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miércoles, 6 de julio de 2016

Lola (Santorini, 1976)

Cuando Lola (1976, Santorini) nació, no lo hizo con ese nombre. Su madre una niña bien de casa mal, que de tanto darse ínfulas había perdido el Norte, decidió hacer un viaje a Santorini a dos semanas de la fecha prevista para el nacimiento. Desoyendo a su médico y acompañada de su pusilánime marido, nada más montarse en el avión empezaron los dolores de parto. Ella que toda la vida se había salido con la suya, se plantó en el destino elegido tras convencer a un pescador de que lo suyo era cuestión de vida o muerte, los barcos que hacían la travesía en aquel momento estaban amarrados por la amenaza de una tempestad. Así que, casi 36 horas despues de haber salido de la calle Independencia de Oviedo donde tenían su domicilio habitual, dos enlaces de avión, un autobús y el bravo movimiento de un oleaje de "agarrate que vienen curvas" Lola vió la luz nada más que su madre puso el pie en la isla en la que toda la vida había soñado casarse. Allí pasaron una semana refugiados en la casa de la comadrona del pueblo, que los acogió, sin poder poner un pie en la calle debido al temporal que había mudado el idílico lugar en auténtico averno. Insatisfecha la madre, amedrentado el padre que una vez más había permitido a la caprichosa de su mujer ganarle la partida y con un bebé que afortunadamente nació sanina pero con una mancha en la cara apenas perceptible y a la que no dieron importancia, inscribieron a la niña en la embajada española en Atenas porque ya que no podía disfrutar de su sueño insular, por lo menos se llevaba de allí una hija griega a la que bautizaron en San Juan del Real con el nombre de Sofía que por aquel entonces estaba muy de moda gracias a la recién estrenada Reina de España.
Sofía creció llamándose así, en un ambiente enrarecido por la ausencia casi permanente de su madre más preocupada de jugar al bridge en el Club de Tenis, tomar café en La Mallorquina y alternar en La Paloma y la presencia de un hombre desdichado por aquel amor tan fuerte que sentía por la hueca mujer que había elegido y que trabajaba de sol a sol por mantener el ritmo de vida que se habían impuesto y les rodeaba con una felicidad ficticia. Sin embargo, Sofía no tiene recuerdos negativos de aquella etapa. Su padre y sus dos abuelas la adoraban y hacían lo posible porque la niña no echará de menos nada ni a nadie. Al ritmo que crecía lo hacía la mancha en su cara. "Un angioma" le dijeron a su padre y a su abuela Elena cuando consultaron con el servicio de Plástica que apenas recién inagurado en el Hospital Nuestra Señora de Covadonga de Oviedo iba dando palos de ciego con todo lo que se saliera del manual.
Fueron pasando los años y la niña se hizo mayor. La mancha llegó a ocupar un tercio de su cara, sin embargo, la joven maduró como lo hacen las frutas convirtiéndose en una mujer apetecible a la que su imagen en el espejo devolvía a la realidad. Aprendió a relativizar la belleza y pronto descubrió que en esta vida hay muy pocas cosas absolutas. Nunca, nunca se quejó de que su cara no fuera tan guapa como el resto de ella, porque Lola era tan especial que a los cinco minutos de estar a su lado todo el mundo olvidaba la sombra que impedía brillar del todo su luz propia.
Estudio en el San Ignacio en Oviedo y fue al conservatorio, recibió clases de piano de la mano de Purita de la Riva y se fue a la Universidad de Salamanca a estudiar Bellas Artes. Durante su estancia en la ciudad castellena colaboró dando clases de escultura y cerámica a las internas en el Centro Penitenciario de Topas, siendo allí dónde conoció el auténtico valor del arte.
Un buen día, en una de las cada vez menos frecuentes visitas al piso de enorme pasillo que nunca fue su hogar y que al morir su padre se había quedado vacío del todo, su madre se la encontró y no la reconoció. Con los años habían ido cambiando las costumbres y la frivolidad de aquella mujer había ido bajando en intensidad. Solo se levantaba de la cama para ir a algún evento, pero la ciudad era cada vez más y más provinciana y la vida social se había ido marchitando al tiempo que su juventud. Sofía decidió entonces ante la presencia de aquella desconocida que la había ignorado toda la vida que era el momento de abandonar definitivamente el nido y se fue dejando atrás ningún recuerdo porque los que tenía con su padre ya hacía tiempo que habitaban en su corazón y todo aquello que en realidad no significaba nada para ella porque aquel nunca había sido su sitio.
Se cambió el nombre por el de Lola en honor a la canción favorita de su padre y se mudó a una aldea donde en un antiguo horno de pan hace piezas de cerámica que vende por los distintos mercados de la zona. En sus ratos libres gestiona una página web de coaching emocional. Muchas de sus alumnas son expresidiarias con las que es la segunda vez que se encuentra en esto del camino de la vida.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. me alegro, es un ejercicio de Taller de Escritura, una compañera propuso un lugar, un género y una característica física. Yo con la mancha en la cara no me quise extender mucho porque conozco casos y es muy duro y como quería escribir algo amable pues paso apenas de puntillas por esta característica. Gracias por leerlo y comentar

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