de pesar más que la media, no midiera también
medio metro más de altura que esa misma media de su clase y estaría bien
también y sobre todo, si la niña estuviera enferma y fuera su médico de familia
quien le recomendara los tomates, que no es el caso. Esta invitación, con muy
mala baba, no deja de encubrir una forma de acoso, puede que engañoso, porque no
hay agresión física en forma de moratones o mordiscos, ni agresiones verbales
pero acoso al fin. Sí señor, la protagonista si fuera princesa de cuento sería
más Fiona que Frozen, pero ¿quién nos impone los modelos de belleza como
buenos? Está claro que a la mayoría de los españoles nos sobran unos kilos y
que todos estaríamos mejor si cambiáramos algunos hábitos de vida. Hacer más
deporte, volver a la dieta mediterránea, por ejemplo, pero no es de la
saludable modificación de vida de los españoles de lo que yo quería hablar a
partir de esta anécdota, sino al cómo los niños en las aulas por el simple
hecho de ser diferentes, gordos o no, empollones o vagos, con distinta opción
sexual o, en fin, "raritos", cualquier cosa que les haga destacar
dentro del grupo, les convierte en objeto de burla. Y esto que en plena
adolescencia, dónde cada niño busca sus sitio dentro del grupo y que puede
empezar como una broma ingeniosa o pesada, que al principio solo era un chiste
sobre un compañero es como el agua que gota a gota perfora la autoestima de
nuestros niños conduciéndoles a episodios de ansiedad, depresión y, en el peor
de los casos a ocupar portadas de prensa cuando el chaval, harto de aguantar
tanta presión, decide que la vida no es lo que pensaba y se suicida. Es
entonces cuando nos llevamos las manos a la cabeza e intentamos encontrar al
culpable. Realmente todos somos culpables. Los niños solo incorporan por
imitación a sus relaciones sociales, en este caso a las escolares, lo que ven
en modelos de comportamiento de los mayores, comportamientos que se repiten
hasta la saciedad, reforzándose, sobre todo, en los medios de comunicación y en
el peor de todos y el más habitual, la tv. En la base de toda forma de acoso
escolar hay un problema de educación. Una forma de mirar al otro distorsionada
que se contagia en muchas ocasiones a los compañeros de forma que además del
acosador o acosadores el resto de la clase no hace nada para frenar la
situación mientras que las familias en la mayoría de las ocasiones no se enteran
de lo que pasa con sus hijos sean acosador o víctima. ¿Somos o no somos todos
culpables?
El acoso escolar siempre ha existido. No
es un problema nuevo. Muchos crecimos con el enquistado en las aulas, la vida
te ofrece, con suerte, la posibilidad de sacudirte de aquellos momentos pero a
muchos los marca para siempre. El daño sicológico de quien sufre acoso escolar
está por medir, será la vida quién lo muestre. Hay que educar desde la base y
enseñar a mirar al otro desde sus zapatos. Hay que educar en valores y en
emociones. Una sociedad que no educa desde las aulas en el respeto al
diferente, que no ve que lo distinto enriquece, es una sociedad enferma, en
nuestras manos está sanarla, pero hemos de empezar pronto y remar todos en la
misma dirección porque parece que estamos lejos de conseguirlo. Ya dice el
Principito que "lo esencial es invisible a los ojos" enseñemos a ver
más allá de la apariencia externa, la carcasa es mudable el interior no. Por
cierto, la protagonista de mi historia se hizo una ensalada y pasó página.