Cuando Lola (1976,
Santorini) nació, no lo hizo con ese nombre. Su madre una niña bien
de casa mal, que de tanto darse ínfulas había perdido el Norte,
decidió hacer un viaje a Santorini a dos semanas de la fecha
prevista para el nacimiento. Desoyendo a su médico y acompañada de
su pusilánime marido, nada más montarse en el avión empezaron los
dolores de parto. Ella que toda la vida se había salido con la suya,
se plantó en el destino elegido tras convencer a un pescador de que
lo suyo era cuestión de vida o muerte, los barcos que hacían la
travesía en aquel momento estaban amarrados por la amenaza de una
tempestad. Así que, casi 36 horas despues de haber salido de la calle
Independencia de Oviedo donde tenían su domicilio habitual, dos
enlaces de avión, un autobús y el bravo movimiento de un oleaje de
"agarrate que vienen curvas" Lola vió la luz nada más que
su madre puso el pie en la isla en la que toda la vida había soñado
casarse. Allí pasaron una semana refugiados en la casa de la
comadrona del pueblo, que los acogió, sin poder poner un pie en la
calle debido al temporal que había mudado el idílico lugar en
auténtico averno. Insatisfecha la madre, amedrentado el padre que
una vez más había permitido a la caprichosa de su mujer ganarle la
partida y con un bebé que afortunadamente nació sanina pero con una
mancha en la cara apenas perceptible y a la que no dieron
importancia, inscribieron a la niña en la embajada española en
Atenas porque ya que no podía disfrutar de su sueño insular, por lo
menos se llevaba de allí una hija griega a la que bautizaron en San
Juan del Real con el nombre de Sofía que por aquel entonces estaba
muy de moda gracias a la recién estrenada Reina de España.
Sofía creció llamándose
así, en un ambiente enrarecido por la ausencia casi permanente de su
madre más preocupada de jugar al bridge en el Club de Tenis, tomar
café en La Mallorquina y alternar en La Paloma y la presencia de un
hombre desdichado por aquel amor tan fuerte que sentía por la hueca
mujer que había elegido y que trabajaba de sol a sol por mantener el
ritmo de vida que se habían impuesto y les rodeaba con una felicidad
ficticia. Sin embargo, Sofía no tiene recuerdos negativos de aquella
etapa. Su padre y sus dos abuelas la adoraban y hacían lo posible
porque la niña no echará de menos nada ni a nadie. Al ritmo que
crecía lo hacía la mancha en su cara. "Un angioma" le
dijeron a su padre y a su abuela Elena cuando consultaron con el
servicio de Plástica que apenas recién inagurado en el Hospital
Nuestra Señora de Covadonga de Oviedo iba dando palos de ciego con
todo lo que se saliera del manual.
Fueron pasando los años
y la niña se hizo mayor. La mancha llegó a ocupar un tercio de su
cara, sin embargo, la joven maduró como lo hacen las frutas
convirtiéndose en una mujer apetecible a la que su imagen en el
espejo devolvía a la realidad. Aprendió a relativizar la belleza y
pronto descubrió que en esta vida hay muy pocas cosas absolutas.
Nunca, nunca se quejó de que su cara no fuera tan guapa como el
resto de ella, porque Lola era tan especial que a los cinco minutos
de estar a su lado todo el mundo olvidaba la sombra que impedía
brillar del todo su luz propia.
Estudio en el San Ignacio
en Oviedo y fue al conservatorio, recibió clases de piano de la mano
de Purita de la Riva y se fue a la Universidad de Salamanca a
estudiar Bellas Artes. Durante su estancia en la ciudad castellena colaboró
dando clases de escultura y cerámica a las internas en el Centro
Penitenciario de Topas, siendo allí dónde conoció el auténtico
valor del arte.
Un buen día, en una de
las cada vez menos frecuentes visitas al piso de enorme pasillo que
nunca fue su hogar y que al morir su padre se había quedado vacío
del todo, su madre se la encontró y no la reconoció. Con los años
habían ido cambiando las costumbres y la frivolidad de aquella mujer
había ido bajando en intensidad. Solo se levantaba de la cama para
ir a algún evento, pero la ciudad era cada vez más y más
provinciana y la vida social se había ido marchitando al tiempo que
su juventud. Sofía decidió entonces ante la presencia de aquella
desconocida que la había ignorado toda la vida que era el momento de
abandonar definitivamente el nido y se fue dejando atrás ningún
recuerdo porque los que tenía con su padre ya hacía tiempo que
habitaban en su corazón y todo aquello que en realidad no
significaba nada para ella porque aquel nunca había sido su sitio.
Se cambió el nombre por
el de Lola en honor a la canción favorita de su padre y se mudó a una aldea donde en un antiguo horno de pan
hace piezas de cerámica que vende por los distintos mercados de la
zona. En sus ratos libres gestiona una página web de coaching
emocional. Muchas de sus alumnas son expresidiarias con las que es la segunda vez que se encuentra en esto del camino de la vida.
Me ha encantado
ResponderEliminarme alegro, es un ejercicio de Taller de Escritura, una compañera propuso un lugar, un género y una característica física. Yo con la mancha en la cara no me quise extender mucho porque conozco casos y es muy duro y como quería escribir algo amable pues paso apenas de puntillas por esta característica. Gracias por leerlo y comentar
EliminarUn placer leerte. Gracias.
ResponderEliminar