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martes, 7 de enero de 2025

¿A dónde irán las luces?

Llevo días preguntándome, sin mucho éxito en la respuesta, de ¿adónde irán las luces? Luces que estos días nos abruman en las grandes ciudades y cuya práctica ausencia en los barrios y zona rural de algunas ciudades pues, vaya, también nos abruma. Y no, no encuentro respuesta. Realmente no sé si me espanta más es escandaloso espectáculo lumínico o ver a la población, en general, echándose a las calles guiada por un afán consumista que, más o menos, a todos nos posee en estas fechas que un día lo fueron un poco menos (aunque también), pero más familiares, más de vivir entorno a una mesa que congregaba a familias que era más grandes, mejor avenidas o en las que se apartaba hasta el 7 de enero lo mal que te caían algunos. Yo recuerdo la mesa que mi abuela Elena ponía con tanta ilusión, porque si algo caracterizaba a mi abuela Elena era la ilusión (creo que conservó siempre, hasta sus casi 97 años y perdida la memoria, esa pizca de ilusión que se mantiene viva y te vuelve niña en ocasiones y que casi todos hemos perdido). La vajilla de mi abuela está en mi trastero, guardada en las cajas que se armaron al desarmar su casa (otro episodio por el que pasaremos todos) (espero que mis libros no duerman el sueño de los justos en ningún trastero, pero “carpe diem” si tiene que ser así). Bueno, y sigo con mi duda de adónde irán las luces, esas que muestran el exceso de la celebración, el exagerado aparentar de algunos alcaldes y sus ciudades, ciudades donde seguramente la pareja inmigrante y sin papeles formada por María y José, jovencísima ella y carpintero el, no encontrarían dónde dar a luz a su bebé, no encontrarían quien les abriera la puerta de su garaje para parir en estos días, deslumbrados todos por la falsa pátina de solidaridad que, sí, también ilumina a algunos. Sin embargo, hay un lugar en el que las luces cobran sentido para mi, año tras año, desde la primera vez que me invitaron y es Aciera en Quirós. Y Aciera con todos los inconvenientes que le ha provocado esta fama lumínica y todas las visitas (ayer por sus caminos no se escuchaba prácticamente acento asturiano), Aciera es un lujo y sus vecinos y vecinas, con sus particularidades, sus fortalezas y sus debilidades el ejemplo de una comunidad vecinal que trabaja por lo común y que además no solo lo hace en Navidad. Así que me quedo con estas luces que irán a los desvanes hasta el año que viene pero que seguirán luciendo en el espíritu comunitario que alentó el recordado y querido Canor Fandos y en el corazón de sus habitantes que, a pesar de todo, siempre tienen una sonrisa como mejor vestido.

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