Vistas de página en total

jueves, 16 de abril de 2020

Diario de un encierro (II)

“Un sinsentido
mecanismo de cuerda
absurda prisa”.

Alegoría del Buen Gobierno, Lorenzetti (siglo XIV)

Y, de repente, nos regalaron todo el tiempo del mundo pero no sabíamos gestionarlo, ni teníamos ganas de hacerlo, ni fuerza para pensar en qué y cómo gastarlo. Y así, pasamos días y días ordenando armarios y cajones, deshaciéndonos de cosas viejas e inservibles, reinventando en bonitos rincones feos de nuestras casas, colocando fotos en álbumes que estaban vacíos o repasando los llenos de recuerdos de una infancia que sentimos cada vez más lejana, siguiendo los programas de fitness de la tele, iniciándonos al yoga (“a ver si con suerte esta noche duermo un poco, porque llevo un mes sin pegar ojo”), aprendiendo idiomas, contabilidad para dummies o asistiendo a programas de cocina. Sin saberlo íbamos llenando una mochila imaginaria de pesadas piedras sin intentar siquiera encontrar lógica a una situación nunca vivida. Teníamos tiempo para ver en bucle nuestra serie favorita (doy fe), desear mudarnos a un pueblo soñado, hacer esa llamada para la que no había tiempo, grabar vídeos más o menos divertidos, sin embargo era imposible leer ese libro para el que nunca había hueco o escribir a la persona que queremos la carta que le debemos. Imposible enfrentarnos a nosotros mismos, imposible hacer ese ejercicio de introspección tan necesario en estos días que nos han tocado vivir.
Y teníamos tiempo para pasar con nuestros hijos, pero teníamos que hacerlo entre las cuatro paredes de un piso tamaño caja de zapatos (sabéis que la mayoría de los inmigrantes de este país tocan a un universo de apenas ocho metros cuadrados por persona). No podíamos escaparnos a la casa del pueblo donde pescaríamos mojaduras y cabezones en la fuente o mojaríamos los pies caminando descalzos sobre la hierba mojada, en el pueblo donde no hay horarios cuando los las horas de luz van ganando la batalla al invierno y los días crecen al ritmo que crece la resiliencia de los niños, nuestros niños. Y crece también la fragilidad de los mayores. Ay, el pueblo donde todo pinta bien a pesar de que todo vaya mal. Explícale a un niño que no puede ir al parque (ni a ningún otro sitio), que no va a ver a sus compañeros de colegio, ni a sus amigos y mientras su cara se viste de tristeza, intenta animarlo y animarte.
Y teníamos tiempo para ver a nuestros padres, pero NO podíamos verles porque “podemos contagiarles y a los niños tampoco podemos llevarles porque son transmisores”. Así que encierra a los abuelos, a aquellos que tienen suerte de vivir independientes y róbales el mes de marzo y el de abril y si eso róbales también parte de mayo y si acaso llévate la vida de un puñado de sus amigos y de sus hermanos, cuñados, esposas y maridos y sí aún no estás conforme arrebátales alguno de sus hijos esos a los que dieron carrera con tanto esfuerzo y tanto sacrificio para que vayan antes que ellos y les allanen el camino que estará abonado de pena y desaliento. Explícales que no pueden despedirse de los que van cayendo en esta batalla que parece ser a contrarreloj. Explícale a un anciano en tiempo de descuento que este año no tiene primavera.
Y teníamos tiempo y teníamos perros a los que sacar a la calle, porque podíamos hacerlo, pero había que hacerles entender que no podíamos pararnos, ni saludar a los colegas del parque, ni olisquear las yerbas del jardín, ni perseguir mariposas que, de repente, han poblado su mundo. Explícale a un perro que hay que ir y volver en el menor tiempo posible y que ya no puede caminar a pesar de que tiene que hacerlo para poder seguir viviendo saludable. 
Y teníamos tiempo y al término del día, muchos de nosotros nos preguntábamos cuándo la ciudad se había convertido en una gigante ratonera, cuanto tiempo más dando vueltas como hámsters en la rueda de la jaula en la que se había transformado nuestra casa, nuestro espacio de confort, el lugar donde nos sentimos seguros, el nido confortable al que volver, mudado en habitación del pánico y entonces un mar de lágrimas y ninguna tabla de salvación a qué agarrarse, al menos, de forma inmediata. La promesa incierta, cada vez más lejana, de que volveríamos a vernos, a reunirnos, a abrazarnos, mientras tanto, viviendo inmersos en un universo paralelo al nuestro en el que no teníamos alas porque nos las habían cortado, ni sueños porque se habían roto, ni casi deseo (de ningún tipo) porque se había borrado, perdimos el deseo al perder la libertad.
Y teníamos tiempo y el tiempo fue sacando lo peor de muchos y entendimos, por fin, que el tiempo siempre, siempre tiene un valor relativo. “Cuándo salga de esta iré corriendo a abrazarte”

https://m.youtube.com/watch?v=B9rfD5WEJXM&feature=youtu.be

1 comentario: